Trad. Manel Martí y Helena Aguilà. El Aleph Editores. Barcelona, 2006, 431 págs. 21 €
Leah Bonnín
Tenía vocación literaria, pero a pesar de contar con algunos hallazgos, lo que prevalece en los diarios de Nina Lugovskaia, es la visión amarga y desengañada de una adolescente en la Unión Soviética de los años treinta. Escritos entre los trece y los dieciocho años, entre octubre de 1932 y el 2 de enero de 1937, fecha de la última anotación, cuando fue detenida junto con su madre y sus dos hermanas y condenada a cinco años de trabajos forzados en el Gulag, y confiscados por el NKVD (la policía secreta precursora del KGB), los cuadernos de esta precoz adolescente revelan un inusitado y lúcido análisis de aquellos tiempos de apoteosis del régimen estalinista. Tal vez porque había sido educada en el seno de una familia de los llamados intelectuales de primera generación. Tal vez porque había sufrido en carne cercana (en el momento de escribirlos, su padre cumplía condena como activista del Partido Socialista Revolucionario) la persecución a la que fueron sometidos quienes se mostraban contrarios a los bolchevique. El caso es que, a diferencia de muchos intelectuales que después serían perseguidos por el propio Stalin, la joven Nina nunca se vio seducida ni por el dictador ni por el régimen comunista.
En los diarios de Nina la experiencia cotidiana de la adolescencia se revela en todas sus facetas, desde la preocupación por el aspecto físico y las transformaciones que experimenta su cuerpo hasta las reflexiones sobre el hambre, ese doloroso vacío físico con el que acabará por acostumbrarse a convivir. Pero si en ellos hay algo que llama especialmente la atención, algo que mantiene su vigencia y que se erige como valor a salvaguardar más allá del desmoronamiento moral de Nina (sometida a torturas físicas y presiones psicológicas, acabó por firmar una acta condenatoria inculpándose de crímenes inverosímiles), es su férrea voluntad por preservar los valores del yo frente a la psicología comunitaria auspiciada por el régimen. Basta detenerse en los subrayados efectuados por los agentes del NKVD, para darse cuenta de hasta qué punto los comentarios de una adolescente eran considerados como una «amenaza» y un peligro para el tipo de sociedad que querían construir los bolcheviques.
Sin duda, el padre —socialista que acabaría por convertirse en un nacionalista conservador, condenado al exilio tanto por el gobierno zarista como por las autoridades soviéticas— algo tuvo que ver con las actitudes de la joven Nina, tanto con las que la llevaron a defender al individuo frente al sistema, como con las relacionadas con no pocos prejuicios racistas antijudíos. Pero también hay que tener en cuenta unos gustos literarios clásicos (desde Lermontov a Tolstoi, pasando por Gogol) que no sucumbieron a las experimentaciones vanguardistas del momento.
En tanto que fruto adolescente, no podía ser de otro modo, la escritura de Nina Lugovskaia es egocéntrica y autorreferencial, a veces resulta repetitiva (a pesar del trabajo de edición) y tediosa, pero en ella también podrán satisfacer su curiosidad quienes quieran profundizar en el conocimiento de la microhistoria durante el régimen soviético y de la vida de quienes lo padecieron. Porque a pesar de la inseguridad y los miedos que le ocasiona su ambición literaria o, paradójicamente, gracias a ellos, Nina Lugovskaia también escribió para ser leída, aunque no podía ni imaginar que sus cuadernos requisados iban a guardarse en los archivos del NKVD y, mucho menos, que años más tarde, serían «descubiertos» por Irina Osipova, quien los transcribió, editó y dio a conocer.
Leah Bonnín
Tenía vocación literaria, pero a pesar de contar con algunos hallazgos, lo que prevalece en los diarios de Nina Lugovskaia, es la visión amarga y desengañada de una adolescente en la Unión Soviética de los años treinta. Escritos entre los trece y los dieciocho años, entre octubre de 1932 y el 2 de enero de 1937, fecha de la última anotación, cuando fue detenida junto con su madre y sus dos hermanas y condenada a cinco años de trabajos forzados en el Gulag, y confiscados por el NKVD (la policía secreta precursora del KGB), los cuadernos de esta precoz adolescente revelan un inusitado y lúcido análisis de aquellos tiempos de apoteosis del régimen estalinista. Tal vez porque había sido educada en el seno de una familia de los llamados intelectuales de primera generación. Tal vez porque había sufrido en carne cercana (en el momento de escribirlos, su padre cumplía condena como activista del Partido Socialista Revolucionario) la persecución a la que fueron sometidos quienes se mostraban contrarios a los bolchevique. El caso es que, a diferencia de muchos intelectuales que después serían perseguidos por el propio Stalin, la joven Nina nunca se vio seducida ni por el dictador ni por el régimen comunista.
En los diarios de Nina la experiencia cotidiana de la adolescencia se revela en todas sus facetas, desde la preocupación por el aspecto físico y las transformaciones que experimenta su cuerpo hasta las reflexiones sobre el hambre, ese doloroso vacío físico con el que acabará por acostumbrarse a convivir. Pero si en ellos hay algo que llama especialmente la atención, algo que mantiene su vigencia y que se erige como valor a salvaguardar más allá del desmoronamiento moral de Nina (sometida a torturas físicas y presiones psicológicas, acabó por firmar una acta condenatoria inculpándose de crímenes inverosímiles), es su férrea voluntad por preservar los valores del yo frente a la psicología comunitaria auspiciada por el régimen. Basta detenerse en los subrayados efectuados por los agentes del NKVD, para darse cuenta de hasta qué punto los comentarios de una adolescente eran considerados como una «amenaza» y un peligro para el tipo de sociedad que querían construir los bolcheviques.
Sin duda, el padre —socialista que acabaría por convertirse en un nacionalista conservador, condenado al exilio tanto por el gobierno zarista como por las autoridades soviéticas— algo tuvo que ver con las actitudes de la joven Nina, tanto con las que la llevaron a defender al individuo frente al sistema, como con las relacionadas con no pocos prejuicios racistas antijudíos. Pero también hay que tener en cuenta unos gustos literarios clásicos (desde Lermontov a Tolstoi, pasando por Gogol) que no sucumbieron a las experimentaciones vanguardistas del momento.
En tanto que fruto adolescente, no podía ser de otro modo, la escritura de Nina Lugovskaia es egocéntrica y autorreferencial, a veces resulta repetitiva (a pesar del trabajo de edición) y tediosa, pero en ella también podrán satisfacer su curiosidad quienes quieran profundizar en el conocimiento de la microhistoria durante el régimen soviético y de la vida de quienes lo padecieron. Porque a pesar de la inseguridad y los miedos que le ocasiona su ambición literaria o, paradójicamente, gracias a ellos, Nina Lugovskaia también escribió para ser leída, aunque no podía ni imaginar que sus cuadernos requisados iban a guardarse en los archivos del NKVD y, mucho menos, que años más tarde, serían «descubiertos» por Irina Osipova, quien los transcribió, editó y dio a conocer.
A mí es un libro que se me ha caído de las manos en la página 118. En efecto, Nina sabe escribir correctamente.Como adolescente es egocéntrica. Y es lista. Pero su diario no es imprescindible. Interesa más comprobarla cerrazón de los censores -tampoco sorprendente- que lo que se dice.
ResponderEliminarCoìncido con la opiniòn del usuario anonimo.Aunque te he visto otras reseñas muy interesantes.
ResponderEliminarSaludos colega.
Este diario me ha aburrido, pero me ha sugerido algunas reflexiones.
ResponderEliminarNina tiene unas lecturas y una forma de expresarse que no parece que se haya educado en la escuela bolchevique. Nuestros alumnos de bachillerato no son capaces de expresarse así, mucho menos los de ESO. Y de lecturas, nada.
¿Qué hay del principio de la autocrítica? No veo que el PCE lo haya aplicado con Stalin, tampoco Carrillo -Doctor Honoris Causa- ¿Qué honor? ¿dónde está el de quienes lo han nombrado o consentido?
este diario me encanta , aunque no tanto como el diario de Ana Frank,que no sepan expresarse asi esos alumnos de bachillerato, es normal. no todo el mundo tiene la encantadora capacidad de escribir asi,ademas, antiguamente se enseñaba mejor,porque como se ve, no hay ningun/a joven que haya publicado ningun diario en el siglo XXI,eso no es tan facil.Pero tambien, es que el que publico el diario, lo"reformaria"un poco.Su diario no es inprescindible, y no hace falta que lo sea, cada persona piensa si es imprescindible o no,el caso es pasar el rato. conclusion:libro recomendado para aquellos que les gusten leer diarios reales.
ResponderEliminarme ha gustado mucho este libro.Desde el diario de anne frank ningun joven escribira un diario que luego seria publicado...
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