MR, Madrid, 2007. 416 pp. 21,50 €
Anna Grau
«Los que buscan el grial son idiotas», dicen varios personajes de El Cuarto Reino, la novela de Francesc Miralles que, de ser americana, en estos momentos ya estaría dando pie a una película de Tom Cruise, como mínimo. Porque Sean Connery y Harrison Ford están por desgracia algo mayores para interpretar a un periodista californiano de ascendencia catalana que en cuestión de horas pasa de cínico free-lance, divorciado y con una díscola hija, a aventurero internacional y mujeriego atónito. Leo Vidal, que así se llama nuestro hombre, lleva la antorcha de un thriller trepidante por Suiza, Japón, Barcelona, las montañas de Montserrat y la isla caribeña del mismo nombre, enzarzado muy a su pesar en una búsqueda del grial nazi que desde el mismo principio del libro ya hemos sabido que era de idiotas. Si hemos querido saberlo, claro está.
La muerte es sólo el principio, se nos dice también al ídem. Una frase inicial que el lector erudito y ágil reconocerá en el acto como la frase final de La muerte de Venus, la obra de Care Santos finalista del Premio Primavera. No es ni casualidad, ni un simple guiño; las dos novelas están minadas de verdaderas catacumbas comunicantes. Hunter, el perro cazafantasmas que desaparece misteriosamente en La muerte de Venus, reaparece en El Cuarto Reino para ayudar a Leo Vidal, que se había perdido por Montserrat, a reencontrar su camino hacia el monasterio (y de paso a recordar que camino recto, lo que se dice recto, sólo hay uno). Otro personaje de Miralles está leyendo la novela de Santos. Etc.
Todo ello ya debe ponernos en guardia ante unas cuantas cosas. Igual que la novela de Santos volcaba al español la mejor tradición anglosajona de novela de fantasmas, Miralles escribe en español una novela de aventuras, con implacable pulso cinematográfico, como no se suelen leer ni escribir por aquí. Pero además hay una muy sutil reinvención, cuando no subversión, del género. Santos dota a su historia de fantasmas de una intensidad, valga la redundancia, sobrenatural. Miralles ironiza sobre lo que escribe casi en tiempo real. Parece asistido por un portentoso talento para verse desde fuera mientras escribe. Para escribir, más que en tercera persona, en cuarta o quinta.
Aunque Leo Vidal se expresa todo el tiempo en primera. Detalle de cercanía o del sutilísimo cachondeo que se traen el autor y su personaje, que de americano tiene lo que yo de astronauta, atendiendo a su mentalidad. El mismo Leo participa sin complejos de esa autoincredulidad: se ríe de la raza americana, se mueve como pez en el agua por la Barceloneta y se pregunta cómo es posible que alguien a quien las mujeres nunca hicieron mayor caso, de repente desate tsunamis de erotismo internacional. Miralles urde un héroe tan simpático como indefendible: no nos consta que sea guapo, ni listo, ni que tenga látigo ni cultura ni que sepa por lo menos judo. Al final resulta que está donde está por enchufe. Y no hay ni un solo lío del que no tenga que sacarle una mujer; a menudo, dejándose la piel en el empeño.
Hay en ello una indiscernible aleación de burla y de ternura. Una reivindicación del libro escrito para mucha, muchísima gente, pero que no tiene por qué contribuir a que la gente sea idiota. A no ser que la gente decida serlo. El libro “pasa” como una cerveza en verano —no hay complicaciones de estilo que obliguen a hacer la digestión dos horas antes de meterse en el agua— pero cuando ya lo tienes en la barriga produce interesantes alucinaciones. Obliga a entrever el secreto mundo de un escritor puñeteramente inteligente y totalmente inclasificable —sólo hay que comparar El cuarto reino con La vida es una suave quemadura- y que practica una escritura muy sexy. Insinuante. Cautivadora. Y al fin descubres por qué eran tan burros los que buscaban el grial: mira que no encontrarlo a la primera.
Anna Grau
«Los que buscan el grial son idiotas», dicen varios personajes de El Cuarto Reino, la novela de Francesc Miralles que, de ser americana, en estos momentos ya estaría dando pie a una película de Tom Cruise, como mínimo. Porque Sean Connery y Harrison Ford están por desgracia algo mayores para interpretar a un periodista californiano de ascendencia catalana que en cuestión de horas pasa de cínico free-lance, divorciado y con una díscola hija, a aventurero internacional y mujeriego atónito. Leo Vidal, que así se llama nuestro hombre, lleva la antorcha de un thriller trepidante por Suiza, Japón, Barcelona, las montañas de Montserrat y la isla caribeña del mismo nombre, enzarzado muy a su pesar en una búsqueda del grial nazi que desde el mismo principio del libro ya hemos sabido que era de idiotas. Si hemos querido saberlo, claro está.
La muerte es sólo el principio, se nos dice también al ídem. Una frase inicial que el lector erudito y ágil reconocerá en el acto como la frase final de La muerte de Venus, la obra de Care Santos finalista del Premio Primavera. No es ni casualidad, ni un simple guiño; las dos novelas están minadas de verdaderas catacumbas comunicantes. Hunter, el perro cazafantasmas que desaparece misteriosamente en La muerte de Venus, reaparece en El Cuarto Reino para ayudar a Leo Vidal, que se había perdido por Montserrat, a reencontrar su camino hacia el monasterio (y de paso a recordar que camino recto, lo que se dice recto, sólo hay uno). Otro personaje de Miralles está leyendo la novela de Santos. Etc.
Todo ello ya debe ponernos en guardia ante unas cuantas cosas. Igual que la novela de Santos volcaba al español la mejor tradición anglosajona de novela de fantasmas, Miralles escribe en español una novela de aventuras, con implacable pulso cinematográfico, como no se suelen leer ni escribir por aquí. Pero además hay una muy sutil reinvención, cuando no subversión, del género. Santos dota a su historia de fantasmas de una intensidad, valga la redundancia, sobrenatural. Miralles ironiza sobre lo que escribe casi en tiempo real. Parece asistido por un portentoso talento para verse desde fuera mientras escribe. Para escribir, más que en tercera persona, en cuarta o quinta.
Aunque Leo Vidal se expresa todo el tiempo en primera. Detalle de cercanía o del sutilísimo cachondeo que se traen el autor y su personaje, que de americano tiene lo que yo de astronauta, atendiendo a su mentalidad. El mismo Leo participa sin complejos de esa autoincredulidad: se ríe de la raza americana, se mueve como pez en el agua por la Barceloneta y se pregunta cómo es posible que alguien a quien las mujeres nunca hicieron mayor caso, de repente desate tsunamis de erotismo internacional. Miralles urde un héroe tan simpático como indefendible: no nos consta que sea guapo, ni listo, ni que tenga látigo ni cultura ni que sepa por lo menos judo. Al final resulta que está donde está por enchufe. Y no hay ni un solo lío del que no tenga que sacarle una mujer; a menudo, dejándose la piel en el empeño.
Hay en ello una indiscernible aleación de burla y de ternura. Una reivindicación del libro escrito para mucha, muchísima gente, pero que no tiene por qué contribuir a que la gente sea idiota. A no ser que la gente decida serlo. El libro “pasa” como una cerveza en verano —no hay complicaciones de estilo que obliguen a hacer la digestión dos horas antes de meterse en el agua— pero cuando ya lo tienes en la barriga produce interesantes alucinaciones. Obliga a entrever el secreto mundo de un escritor puñeteramente inteligente y totalmente inclasificable —sólo hay que comparar El cuarto reino con La vida es una suave quemadura- y que practica una escritura muy sexy. Insinuante. Cautivadora. Y al fin descubres por qué eran tan burros los que buscaban el grial: mira que no encontrarlo a la primera.
Desde luego, Miralles es más interesante que la media de los que escriben este tipo de novelas.
ResponderEliminarSinceramente, creo que lo mejor de El Cuarto Reino es que el "grial" no sea más que ...un libro. ¿no será ese el "grial" que buscamos todos los que estamos en esta página?
ResponderEliminarAcabo de leer este libro. No niego que sea un libro de lectura fácil, ágil, pero con una historia pésima y una final peor. No lo recomiendo.
ResponderEliminarAcabo de leer el libro y sinceramente me ha dejado muy buen sabor de boca.Es un final inesperado y creo que es lo que debe de tener un libro de este estilo, si no , para que seguir leyendo? Yo doy mi humilde voto y recomiendo su lectura...
ResponderEliminarTerminé el libro anoche, y lo mejor que puedo decir de él es que no lo compré. De todas formas, creo que tu comentario da más entidad a una obra que sólo puede indultarse desde el absurdo. Leo se mueve por el planeta impulsado por el azar, ayudado por gente de lo más peregrina e interviniendo en actividades que no ayudan a que se solucione nada. De paso, nos cuenta anécdotas del tipo de Bruce Lee que son un "pasaba por allÍ", y trata de convencernos de que lo que cuenta puede ser emocionante. En fin. Si era burla,es tan sutil que no lo parece.
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