miércoles, agosto 29, 2007

El vecino de abajo, Mercedes Abad

Alfaguara, Madrid, 2007. 266 pp. 17,50 €

Pedro M. Domene

Lo cotidiano y lo anodino, lo común que incluye aspectos puramente anecdóticos de nuestra existencia, son algunos de los temas y tramas que, en estos últimos años, se están convirtiendo en moneda de cambio para que nuestra narrativa levante acta de una sociedad en la que priva lo convencional. Sólo cuando nuestra vida perfectamente controlada es perturbada, iniciamos un repentino giro que nos lleva a las situaciones más inusuales, como le ocurre a la protagonista de la última novela de Mercedes Abad (Barcelona, 1961), El vecino de abajo: una solitaria traductora que ve cómo su vida tranquila es alterada por la obras de reforma que una mañana de lunes inicia su vecino de abajo sin previo aviso.
La nueva situación, que incluye golpes y martillazos, ruidos propios de los trabajos de albañilería, genera tal desorden en la vida de esta traductora que en una primera instancia decide huir de su habitual lugar de trabajo para posteriormente iniciar toda una guerra contra el vecino identificado, Miquel Aubert, quien además de rico se las da de listillo cuando la vecina intenta protestar y éste le aclara que tiene todos los permisos en regla. Abad —que ha trabajado como traductora, incluso como actriz e intérprete—, logra con este particular testimonio presentarnos formas de vida actuales que, con un toque personalísimo, convierte en buena literatura sin preocuparse por concretar, hubiera sido fácil, sobre aspectos sociológicos o morales. Porque lo sobresaliente es que, tras varios intentos fallidos, esta mujer inicia una auténtica guerra contra el vecino, dispuesta en todo momento en no dar cuartel al enemigo. Pero Mercedes Abad, que es una experta narradora, dueña de esa disposición interna que se otorga al mejor de los relatos, capaz de ligar todas las partes de un asunto o un enredo, y cuya obra está teñida de un humorismo poco habitual en la novela española contemporánea, y de un sarcasmo y de una ironía que le sirven para mostrar las abundantes contradicciones de nuestra sociedad, sale airosa de un inicial relato anodino que —en otros casos— hubiera dado para un simple relato, además en el más puro estilo del realismo sucio norteamericano.
A través de una galería de personajes bien trazados, magnifica (sirva el ejemplo del alter ego de la traductora, Betty Correa, que intenta quitarle protagonismo), nombres que sin ser importantes logran mostrar esa conflictividad humana que nos convierte singulares para así constatar la farsa diaria en que vivimos. Y al margen de un seudo retrato sociológico lo que sí logra contarnos la narradora catalana es la historia dolorosa de una soledad, la de una mujer que convierte su febril venganza en una meta que dé sentido a su vida, oculta para más señas en una existencia acomplejada, tan vacía como falta de esperanza.
Numerosos episodios se suceden en una novela ágil que conforma un particular universo narrativo, como los rótulos de protesta de la protagonista, su inexplicable detención y posterior encarcelación o el engaño de la Rastignac Guide. Lo mejor su amenidad, escrita en un lenguaje directo, sin excesivo artificio que logra cautivarnos sin problemas y vendernos una historia tan desquiciada como real.

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