Trad. Isabel-Clara Lorda Vidal. Siruela, Madrid, 2006. 174 pp. 16 €
Alberto Luque
Como mera posibilidad, la presencia de los ángeles en nuestro mundo resulta aún más turbadora que la existencia de vida en distantes galaxias. Frente al devastador absoluto de la divinidad, que abarca cualquier existencia en cualquier lugar y tiempo, la historia de los ángeles, más cercana, y tan turbia como la de los hombres, resulta ser un buen espejo en el que mirarse. Desde las descripciones teológico-taxonómicas de Tomás de Aquino en su fascinante Suma de Teología, a las representaciones kistch de Capra en Qué bello es vivir, pasando por los trabajos fotográficos de Pedro Meyer, la pintura de Klee o la belleza asoladora de la música de Messiaen, la presencia de los ángeles ha sido permanente en el pensamiento y el arte occidentales.
La literatura también se ha dejado seducir, cómo no, por la mera posibilidad de la existencia de estos seres racionales, dotados, no lo olvidemos, de existencia física: la ambigüedad sexual del relato manierista de Balzac en Serafita deja paso a manifestaciones mucho más interesantes, como las monumentales Elegías de Duino, de Rilke o la turbadora y fascinante El lenguaje de las fuentes, de Gustavo Martín Garzo, donde las apariciones de Gabriel resultan casi repugnantes para la Virgen María.
Estas distintas interpretaciones son en buena medida la sublimación de la propia concepción del autor sobre el hombre y el mundo: los ángeles representan de algún modo la sublimación de lo bello y horroroso del hombre. Ahora, Cees Nooteboom (1933), uno de los más importantes escritores holandeses actuales, retoma el mito en su novela iniciática Perdido el paraíso, título que voluntariamente remite a El Paraíso perdido, de Milton. Escrita con una prosa clara y efectiva, y estructurada de modo inteligente, la narración ofrece una visión más «terrenal» del tema. Llamativamente, mientras El Paraíso perdido trata de la caída de los ángeles y, en consecuencia, de los hombres, la novela de Nooteboom narra la ascensión de Alma, la protagonista, desde el infierno de la vida ordinaria a un estado presumiblemente superior de libertad y liberación. Así, Nooteboom no habla del mito, sino del espejo del mito. Si Cielo sobre Berlín, la película de Wenders, relata, de un modo un tanto ñoño, el deseo de un ángel de convertirse en hombre, Perdido el paraíso narra el itinerario de una mujer que desea alcanzar la conciencia de un ángel. Esta búsqueda llevará a la protagonista desde Brasil, donde es salvajemente violada, a los grandes desiertos de Australia, donde sus ancestrales habitantes, los aborígenes, «viven entre dos mundos y no pertenecen a ninguno de ellos». Allí conoce a un artista aborigen en cuyo «origen, su alma, habitaba esa iguana imposible». Este misterioso personaje sirve de catalizador para una clase de auto-conocimiento, una esfera presumiblemente superior que puede resumirse en la idea de que «el triunfo se encuentra en el instante en que sientes que eres mortal e inmortal a la vez». Esta ambigüedad, atribuible a la visión contemporánea de lo angélico, parece predominar en la novela. «Siempre llega el instante en que algo en apariencia normal se torna misterioso». Detrás de estas palabras se esconde, simplemente, el misterio de lo humano, misterio suficiente para embarcarse en el viaje profundo de la vida. Tal vez no sea necesario, como propone Nooteboom, viajar a la ciudad australiana de Perth para encontrarse a un ángel encerrado en un armario: quizá los ángeles no estén entre nosotros, quizá sólo sean la sublimación imaginada de ese enigma, o puede que los ángeles seamos nosotros.
Alberto Luque
Como mera posibilidad, la presencia de los ángeles en nuestro mundo resulta aún más turbadora que la existencia de vida en distantes galaxias. Frente al devastador absoluto de la divinidad, que abarca cualquier existencia en cualquier lugar y tiempo, la historia de los ángeles, más cercana, y tan turbia como la de los hombres, resulta ser un buen espejo en el que mirarse. Desde las descripciones teológico-taxonómicas de Tomás de Aquino en su fascinante Suma de Teología, a las representaciones kistch de Capra en Qué bello es vivir, pasando por los trabajos fotográficos de Pedro Meyer, la pintura de Klee o la belleza asoladora de la música de Messiaen, la presencia de los ángeles ha sido permanente en el pensamiento y el arte occidentales.
La literatura también se ha dejado seducir, cómo no, por la mera posibilidad de la existencia de estos seres racionales, dotados, no lo olvidemos, de existencia física: la ambigüedad sexual del relato manierista de Balzac en Serafita deja paso a manifestaciones mucho más interesantes, como las monumentales Elegías de Duino, de Rilke o la turbadora y fascinante El lenguaje de las fuentes, de Gustavo Martín Garzo, donde las apariciones de Gabriel resultan casi repugnantes para la Virgen María.
Estas distintas interpretaciones son en buena medida la sublimación de la propia concepción del autor sobre el hombre y el mundo: los ángeles representan de algún modo la sublimación de lo bello y horroroso del hombre. Ahora, Cees Nooteboom (1933), uno de los más importantes escritores holandeses actuales, retoma el mito en su novela iniciática Perdido el paraíso, título que voluntariamente remite a El Paraíso perdido, de Milton. Escrita con una prosa clara y efectiva, y estructurada de modo inteligente, la narración ofrece una visión más «terrenal» del tema. Llamativamente, mientras El Paraíso perdido trata de la caída de los ángeles y, en consecuencia, de los hombres, la novela de Nooteboom narra la ascensión de Alma, la protagonista, desde el infierno de la vida ordinaria a un estado presumiblemente superior de libertad y liberación. Así, Nooteboom no habla del mito, sino del espejo del mito. Si Cielo sobre Berlín, la película de Wenders, relata, de un modo un tanto ñoño, el deseo de un ángel de convertirse en hombre, Perdido el paraíso narra el itinerario de una mujer que desea alcanzar la conciencia de un ángel. Esta búsqueda llevará a la protagonista desde Brasil, donde es salvajemente violada, a los grandes desiertos de Australia, donde sus ancestrales habitantes, los aborígenes, «viven entre dos mundos y no pertenecen a ninguno de ellos». Allí conoce a un artista aborigen en cuyo «origen, su alma, habitaba esa iguana imposible». Este misterioso personaje sirve de catalizador para una clase de auto-conocimiento, una esfera presumiblemente superior que puede resumirse en la idea de que «el triunfo se encuentra en el instante en que sientes que eres mortal e inmortal a la vez». Esta ambigüedad, atribuible a la visión contemporánea de lo angélico, parece predominar en la novela. «Siempre llega el instante en que algo en apariencia normal se torna misterioso». Detrás de estas palabras se esconde, simplemente, el misterio de lo humano, misterio suficiente para embarcarse en el viaje profundo de la vida. Tal vez no sea necesario, como propone Nooteboom, viajar a la ciudad australiana de Perth para encontrarse a un ángel encerrado en un armario: quizá los ángeles no estén entre nosotros, quizá sólo sean la sublimación imaginada de ese enigma, o puede que los ángeles seamos nosotros.
¿Cielo sobre Berlín, ñoña? Me voy a bucear a la piscina
ResponderEliminarHola usuario anónimo: un poco ñoña sí que es. Me refiero a la parte en la que el ángel se convierte en humano. La primera parte es, eso sí, fascinante, pero el final me parece muuuuuy sensiblero. Ahora bien, en lo de la piscina estoy de acuerdo.
ResponderEliminar¿Por qué no incluyen la referencia a la edición en catalán cuando la hay? Es una información de mucho interés para los lectores del ámbito lingüístico catalán. En este caso, la novela de Nooteboom "Perdut el paradís" está editada en Bromera.
ResponderEliminarPor otra parte, Empúries ha publicado "Biografia de la fam", de Amélie Nothomb, que también habéis reseñado recientemente.