Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, Barcelona, 2007. 70 pp. 24 €
Alejandro Luque
Con Ory me sucede lo mismo que con mis grupos de rock favoritos: cuando parece que nada queda ya por inventar, en el momento en que todo alrededor suena precocinado, refrito, descafeinado, recalentado, siempre saben cómo refundar su propia música, cómo sacar de la chistera matices insólitos, e incluso hacer que los viejos acordes se nos revelen como recién salidos del horno, crujientes y sabrosos.
El último regalo de Ory acaba de ver la luz y se llama El desenterrador de vivos, una antología de poemas que, no por conocidos, dejan de conmover y aturdir como pueden hacerlo Smoke on the water o Back in black. Una edición preciosa llena de himnos. Y no me refiero a canciones patrióticas, a menos que dejemos claro que la patria de Ory es el mar y el amar. Eso y el lenguaje, la juguetería líquida e inagotable del diccionario, en la que el poeta se zambulle, bucea hondo, encuentra tesoros, visita vientres de ballena, se desespera, ríe hasta las lágrimas, invoca a César Vallejo y a Lautréamont... Y todo ese parque temático en apenas 60 páginas. El más doliente, el más divertido, el mejor de nuestros poetas amorosos, el más vivo —¡qué ochenta y pico años!— regresa con un libro lleno de lujos (y algunas lujurias), acompañado con un hermoso prólogo de Francisco Nieva, deliciosas ilustraciones, un CD con poemas musicados de Fernando Polavieja y Luis Eduardo Aute (del que destacaría esa bellísima versión de Cuando no cante más) y un breve documental de Álvaro Forqué.
Alejandro Luque
Con Ory me sucede lo mismo que con mis grupos de rock favoritos: cuando parece que nada queda ya por inventar, en el momento en que todo alrededor suena precocinado, refrito, descafeinado, recalentado, siempre saben cómo refundar su propia música, cómo sacar de la chistera matices insólitos, e incluso hacer que los viejos acordes se nos revelen como recién salidos del horno, crujientes y sabrosos.
El último regalo de Ory acaba de ver la luz y se llama El desenterrador de vivos, una antología de poemas que, no por conocidos, dejan de conmover y aturdir como pueden hacerlo Smoke on the water o Back in black. Una edición preciosa llena de himnos. Y no me refiero a canciones patrióticas, a menos que dejemos claro que la patria de Ory es el mar y el amar. Eso y el lenguaje, la juguetería líquida e inagotable del diccionario, en la que el poeta se zambulle, bucea hondo, encuentra tesoros, visita vientres de ballena, se desespera, ríe hasta las lágrimas, invoca a César Vallejo y a Lautréamont... Y todo ese parque temático en apenas 60 páginas. El más doliente, el más divertido, el mejor de nuestros poetas amorosos, el más vivo —¡qué ochenta y pico años!— regresa con un libro lleno de lujos (y algunas lujurias), acompañado con un hermoso prólogo de Francisco Nieva, deliciosas ilustraciones, un CD con poemas musicados de Fernando Polavieja y Luis Eduardo Aute (del que destacaría esa bellísima versión de Cuando no cante más) y un breve documental de Álvaro Forqué.
De postre, 33 aerolitos inéditos a modo de bocados vitamínicos y un nuevo poema, Orinoco, en el que todos los atributos de Ory, su lucidez, su humor, su avasalladora humanidad, su dominio absoluto del verso, rozan el prodigio y hacen de El desenterrador de vivos todo lo contrario de un álbum conmemorativo: un certificado vigor y efervescencia. Como las guitarras de los buenos roqueros, la pluma eléctrica del poeta suena tan afinada como siempre y más cañera que nunca.
Bonito, muy bonito, Alejandro Luque. ¡Viva Carlos Edmundo de Ory!.
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