Julián Díez
Todos los artistas sin éxito sueñan con ser en realidad genios incomprendidos. Es el mito de Van Gogh: morir en el anonimato para ser reconocido póstumamente. No son tantos los creadores que reciben ese crédito póstumo. Quizá uno de los casos más singulares en las últimas décadas es el de Philip K. Dick, que murió tres meses antes de que la película basada en una de sus novelas llegara a las pantallas para cambiar la estética del final del siglo XX, justo hace 25 años.
Blade Runner fue sólo la primera de las incontables obras de Dick que luego han pasado al celuloide. Minority Report, Desafío total o la reciente A Scanner Darkly son tres de ellas; se habla ahora de una adaptación de su vida protagonizada por Paul Giamatti. Y existen otras películas notables como Abre los ojos, El show de Truman o Matrix, que beben directamente de sus ideas. El adjetivo “dickiano” comienza a emplearse al igual que los derivados de otros grandes de la literatura, como “kafkiano” o “joyceano”. Y, sin embargo, Dick murió con apenas 54 años prácticamente solo, ni siquiera reconocido por la mayoría de los lectores de ciencia ficción como un grande. Hasta entonces, vivió con modestia de su pluma: el relato original de Minority Report, película que recaudaría 132 millones de dólares 50 años después, él lo vendió a una revista por 130 dólares.
La razón de su tardío reconocimiento está, básicamente, en el desprestigio que sufre el género de ciencia ficción, al que él —de forma no del todo intencionada— consagró su vida. Tras un periodo de estudios marcado por sus desórdenes psíquicos —motivados, en parte, por el fallecimiento de su hermana gemela a las cinco semanas de vida, que terminó por convertirse en una obsesión para él—, comenzó a escribir relatos de ciencia ficción como un complemento a sus ingresos como dependiente en una tienda de discos. En el periodo entre 1952 y 1955 escribió casi cincuenta historias, algunas de ellas consideradas como obras maestras. En algunas de ellas ya están los elementos reconocidos hoy como “dickianos”: fundamentalmente, las dudas de los personajes sobre la realidad que les rodea, bien inducidas por el consumo de drogas o por la presencia de seres artificiales que simulan ser humanos..
En 1955 apareció su primera novela, Lotería solar, que le permitió dedicarse definitivamente de forma exclusiva a la literatura. Pero a la vez que sus novelas de ciencia ficción aparecían en baratas ediciones pulp, Dick comenzó a escribir novelas realistas. Ninguna de las diez que terminó —de las que se conservan ocho— fue publicada en vida. Una editorial independiente, Bibliópolis, comenzará esta primavera a editarlas en castellano, comenzando por En busca de Milton Lumky.
El fracaso de estas obras adelantadas a su tiempo produjo una gran amargura en el autor, que se sumó a ciertos problemas personales. Su primera mujer era simpatizante del Partido Socialista, por lo que ambos fueron investigados por el FBI, creando en la delicada psique del escritor una paranoia que le acompañaría el resto de su vida. Ese matrimonio fracasó, como lo subsiguientes, enredando a Dick en una trama de obligaciones económicas que condicionaría su obra en los años posteriores. Si en los primeros sesenta había escrito obras tan impresionantes como El hombre en el castillo (Minotauro), poco a poco la necesidad de aumentar sus ingresos le obligaría a escribir a toda velocidad novelillas desquiciadas, en las que sólo ocasionalmente brilla su talento, con tal de pagar las pensiones a sus ex mujeres (que llegaron a ser cinco). Para incentivar su creatividad, se introdujo en el consumo de drogas, en particular LSD y anfetaminas. Según otro autor de ciencia ficción de la época, John Brunner, «literalmente se tomaba las pastillas a puñados». En ese periodo se alternan trabajos sin valor con obras maestras indiscutibles, como Ubik, Los tres estigmas de Palmer Eldritch o ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, su obra más conocida por haber sido adaptada al cine como Blade Runner, aunque no la mejor desde un punto de vista literario. Por cierto que sobre el cambio de título existe una curiosa anécdota. Cuando se le preguntó al respecto, poco antes de su muerte, afirmó: «Si supiera dar buenos títulos, me habría dedicado a la publicidad. En cambio, lo que se me da bien son las novelas».
Gracias a obras como esas, poco a poco, la ciencia ficción de Dick alcanzó un modesto reconocimiento. Los jóvenes autores de los sesenta, una generación revolucionaria dentro de la ciencia ficción, le fueron reconociendo como un precursor por sus temas originales. Y dos de los otros grandes escritores de la historia del género se declararían incondicionales admiradores suyos. La estadounidense Ursula K. Le Guin le calificó como «nuestro Borges» y homenajeó sus temas en una novela, La rueda del cielo. Por su parte, el polaco Stanislaw Lem publicó un escandaloso artículo, “Philip K. Dick, un visionario entre charlatanes”, en el que ensalzaba al escritor californiano mientras denigraba sin piedad al resto de la ciencia ficción estadounidense.
Sin embargo, lo que cambió la vida de Dick fue su inmersión en el misticismo. Es difícil estimar la relación causa-efecto entre las drogas y sus numerosas visiones religiosas, pero de hecho Dick abandonó las primeras para abrazar las segundas. Dios se le reveló primero a través de los pendientes en forma de pez de una repartidora a domicilio, y le habló más tarde a través de un rayo de luz rosa, que entre otras cosas, Dick aseguró que le había informado del exacto alcance de la enfermedad de uno de sus hijos. El escritor afirmó que vivía simultáneamente su vida y la de un cristiano del siglo I. De hecho, Dick sostenía que el Imperio Romano no había tenido fin, y que seguía controlando el mundo; el emperador en esa época era, según él, Richard Nixon. De manera muy característica, Dick mantuvo ante sus experiencias un comportamiento racional y las analizó para dar forma a su pensamiento religioso —ligado, sobre todo, al movimiento gnóstico— en una obra monumental, de 8.000 páginas, conocida como la Exégesis, de la que sólo se ha publicado en inglés una selección.
No abandonó, entretanto, la ciencia ficción, si bien sus últimos trabajos difícilmente pueden encuadrarse en lo que una visión externa considera como las temáticas de ese género. La novela Valis es considerada el resumen perfecto de ese periodo, ya que el propio Dick es protagonista de la historia bajo el seudónimo de Horselover Fat, personaje al que también se le revela Dios, en la misma fecha que lo hizo a Dick y a través del rayo de luz rosa.
En 1982, la vida parecía sonreír modestamente a Dick. Se había habituado —tal vez por primera vez desde la adolescencia— a la soltería, y compartía muchas horas con una parroquia de jóvenes escritores de ciencia ficción en la que ejercía su magisterio, conocida después como “El grupo de California”, entre los que destacaba Tim Powers. Estaba ilusionado con la escritura de una nueva obra de ciencia ficción mística, The Owl in the Daylight. El prestigio de su obra crecía continuamente en Francia, donde se hablaba incluso de publicar sus novelas realistas. Y le gustaba lo que sabía de la película Blade Runner, que había vendido para el cine por sólo 2.500 dólares pero que podía abrirle las puertas de Hollywood. Sin embargo, sufrió un paro cardíaco que acabó prematuramente con su vida.
Las razones por las que la obra de Dick posee una creciente influencia se perciben de inmediato al disfrutar de algunos de sus mejores trabajos, como los ya citados. Cuando Dick presenta una de sus frecuentes situaciones en las que el lector no sabe qué es real en el contexto de la novela, si lo que cree uno u otro de sus personajes, o lo que él mismo puede percibir por su cuenta, la voz del autor tiene una increíble capacidad para mantenerse al margen, sin ofrecer pistas. Dick cambia una y otra vez el foco de su mirada entre los diferentes personajes, sin comprometerse jamás con el punto de vista de ninguno, y generando empatía hacia las posiciones más extremas e incluso indignas. Todos ellos, además, son gente corriente, lejos de los héroes característicos de la ciencia ficción; sometidos a un universo y una sociedad hostiles, pero ante los cuales mantienen una la resistencia silenciosa y constante. Una y otra vez sus narraciones sorprenden las expectativas del lector, conduciendo el relato por senderos improbables, apelando unas veces a un retorcido sentido del humor, otras a una capacidad brillante para crear pesadillas verosímiles.
Lejos de mermar su influencia, su radical giro hacia el misticismo en 1974 sumó misterio a su figura. Además, Dick fue capaz de ligar sus temáticas tradicionales con ese nuevo enfoque: en Valis llega a afirmar que «en ocasiones, la locura es la única respuesta posible a la realidad». Hoy, su legado sirve para entender fenómenos como el desarrollo de la robótica y la realidad virtual, y para anticipar la alienación del individuo ante una sociedad cada vez más deshumanizada y difícil de entender.
Todos los artistas sin éxito sueñan con ser en realidad genios incomprendidos. Es el mito de Van Gogh: morir en el anonimato para ser reconocido póstumamente. No son tantos los creadores que reciben ese crédito póstumo. Quizá uno de los casos más singulares en las últimas décadas es el de Philip K. Dick, que murió tres meses antes de que la película basada en una de sus novelas llegara a las pantallas para cambiar la estética del final del siglo XX, justo hace 25 años.
Blade Runner fue sólo la primera de las incontables obras de Dick que luego han pasado al celuloide. Minority Report, Desafío total o la reciente A Scanner Darkly son tres de ellas; se habla ahora de una adaptación de su vida protagonizada por Paul Giamatti. Y existen otras películas notables como Abre los ojos, El show de Truman o Matrix, que beben directamente de sus ideas. El adjetivo “dickiano” comienza a emplearse al igual que los derivados de otros grandes de la literatura, como “kafkiano” o “joyceano”. Y, sin embargo, Dick murió con apenas 54 años prácticamente solo, ni siquiera reconocido por la mayoría de los lectores de ciencia ficción como un grande. Hasta entonces, vivió con modestia de su pluma: el relato original de Minority Report, película que recaudaría 132 millones de dólares 50 años después, él lo vendió a una revista por 130 dólares.
La razón de su tardío reconocimiento está, básicamente, en el desprestigio que sufre el género de ciencia ficción, al que él —de forma no del todo intencionada— consagró su vida. Tras un periodo de estudios marcado por sus desórdenes psíquicos —motivados, en parte, por el fallecimiento de su hermana gemela a las cinco semanas de vida, que terminó por convertirse en una obsesión para él—, comenzó a escribir relatos de ciencia ficción como un complemento a sus ingresos como dependiente en una tienda de discos. En el periodo entre 1952 y 1955 escribió casi cincuenta historias, algunas de ellas consideradas como obras maestras. En algunas de ellas ya están los elementos reconocidos hoy como “dickianos”: fundamentalmente, las dudas de los personajes sobre la realidad que les rodea, bien inducidas por el consumo de drogas o por la presencia de seres artificiales que simulan ser humanos..
En 1955 apareció su primera novela, Lotería solar, que le permitió dedicarse definitivamente de forma exclusiva a la literatura. Pero a la vez que sus novelas de ciencia ficción aparecían en baratas ediciones pulp, Dick comenzó a escribir novelas realistas. Ninguna de las diez que terminó —de las que se conservan ocho— fue publicada en vida. Una editorial independiente, Bibliópolis, comenzará esta primavera a editarlas en castellano, comenzando por En busca de Milton Lumky.
El fracaso de estas obras adelantadas a su tiempo produjo una gran amargura en el autor, que se sumó a ciertos problemas personales. Su primera mujer era simpatizante del Partido Socialista, por lo que ambos fueron investigados por el FBI, creando en la delicada psique del escritor una paranoia que le acompañaría el resto de su vida. Ese matrimonio fracasó, como lo subsiguientes, enredando a Dick en una trama de obligaciones económicas que condicionaría su obra en los años posteriores. Si en los primeros sesenta había escrito obras tan impresionantes como El hombre en el castillo (Minotauro), poco a poco la necesidad de aumentar sus ingresos le obligaría a escribir a toda velocidad novelillas desquiciadas, en las que sólo ocasionalmente brilla su talento, con tal de pagar las pensiones a sus ex mujeres (que llegaron a ser cinco). Para incentivar su creatividad, se introdujo en el consumo de drogas, en particular LSD y anfetaminas. Según otro autor de ciencia ficción de la época, John Brunner, «literalmente se tomaba las pastillas a puñados». En ese periodo se alternan trabajos sin valor con obras maestras indiscutibles, como Ubik, Los tres estigmas de Palmer Eldritch o ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, su obra más conocida por haber sido adaptada al cine como Blade Runner, aunque no la mejor desde un punto de vista literario. Por cierto que sobre el cambio de título existe una curiosa anécdota. Cuando se le preguntó al respecto, poco antes de su muerte, afirmó: «Si supiera dar buenos títulos, me habría dedicado a la publicidad. En cambio, lo que se me da bien son las novelas».
Gracias a obras como esas, poco a poco, la ciencia ficción de Dick alcanzó un modesto reconocimiento. Los jóvenes autores de los sesenta, una generación revolucionaria dentro de la ciencia ficción, le fueron reconociendo como un precursor por sus temas originales. Y dos de los otros grandes escritores de la historia del género se declararían incondicionales admiradores suyos. La estadounidense Ursula K. Le Guin le calificó como «nuestro Borges» y homenajeó sus temas en una novela, La rueda del cielo. Por su parte, el polaco Stanislaw Lem publicó un escandaloso artículo, “Philip K. Dick, un visionario entre charlatanes”, en el que ensalzaba al escritor californiano mientras denigraba sin piedad al resto de la ciencia ficción estadounidense.
Sin embargo, lo que cambió la vida de Dick fue su inmersión en el misticismo. Es difícil estimar la relación causa-efecto entre las drogas y sus numerosas visiones religiosas, pero de hecho Dick abandonó las primeras para abrazar las segundas. Dios se le reveló primero a través de los pendientes en forma de pez de una repartidora a domicilio, y le habló más tarde a través de un rayo de luz rosa, que entre otras cosas, Dick aseguró que le había informado del exacto alcance de la enfermedad de uno de sus hijos. El escritor afirmó que vivía simultáneamente su vida y la de un cristiano del siglo I. De hecho, Dick sostenía que el Imperio Romano no había tenido fin, y que seguía controlando el mundo; el emperador en esa época era, según él, Richard Nixon. De manera muy característica, Dick mantuvo ante sus experiencias un comportamiento racional y las analizó para dar forma a su pensamiento religioso —ligado, sobre todo, al movimiento gnóstico— en una obra monumental, de 8.000 páginas, conocida como la Exégesis, de la que sólo se ha publicado en inglés una selección.
No abandonó, entretanto, la ciencia ficción, si bien sus últimos trabajos difícilmente pueden encuadrarse en lo que una visión externa considera como las temáticas de ese género. La novela Valis es considerada el resumen perfecto de ese periodo, ya que el propio Dick es protagonista de la historia bajo el seudónimo de Horselover Fat, personaje al que también se le revela Dios, en la misma fecha que lo hizo a Dick y a través del rayo de luz rosa.
En 1982, la vida parecía sonreír modestamente a Dick. Se había habituado —tal vez por primera vez desde la adolescencia— a la soltería, y compartía muchas horas con una parroquia de jóvenes escritores de ciencia ficción en la que ejercía su magisterio, conocida después como “El grupo de California”, entre los que destacaba Tim Powers. Estaba ilusionado con la escritura de una nueva obra de ciencia ficción mística, The Owl in the Daylight. El prestigio de su obra crecía continuamente en Francia, donde se hablaba incluso de publicar sus novelas realistas. Y le gustaba lo que sabía de la película Blade Runner, que había vendido para el cine por sólo 2.500 dólares pero que podía abrirle las puertas de Hollywood. Sin embargo, sufrió un paro cardíaco que acabó prematuramente con su vida.
Las razones por las que la obra de Dick posee una creciente influencia se perciben de inmediato al disfrutar de algunos de sus mejores trabajos, como los ya citados. Cuando Dick presenta una de sus frecuentes situaciones en las que el lector no sabe qué es real en el contexto de la novela, si lo que cree uno u otro de sus personajes, o lo que él mismo puede percibir por su cuenta, la voz del autor tiene una increíble capacidad para mantenerse al margen, sin ofrecer pistas. Dick cambia una y otra vez el foco de su mirada entre los diferentes personajes, sin comprometerse jamás con el punto de vista de ninguno, y generando empatía hacia las posiciones más extremas e incluso indignas. Todos ellos, además, son gente corriente, lejos de los héroes característicos de la ciencia ficción; sometidos a un universo y una sociedad hostiles, pero ante los cuales mantienen una la resistencia silenciosa y constante. Una y otra vez sus narraciones sorprenden las expectativas del lector, conduciendo el relato por senderos improbables, apelando unas veces a un retorcido sentido del humor, otras a una capacidad brillante para crear pesadillas verosímiles.
Lejos de mermar su influencia, su radical giro hacia el misticismo en 1974 sumó misterio a su figura. Además, Dick fue capaz de ligar sus temáticas tradicionales con ese nuevo enfoque: en Valis llega a afirmar que «en ocasiones, la locura es la única respuesta posible a la realidad». Hoy, su legado sirve para entender fenómenos como el desarrollo de la robótica y la realidad virtual, y para anticipar la alienación del individuo ante una sociedad cada vez más deshumanizada y difícil de entender.
Bibliografía recomendada de Philip K. Dick
Cuentos completos. Ed. Minotauro (publicados los tres primeros de los cinco volúmenes en total).
Tiempo desarticulado (1958). Edhasa.
En busca de Milton Lumky (1958). Ed. Bibliópolis.
El hombre en el castillo (1961). Ed. Minotauro.
Los tres estigmas de Palmer Eldritch (1964). Ed. Minotauro.
¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1966). Edhasa.
Ubik (1966). Ed. La Factoría de Ideas.
Valis (1978). Ed. Minotauro.
Biografías en castellano
Emmanuel Carrere, Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos. Ed. Minotauro.
Pablo Capanna, Idios Kosmos. Ed. AJEC.
Filmografía
Blade Runner (Ridley Scott, 1982).
Desafío total (Paul Verhoeven, 1990).
Confessions d’un barjo (Jerome Boivin, 1992).
Asesinos cibernéticos (Christian Duguay, 1996).
Minority Report (Steven Spielberg, 2002).
Infiltrado (Gary Fleder, 2002).
Paycheck (John Woo, 2003).
A Scanner Darkly (Richard Linklater, 2006).
Next (Lee Tamahori, estreno previsto en Estados Unidos en abril).
Cuentos completos. Ed. Minotauro (publicados los tres primeros de los cinco volúmenes en total).
Tiempo desarticulado (1958). Edhasa.
En busca de Milton Lumky (1958). Ed. Bibliópolis.
El hombre en el castillo (1961). Ed. Minotauro.
Los tres estigmas de Palmer Eldritch (1964). Ed. Minotauro.
¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1966). Edhasa.
Ubik (1966). Ed. La Factoría de Ideas.
Valis (1978). Ed. Minotauro.
Biografías en castellano
Emmanuel Carrere, Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos. Ed. Minotauro.
Pablo Capanna, Idios Kosmos. Ed. AJEC.
Filmografía
Blade Runner (Ridley Scott, 1982).
Desafío total (Paul Verhoeven, 1990).
Confessions d’un barjo (Jerome Boivin, 1992).
Asesinos cibernéticos (Christian Duguay, 1996).
Minority Report (Steven Spielberg, 2002).
Infiltrado (Gary Fleder, 2002).
Paycheck (John Woo, 2003).
A Scanner Darkly (Richard Linklater, 2006).
Next (Lee Tamahori, estreno previsto en Estados Unidos en abril).
Hace poquito que leí Sueñan los androides... Me pareció fascinante, como el relato que inspiró Minority Report. Me abrieron el apetito con este escritor, la verdad, y tras leer esta entrada se me ha abierto aún más!
ResponderEliminarEnhorabuena por la reseña, Julián. Ya era hora de que recuperásemos a PKD. Échale un ojo a las entrevistas que sacaron en Youtube que te van a gustar.
ResponderEliminarUn saludo de Esther G.
Creo que Dick es lo más parecido a un profeta que ha dado la segunda mitad del siglo XX... si creemos en los profetas con sentido del humor. Él lo tiene y a raudales, misticismo y paranoias aparte - o no: ¿no es "Valis" una obra apofántica y terriblemente divertida?- y de todas las que he leído de él -aun espero que se reedite "Dr. Bloodmoney", la preferida por Bolaño- recomiendo "Ubik": una perfecta metáfora de la realidad si aceptamos delirio como forma de conocimiento.
ResponderEliminarComentarte que los de Hotel Kafka tienen un blog dedicado a noticias, textos e imágenes del autor, opiniones de Bolaño o Fresán sobre el autor, etcétera, que está bastante bien.
ResponderEliminarhttp://hotelkafka.com/blogs/PhillipKDick
Estupendo resumen de la obra y vida de Dick. Ahora que me estoy leyendo el libro de Carrere, Dick es cada vez mas intreresante por "raro" y fascinante. La conferencia en la convención francesa tuvo que ser la leche.
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