La noche de Cagliostro y otros relatos de terror
Valdemar, Madrid, 2006. 301 pp. 8 €
Hilario J. Rodríguez
La obra de José María Latorre evidencia un tipo de perfección que hoy en día ya sólo puede detectarse en la arquitectura y en la pintura figurativa. Sus virtudes son más obvias que las del arte abstracto, cuyos principios y reglas no son fáciles de desentrañar, con lo cual evaluarlo es cualquier cosa menos una tarea sencilla (¿cómo se sabe si es mejor un cuadro de Jackson Pollock que uno de Mark Rothko?, ¿cuáles son las reglas que hacen que una novela de Menchu Gutiérrez sea superior a una de Ray Loriga?). Aunque las historias propuestas por el escritor zaragozano no carecen de elementos especulativos, ante todo se imponen como modelos de construcción narrativa, en los que ciertas rimas y reiteraciones remiten no sólo a la música sino también a un tipo de poesía sin miedo a la sordidez (como la de Charles Baudelaire o el conde de Lautréamont). De algún modo, podría decirse que José María Latorre evidencia al mismo tiempo una extrema delicadeza compositiva y una absoluta desinhibición con respecto a los temas que aborda (sean la muerte, la decadencia, el sexo, el ocultismo, la violencia o la degradación moral), tratados siempre con una naturalidad similar a la que Balthus o Paula Rego utilizan en sus retratos de niñas de complicados temperamentos, cuyas posturas suelen ser bastante provocativas. Algo así obliga al lector a dejar la comodidad de lado, y abre las perspectivas de cada historia más allá de los márgenes en los que suele moverse la literatura comercial, demasiado preocupada por agradar como para arriesgarse a plantear retos que puedan confundir o incluso molestar, poner en duda nuestra atribulada identidad. Resulta un reto. Nos cuestiona. Hace una llamada de atención para evitar el conformismo que a medio plazo nos convierte en seres inseguros e intransigentes. En ese sentido, podría decirse que estamos ante una de esas voces que mantienen con vida una tradición cultural exhausta y, hasta cierto punto, demodé; y que en ella podemos seguir escuchando buena parte de las cosas que se han ido silenciando en Europa en los últimos años.
José María Latorre nació en 1945, en un momento clave para Occidente, que estaba a punto de cambiar de forma radical pero que todavía mantuvo sus antiguas constantes durante un tiempo. De algún modo, su carácter se forjó en la intersección entre dos visiones contrapuestas de la ficción, en las que el presente se debatía entre una necesaria mirada al pasado, para cimentar con él una base humanista en todas las sociedades, y un futuro lleno de incertidumbre, en el que casi nadie era capaz de encontrar signos de esperanza. Su obra se puede considerar una especie de bisagra, con puntos de contacto con la modernidad y el clasicismo. Eso explica su capacidad para moverse con semejante facilidad por el siglo XVIII, la época victoriana, el periodo de entreguerras o la actualidad. También nos aclara la falta de elementos regionalistas de sus relatos, que pueden suceder en cualquier lugar, en cualquier país… Su mapa personal carece de fronteras, en la medida en que tampoco existen líneas divisorias en los universos de escritores como Álvaro Cunqueiro, Jorge Luis Borges, Claudio Magris o W.G. Sebald. Además, su manera de entender la literatura es abierta, como lo era a principios del siglo XX, para que de ese modo en ella tengan cabida las restantes artes, estableciendo un diálogo entre sí y proporcionándose elementos unas a otras.
La noche de Cagliostro y otros relatos de terror puede entenderse como un conjunto de piezas musicales (sonatas, cuartetos, tríos, motetes) o como una sinfonía. Es a la vez una summa y una actualización de temas, una revisión y una reescritura. Sus páginas describen extrañas enfermedades, calles solitarias, habitaciones de hotel, viejos muebles, lienzos enigmáticos, fiestas infantiles, un siniestro fotomatón… Imágenes que no aspiran a probar nada por sí mismas, porque detrás de todas hay un código que las organiza y les da sentido, aunque a menudo éste se nos escape o prefiramos fingir que no nos incumbe. Provocan visiones que nos conducen a una parte de la realidad que mantenemos en los márgenes para evitar su fealdad, que desestabiliza nuestras inestables seguridades. A lo largo del libro, se atraviesan muchas ciudades italianas en las que los antiguos palacios renacentistas se confunden con restos del Imperio Romano, dando forma a un extraño paisaje en el que el presente resulta un anacronismo. La realidad entonces adquiere rasgos propios de la fantasía. Y los fantasmas incorpóreos (como los de los relatos “Silencio” o “El lecho vacío”) se confunden con amenazas más humanas (como las que aparecen en “Una historia paduana” o “Seguridad ciudadana”). Hay puertas que conectan los cuentos con antiguas novelas del autor. Se repiten escenarios, profesiones, miedos… Los personajes viajan en tren, se alojan en pensiones, observan desde una ventana… Las redes intertextuales se abren y se cierran. El protagonista de “Por amor a Antonella” no sólo protagoniza una historia de amor extemporánea, sino que también escribe el relato “Tren de cercanías”, que ya habíamos leído al comienzo del libro…
Las páginas de La noche de Cagliostro y otros relatos de terror nos sirven para reparar en los escenarios que algún día forjaron los mitos que hoy asociamos a las ruinas, a los vestigios del pasado, a las casas abandonadas. Se trata de mitos que tienen que ver con un tipo de literatura llena de efectos de sonido, ópticos, olfativos e incluso táctiles, no porque José María Latorre crea que el mundo en que vivimos es el mismo que escuchamos, vemos, olemos o tocamos, sino precisamente por todo lo contrario: porque intenta ir más allá de lo que podemos percibir con facilidad, para adentrarse en los vastos territorios de lo desconocido. Sus cuentos y novelas se mueven al mismo tiempo entre lo real y lo onírico, y tienen un poder de extrañamiento muy parecido a los mejores cuadros de Giorgio de Chirico o Paul Delvaux, a novelas sonámbulas como algunas de Leo Perutz o como Las ventanas cegadas, de Alexandre Bona. Y en un universo como el nuestro, en el que reinan las imágenes digitales y el ciberespacio (que producen la sensación de que tenemos acceso a todo), apenas quedan autores como José María Latorre, capaz de seguir guiándonos hacia esas lejanas regiones donde, si no vencemos nuestros miedos más íntimos, nuestra razón deja de ser operativa.
José María Latorre: «Intento buscar la hermosura que convive con la sordidez»
—La noche de Cagliostro y otros relatos es una buena carta de presentación para quien todavía no conozca tu obra.
—Supongo que lo dices sobre todo por las variaciones temáticas. Es cierto, en este libro confluyen muchos de mis temas, y aunque todos los relatos que aparecen en él tienen en común el gusto por lo extraño, por lo insólito, por lo anómalo, cada uno posee una atmósfera diferente, si bien creo que cualquiera que conozca mi obra podrá identificarme sin dificultad. Aquí he pasado de la atmósfera sofocante del carnaval veneciano al mundo de los sueños, del amor prolongado más allá de las barreras del tiempo hasta la convivencia con fantasmas, pasando por monstruos humanos, fruto de la terrible sociedad en que vivimos. Me gusta que en un libro de relatos haya variedad temática.
Valdemar, Madrid, 2006. 301 pp. 8 €
Hilario J. Rodríguez
La obra de José María Latorre evidencia un tipo de perfección que hoy en día ya sólo puede detectarse en la arquitectura y en la pintura figurativa. Sus virtudes son más obvias que las del arte abstracto, cuyos principios y reglas no son fáciles de desentrañar, con lo cual evaluarlo es cualquier cosa menos una tarea sencilla (¿cómo se sabe si es mejor un cuadro de Jackson Pollock que uno de Mark Rothko?, ¿cuáles son las reglas que hacen que una novela de Menchu Gutiérrez sea superior a una de Ray Loriga?). Aunque las historias propuestas por el escritor zaragozano no carecen de elementos especulativos, ante todo se imponen como modelos de construcción narrativa, en los que ciertas rimas y reiteraciones remiten no sólo a la música sino también a un tipo de poesía sin miedo a la sordidez (como la de Charles Baudelaire o el conde de Lautréamont). De algún modo, podría decirse que José María Latorre evidencia al mismo tiempo una extrema delicadeza compositiva y una absoluta desinhibición con respecto a los temas que aborda (sean la muerte, la decadencia, el sexo, el ocultismo, la violencia o la degradación moral), tratados siempre con una naturalidad similar a la que Balthus o Paula Rego utilizan en sus retratos de niñas de complicados temperamentos, cuyas posturas suelen ser bastante provocativas. Algo así obliga al lector a dejar la comodidad de lado, y abre las perspectivas de cada historia más allá de los márgenes en los que suele moverse la literatura comercial, demasiado preocupada por agradar como para arriesgarse a plantear retos que puedan confundir o incluso molestar, poner en duda nuestra atribulada identidad. Resulta un reto. Nos cuestiona. Hace una llamada de atención para evitar el conformismo que a medio plazo nos convierte en seres inseguros e intransigentes. En ese sentido, podría decirse que estamos ante una de esas voces que mantienen con vida una tradición cultural exhausta y, hasta cierto punto, demodé; y que en ella podemos seguir escuchando buena parte de las cosas que se han ido silenciando en Europa en los últimos años.
José María Latorre nació en 1945, en un momento clave para Occidente, que estaba a punto de cambiar de forma radical pero que todavía mantuvo sus antiguas constantes durante un tiempo. De algún modo, su carácter se forjó en la intersección entre dos visiones contrapuestas de la ficción, en las que el presente se debatía entre una necesaria mirada al pasado, para cimentar con él una base humanista en todas las sociedades, y un futuro lleno de incertidumbre, en el que casi nadie era capaz de encontrar signos de esperanza. Su obra se puede considerar una especie de bisagra, con puntos de contacto con la modernidad y el clasicismo. Eso explica su capacidad para moverse con semejante facilidad por el siglo XVIII, la época victoriana, el periodo de entreguerras o la actualidad. También nos aclara la falta de elementos regionalistas de sus relatos, que pueden suceder en cualquier lugar, en cualquier país… Su mapa personal carece de fronteras, en la medida en que tampoco existen líneas divisorias en los universos de escritores como Álvaro Cunqueiro, Jorge Luis Borges, Claudio Magris o W.G. Sebald. Además, su manera de entender la literatura es abierta, como lo era a principios del siglo XX, para que de ese modo en ella tengan cabida las restantes artes, estableciendo un diálogo entre sí y proporcionándose elementos unas a otras.
La noche de Cagliostro y otros relatos de terror puede entenderse como un conjunto de piezas musicales (sonatas, cuartetos, tríos, motetes) o como una sinfonía. Es a la vez una summa y una actualización de temas, una revisión y una reescritura. Sus páginas describen extrañas enfermedades, calles solitarias, habitaciones de hotel, viejos muebles, lienzos enigmáticos, fiestas infantiles, un siniestro fotomatón… Imágenes que no aspiran a probar nada por sí mismas, porque detrás de todas hay un código que las organiza y les da sentido, aunque a menudo éste se nos escape o prefiramos fingir que no nos incumbe. Provocan visiones que nos conducen a una parte de la realidad que mantenemos en los márgenes para evitar su fealdad, que desestabiliza nuestras inestables seguridades. A lo largo del libro, se atraviesan muchas ciudades italianas en las que los antiguos palacios renacentistas se confunden con restos del Imperio Romano, dando forma a un extraño paisaje en el que el presente resulta un anacronismo. La realidad entonces adquiere rasgos propios de la fantasía. Y los fantasmas incorpóreos (como los de los relatos “Silencio” o “El lecho vacío”) se confunden con amenazas más humanas (como las que aparecen en “Una historia paduana” o “Seguridad ciudadana”). Hay puertas que conectan los cuentos con antiguas novelas del autor. Se repiten escenarios, profesiones, miedos… Los personajes viajan en tren, se alojan en pensiones, observan desde una ventana… Las redes intertextuales se abren y se cierran. El protagonista de “Por amor a Antonella” no sólo protagoniza una historia de amor extemporánea, sino que también escribe el relato “Tren de cercanías”, que ya habíamos leído al comienzo del libro…
Las páginas de La noche de Cagliostro y otros relatos de terror nos sirven para reparar en los escenarios que algún día forjaron los mitos que hoy asociamos a las ruinas, a los vestigios del pasado, a las casas abandonadas. Se trata de mitos que tienen que ver con un tipo de literatura llena de efectos de sonido, ópticos, olfativos e incluso táctiles, no porque José María Latorre crea que el mundo en que vivimos es el mismo que escuchamos, vemos, olemos o tocamos, sino precisamente por todo lo contrario: porque intenta ir más allá de lo que podemos percibir con facilidad, para adentrarse en los vastos territorios de lo desconocido. Sus cuentos y novelas se mueven al mismo tiempo entre lo real y lo onírico, y tienen un poder de extrañamiento muy parecido a los mejores cuadros de Giorgio de Chirico o Paul Delvaux, a novelas sonámbulas como algunas de Leo Perutz o como Las ventanas cegadas, de Alexandre Bona. Y en un universo como el nuestro, en el que reinan las imágenes digitales y el ciberespacio (que producen la sensación de que tenemos acceso a todo), apenas quedan autores como José María Latorre, capaz de seguir guiándonos hacia esas lejanas regiones donde, si no vencemos nuestros miedos más íntimos, nuestra razón deja de ser operativa.
José María Latorre: «Intento buscar la hermosura que convive con la sordidez»
—La noche de Cagliostro y otros relatos es una buena carta de presentación para quien todavía no conozca tu obra.
—Supongo que lo dices sobre todo por las variaciones temáticas. Es cierto, en este libro confluyen muchos de mis temas, y aunque todos los relatos que aparecen en él tienen en común el gusto por lo extraño, por lo insólito, por lo anómalo, cada uno posee una atmósfera diferente, si bien creo que cualquiera que conozca mi obra podrá identificarme sin dificultad. Aquí he pasado de la atmósfera sofocante del carnaval veneciano al mundo de los sueños, del amor prolongado más allá de las barreras del tiempo hasta la convivencia con fantasmas, pasando por monstruos humanos, fruto de la terrible sociedad en que vivimos. Me gusta que en un libro de relatos haya variedad temática.
—El carnaval, las máscaras, la decadencia, la muerte, escenarios italianos, fantasmas... No son los asuntos que marcan las modas, pero son muy literarios.
—Son temas y figuras recurrentes en toda mi obra, desde el carnaval de Osario hasta El año de la celebración de la carne, pasando por la Italia renacentista de Los jardines de Beatriz o por la Bolonia de una novela que aún no ha sido publicada, Fragmentos de eternidad. Cuando escribo, procuro no acordarme de que existen modas, e incluso me alejaría de ellas si me diera cuenta de que me estaba aproximando: procuro dar un cuerpo literario a lo que se agita dentro de mí en cada momento. La noche de Cagliostro y otros relatos de terror es un paseo por mi obra anterior desde una perspectiva más actual.
—Son temas y figuras recurrentes en toda mi obra, desde el carnaval de Osario hasta El año de la celebración de la carne, pasando por la Italia renacentista de Los jardines de Beatriz o por la Bolonia de una novela que aún no ha sido publicada, Fragmentos de eternidad. Cuando escribo, procuro no acordarme de que existen modas, e incluso me alejaría de ellas si me diera cuenta de que me estaba aproximando: procuro dar un cuerpo literario a lo que se agita dentro de mí en cada momento. La noche de Cagliostro y otros relatos de terror es un paseo por mi obra anterior desde una perspectiva más actual.
—Te gustan las atmósferas inquietantes.
—Ha sido así desde mi primer cuento y mi primera novela. Intento buscar la belleza oculta en las atmósferas sucias, la hermosura que convive con la sordidez. Es mi forma personal de expresar estados de angustia existencial, la cual pasa por todas las etapas de la vida. Además, creo firmemente que la novela o el cuento de ideas no tienen por qué estar enmarcados siempre, como por decreto, en la literatura realista. Los grandes autores han sabido verlo y entenderlo bien; lo que sucede es que en la actualidad los propios escritores parecen haber aceptado autolimitarse, autocensurarse, quizá por miedo al mercado editorial o por temor a la reacción de la crítica.
—Aunque en tus historias hay descripciones muy minuciosas, siempre aparecen elementos informes, extraños.
—Eso forma parte de mi gusto por crear escenarios irreales para insertarlos en eso que se ha dado en llamar realidad, y por mirar ésta de una forma diferente, más inquietante; turbadora y perturbadora. Cuando, por ejemplo, Dino Buzzati escribía sobre Milán en Un amor, la ciudad parecía otra muy distinta, impenetrable, casi fantasmagórica, sin dejar por ello de ser Milán. Esto aparece de forma bastante evidente en La noche de Cagliostro y otros relatos de terror.
—Tu visión de las cosas es bastante material. La muerte, por ejemplo, casi puede tocarse.
—Me interesa que la novela y el cuento sean un organismo completo, que lo físico se dé la mano con lo reflexivo. Una literatura con ideas y con una visión personal del mundo tiene que respirar, unir el pensamiento y la acción. No tengo una visión académica de la vida ni de la literatura. Detesto los discursos excluyentes, los caminos marcados (por otros) para los autores. La literatura es un arte, cosa que suele olvidarse, y un artista debe seguir su propio camino, a no ser que su objetivo sea convertirse en una figura mediática.
—Me interesa que la novela y el cuento sean un organismo completo, que lo físico se dé la mano con lo reflexivo. Una literatura con ideas y con una visión personal del mundo tiene que respirar, unir el pensamiento y la acción. No tengo una visión académica de la vida ni de la literatura. Detesto los discursos excluyentes, los caminos marcados (por otros) para los autores. La literatura es un arte, cosa que suele olvidarse, y un artista debe seguir su propio camino, a no ser que su objetivo sea convertirse en una figura mediática.
—Te gustan el pasado y las ruinas; a pesar de ello, tu obra ha tenido muy a menudo tintes proféticos.
—Trato de ver el pasado con una sensibilidad contemporánea para extraer lo que sigue latente de él, lo que ha marcado el presente. Fue el objetivo de, por ejemplo, Las trece campanadas, Sangre es el nombre del amor y Osario. Así, del mismo modo, procuro tener en cuenta el pasado y el presente en que vivimos para hacer una prospección de futuro con cuerpo literario. Un literato no debe limitarse a ser un cronista. Anticipé el tema de la violencia de los niños en School Bus y El año de la celebración de la carne, y en ésta última también las filmaciones de la intimidad como espectáculo. Y el estado de guerra permanente en Los jardines de Beatriz... Sí, creo que no debería decir esto pero es verdad que en mi obra tiene algo de visionaria.
—Cuentos, novelas (juveniles y adultas), guiones, ensayos... Literatura, cine, música, pintura, arquitectura... Pareces capaz de abordar todos los géneros y todas las disciplinas.
—Ojalá... Se necesitarían varias vidas para leer y saber todo lo que es preciso, para poder cultivar con cierta intensidad todo lo que a uno le gusta. Dentro de esos límites naturales forjados por la brevedad de la existencia, procuro, eso sí, ser lo más abierto posible. Pero lo que más me interesa, lo que más me gusta, lo que más me hace disfrutar es la literatura, escribir novelas y relatos. Y, por supuesto, leer: cada día leo más.
Corro a comprar el libro.
ResponderEliminarK.
Es la primera vez que visito el blog y pienso insistir. Probaré con el libro que recomendais hoy.
ResponderEliminarUn saludo.
Anabel Lee
Así lo hare yo también, y por supuesto a leer más cada día.
ResponderEliminarSaludos.
Buena sugerencia. Conozco a Latorre de revistas de cine y escribe muy bien. Espero que el libro no sea demasiado angustioso.
ResponderEliminarYa os contaré.
Yo también me uno a la recomendación. Es un libro magnífico.
ResponderEliminarEnigma
Magnífica reseña. Enhorabuena, Hilario.
ResponderEliminarBeatriz Morales
Hilario,
ResponderEliminarTe felicito. No es fácil ser tan inteligente y hacer todo lo posible por no parecerlo.
Un saludo.
Kiko
Me guusstOO Mucho MUCHO el libro de el palacio de la noche eterna deverian acer mas publicacion sobre este libro!!!!1suerte!!
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