Premio Internacional de Cuentos Manuel Llano. Pre-Textos, Valencia, 2007. 60 pp. 8 €
Miguel Baquero
La nostalgia puede ser una sustancia peligrosa cuando cae en según qué manos: me estoy refiriendo a esos tipos que toman su infancia o su adolescencia y la idealizan de tal forma que acaban por provocar en el lector una hiperglucemia, un exceso de azúcar en la sangre. Y si acaso no caen en la cursilería, lo más normal es que los autores se retraten a sí mismos, en su época juvenil, como heroicos luchadores, grandes seductores, pioneros de toda modernidad y vanguardistas avant la lettre.
Zeppelín es una colección de relatos con la que José Manuel Martín Peña (Castuera, 1964) ha ganado recientemente el Premio Internacional de Cuentos Manuel Llano, convocado por el Gobierno de Cantabria. En Zeppelín se aborda el tema clásico de la nostalgia mediante el recuerdo de los años infantiles y juveniles en una España (años ochenta) donde la apertura hacia lo moderno y europeo convivía día a día, rincón a rincón, con bolsas de ese subdesarrollo tanto material como moral que se había ido incubando durante cuarenta años. En esta colección de cuentos, Martín Peña nos narra, de modo impresionista, a leves pinceladas que hay que ver desde la distancia para captar el color general del cuadro, la vida de unos jóvenes en aquella España ilusionada en que todo parecía ser posible.
Estamos hablando de esa España, en concreto ese Madrid de los suburbios, donde los chavales de clase media que empezaban a viajar a Londres, aunque solo fuera con el pensamiento, e integrarse en las corrientes musicales, eran recibidos al llegar a casa por unos padres que hacía apenas unas décadas habían huido del arado. Padres que todavía conservaban las viejas costumbres, supersticiones y prejuicios de la España profunda, y que no pueden dejar de contemplar con odio sordo el ascenso de otro, hasta hace poco, descamisado como ellos. Frente a estos padres, como pocas veces ha estado una generación frente a otra, chavales que, confundidos por el tropel del mundo, no se atreven a tomar una decisión sobre su vida y pasan los días repartiendo propaganda, tomando botellines en el bar, trabajando de cualquier cosa eventual, saliendo para delante de cualquier modo. Toda esta gente que hoy anda en torno a los cuarenta años y que tuvo que crearse, con mayor o menor fortuna, sus propios referentes, e importar a toda prisa los modelos de fuera.
El gran logro de esta colección de cuentos pequeña, poco más de cincuenta páginas, pero sentida y entrañable como pocas, es que su autor, Martín Peña, se integra en ese grupo de personas sin pretender, como hacen tantos otros, destacar sobre el común por una supuesta gran personalidad o una más supuesta aún sensibilidad artística. En un cuento, por lo demás de muy atractiva técnica, como “Galería de personajes”, en que mediante la presentación de una veintena de jóvenes el autor consigue formar una panorámica humana del barrio, el mismo autor se incluye en ese grupo sin ningún protagonismo ni privilegio moral, como uno más de tantos como crecieron en Vicálvaro en los años ochenta, uno más de tantos como se creían grandes artistas y tipos de un gusto exquisito, y uno más de tantos como finalmente han acabado arrumbados en un empleo sin futuro o, aún peor, en un empleo con futuro.
Zeppelín es una pequeña historia, contada al oído, sobre la juventud (aquellos días en que nos echábamos unas risas) en la que todos nos reconocemos de alguna manera. Y ya no digo aquellos chavales que vivieron la dura época (una historia que todavía está por contar) de la Transición cultural; son unos cuentos en los que cualquier persona que un día haya tenido sensibilidad, y que ve como todo, poco a poco, va entrando en una vía muerta, puede reconocerse. Es la eterna historia de la humanidad, la crónica de los sueños rotos, pero narrada, como apunté al principio, sin sentimentalismos baratos, sin lamentaciones inútiles, sin grandes aspavientos.
Junto con esta forma sensible de presentar la nostalgia, no de regodearse en ella, en Zeppelín descubrimos a un magnifico narrador y, sobre todo, a un excepcional constructor de ambientes y transmisor de sensaciones. Un autor de palabra medida: muy pocas, por no decir casi ninguna, están de más en estos relatos, muy poco es en realidad superfluo y, en ocasiones, nos encontramos con frases que nos conmueven por su enorme contundencia: «No hay nada tan triste como caminar junto a alguien que va pensando en sus cosas». Un escritor, en suma, de excelente gusto, de los que siempre se agradece descubrir.
Miguel Baquero
La nostalgia puede ser una sustancia peligrosa cuando cae en según qué manos: me estoy refiriendo a esos tipos que toman su infancia o su adolescencia y la idealizan de tal forma que acaban por provocar en el lector una hiperglucemia, un exceso de azúcar en la sangre. Y si acaso no caen en la cursilería, lo más normal es que los autores se retraten a sí mismos, en su época juvenil, como heroicos luchadores, grandes seductores, pioneros de toda modernidad y vanguardistas avant la lettre.
Zeppelín es una colección de relatos con la que José Manuel Martín Peña (Castuera, 1964) ha ganado recientemente el Premio Internacional de Cuentos Manuel Llano, convocado por el Gobierno de Cantabria. En Zeppelín se aborda el tema clásico de la nostalgia mediante el recuerdo de los años infantiles y juveniles en una España (años ochenta) donde la apertura hacia lo moderno y europeo convivía día a día, rincón a rincón, con bolsas de ese subdesarrollo tanto material como moral que se había ido incubando durante cuarenta años. En esta colección de cuentos, Martín Peña nos narra, de modo impresionista, a leves pinceladas que hay que ver desde la distancia para captar el color general del cuadro, la vida de unos jóvenes en aquella España ilusionada en que todo parecía ser posible.
Estamos hablando de esa España, en concreto ese Madrid de los suburbios, donde los chavales de clase media que empezaban a viajar a Londres, aunque solo fuera con el pensamiento, e integrarse en las corrientes musicales, eran recibidos al llegar a casa por unos padres que hacía apenas unas décadas habían huido del arado. Padres que todavía conservaban las viejas costumbres, supersticiones y prejuicios de la España profunda, y que no pueden dejar de contemplar con odio sordo el ascenso de otro, hasta hace poco, descamisado como ellos. Frente a estos padres, como pocas veces ha estado una generación frente a otra, chavales que, confundidos por el tropel del mundo, no se atreven a tomar una decisión sobre su vida y pasan los días repartiendo propaganda, tomando botellines en el bar, trabajando de cualquier cosa eventual, saliendo para delante de cualquier modo. Toda esta gente que hoy anda en torno a los cuarenta años y que tuvo que crearse, con mayor o menor fortuna, sus propios referentes, e importar a toda prisa los modelos de fuera.
El gran logro de esta colección de cuentos pequeña, poco más de cincuenta páginas, pero sentida y entrañable como pocas, es que su autor, Martín Peña, se integra en ese grupo de personas sin pretender, como hacen tantos otros, destacar sobre el común por una supuesta gran personalidad o una más supuesta aún sensibilidad artística. En un cuento, por lo demás de muy atractiva técnica, como “Galería de personajes”, en que mediante la presentación de una veintena de jóvenes el autor consigue formar una panorámica humana del barrio, el mismo autor se incluye en ese grupo sin ningún protagonismo ni privilegio moral, como uno más de tantos como crecieron en Vicálvaro en los años ochenta, uno más de tantos como se creían grandes artistas y tipos de un gusto exquisito, y uno más de tantos como finalmente han acabado arrumbados en un empleo sin futuro o, aún peor, en un empleo con futuro.
Zeppelín es una pequeña historia, contada al oído, sobre la juventud (aquellos días en que nos echábamos unas risas) en la que todos nos reconocemos de alguna manera. Y ya no digo aquellos chavales que vivieron la dura época (una historia que todavía está por contar) de la Transición cultural; son unos cuentos en los que cualquier persona que un día haya tenido sensibilidad, y que ve como todo, poco a poco, va entrando en una vía muerta, puede reconocerse. Es la eterna historia de la humanidad, la crónica de los sueños rotos, pero narrada, como apunté al principio, sin sentimentalismos baratos, sin lamentaciones inútiles, sin grandes aspavientos.
Junto con esta forma sensible de presentar la nostalgia, no de regodearse en ella, en Zeppelín descubrimos a un magnifico narrador y, sobre todo, a un excepcional constructor de ambientes y transmisor de sensaciones. Un autor de palabra medida: muy pocas, por no decir casi ninguna, están de más en estos relatos, muy poco es en realidad superfluo y, en ocasiones, nos encontramos con frases que nos conmueven por su enorme contundencia: «No hay nada tan triste como caminar junto a alguien que va pensando en sus cosas». Un escritor, en suma, de excelente gusto, de los que siempre se agradece descubrir.
Acabo de leer tu cuento ( me permito el tuteo) Zepelling.
ResponderEliminarExcelente. Muy bueno.
Da gusto encontrar relatos así. Auténtico y sin pompa.
Enhorabuena.