viernes, mayo 26, 2006

Solo con invitación: Benjamín Prado

A las palabras acerca de un libro, sumamos las de su autor, en exclusiva para La tormenta.

Mala gente que camina
Alfaguara. Madrid, 2006. 428 págs. 19,50 euros

Care Santos

«No se puede acusar a alguien de haber sido engañado», sentencia, a modo de resumen argumental, el narrador y protagonista de esta estupenda novela de Benjamín Prado, un profesor de literatura en un instituto de secundaria cuya investigación sobre la narradora Carmen Laforet le lleva a descubrir a otra narradora, Dolores Serma, autora de una sola e inquietante obra, tras la que se esconde el terrible y desconocido trasunto de la desaparición de los niños republicanos durante la dictadura franquista.
Se cita a menudo en la novela la obra de Ricard Vinyes, Montse Armengou y Ricard Belis Los niños perdidos del franquismo (Plaza & Janes, 2002). Este ensayo, construido a partir de testimonios de mujeres republicanas que padecieron la crueldad de las prisiones franquistas denuncia algo de lo que en nuestro país se ha hablado muy poco: el robo de niños por parte de ciertas instituciones franquistas —en algunas ocasiones, tras fusilar a sus padres; en otras, después de devolverlos a España desde un exilio que sus familias habían pretendido para ellos— para entregárselos más tarde a familias afines al régimen. Esta novela cuenta una de esas historias, pero también muchas otras. En realidad, de lo que nos habla Prado es de la necesidad de adoptar disfraces, aunque sean repugnantes, para sobrevivir. Eso es lo que hace la protagonista de esta novela, la escritora Carmen Serma, supuesta amiga de Carmen Laforet, y de parte de los intelectuales de su tiempo: Martín Santos, Delibes, Cela… cuando acata los ideales del franquismo con tal de salvar a su hijo del estigma republicano y al hacerlo reniega de parte de su pasado y disfraza su vida entera, con un maquillaje tan convincente que abarca varias generaciones. Sin embargo, el investigador que descubre la novela llega a la verdad a través del único terreno donde ella fue completamente sincera: la ficción. Una única novela sin suerte, que su autora se autipublicó en los años 60 termina siendo la única que revela una verdad necesaria. Y cuando digo necesaria no me refiero sólo a los límites de la ficción. Creo que la novela que ha escrito Benjamín Prado era necesaria, aquí y ahora. Y podría apropiarme una frase de su protagonista cuando dice: «Me parece una vergüenza la forma en que unos y otros han pactado el olvido».
Esta novela es un antídoto contra ese olvido, y también un recordatorio de lo que somos capaces de hacer por sobrevivir, y una llamada de atención sobre el papel de los intelectuales ante el poder a través de las distintas posturas adoptadas por los afectos y desafectos al régimen —con nombres, apellidos y fechas, y algunos aún viven, qué valentía— y, por último, sobre la verdad: la necesidad de hacer que persista la verdad, la necesidad de los escritores de ser honestos escribiendo acerca de su única (¿la única?) verdad.
Hay mucho más que ponderar: el estilo —plagado de citas, de juegos, de chistes; original, ágil, brillante—; la dosificación de la información (el secreto de un buen narrador no es lo que cuenta sino cómo o cuándo lo cuenta) y los sobre todo, los personajes: un cuarentón de poco comer, malhumorado y amigo de cazar las ocasiones al vuelo —tras el que adivino algo del autor— y sus mujeres-satélite: su madre (un prototipo: la de quien cree que en la guerra los dos bandos cometieron dislates); su exmujer (otro prototipo: la que vivió la movida madrileña como si ocurriera en el salón de su casa y cayó en todas sus trampas, sobre todo en la peor de ellas: la heroína); su amante (uno más: la que no se pronuncia, aunque se complace en el bienestar de los conservadores) y Dolores Serma, la absoluta protagonista, una personaje tan de carne y huesos que cuando terminas la novela desearías que fuera real.
Y es que, de algún modo, tras esta historia, lo es. Real o visible, que viene a ser lo mismo. Ella y todas las que corrieron su misma suerte.

Benjamín Prado: «Pensaba en la novela
como si escribirla fuese una misión, o algo así»

—Aunque no se deba confundir narrador con autor,imagino que la motivación de tu protagonista debe de ser la tuya o no podrías haber escrito una novela como ésta, ¿me equivoco?
—Bueno, el era más cínico que yo, porque me interesaba que hiciese ese camino que aunque esté separado por una sóla letra es muy largo: el camino del cinismo al civismo. Ésa es la razón, también, de que su nombre sólo aparezca en la última línea de la novela: llamándose Juan Urbano, el lector habría adivinado pronto esa evolución. En cualquier caso, «motivación» es una palabra muy apropiada: si no la hubiese tenido, no aguanto más de tres años con los pies metidos en ese agua negra de nuestros años cuarenta. La verdad es que pensaba en la novela como si escribirla fuese una misión, o algo así.
—Mala gente que camina es una novela militante,valiente. ¿Tiene eso que ver con lo que crees que debe ser la literatura?
—Creo que puede serlo, sin más, entre otro millón de cosas. Hay grandes libros de monstruos, de humor, de amor, históricos... Y también libros sobre la Historia, que no es lo mismo. Todos ellos pueden ser malos o buenos. Que hay temas que no son apropiados para la Literatura es un invento de los mismos reaccionarios que afirman que hay episodios de nuestra Historia que no deben recordarse. Esa gente intenta convencernos de que la Historia puede hacer buena pareja con el silencio y el olvido, pero mienten.
—Las reacciones entusiastas de la gente de izquierdas que lea la novela parecen previsibles pero, ¿has tropezado ya con gente que la denoste, precisamente, por su color político? ¿Qué te han dicho? ¿Te importa, lo esperabas...?
—Es curioso: las peores reacciones las he tenido de presuntos compañeros de viaje que, por motivos extraños, me consideran demasiado radical. No lo sería yo, en cualquier caso, sino el personaje, que debe ser así para que la trama funcione, pero hay gente que no sabe leer novelas y confunde las cosas. Me quedo, de todas formas, con algunas historias que han venido a contarme a las presentaciones o ferias donde he estado, o con cartas que me envían en las que me dicen que ellos eran niños del Auxilio Social, que después de leer mi novela se dan cuenta de que han vivido engañados o que, de pronto, sospechan que tal vez ellos no son quienes creían. Es estremecedor, pero también emocionante.

7 comentarios:

  1. Muy pocas veces he lamentado tanto que un libro no me guste. Siempre he disfrutado con el estilo y el universo de Benjamín Prado, admiro su poesía como pocas de autores vivos en lengua castellana, devoro sus crónicas y artículos... y esperaba "Mala gente que camina" con voracidad, porque el tema me interesa muchísimo. Quizá por ello la decepción ha sido mayor, y sé que tampoco ha gustado a la mayoría de personas que conozco que la han leído (entre ellos, algunos escritores o historiadores a los que admira Prado). La tesis fundamental de la novela es certera, y conviene repetirla hasta que todo el mundo se entere, incluso aquellos que no quieren hacerlo: la posguerra española fue mucho más cruel de lo que se nos ha hecho creer, y la violencia y la represión llegó a alcanzar formas de una inhumanidad inverosímil. Ahora bien, Prado se equivoca a la hora de explicarlo. Comete varios errores históricos (y decir que esas inexactitudes o manipulaciones son del personaje y no del autor no parece muy legítimo), algunos graves. Se equivoca con los libros que maneja, omite información fundamental para que el lector desinformado pueda hacerse un juicio más completo del asunto (con Dionisio Ridruejo, por ejemplo, del que se llega a afirmar que "murió siendo falangista", lo cual es grotesco),e incluso llega a hacer una pequeña trampa con Machado, al insinuar que sus versos "Mala gente que camina / y va a apestando la tierra" fueron escritos pensando en los fascistas...
    Es una verdadera pena, pero este era un libro que debería haber sido duro y valiente, sí, pero también riguroso, impecable, justo... aunque sea una novela, aunque quiera pertenecer más al dominio de la literatura que al de la Historia. Estoy totalmente de acuerdo con Prado en que sobre estas cosas hay que hablar, de que eso del "pacto del silencio" es una infamia, de que los que apuestan por el olvido son los que más saldrían ganando con esa desmemoria..., pero no podemos equivocarnos con estas cosas. O, mejor: todo el mundo tiene derecho a equivocarse, pero no a equivocarse o exagerar a sabiendas.
    Ojalá me equivoque yo, pero mucho me temo que este es un libro con el que los viles neofascistas y revisionistas que van pululando por los periódicos y los esacaparates de las librerías se van a frotar las manos.

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  2. la crítica a este libro no es muy ecuánime, ¿no tiene nada que pueda ser mejorado, nada objetable?

    No creo que esto pueda ser llamado crítica literaria, tal vez sí publicidad o conchaveo pero crítica...

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  3. Sinceramente, frases como ésta me parecen increibles:
    "Estoy totalmente de acuerdo con Prado en que sobre estas cosas hay que hablar, de que eso del "pacto del silencio" es una infamia, de que los que apuestan por el olvido son los que más saldrían ganando con esa desmemoria..."
    ¿A estas alturas, con la de obras literarias españolas que hay dedicadas a esa posguerra, como es posible mantener esa impresión de que hay un "pacto de silencio"? Dios mío, no quiero ni pensar lo que pasaría sí no existiese ese pacto: la mitad de la narrativa española de los 70 a este mismo momento (incluyendo a autores que en puridad no han vivido esa época, porque eran tiernos infantes entonces) desaparecería por arte de birlibirloque.

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  5. Hace unos años entró una chica en la librería en la que me encontraba curioseando, y le preguntó al librero si tenía todos los libros de Benjamín Prado, porque había leído "Raro" y le había gustado muchísimo. El librero, un hombre que resultó ser más inepto de lo que aparentaba, estuvo un rato consultando el ordenador y localizó un sólo título: "Nunca le des la mano a un pistolero zurdo". Al parecer no lo conocía e ignoraba toda la obra de Prado, incluso sus libros más recientes (que, en aquel momento, debía ser "Alguien se acerca" o "La nieve está vacía"). En cualquier caso, pensé que me daría lo mismo que mi nombre no le sonase a un librero estúpido como aquel, con tal de que, algún día, una chica como aquella preguntase por mis libros con la misma devoción con que ésta había preguntado por los de Prado.
    Supongo que, a fecha de hoy, ése hombre ya sabrá quién es Prado o, en caso contrario, ya no será librero.

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  6. Benjamín Prado despierta pasiones entre muchachas impresionables, y eso está muy bien. A gente curtidita le provoca en cambio cierta alergia. En la novela Gólgota, de Román Piña, se comenta algo de un tal Benjamín Pasto que me temo es un divertido "repaso" de nuestro controvertido Prado.

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  7. no tenía ninguna intención de leer este libro pero un amigo me insistió y confieso que me ha sorprendido y la he devorado (octubre 2007). no soy precisamente una jovencita y puede que a veces me repatee un poco el protagonista aunque la mayoría de las veces sus comentarios me gustan. confieso que hasta que no me metí en internet pensé que esa escritora había existido, y eso que he leído mucho de la posguerra. el libro es realmente perturbador porque habla de un tema que sólo se había tratado, creo, en documentales o en libros de memorias pero no en novelas, que es a través de las que las cosas se filtran en las sociedades. quisiera decir que he leído muchísimos libros sobre la guerra civil, desde las memorias de tagüeña hasta las de mola pasando por las de ridruejo, serrano suñer, carrillo, la forja de un rebelde,san camilo 1936, las de max aub, sender, gironella, lera, josefina aldecoa, hugh thomas, ian gibson, gerald brenan, pero en general ninguna novela ha terminado de convencerme, tampoco la de días en llamas, que me parece un bluff, pero ésta de prado consigue lo que no hicieron muchos antes que él: ponernos los pelos de punta ante unos hechos terribles por los que nadie ha sido juzgado. pertenezco a una familia del bando de los vencedores. mis dos abuelos eran militares y estaban retirados por la ley azaña cuando estalló la guerra. los dos siguieron en sus trabajos hasta que la situación se hizo insostenible y vinieron a buscarlos a casa. entonces se asilaron en una embajada y al cabo de un año más o menos consiguieron pasarse al otro lado y, entonces sí, participar en la guerra, sin intervenir en ningún episodio de represión. mi madre tenía 15 años cuando empezó la guerra y me transmitió su odio y miedo a los rojos. durante mi etapa universitaria me pasé al bando republicano aunque yo también había jurado odio eterno a los rojos. desde entonces hasta hoy creo que me he ido informando de lo que pasó en uno y otro bando, y me considero una persona bastante informada sobre el terrible asunto de las dos españas. pero confieso que sabía muy poco de las condiciones en las cárceles y del tráfico de hijos de presas republicanas. de hecho terminé por sentirme saturada y asqueada por este tema de la guerra que envenenó las reuniones familiares a partir de 1973.

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