Trad. Kirsti Baggethun /Asunción Lorenzo. Lengua de Trapo, Madrid, 2006. 110 pp. 13,25 €
Fernando García Calderón
La primera vez que oí hablar del minimalismo en literatura pensé en un autor con pocas ganas de explayarse escribiendo, que escatima las palabras por pereza o por incapacidad. Después, malicioso, añadí otro posible origen a esta economía de recursos: la moda. Con el paso del tiempo, que cura casi todas las fiebres menores, he conocido minimalistas de tantas clases que dudo del término. Minimalista, para entendernos, es el diálogo mediante interjecciones de los dos mejicanos del chiste, esos que dormitan en el rincón más soleado de la plaza, protegidos por su poncho y su sombrero.
Pues bien, el escandinavo Kjell Askildsen es minimalista. Aunque no se encuentre cómodo con el sambenito, aunque se haya hecho acreedor a él mucho antes de que el inquisidor o el publicista lo idearan. Afirma, en su defensa, que lo que pretende es poner en el papel el número preciso de palabras para contar cada historia. Y a ello se entrega con la seriedad de quien cobrara por cada una que suprime. Lo explicaré sucintamente.
Para empezar, no se demora en presentaciones. Sus personajes están ahí, en su diaria rutina, cuando a nosotros se nos ocurre observarlos. Unos apuntes, dejados caer en plena trama, nos facilitarán dos o tres detalles útiles para montarnos la historia. Sí, alguien comparó a Askildsen con Ikea, así que no voy a apropiarme de un símil tan elevado.
Ya en faena, la acción quedará resuelta en cuatro o cinco movimientos, fumar y beber incluidos. Y, cuando más entusiasmados estemos por nuestra habilidad para comprender a unos tipos que parecen sacados de un experimento de Ingmar Bergman para afónicos, el relato llegará a su abrupto final.
Por si lo expresado fuera poco, Askildsen se valdrá de un lenguaje rudimentario, carente de simbologías, de figuras retóricas, de adjetivos y, si apuro mi raíz andaluza, hasta de verbos. Con ser, tener, pensar..., ah, y fumar y beber, es suficiente. 10-11 páginas de media por texto, y a tirar.
¿Y dónde está el mérito?, diréis, sabedores de que esta reseña es fiel al patrón CL+ (crítica literaria positiva) acuñado por La tormenta en un vaso. Aquí me extenderé más, no sea que se me tache de cómplice del ínclito. Kjell Askildsen no es un farsante. Nació en 1929 y lleva tantos años practicando su técnica que adscribirlo a una moda sería injusto y desacertado. Tampoco resulta razonable acusarlo de perezoso, tras 10 libros de relatos y 6 novelas. Respecto a su capacidad, romperé una lanza en su favor y llevaré la contraria a Alejandro Gándara (El Escorpión, 21/09/06). No es aconsejable distinguir entre escrituras mejores o peores consideradas como meros ejercicios de alumnos de gramática. En literatura, el modo de escribir ha de estar al servicio de lo que se pretende narrar. La estructura de la historia, su fondo y su forma son piezas de un rompecabezas y deben encajar sin presión. A Askildsen, su parquedad, forzada o natural, le funciona. Y le funciona tan extremadamente bien que el resultado inquieta y hasta sobrecoge. Da que pensar. Su lengua es un punzón cortando hielo, abriendo surcos por los que penetrarán nuestras ansias de descubrir la vida y milagros de esos personajes anodinos de los que se nos cuenta tan poco y a los que quizá, en nuestra brega, dotemos de nuestra propia cara. Sí, el minimalismo de Askildsen funciona. Alcanza así el objetivo del hacedor, del creador por excelencia: que los lectores se acerquen a sus relatos, se acerquen a él.
Aunque, recuperando la malicia del principio, tal vez ese minimalismo no sea más que un truco. Un truco refinado, que explota nuestra vanidad. «Soy tan perdidamente inteligente que puedo añadir lo que falta a esta historia, tantas palabras e ideas como sean necesarias, hasta perfilar el verdadero desenlace». Ahí queda eso. Adeptos, ya podéis coger vuestras teclas y ponerme a parir.
…………………..
A modo de postre de esta frugal comida (empánela por lo menos, exclamarían nuestros ilustres Faemino y Cansado), completo la malicia con una pregunta que implica al editor y no espera eco. Pote Huerta (aprovecho la ocasión para enviarle un afectuoso y jazzístico saludo) ha sacado a la luz tres libros de Askildsen. Leed Los perros de Tesalónica, lo recomiendo. Recomiendo cualquiera de las obras de este escritor publicadas por Lengua de Trapo. Pero, ¿os figuráis una editorial apostando por un volumen de cuentos realmente minimalistas de un autor español inédito?
Fernando García Calderón
La primera vez que oí hablar del minimalismo en literatura pensé en un autor con pocas ganas de explayarse escribiendo, que escatima las palabras por pereza o por incapacidad. Después, malicioso, añadí otro posible origen a esta economía de recursos: la moda. Con el paso del tiempo, que cura casi todas las fiebres menores, he conocido minimalistas de tantas clases que dudo del término. Minimalista, para entendernos, es el diálogo mediante interjecciones de los dos mejicanos del chiste, esos que dormitan en el rincón más soleado de la plaza, protegidos por su poncho y su sombrero.
Pues bien, el escandinavo Kjell Askildsen es minimalista. Aunque no se encuentre cómodo con el sambenito, aunque se haya hecho acreedor a él mucho antes de que el inquisidor o el publicista lo idearan. Afirma, en su defensa, que lo que pretende es poner en el papel el número preciso de palabras para contar cada historia. Y a ello se entrega con la seriedad de quien cobrara por cada una que suprime. Lo explicaré sucintamente.
Para empezar, no se demora en presentaciones. Sus personajes están ahí, en su diaria rutina, cuando a nosotros se nos ocurre observarlos. Unos apuntes, dejados caer en plena trama, nos facilitarán dos o tres detalles útiles para montarnos la historia. Sí, alguien comparó a Askildsen con Ikea, así que no voy a apropiarme de un símil tan elevado.
Ya en faena, la acción quedará resuelta en cuatro o cinco movimientos, fumar y beber incluidos. Y, cuando más entusiasmados estemos por nuestra habilidad para comprender a unos tipos que parecen sacados de un experimento de Ingmar Bergman para afónicos, el relato llegará a su abrupto final.
Por si lo expresado fuera poco, Askildsen se valdrá de un lenguaje rudimentario, carente de simbologías, de figuras retóricas, de adjetivos y, si apuro mi raíz andaluza, hasta de verbos. Con ser, tener, pensar..., ah, y fumar y beber, es suficiente. 10-11 páginas de media por texto, y a tirar.
¿Y dónde está el mérito?, diréis, sabedores de que esta reseña es fiel al patrón CL+ (crítica literaria positiva) acuñado por La tormenta en un vaso. Aquí me extenderé más, no sea que se me tache de cómplice del ínclito. Kjell Askildsen no es un farsante. Nació en 1929 y lleva tantos años practicando su técnica que adscribirlo a una moda sería injusto y desacertado. Tampoco resulta razonable acusarlo de perezoso, tras 10 libros de relatos y 6 novelas. Respecto a su capacidad, romperé una lanza en su favor y llevaré la contraria a Alejandro Gándara (El Escorpión, 21/09/06). No es aconsejable distinguir entre escrituras mejores o peores consideradas como meros ejercicios de alumnos de gramática. En literatura, el modo de escribir ha de estar al servicio de lo que se pretende narrar. La estructura de la historia, su fondo y su forma son piezas de un rompecabezas y deben encajar sin presión. A Askildsen, su parquedad, forzada o natural, le funciona. Y le funciona tan extremadamente bien que el resultado inquieta y hasta sobrecoge. Da que pensar. Su lengua es un punzón cortando hielo, abriendo surcos por los que penetrarán nuestras ansias de descubrir la vida y milagros de esos personajes anodinos de los que se nos cuenta tan poco y a los que quizá, en nuestra brega, dotemos de nuestra propia cara. Sí, el minimalismo de Askildsen funciona. Alcanza así el objetivo del hacedor, del creador por excelencia: que los lectores se acerquen a sus relatos, se acerquen a él.
Aunque, recuperando la malicia del principio, tal vez ese minimalismo no sea más que un truco. Un truco refinado, que explota nuestra vanidad. «Soy tan perdidamente inteligente que puedo añadir lo que falta a esta historia, tantas palabras e ideas como sean necesarias, hasta perfilar el verdadero desenlace». Ahí queda eso. Adeptos, ya podéis coger vuestras teclas y ponerme a parir.
…………………..
A modo de postre de esta frugal comida (empánela por lo menos, exclamarían nuestros ilustres Faemino y Cansado), completo la malicia con una pregunta que implica al editor y no espera eco. Pote Huerta (aprovecho la ocasión para enviarle un afectuoso y jazzístico saludo) ha sacado a la luz tres libros de Askildsen. Leed Los perros de Tesalónica, lo recomiendo. Recomiendo cualquiera de las obras de este escritor publicadas por Lengua de Trapo. Pero, ¿os figuráis una editorial apostando por un volumen de cuentos realmente minimalistas de un autor español inédito?
Leí de Askildsen Últimas notas de Thomas F. para la humanidad y me gustó muchísimo.
ResponderEliminarEs tan minimalista este autor que te deja con la garganta reseca, que lees un par de páginas suyas y sientes frío y te dan ganas de beber agua. Pero, a la vez que te das cuenta de la suerte que tienes al vivir en un país con sol y playas, no puedes dejar de leerlo, porque engancha.
Muy aguda la pregunta de cierre. Enhorabuena, Fernando.
ResponderEliminarLa respuesta a la pregunta sería: sí, me la figuro. Y puedo prometer que no sería Planeta, ni Destino, ni Seix Barral, ni... bueno, ninguna del Grupo Planeta en general. Pero tampoco Alfaguara. ¿Acantilado tal vez? Salamandra tampoco, aunque no sé. ¿Sexto piso? ¿El funambulista? ¿Caballo de Troya? Tusquets no, ni Anagrama... bueno, Anagrama debería, aunque fuese en Contraseñas.
ResponderEliminar¡Ah, ya lo sé! Sería en Pre-textos, y tengo la prueba. El título: Estatuas.
Felicidades a este crítico capaz de amenizar su comentario con citas de Faemino y Cansado.
ResponderEliminarMe pongo a leer al sueco pero ya.
No se puede decir que la reseña sea fría ni minimalista. Se nota cuando alguien disfruta escribiendo.
ResponderEliminarAgradecimiento y un comentario. Agradecimiento a todos los visitantes del blog y, en particular, a los 5 de arriba. Un guiño cómplice para el "bienhumorado" Román Piña. Otro para Edgar Quinet, por la información. Me alegraría que "Estatuas" y su autor, Cristian Crusat, constituyesen el contraejemplo perfecto. Ojalá. No puedo opinar porque no he conseguido el libro, a pesar de mis paseos de ayer. En cualquier caso, y para quien se interese por su artífice, diré que forma parte del Grupo Filia, editor de la revista del mismo nombre cuyo nº 0 vio la luz en abril con el hermoso título de "Lógica de los charcos".
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