Julián Díez
Es un hecho poco conocido fuera del propio género que la novela corta ha tenido un protagonismo decisivo en el desarrollo de la literatura fantástica y de ciencia ficción. Sin embargo, el devenir del mercado ha convertido al tocho y la serie de tochos en el formato más habitual en el que estos géneros llegan al lector, ocultando una producción interesante y que resulta absolutamente decisiva en este campo. Iniciativas como la de unir dos novelas cortas en un volumen, como es este caso, resultan por tanto dignas de aplaudir.
Brandon Sanderson, que aún no ha cumplido los 40, se ha convertido en apenas una década en uno de los principales nombres en la literatura fantástica pura. Y precisamente haciendo lo que más arriba comentaba: elaborando gruesos volúmenes de fantasía épica, e incluso consagrándose a terminar una de las series más longevas y exitosas en términso comerciales del género, La rueda del tiempo, al firmar los tres últimos volúmenes que su creador, Robert Jordan, no pudo concluir en vida.
Si esto suena poco prometedor, es tal vez porque a mí mismo me lo parecía de igual forma y he visto en la distancia el progresivo prestigio de Sanderson sin atreverme a catar su obra. Sin embargo, esta presente edición de dos novelas cortas independientes de sus sagas se presentaba como una inmejorable ocasión para poner remedio a mi desconocimiento y tengo que decir que ha valido la pena. Sanderson es un artesano eficiente: ameno, de estilo diáfano, y cierto vuelo imaginativo. Una de las cosas que me prevenían en contra suya era la similitud de su trayectoria vital con la de uno de los dominadores de este campo en los últimos años, Orson Scott Card; pero lo que se ve en las dos novelas cortas de este volumen son, precisamente, las cualidades con las que Card (en sus, ay, ya casi olvidados momentos de acierto) consiguió un notable prestigio en el arranque de su carrera antes de entregarse sin paliativos en brazos de la comercialidad y el proselitismo religioso mormón.
“Legión”, el primero de los contenidos del volumen, presenta a un curioso personaje: Stephen Leeds, un hombre que sufre alucinaciones tan vívidas que de hecho los personajes que imagina se conviertan en sus auxiliares para aportarle sus propias cualidades, desde la de ser un experto hacker hasta la de hablar en distintos idiomas. En esta intriga, Leeds es reclutado para buscar a un inventor que vendió a una empresa la idea de una máquina que permite tomar fotos del pasado, pero ha desaparecido con el prototipo una vez acabado. La resolución de la trama no resulta del todo satisfactoria, y tiene un cierto regusto a profesionalidad americana de “curso de escritor”, pero el personaje tiene tanta chicha que sostiene el juicio final positivo del relato, que por lo demás es entretenido.
En cuanto a “El alma del emperador”, se trata de una obra de fantasía heroica con bastantes más puntos de interés, que consiguió ganar el premio Hugo del pasado año. La protagonista es Shai, una maga falsificadora, capaz de copiar “el alma” de personas y cosas, de rediseñar o de copiar prácticamente lo que se le antoje. La suya es una habilidad considerada como blasfema, pese a lo cual los poderes fácticos del Imperio Rosa la apresan para que reconstruya la personalidad del emperador, que fue víctima de un atentado.
Aunque en el espacio de una novela corta no hay lugar para la creación intensiva y original de un mundo de fantasía, las pinceladas ofrecidas por Sanderson tienen muchos matices interesantes, al igual que los personajes; no sólo Shai, sino el anciano consejero Gaotona, que consigue eludir el tópico en que podría sustanciarse. Sanderson se las apaña para eludir algunos tópicos del género; por ejemplo, he tenido ocasión de leer comentarios suyos en los que rechaza la clásica fórmula del relato de viaje como esqueleto de las historias de fantasía, y efectivamente “El alma del emperador” se desarrolla prácticamente de forma íntegra entre cuatro paredes sin por ello dejar de resultar una historia entretenida y de satisfactorio vuelo imaginativo. Las gotas de heroísmo, traición y magia que salpimentan el relato consiguen darle verdadero cuerpo épico, sin por ello caer en lo trillado.
Tanto Shai como Stephen Leeds parecen personajes llamados a protagonizar más historias de Sanderson, que confiemos en que sepa sacarles partido con las mismas herramientas que lo hace aquí. Veremos si este juicio se consolida más adelante o, como en tantas ocasiones en el género, los formatos extensos y la tentación de deslizarse hacia la fórmula deja estas novelas cortas en un preludio sin continuidad.
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