Pilar Adón
Otra narradora soberbia, A.S. Byatt, en su ensayo Degrees of Freedom (1965) dedicado a las primeras novelas de Iris Murdoch, escribe: «Creo que se dedica con honradez a temas verdaderos y esenciales.» Leer a Iris Murdoch supone, siempre, zambullirse en un infrecuente deleite narrativo, tanto por sus argumentos, adictivos, como por las implicaciones intelectuales que conlleva el hecho de que las suyas sean novelas de personajes que se hallan en la persecución constante de un hedonismo espiritual y existencial. La prosa de Iris Murdoch (1919–1999) es la prosa de la seducción. Sus personajes hablan de arte, del amor, de viajes y, esencialmente, de filosofía porque, en realidad, su propia vida es una firme manifestación de ese arte y de esa filosofía, aunque, por otra parte, se hallen en un peligro incesante de caer en el más profundo de los abismos.
Es de agradecer por tanto a la editorial Lumen que esté rescatando ciertas obras prácticamente inencontrables de la autora dublinesa, para dedicarle una biblioteca en la que, hasta el momento, El sueño de Bruno supone el cuarto título. Obras, todas ellas, precedidas de un magnífico prólogo de Álvaro Pombo en el que éste describe cómo llegó a la lectura y a la fascinación por Murdoch. Hay que hacer notar, no obstante, que, por extraño que pueda parecer, el prólogo que ofrece Lumen para cada una de las novelas es siempre el mismo texto, lo que no deja de sorprender: el lector de Iris Murdoch al que se dirige Lumen es un lector de todas sus obras, es un lector fiel, que merecería —y también cada una de las novelas lo merecería— un trato más individualizado.
Determinadas contraseñas se mantienen a lo largo de la novelística de Murdoch. Puntos de referencia fijos que, transmutados, suelen aparecer en todas sus tramas. La mujer fría, intelectual, seria y distante, fea en una primera impresión, sin ninguna gracia física, que, finalmente, será el personaje más atractivo: así Honor Klein en La cabeza cortada o Lisa en El sueño de Bruno. O la presencia del elemento mágico, de lo inexplicable; la figura del “encantador” encarnada en un personaje que de repente se revela como un ser superior, y cuyas acciones tienen un cariz casi sagrado. Un ser fascinante que puede resucitar de entre los muertos para reclamar venganza y justicia moral por parte de su posible asesino, como es el caso de Peter Mir en La negra noche, o un “ángel vengador”como Nigel, el enfermero de El sueño de Bruno, que se convertirá en el desencadenante de cada pequeña tragedia al ir comunicando malas noticias justamente a aquellos que no deben conocerlas, a causa de su peculiar concepción de la verdad y de lo que es necesario. Personajes todos ellos que hablan del odio y del perdón; de la paz y del olvido: «Los seres humanos pocas veces piensan en las otras personas», dice Nigel cuando intenta auxiliar a un personaje que está a punto de suicidarse.
Para Murdoch, el arte de la observación se reviste de una minuciosidad que roza la indiscreción, casi lo chismoso. Su ojo analítico, penetrante, casi omnisciente, se centra en la persecución del amor, de la belleza, de la bondad y en todas las miserias que tal persecución puede implicar. En El sueño de Bruno, el personaje central, cuyo nombre da título a la obra, está agonizando en su cama convertido en un monstruo a causa de la enfermedad que padece y que no se menciona. Su cara se ha deformado grotescamente hasta dejar de parecer un rostro humano, hasta llegar a producir náuseas en aquellos que le ven por primera vez, y su cuerpo se ha convertido en una forma delgada y extremadamente frágil que se adivina bajo las sábanas. Y, mientras él sabe que se está muriendo y va desmenuzando lo que ha sido su existencia, a su alrededor una serie de personajes, satélites de ese viejo planeta doliente y moribundo, se enamoran y se odian, justifican la ausencia de un dios compasivo, suben a lo más alto por medio de la esperanza y descienden al infierno debido a diversos desengaños. Todo ello en torno al atemorizado, necesitado y dependiente Bruno, que recuerda los momentos más angustiosos de su vida y los más decisivos, cuando no supo reaccionar como se esperaba de él.
La escritora A.S. Byatt, en su ya mencionado ensayo Degrees of Freedom, escribe: «Miss Murdoch, en contra de lo que ella define como esa fácil idea de la sinceridad, situaría la dura idea de la verdad», refiriéndose así, de una manera indirecta y en términos generales, a lo que es el eje central de El sueño de Bruno: la búsqueda de la verdad, y de todas sus consecuencias, mediante una actividad casi obsesiva, sin bálsamos tranquilizadores. Una verdad que se revela en toda su crudeza, que pone al descubierto los fantasmas más recónditos de la psique humana y que suele dejar al final, casi siempre, un atisbo de una perdurable felicidad.
Es de agradecer por tanto a la editorial Lumen que esté rescatando ciertas obras prácticamente inencontrables de la autora dublinesa, para dedicarle una biblioteca en la que, hasta el momento, El sueño de Bruno supone el cuarto título. Obras, todas ellas, precedidas de un magnífico prólogo de Álvaro Pombo en el que éste describe cómo llegó a la lectura y a la fascinación por Murdoch. Hay que hacer notar, no obstante, que, por extraño que pueda parecer, el prólogo que ofrece Lumen para cada una de las novelas es siempre el mismo texto, lo que no deja de sorprender: el lector de Iris Murdoch al que se dirige Lumen es un lector de todas sus obras, es un lector fiel, que merecería —y también cada una de las novelas lo merecería— un trato más individualizado.
Determinadas contraseñas se mantienen a lo largo de la novelística de Murdoch. Puntos de referencia fijos que, transmutados, suelen aparecer en todas sus tramas. La mujer fría, intelectual, seria y distante, fea en una primera impresión, sin ninguna gracia física, que, finalmente, será el personaje más atractivo: así Honor Klein en La cabeza cortada o Lisa en El sueño de Bruno. O la presencia del elemento mágico, de lo inexplicable; la figura del “encantador” encarnada en un personaje que de repente se revela como un ser superior, y cuyas acciones tienen un cariz casi sagrado. Un ser fascinante que puede resucitar de entre los muertos para reclamar venganza y justicia moral por parte de su posible asesino, como es el caso de Peter Mir en La negra noche, o un “ángel vengador”como Nigel, el enfermero de El sueño de Bruno, que se convertirá en el desencadenante de cada pequeña tragedia al ir comunicando malas noticias justamente a aquellos que no deben conocerlas, a causa de su peculiar concepción de la verdad y de lo que es necesario. Personajes todos ellos que hablan del odio y del perdón; de la paz y del olvido: «Los seres humanos pocas veces piensan en las otras personas», dice Nigel cuando intenta auxiliar a un personaje que está a punto de suicidarse.
Para Murdoch, el arte de la observación se reviste de una minuciosidad que roza la indiscreción, casi lo chismoso. Su ojo analítico, penetrante, casi omnisciente, se centra en la persecución del amor, de la belleza, de la bondad y en todas las miserias que tal persecución puede implicar. En El sueño de Bruno, el personaje central, cuyo nombre da título a la obra, está agonizando en su cama convertido en un monstruo a causa de la enfermedad que padece y que no se menciona. Su cara se ha deformado grotescamente hasta dejar de parecer un rostro humano, hasta llegar a producir náuseas en aquellos que le ven por primera vez, y su cuerpo se ha convertido en una forma delgada y extremadamente frágil que se adivina bajo las sábanas. Y, mientras él sabe que se está muriendo y va desmenuzando lo que ha sido su existencia, a su alrededor una serie de personajes, satélites de ese viejo planeta doliente y moribundo, se enamoran y se odian, justifican la ausencia de un dios compasivo, suben a lo más alto por medio de la esperanza y descienden al infierno debido a diversos desengaños. Todo ello en torno al atemorizado, necesitado y dependiente Bruno, que recuerda los momentos más angustiosos de su vida y los más decisivos, cuando no supo reaccionar como se esperaba de él.
La escritora A.S. Byatt, en su ya mencionado ensayo Degrees of Freedom, escribe: «Miss Murdoch, en contra de lo que ella define como esa fácil idea de la sinceridad, situaría la dura idea de la verdad», refiriéndose así, de una manera indirecta y en términos generales, a lo que es el eje central de El sueño de Bruno: la búsqueda de la verdad, y de todas sus consecuencias, mediante una actividad casi obsesiva, sin bálsamos tranquilizadores. Una verdad que se revela en toda su crudeza, que pone al descubierto los fantasmas más recónditos de la psique humana y que suele dejar al final, casi siempre, un atisbo de una perdurable felicidad.
Muy buen texto.
ResponderEliminarLa reseña es excelente. Ojalá muchos lectores se animen a acercarse a Murdoch tras leerla... Seguro que no se arrepentirán.
ResponderEliminarHoy acabé de leer este libro. Lo he encontrado interesante, pero no me ha entusiamado tanto como "La máquina del amor sagrado y profano", que leí hace varios años. Así y todo, reconozco que es un gran libro, lo he leído en pocos días. La reseña está muy bien. Gracias
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