Traducción y revisión de Concha Manella. Mondadori, Barcelona, 2006. 187 págs. 16 €
Pedro A. Ramos García
Si ustedes, como yo, son de los que prefieren no saber nada del autor antes de leer un libro, no les diré que J. M. Coetzee ha ganado los premios de mayor prestigio literario. Si ustedes, como yo, ya han leído algún libro de este Premio Nobel de Literatura en 2003, Premio Booker en 1999 por Desgracia y en 1983 por Vida y época de Michael K, el libro que ahora edita Mondadori, ya sabrán quién es Coetzee sin que yo se lo diga.
Pero ¿quién es Michael K? ¿Sólo «un hombre escuálido con el labio retorcido» (pág. 172)? ¿Un idiota? ¿Un simple? Parece que sí. ¿A quién más se le puede ocurrir, en los albores de una guerra civil, «¿O es que mi memoria falla y la he confundido con otra guerra?» (pág. 163), transportar a su madre enferma a la granja donde vivió sus mejores momentos? Así empieza esta historia.
Vivimos tiempos de lo políticamente correcto y parece necesario alguien que levante la voz y señale, lejos de los tópicos y típicos provincianismos, los males de nuestra época. La literatura también sirve para eso. Cierto: muchos son los escritores que lo intentan y malgastan toneladas de papel en sus aburridos panfletos, pero afortunadamente, cada poco, brota entre tanta pose un escritor capaz de conjugar la denuncia con el arte, un escritor con la precisión de un cirujano y la sencillez del sujeto-verbo-predicado, que muchos literatos quisieran dominar algún día.
Coetzee, en este libro, narra de forma aséptica, casi pornográfica, sin intriga y sin construcción de personajes, la muerte por desgaste de K. «Alguien como él no debería haber nacido nunca en un mundo como este.» dice el médico que le trata (pág. 162). Su labio leporino, sus pocas luces (¿o será la pena?), le hacen esperar la muerte sin recurrir al delito. Cualquiera con un cociente de inteligencia superior se justificaría a sí mismo para matar, robar o violar; ya se sabe: donde los idiotas plantamos semillas, los soldados plantan minas antipersona. Son tiempos de guerra, en la literatura, en la vida, todo vale.
Pedro A. Ramos García
Si ustedes, como yo, son de los que prefieren no saber nada del autor antes de leer un libro, no les diré que J. M. Coetzee ha ganado los premios de mayor prestigio literario. Si ustedes, como yo, ya han leído algún libro de este Premio Nobel de Literatura en 2003, Premio Booker en 1999 por Desgracia y en 1983 por Vida y época de Michael K, el libro que ahora edita Mondadori, ya sabrán quién es Coetzee sin que yo se lo diga.
Pero ¿quién es Michael K? ¿Sólo «un hombre escuálido con el labio retorcido» (pág. 172)? ¿Un idiota? ¿Un simple? Parece que sí. ¿A quién más se le puede ocurrir, en los albores de una guerra civil, «¿O es que mi memoria falla y la he confundido con otra guerra?» (pág. 163), transportar a su madre enferma a la granja donde vivió sus mejores momentos? Así empieza esta historia.
Vivimos tiempos de lo políticamente correcto y parece necesario alguien que levante la voz y señale, lejos de los tópicos y típicos provincianismos, los males de nuestra época. La literatura también sirve para eso. Cierto: muchos son los escritores que lo intentan y malgastan toneladas de papel en sus aburridos panfletos, pero afortunadamente, cada poco, brota entre tanta pose un escritor capaz de conjugar la denuncia con el arte, un escritor con la precisión de un cirujano y la sencillez del sujeto-verbo-predicado, que muchos literatos quisieran dominar algún día.
Coetzee, en este libro, narra de forma aséptica, casi pornográfica, sin intriga y sin construcción de personajes, la muerte por desgaste de K. «Alguien como él no debería haber nacido nunca en un mundo como este.» dice el médico que le trata (pág. 162). Su labio leporino, sus pocas luces (¿o será la pena?), le hacen esperar la muerte sin recurrir al delito. Cualquiera con un cociente de inteligencia superior se justificaría a sí mismo para matar, robar o violar; ya se sabe: donde los idiotas plantamos semillas, los soldados plantan minas antipersona. Son tiempos de guerra, en la literatura, en la vida, todo vale.
Buena crítica, acabo de terminar el libro... me deprimió horriblemente pero no puedo dejar de decir que bueno, muy bueno...
ResponderEliminarLo que más me impactó de la prosa de coetzee es cómo lograba hacer que prácticamente percibiera con mis propios sentidos todo lo que describía... je, con decirte que casi pude sentir el olor a orines secos de la manta del final (no le cago el final a nadie con eso, ¿no?)
Un saludo, lindo blog.
http://www.youtube.com/user/Pikytoria