La Fábrica, Madrid, 2007. 104 pp. 14 €
Paul Viejo
Cuando La Fábrica decide lanzar la colección BlowUp Novelas Cortas a mí me surgieron dudas. Y trataré de explicarme. Tras un eslogan tan cierto como criticable, mis dudas se amontonaban: «La colección BlowUp Novelas Cortas apuesta por este género breve (pero de largas resonancias), delicioso y codiciado por los lectores más exigentes. Entre el cuento y la novela hay un terreno inmenso y propicio a las grandes sorpresas. En él queremos estar», decía su promoción y reza la contraportada de sus libros. Imposible estar en desacuerdo con él, basta acudir a tantos y tantos ejemplos que se encuadran en la descripción dada. Sin embargo —y aquí es cuando surgían mis dudas, y, por qué no decirlo, algo de cabreo—, ¿era necesaria una colección exclusiva de novelas breves? ¿A quién podía beneficiar? Aunque es innegable que la situación de este tipo de textos (como pasa con el relato corto, el teatro, con varios tipos de literatura, en general) no es la mejor dentro del sector editorial, otra pregunta no salía de mi cabeza: ¿es que un escritor que escriba cuentos está condenado a publicar sólo en editoriales como Páginas de Espuma o Menoscuarto; el que escriba teatro a hacerlo en Ñaque; los escritores del este y del norte de Europa, ser traducidos en editoriales como Minúscula o Nórdica; y como esos tantos ejemplos? ¿No sería lo ideal que las editoriales no necesitaran de esa especialización (que puede llegar a rozar el absurdo si nos descuidamos) para publicar buena literatura, grandes libros? ¿No colaboran colecciones como ésta de la que hablo a que esa situación permanezca, e incluso se acreciente? Pero, tras esa incertidumbre personal, no se podía dudar de que la colección, tanto con esta obra de Salinas como la siguiente de Doménico Chiappe (Entrevista a Mailer Daemon), pintaba bien y podía merecer la pena seguir su catálogo.
El cuaderno de Hans, la primera de BlowUp Novelas Cortas y cuarta de Javier Salinas (1972), se nos presentaba como el bloc de notas, casi un diario poético, de un niño en Alemania, a la sombra de lo que le ocurre a su familia y comienza a ocurrirle a él. Y he de confesar que con esto dicho así la novela tenía al menos dos puntos donde podía no satisfacerme en absoluto. Lo intentaré explicar también:
Cuando el carro que tira de una novela es la voz de un niño, y aunque sobren ejemplos para negarlo, es muy posible que la verosimilitud se encuentre en un riesgo considerable: que se le atribuyan conocimientos impensables al chaval, que su inteligencia sea tan increíble y su lógica tan aplastante que, tras el sonrojo por las carencias propias, pasemos al hastío; o que de tan ñoño e inocente quieran hacer del niño un poeta. Y al principio me dio esa sensación en El cuaderno...: «A mí es que me parece que a veces hay un montón de cosas interesantes. A mí es que me parece que todas las cosas están unidas entre sí» (p. 22), por poner una muestra mínima.
El segundo punto que tenía opción de amargarme la lectura era esa necesidad de hacer pasar por poesía cosas que no sólo no tienen porque serlo, sino que un lector “exigente” (como los que busca BlowUp) hallará en textos de muy diversa índole. En esta ocasión, además, hasta la maqueta del libro y la sintaxis del narrador parecía ponerse de acuerdo para que cada capítulo simulara tener la forma de un poema disfrazado de poema. «Yo quiero ser lo que amo./ Yo quiero ser un árbol o la espalda de Ana./ Mi padre me dice que me ponga calcetines./ ¡Te vas a enfriar!/ Yo estoy un poco mareado.» (p. 83)
Y, sin embargo, y aunque pareciera ya poco probable a estas alturas de la reseña y con el rastro de lector pesimista que puedo estar dejando, no tengo la más mínima duda de que El cuaderno de Hans logró levantar esos lastres (personales e intransferibles) más pronto que tarde, y que lo mismo es capaz de hacer en cualquier otro lector. Estos apuntes de Hans (donde da cuenta del día a día de sus padres —con sus diferencias, entre ellos y respecto a él— retrata a sus abuelos y vecinos, “pinta” el decorado de los lugares donde ha vivido, a caballo entre España y Alemania, y “garabatea” los más mínimos detalles de los que puede tener noción, con importancia o sin ella) van adquiriendo, línea a línea, una consistencia de muro, un equilibrio impecable. La lógica del niño puede ser enrevesada, hipnotizante, surreal o aplastante, creíble o inverosímil, como apuntaba antes, pero poco de todo eso tiene importancia cuando no le queda más remedio al lector que dejarse llevar por ella. Adoptar esa misma lógica, y empezar a comprender, ahora sí, un mundo que se abre ante los ojos de ese niño y ante el lector, pasar de situaciones que uno ha vivido (y a las que no había aprestado atención) a otras que supondrían un hallazgo y por tanto anhela. Comprender el mundo de Hans —su orden— y ser capaz entonces, ahora también, de disfrutar con esas escenas que querían ser poemas y no era, pero que desde luego son poéticos y son poesía, al fin, como cuando es capaz de pasar del silencio del mar y las conchas rotas en la playa, a la más pura contemplación y a unas gafas que se limpian en el bañador, de la vida y la muerte a la forma en que crecen las personas, hasta que ya no pueden crecer más. Comprender ese mundo, y que te convenza. Eso es lo que logran Hans y Javier Salinas con su Cuaderno.
Y con él, también, pensar que una colección de novelas cortas, si son como éstas, puede ser también un buen lugar donde a uno no le surjan tantas dudas estúpidas.
Paul Viejo
Cuando La Fábrica decide lanzar la colección BlowUp Novelas Cortas a mí me surgieron dudas. Y trataré de explicarme. Tras un eslogan tan cierto como criticable, mis dudas se amontonaban: «La colección BlowUp Novelas Cortas apuesta por este género breve (pero de largas resonancias), delicioso y codiciado por los lectores más exigentes. Entre el cuento y la novela hay un terreno inmenso y propicio a las grandes sorpresas. En él queremos estar», decía su promoción y reza la contraportada de sus libros. Imposible estar en desacuerdo con él, basta acudir a tantos y tantos ejemplos que se encuadran en la descripción dada. Sin embargo —y aquí es cuando surgían mis dudas, y, por qué no decirlo, algo de cabreo—, ¿era necesaria una colección exclusiva de novelas breves? ¿A quién podía beneficiar? Aunque es innegable que la situación de este tipo de textos (como pasa con el relato corto, el teatro, con varios tipos de literatura, en general) no es la mejor dentro del sector editorial, otra pregunta no salía de mi cabeza: ¿es que un escritor que escriba cuentos está condenado a publicar sólo en editoriales como Páginas de Espuma o Menoscuarto; el que escriba teatro a hacerlo en Ñaque; los escritores del este y del norte de Europa, ser traducidos en editoriales como Minúscula o Nórdica; y como esos tantos ejemplos? ¿No sería lo ideal que las editoriales no necesitaran de esa especialización (que puede llegar a rozar el absurdo si nos descuidamos) para publicar buena literatura, grandes libros? ¿No colaboran colecciones como ésta de la que hablo a que esa situación permanezca, e incluso se acreciente? Pero, tras esa incertidumbre personal, no se podía dudar de que la colección, tanto con esta obra de Salinas como la siguiente de Doménico Chiappe (Entrevista a Mailer Daemon), pintaba bien y podía merecer la pena seguir su catálogo.
El cuaderno de Hans, la primera de BlowUp Novelas Cortas y cuarta de Javier Salinas (1972), se nos presentaba como el bloc de notas, casi un diario poético, de un niño en Alemania, a la sombra de lo que le ocurre a su familia y comienza a ocurrirle a él. Y he de confesar que con esto dicho así la novela tenía al menos dos puntos donde podía no satisfacerme en absoluto. Lo intentaré explicar también:
Cuando el carro que tira de una novela es la voz de un niño, y aunque sobren ejemplos para negarlo, es muy posible que la verosimilitud se encuentre en un riesgo considerable: que se le atribuyan conocimientos impensables al chaval, que su inteligencia sea tan increíble y su lógica tan aplastante que, tras el sonrojo por las carencias propias, pasemos al hastío; o que de tan ñoño e inocente quieran hacer del niño un poeta. Y al principio me dio esa sensación en El cuaderno...: «A mí es que me parece que a veces hay un montón de cosas interesantes. A mí es que me parece que todas las cosas están unidas entre sí» (p. 22), por poner una muestra mínima.
El segundo punto que tenía opción de amargarme la lectura era esa necesidad de hacer pasar por poesía cosas que no sólo no tienen porque serlo, sino que un lector “exigente” (como los que busca BlowUp) hallará en textos de muy diversa índole. En esta ocasión, además, hasta la maqueta del libro y la sintaxis del narrador parecía ponerse de acuerdo para que cada capítulo simulara tener la forma de un poema disfrazado de poema. «Yo quiero ser lo que amo./ Yo quiero ser un árbol o la espalda de Ana./ Mi padre me dice que me ponga calcetines./ ¡Te vas a enfriar!/ Yo estoy un poco mareado.» (p. 83)
Y, sin embargo, y aunque pareciera ya poco probable a estas alturas de la reseña y con el rastro de lector pesimista que puedo estar dejando, no tengo la más mínima duda de que El cuaderno de Hans logró levantar esos lastres (personales e intransferibles) más pronto que tarde, y que lo mismo es capaz de hacer en cualquier otro lector. Estos apuntes de Hans (donde da cuenta del día a día de sus padres —con sus diferencias, entre ellos y respecto a él— retrata a sus abuelos y vecinos, “pinta” el decorado de los lugares donde ha vivido, a caballo entre España y Alemania, y “garabatea” los más mínimos detalles de los que puede tener noción, con importancia o sin ella) van adquiriendo, línea a línea, una consistencia de muro, un equilibrio impecable. La lógica del niño puede ser enrevesada, hipnotizante, surreal o aplastante, creíble o inverosímil, como apuntaba antes, pero poco de todo eso tiene importancia cuando no le queda más remedio al lector que dejarse llevar por ella. Adoptar esa misma lógica, y empezar a comprender, ahora sí, un mundo que se abre ante los ojos de ese niño y ante el lector, pasar de situaciones que uno ha vivido (y a las que no había aprestado atención) a otras que supondrían un hallazgo y por tanto anhela. Comprender el mundo de Hans —su orden— y ser capaz entonces, ahora también, de disfrutar con esas escenas que querían ser poemas y no era, pero que desde luego son poéticos y son poesía, al fin, como cuando es capaz de pasar del silencio del mar y las conchas rotas en la playa, a la más pura contemplación y a unas gafas que se limpian en el bañador, de la vida y la muerte a la forma en que crecen las personas, hasta que ya no pueden crecer más. Comprender ese mundo, y que te convenza. Eso es lo que logran Hans y Javier Salinas con su Cuaderno.
Y con él, también, pensar que una colección de novelas cortas, si son como éstas, puede ser también un buen lugar donde a uno no le surjan tantas dudas estúpidas.
Tiene mucho suspense tu crítica, Paul. Me gusta. Son muy genuinas tus dudas. Al final estaba desesperada por saber si te había gustado. Me alegra que haya sido así.
ResponderEliminar...las colecciones dedicadas a novela corta, erótica, de ciencia ficción, al cuento, al teatro, a la poesía, al cómic, suenan a ortopedia editorial y en cierto es así. Aunque, imposición no quiere decir en todos los casos impostura. Creo que en el mundo editorial todavía hay algo de libertad y de valentía, porque veces encontramos libros que respiran, ¿no?