Trad. Eloísa Álvarez. Alfaguara, Madrid, 2006. 585 pp. 24,50 €
José Gutiérrez Román
Como si hubiera hecho suya la petición que el poeta Antonio Botto dejó en uno de sus poemas («No me llamen por el nombre/ que me dieron al nacer»), Miguel Torga —seudónimo de Adolfo Correia da Rocha (1907-1995)— quiso esconder bajo ese nombre su identidad civil, pero no su biografía, su memoria y sus sentimientos. Esta tendencia a recrear literariamente la propia existencia, reflejada también en su obra poética y en sus diarios, alcanza su mayor cota en La creación del mundo, que se ha vuelto a editar por tercera vez cuando se cumplen veinte años de su primera publicación en nuestro país. Definida por el editor como una «novela autobiográfica», en ella confluyen varios géneros, desde la literatura propiamente memorialista, hasta la de viajes o la crónica histórica. Esta variedad temática y técnica aporta originalidad al libro, obteniendo como resultado una apasionante novela.
Dividida en seis partes (los seis días de la creación), vamos transitando, a través de los recuerdos del protagonista, por los diferentes periodos de su vida: el primer día recrea la infancia campesina en una aldea de Trás-os-Montes; el segundo, la adolescencia del emigrante en Brasil; el tercero se destina a los años de universitario en Coimbra, a la aparición de sus primeras publicaciones literarias y al inicio de su andadura como médico; al viaje que realizó por Europa en la recta final de los años treinta está dedicado el cuarto día; en el quinto, se narra su encarcelamiento y la persecución política que padeció durante la dictadura de Salazar; y el sexto día finaliza su creación con la llegada de la vejez.
Como la historia de cualquier ser humano, la que se nos cuenta en La creación de mundo está compuesta a su vez por múltiples historias: la de un hombre que lucha encarnizadamente por alcanzar su propia libertad, lo que le llevará a rebelarse contra la servidumbre a la que parecía condenado por sus orígenes y, más tarde, contra el huero mundo universitario y el totalitarismo; la historia de un joven desvalido y tenaz que vive atrapado entre la íntima vocación literaria y la desaprobación de su familia; la del médico que ha de hacer frente a una práctica profesional viciada por dicotomías y por el aislamiento a que se ven relegados quienes no son afines al régimen; la de los encuentros y desencuentros con sus compañeros escritores de Coimbra y la de las dificultades en las relaciones amorosas a causa de su dualidad de hombre artista («Ni ella era capaz de aceptarme entero, ni yo de entregarme dividido»); pero también la historia de un pasajero a bordo del convulso siglo XX o la de un «portugués hispánico» (como él se define) que llegará a sentir como propios los horrores de la Guerra Civil española.
Más allá del grado de mistificación que pueda contener cualquier relato autobiográfico, la narración de Torga nos ofrece un valioso testimonio sobre ese tortuoso camino en el que se va forjando la voluntad de una persona y sobre el precio que conlleva adquirir la propia identidad; la suya quedará marcada por la tenacidad, la valentía y el sacrificio de un hombre con una fe inquebrantable en su condición de escritor y de hombre, por la cual renunciará a una vida cómoda y segura. Es, al fin, la historia de una soledad leal consigo misma. Todo ello contado con una prosa sobria y una extraordinaria lucidez, de la que se vale para arrojar luz sobre las miserias humanas (las propias y las ajenas) en un esfuerzo titánico por revelar ese lado misterioso de sí mismo y de «su» mundo.
En la introducción del libro explica que «todos llegamos a nuestro último día con la visión de un mundo creado a nuestra medida, original y único. El mío es éste.» Yo sigo prefiriendo recurrir a la literatura antes que a los medios de comunicación para conocer el mundo. Y el de Torga, en particular, merece ser visitado.
José Gutiérrez Román
Como si hubiera hecho suya la petición que el poeta Antonio Botto dejó en uno de sus poemas («No me llamen por el nombre/ que me dieron al nacer»), Miguel Torga —seudónimo de Adolfo Correia da Rocha (1907-1995)— quiso esconder bajo ese nombre su identidad civil, pero no su biografía, su memoria y sus sentimientos. Esta tendencia a recrear literariamente la propia existencia, reflejada también en su obra poética y en sus diarios, alcanza su mayor cota en La creación del mundo, que se ha vuelto a editar por tercera vez cuando se cumplen veinte años de su primera publicación en nuestro país. Definida por el editor como una «novela autobiográfica», en ella confluyen varios géneros, desde la literatura propiamente memorialista, hasta la de viajes o la crónica histórica. Esta variedad temática y técnica aporta originalidad al libro, obteniendo como resultado una apasionante novela.
Dividida en seis partes (los seis días de la creación), vamos transitando, a través de los recuerdos del protagonista, por los diferentes periodos de su vida: el primer día recrea la infancia campesina en una aldea de Trás-os-Montes; el segundo, la adolescencia del emigrante en Brasil; el tercero se destina a los años de universitario en Coimbra, a la aparición de sus primeras publicaciones literarias y al inicio de su andadura como médico; al viaje que realizó por Europa en la recta final de los años treinta está dedicado el cuarto día; en el quinto, se narra su encarcelamiento y la persecución política que padeció durante la dictadura de Salazar; y el sexto día finaliza su creación con la llegada de la vejez.
Como la historia de cualquier ser humano, la que se nos cuenta en La creación de mundo está compuesta a su vez por múltiples historias: la de un hombre que lucha encarnizadamente por alcanzar su propia libertad, lo que le llevará a rebelarse contra la servidumbre a la que parecía condenado por sus orígenes y, más tarde, contra el huero mundo universitario y el totalitarismo; la historia de un joven desvalido y tenaz que vive atrapado entre la íntima vocación literaria y la desaprobación de su familia; la del médico que ha de hacer frente a una práctica profesional viciada por dicotomías y por el aislamiento a que se ven relegados quienes no son afines al régimen; la de los encuentros y desencuentros con sus compañeros escritores de Coimbra y la de las dificultades en las relaciones amorosas a causa de su dualidad de hombre artista («Ni ella era capaz de aceptarme entero, ni yo de entregarme dividido»); pero también la historia de un pasajero a bordo del convulso siglo XX o la de un «portugués hispánico» (como él se define) que llegará a sentir como propios los horrores de la Guerra Civil española.
Más allá del grado de mistificación que pueda contener cualquier relato autobiográfico, la narración de Torga nos ofrece un valioso testimonio sobre ese tortuoso camino en el que se va forjando la voluntad de una persona y sobre el precio que conlleva adquirir la propia identidad; la suya quedará marcada por la tenacidad, la valentía y el sacrificio de un hombre con una fe inquebrantable en su condición de escritor y de hombre, por la cual renunciará a una vida cómoda y segura. Es, al fin, la historia de una soledad leal consigo misma. Todo ello contado con una prosa sobria y una extraordinaria lucidez, de la que se vale para arrojar luz sobre las miserias humanas (las propias y las ajenas) en un esfuerzo titánico por revelar ese lado misterioso de sí mismo y de «su» mundo.
En la introducción del libro explica que «todos llegamos a nuestro último día con la visión de un mundo creado a nuestra medida, original y único. El mío es éste.» Yo sigo prefiriendo recurrir a la literatura antes que a los medios de comunicación para conocer el mundo. Y el de Torga, en particular, merece ser visitado.
¿Conseguirá esta vez, a la tercera publicación en España, la suerte merecida este libro, tanto como su Diario, también recientemente reeditado? Esperemos que sí.
ResponderEliminarMuy buen comentario.
ResponderEliminarTorga, desde luego, merece ser reivindicado. Yo recuerdo la lectura del libro de cuentos "Rúa" como algo deslumbrante.
Admito no haber leído este libro y me aplico a poner remedio cuanto antes.