Trad. María Teresa Gallego Urrutia. Siruela, Madrid, 2007. 176 pp. 16,90 €
Miguel Sanfeliu
Del mismo modo que Gregorio Samsa se despertó una mañana convertido en un monstruoso insecto, Georges Frangin se despierta una mañana convertido en... ¡famoso! Con todo lo que ello conlleva. Todo el mundo lo conoce, todo el mundo lo atosiga, sin que él sepa por qué, del mismo modo en que el protagonista de El Proceso, K, es sometido a juicio sin llegar a conocer cuál es el delito que ha cometido. La relación entre este libro y las obras de Kafka es incuestionable, no en vano es Kafka el autor que mejor ha plasmado la esencia de nuestra época. El ídolo es una novela que denuncia el culto a la fama.
Es evidente que la televisión domina muchos aspectos de nuestra sociedad. Para un gran número de personas, la vida se rige por los horarios de los programas que se emiten por el omnipresente electrodoméstico, dueño absoluto de la armonía familiar, subido en su trono, con cuarto propio en la mayoría de los hogares. Resulta pues curioso que la literatura no se refiera a este fenómeno de un modo casi obsesivo sino más bien al contrario: las obras que giran en torno a la televisión suelen ser escasas, algunos títulos podrían ser Asesinato en directo, de Ben Elton, El año de la celebración de la carne, de José María Latorre, La televisión, de Philippe Toussant, o las recientes Ácido sulfúrico, de Amélie Nothomb y Objetos perdidos, de Carolyn Parkhurst.
En cierto modo, uno espera más de una trama como ésta, pues se trata del planteamiento ideal para denunciar la banalidad que afecta a la época que nos ha tocado vivir. Ser famoso se ha convertido en un fin en sí mismo. La fama ya no es la consecuencia de una actividad relevante, la fama puede existir sin que haya nada que la sustente, e incluso puede mantenerse. De hecho, en cuanto Frangin se convierte en famoso, será la televisión la que se prestará a la necesaria tarea de alimentar y mantener esa fama. A este respecto, son especialmente interesantes los episodios en los que el protagonista se entrevista con el responsable de un programa de televisión que le da consejos para que la gente siga teniéndole presente.
Frangin es un ser anodino, vulgar, a quien lo primero que le viene a la cabeza cuando la gente empieza a asediarle son unos sucesos de lo más peregrinos en los que, a lo largo de su vida, sintió que se ponía en evidencia, como cuando vomita en un autobús una hamburguesa de McDonald’s, el mismo día de la inauguración en Francia del primero de estos establecimientos de comida rápida. Pese a todo, el hecho de haberse convertido en famoso será algo que, poco a poco, le irá pareciendo natural: «Lo noto, estaba hecho para ser genial», llegará a afirmar. Y cuando alguien no lo reconozca, se sentirá incluso decepcionado. «¡Qué le vamos a hacer! Por mucho que nos hayan visto en la televisión, en las revistas y los periódicos, y a algunos incluso en los paquetes de galletas, siempre hay idiotas que no lo reconocen a uno». Al estupor inicial, a la incertidumbre por no saber a qué se debe su fama, le seguirá un estado de satisfacción, de aceptación de la situación no sólo como algo natural, sino como algo merecido.
La fama forma parte del espectáculo, no es una consecuencia de él. La fama es un fenómeno que se retroalimenta, aunque para ello deba recurrir a toda clase de argucias, de temas sórdidos. Es algo que puede afectar a cualquiera, pues las condiciones para alcanzarla son cada vez más elásticas y poco exigentes. Vivimos en una sociedad que rinde un tributo desmedido a la fama, que siente una admiración irracional y ridícula por cualquier famoso, sin tener en cuenta el motivo que provocó dicha fama. Los niños ya no quieren ser médicos, quieren ser famoso, simplemente.
El tono del libro es desenfadado y contiene escenas de una comicidad indiscutible. Está dividido en tres partes, siendo la primera la más extensa y ciñéndose las otras dos a mostrar la evolución que sufre la fama del protagonista. El modo en que la fama afecta a Georges Frangin es un asunto esencial de la trama, pero no lo es menos el modo en que nuestra sociedad crea y trata a sus famosos, resultando muy significativos los momentos en que los desconocidos se acercan a él para solicitarle autógrafos o para hacerse una foto en su compañía.
Serge Joncour es un escritor francés, nacido en 1961, de quien se ha publicado en nuestro país también su novela Ultravioleta, publicada igualmente por Siruela, y que obtuvo el Premio France Télévisions 2003. Es autor de otras seis novelas que no han sido traducidas al español.
Miguel Sanfeliu
Del mismo modo que Gregorio Samsa se despertó una mañana convertido en un monstruoso insecto, Georges Frangin se despierta una mañana convertido en... ¡famoso! Con todo lo que ello conlleva. Todo el mundo lo conoce, todo el mundo lo atosiga, sin que él sepa por qué, del mismo modo en que el protagonista de El Proceso, K, es sometido a juicio sin llegar a conocer cuál es el delito que ha cometido. La relación entre este libro y las obras de Kafka es incuestionable, no en vano es Kafka el autor que mejor ha plasmado la esencia de nuestra época. El ídolo es una novela que denuncia el culto a la fama.
Es evidente que la televisión domina muchos aspectos de nuestra sociedad. Para un gran número de personas, la vida se rige por los horarios de los programas que se emiten por el omnipresente electrodoméstico, dueño absoluto de la armonía familiar, subido en su trono, con cuarto propio en la mayoría de los hogares. Resulta pues curioso que la literatura no se refiera a este fenómeno de un modo casi obsesivo sino más bien al contrario: las obras que giran en torno a la televisión suelen ser escasas, algunos títulos podrían ser Asesinato en directo, de Ben Elton, El año de la celebración de la carne, de José María Latorre, La televisión, de Philippe Toussant, o las recientes Ácido sulfúrico, de Amélie Nothomb y Objetos perdidos, de Carolyn Parkhurst.
En cierto modo, uno espera más de una trama como ésta, pues se trata del planteamiento ideal para denunciar la banalidad que afecta a la época que nos ha tocado vivir. Ser famoso se ha convertido en un fin en sí mismo. La fama ya no es la consecuencia de una actividad relevante, la fama puede existir sin que haya nada que la sustente, e incluso puede mantenerse. De hecho, en cuanto Frangin se convierte en famoso, será la televisión la que se prestará a la necesaria tarea de alimentar y mantener esa fama. A este respecto, son especialmente interesantes los episodios en los que el protagonista se entrevista con el responsable de un programa de televisión que le da consejos para que la gente siga teniéndole presente.
Frangin es un ser anodino, vulgar, a quien lo primero que le viene a la cabeza cuando la gente empieza a asediarle son unos sucesos de lo más peregrinos en los que, a lo largo de su vida, sintió que se ponía en evidencia, como cuando vomita en un autobús una hamburguesa de McDonald’s, el mismo día de la inauguración en Francia del primero de estos establecimientos de comida rápida. Pese a todo, el hecho de haberse convertido en famoso será algo que, poco a poco, le irá pareciendo natural: «Lo noto, estaba hecho para ser genial», llegará a afirmar. Y cuando alguien no lo reconozca, se sentirá incluso decepcionado. «¡Qué le vamos a hacer! Por mucho que nos hayan visto en la televisión, en las revistas y los periódicos, y a algunos incluso en los paquetes de galletas, siempre hay idiotas que no lo reconocen a uno». Al estupor inicial, a la incertidumbre por no saber a qué se debe su fama, le seguirá un estado de satisfacción, de aceptación de la situación no sólo como algo natural, sino como algo merecido.
La fama forma parte del espectáculo, no es una consecuencia de él. La fama es un fenómeno que se retroalimenta, aunque para ello deba recurrir a toda clase de argucias, de temas sórdidos. Es algo que puede afectar a cualquiera, pues las condiciones para alcanzarla son cada vez más elásticas y poco exigentes. Vivimos en una sociedad que rinde un tributo desmedido a la fama, que siente una admiración irracional y ridícula por cualquier famoso, sin tener en cuenta el motivo que provocó dicha fama. Los niños ya no quieren ser médicos, quieren ser famoso, simplemente.
El tono del libro es desenfadado y contiene escenas de una comicidad indiscutible. Está dividido en tres partes, siendo la primera la más extensa y ciñéndose las otras dos a mostrar la evolución que sufre la fama del protagonista. El modo en que la fama afecta a Georges Frangin es un asunto esencial de la trama, pero no lo es menos el modo en que nuestra sociedad crea y trata a sus famosos, resultando muy significativos los momentos en que los desconocidos se acercan a él para solicitarle autógrafos o para hacerse una foto en su compañía.
Serge Joncour es un escritor francés, nacido en 1961, de quien se ha publicado en nuestro país también su novela Ultravioleta, publicada igualmente por Siruela, y que obtuvo el Premio France Télévisions 2003. Es autor de otras seis novelas que no han sido traducidas al español.
Voy a buscar este libro, me he quedado pensando en algunos puntos que reseña Sanfeliu y muchas preguntas resultan después de leer el texto.
ResponderEliminarNo conocía al autor.
Gracias de nuevo.
Saludos
Graciela