Salvador Gutiérrez Solís
El difunto Umbral, tan certero con las palabras, acertó de pleno en su vaticinio/apuesta sobre Belén Gopegui. Una narradora, que desde su primera entrega —La escala de los mapas— despliega una portentosa capacidad/habilidad novelística, vibrante, inquieta, exploradora, atrevida; definitivamente inusual en estos tiempos de soporíferas historias, modernismos con marca registrada y correctas agresiones contra lo establecido. La voz de Gopegui es una luz en la penumbra de la caverna en la que habita la novela escrita en lengua española, una señal en el camino, tal vez una dirección a seguir. Tras unos comienzos más que prometedores, La conquista del aire y Lo real alzaron a Belén Gopegui a los puestos más altos de la narrativa nacional. Dos obras imponentes, contundentes en trama, intención y definición que lograron agigantar la silueta de la escritora y que convulsionaron el adormecido patio de las letras hispanas, somnoliento desde los años cincuenta. Gopegui inyectó sangre, adrenalina, en las venas del moribundo.
El padre de Blancanieves puede entenderse como la continuación, con respecto a la intención, de El lado frío de la almohada. Continuación sólo con respecto a la intención —repito—, de movilizar, de sensibilizar, de avanzar en lo que podríamos definir como la novela ideológica o novela política. Afortunadamente, técnica y argumentalmente es sensiblemente superior. No se trata El lado frío de la almohada de una novela errónea o mediocre, no, es soberbia en algunos momentos, pero en una escritora del recorrido de Belén Gopegui sólo se puede considerar como una línea recta. Línea recta, eso sí, en las alturas. Alturas que vuelve a recorrer Gopegui, incluso a sobrevolar, con El padre de Blancanieves. Una novela coral e —increíblemente— intimista al mismo tiempo, un espectacular fresco de la clase media española, de la clase obrera, de esa socialdemocracia bienpensante que lo entiende todo, que se solidariza con todo, pero que no actúa —no actuamos— frente a nada.
Página tras página, Belén Gopegui mira a su lector a los ojos y le dice: hazlo, tú puedes, todos podemos, vamos a intentarlo. Porque en El padre de Blancanieves se insta a recuperar los valores de la ciudadanía como estamento fundamental en la construcción de la sociedad y de su propia historia. Entiendo a quien pueda detestar y hasta herir esta novela, si el corral estuviera habitado por las mismas bestias esto sería muy aburrido. Ese odio, o esa herida, habría que seguir adjudicándolo, igualmente, en el haber de Belén Gopegui. Nos demuestra, una vez más, que la novela es un género con entrañas, con riesgo, con vida, en el que todo vale, sí, pero partiendo de unos criterios establecidos. Nos demuestra que la novela es un elemento más en la construcción del mundo, o en un posicionamiento ante el mundo, y no sólo una retahíla de frases ordenadas y huecas, más o menos respetuosas con la gramática.
El padre de Blancanieves puede entenderse como la continuación, con respecto a la intención, de El lado frío de la almohada. Continuación sólo con respecto a la intención —repito—, de movilizar, de sensibilizar, de avanzar en lo que podríamos definir como la novela ideológica o novela política. Afortunadamente, técnica y argumentalmente es sensiblemente superior. No se trata El lado frío de la almohada de una novela errónea o mediocre, no, es soberbia en algunos momentos, pero en una escritora del recorrido de Belén Gopegui sólo se puede considerar como una línea recta. Línea recta, eso sí, en las alturas. Alturas que vuelve a recorrer Gopegui, incluso a sobrevolar, con El padre de Blancanieves. Una novela coral e —increíblemente— intimista al mismo tiempo, un espectacular fresco de la clase media española, de la clase obrera, de esa socialdemocracia bienpensante que lo entiende todo, que se solidariza con todo, pero que no actúa —no actuamos— frente a nada.
Página tras página, Belén Gopegui mira a su lector a los ojos y le dice: hazlo, tú puedes, todos podemos, vamos a intentarlo. Porque en El padre de Blancanieves se insta a recuperar los valores de la ciudadanía como estamento fundamental en la construcción de la sociedad y de su propia historia. Entiendo a quien pueda detestar y hasta herir esta novela, si el corral estuviera habitado por las mismas bestias esto sería muy aburrido. Ese odio, o esa herida, habría que seguir adjudicándolo, igualmente, en el haber de Belén Gopegui. Nos demuestra, una vez más, que la novela es un género con entrañas, con riesgo, con vida, en el que todo vale, sí, pero partiendo de unos criterios establecidos. Nos demuestra que la novela es un elemento más en la construcción del mundo, o en un posicionamiento ante el mundo, y no sólo una retahíla de frases ordenadas y huecas, más o menos respetuosas con la gramática.
Para mí la mejor novela de los últimos meses. Y Belén Gopegui la autora más inteligente que jamás he leído. Plantea temas complejos y los resuelve con gran solvencia intelectual y creativa.
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