Ángeles Prieto Barba
Con motivo del Centenario de inicio de la Primera Guerra Mundial, Ediciones del Viento ha tenido el acierto de publicar esta novela antibelicista. Una delicia narrativa que recoge con detalle todas las lacras de la guerra de modo convincente, en variados escenarios y con distinto armamento, a través de los ojos de un jovencito. No un niño cualquiera, sino un muchacho avispado y milagroso, dueño de una profunda carga simbólica, que nos sirve de espectador, testigo y acompañante especial en este recorrido por los campos de batalla germanos.
No por casualidad nuestro protagonista, Jan Kubitzki, es polaco, aunque de habla germana para poder entenderse con los soldados. Pues sin lugar a dudas, el país víctima por excelencia de la Gran Guerra fue Polonia, estado que perdió todo su territorio por la acción bélica de alemanes, rusos y austriacos. Devastación con la que se inicia el libro, pues el punto de partida de la narración será este joven como único superviviente, junto a su perro Flox, de un bombardeo que devasta todo un pueblo. Por otra parte, otro eje singular y brillante de la novela se encuentra en su mismo título, La calavera del sultán Makawa, cuyo mensaje se nos irá desvelando a lo largo de la misma para que podamos entenderlo. Primero como metáfora, pues después como cruda realidad.
En las primeras páginas captamos ya que nos encontrarnos ante una novela muy inteligente, escrita con ese magisterio de los relatos cortos que conlleva no dejar ni un hilo suelto. Así ocurrirá. Pero también muy veraz, demasiado. Y es que fue escrita muchos años después, y no en el pleno fragor de la batalla, por un soldado alemán que se presentó voluntario a esa Guerra que todos presentían corta, pero que se alargó mucho más de lo necesario, circunstancia que deja su peso en la novela. Por ello, cuestionar no sólo la acción bélica, sino a uno mismo metido en ella haciendo balance, otorga a esta novela verdadera altura moral, además de estética. La identificación del autor con las ingenuas reflexiones del personaje testigo, Jan Kubitzki, será también inevitable porque Rudolf Frank además de alemán, era judío. Y esta novela, publicada en 1931, le acarrearía no pocos problemas dos años después de ponerla en circulación con el ascenso nazi al poder, circunstancia por la que le retiraron el pasaporte, revocaron su título de doctor de leyes y le obligarían a iniciar un largo exilio en Suiza donde permanecería hasta su muerte.
Tras conocer al personaje de Jan Kubitzki, una no puede menos que recordar a Oskar Mazerath, el niño del Tambor de Hojalata (1959) del premio Nobel Günter Grass, en el que sin duda está inspirado. Ya que la personalidad, el mensaje y el propósito de ambas narraciones son similares, no podemos pasar sus coincidencias por alto. La denuncia en esta novela de la sinrazón, la locura, el absurdo y los tintes macabros que caracterizaron a la Primera Guerra sirvieron también para condenar a la Segunda. Pero mucho más a sus impulsores. En mi opinión, La calavera del sultán Makawa es una obra maestra que puede quedar sepultada por el trasiego de libros conmemorativos que hemos tenido este año. De ahí que haya querido realizar esta advertencia para que de ninguna manera se la pierdan.
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