martes, mayo 02, 2006

Fragmentos de correspondencia romana, George Santayana / Robert Lowell

Edición, introducción, traducciones y notas: Graziella Fantini. Presentación: Hermann J. Saatkamp Jr. Instituto Cervantes, Roma, 2006. 106 págs. Edición no venal.

Óscar Esquivias

El epistolario que nos ocupa hoy es una obra tan breve como apasionante, cuyo único defecto es que nos hace echar en falta una edición completa del epistolario de George Santayana. Graziella Fantini, experta en el filósofo, ha seleccionado diez de las veintiuna cartas que éste dirigió al joven poeta norteamericano Robert Lowell. Se ofrecen en su redacción original en inglés y también traducidas al español y al italiano (la edición corre a cargo del Instituto Cervantes de Roma, ciudad en la que el filósofo pasó los últimos años de su vida). La correspondencia comienza el 25 de julio de 1947, cuando Santayana agradece a Lowell el envío de un libro de poemas (El castillo de Lord Weary, con el que había ganado el premio Pulitzer de poesía), y termina el 23 de octubre de 1950, semanas antes de conocerse personalmente. Esta última carta incluye un dibujo —reproducido en la edición— del propio Santayana en el que indica las calles de Roma que conducen hasta el asilo de monjas en que vivía (y que él designa, con elegante caligrafía y quizá con humor, como «Sisters’ Home»). La selección de la correspondencia termina aquí por decisión de la editora, porque siguieron escribiéndose hasta las vísperas de la muerte de Santayana, en marzo de 1952. Graziella Fantini, quizá por las limitaciones de espacio a las que obliga una edición trilingüe —pero también con verdadera astucia literaria—, prefiere centrarse en el periodo en que ambos personajes inician y consolidan una amistad cada vez más honda, llena de complicidades. El octogenario Santayana no trata a su interlocutor (54 más joven) con la condescendencia que, quizá, cabría esperar en una relación aparentemente tan desigual, sino todo lo contrario: demuestra entusiasmo por la obra de Lowell, a quien elogia sin tasa (llega a considerarle el mayor poeta vivo, por encima de T. S. Eliot, que fue su alumno en la Universidad de Harvard). La admiración de Santayana no es acrítica: se reconoce muy alejado de la sensibilidad de la poesía contemporánea y a veces confiesa no entender los versos de su joven amigo, pero esto no hace sino despertar su curiosidad y le solicita repetidamente al poeta consejo y explicaciones; más aún, le pide que «le instruya», que le ayude a tener criterio sobre la obra de los contemporáneos de Lowell que, a los ojos del filósofo, es críptica, ininteligible. Santayana quiere comprender los valores del arte reciente, aunque se sienta incapaz de compartirlos.
No podemos dejar de leer las palabras de Santayana sin emoción. ¿Qué efecto harían en Lowell? ¿Qué respondería? ¿Con qué palabras trataría de guiar al viejo filósofo? No lo sabemos, ya que en este libro sólo escuchamos la voz de Santayana y no se publican las réplicas del poeta norteamericano. La ausencia de las cartas de Lowell parece un recurso literario más de la editora, como el ya citado de interrumpir la antología las vísperas del primer encuentro entre los dos hombres. Graziella Fantini actúa así como una novelista que coloca el punto final en el momento más intenso de esta relación, justo antes de que ambos amigos, por fin, oigan sus voces, se estrechen la mano, paseen por primera vez juntos. De alguna manera, podemos leer el epistolario como una verdadera novela donde se ilustra el nacimiento de una amistad y también el de una sorprendente seducción intelectual: la que siente el viejo filósofo —un hombre solitario que pasa sus días en un asilo romano, siempre en pijama, con una salud deteriorada— por un joven que, inesperadamente, le escribe y le regala unos versos que le cautivan.
Lo dicho: apasionante.

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