lunes, febrero 29, 2016

En el polvo de este planeta, Eugene Thacker


Materia Oscura, Madrid, 2015. 192 pp. 17 €

Pedro Pujante

De vez en cuando tenemos la suerte de hallar un libro curioso, perspicaz que consigue apasionarnos. A priori, el tema no podía ser más sugerente: un ensayo que analiza, desde distintas perspectivas, el horror de la filosofía. Y realmente su deliciosa lectura convoca una serie de reflexiones sobre la literatura, el terror y la filosofía de gran interés.
El autor, Eugene Thacker, es profesor universitario y sus estudios están centrados en la filosofía nihilista y pesimista. Cuando se preguntó a los creadores de la serie televisa True Detective, confesaron que esta obra que aquí comentamos fue una de sus influencias. Está el volumen armado mediante distintos ensayos, que van de la demonología al horror en la teología, pasando por la filosofía oculta. Estos apartados, a su vez contienen distintos capítulos. Comentaré algunos de ellos.
La música black metal y su posible relación con lo demoníaco, la imagen de lo satánico a través de la cultura, sobre todo a partir del siglo XIX, cuando se vuelve un concepto antirreligioso. La música black, elemento cultural que actúa como revulsivo en las conciencias aunque formulado de un modo más poético, estético en nuestro tiempo.
Satán y la filosofía oculta en nuestros días. Es curioso atender al desarrollo que la figura del demonio ha mostrado a lo largo de las épocas, desde su manifestación como un artefacto meramente religioso hasta erigirse como un fenómeno más del imaginario cultural de nuestra sociedad. A este respecto, señala Thacker el Infierno de Dante, y comenta su interés, no solo por la «amplia colección de demonios que habitan sus páginas, sino por la forma en la que cuidadosamente estratifica distintos tipos de ser y no-ser demoníaco.»
El autor, para analizar los aspectos antropológicos y culturales de la filosofía subyacente en el satanismo no dudará en convocar a filósofos como Schopenhauer, abanderado del ‘pesimismo cósmico’. El filósofo alemán llegó a escribir: «…lo que queda tras la total supresión de la voluntad es, para todos aquellos que están aún llenos de ella, nada.» Thacker, además, lo emparenta ideológicamente con Lovecraft, escritor oscuro que configuró su teoría literaria en un mundo que evoca el terror cósmico.
Es interesante este lúcido ensayo por las constantes relaciones que Thacker establece entre arte y filosofía, entre la literatura (de terror, sobre todo), el cine, la televisión y el pensamiento. Una de las cuestiones sobre las que el autor se interroga son los límites de la inteligibilidad. Qué somos capaces de percibir, qué hay más allá de nosotros mismos y del mundo en el que vivimos. De hecho, al final, analizando una extinción total de la raza humana se cuestiona si no será esta una mera cuestión especulativa, ya que nadie quedaría para dar testimonio de la misma. Kant, nos explica, cree que por este motivo dicha idea es tan solo una presunción moral, basada en nuestra concepción antropomórfica de la realidad.
El capítulo que dedica a analizar la simbología del Círculo es bastante interesante, ya no tanto por el concepto filosófico en sí mismo, sino también por la utilización de obras literarias en las que se apoya para defender su tesis. Desde el Fausto de Marlowe, pasando por obras menos conocidas de Wheatley o Blish. Y otras más célebres de autores del terror y lo fantástico como Shield, Ballard o el ya mencionado Lovecraft.
El círculo mágico en la literatura es, para Thacker, una puerta, una «delimitación entre lo natural y lo sobrenatural.»
Analiza este concepto y su evolución, dejando de presentarse como tal para llegar a perder su fisionomía y disolverse, convertirse en una niebla o excreción, es decir, algo menos tangible y, quizá, más horrendo.
Los últimos capítulos son ensayos sobre la ecología –el Apocalipsis y los zombis de Romero ya muestran una visión del fin de la naturaleza- y la muerte, y el autor se pregunta si no será la vida la que nos provoca terror. De nuevo, trae a colación la figura de Lovecraft y de Dante, para hablarnos de los infiernos que ambos artistas proyectaron en sus obras.
En este ensayo, el amante de la especulación, del terror como una manifestación del pensamiento, encontrará un lugar de regocijo y descubrirá a un filósofo que conecta con nuestro imaginario cultural para arrojar luz sobre esos espacios de sombra en los que la literatura y el cine nos obliga a sumergirnos para horrorizarnos, es decir, comprendernos a nosotros mismos.

viernes, febrero 26, 2016

Cuentos completos, E. L. Doctorow


Trad. Carlos Milla, Isabel Ferrer, Jesús Pardo y Gabriela Bustelo.
Malpaso, Barcelona, 2015. 504 pp. 22 €

Salvador Gutiérrez Solís

La editorial española Malpaso tuvo la suerte de recibir del propio E. L. Doctorow la recopilación de sus Cuentos completos, ordenados por él mismo. Mucho más que una primicia, un auténtico tesoro literario que la desdicha ha convertido casi en un testamento, ya que el escritor norteamericano falleció poco tiempo después de enviar a los editores españoles su obra.
Buena parte de los lectores de Doctorow tuvimos conocimiento de su existencia gracias al cine, a la adaptación de algunas de sus novelas más célebres, entre las que destacan Ragtime y Billy Bathgate. Pero Doctorow es mucho más que es un escritor de películas, cabe considerarlo como uno de los grandes cronistas de la sociedad norteamericana de los últimos cincuenta años.
En estos Cuentos completos recorremos esas interminables carreteras que tan bien nos ha mostrado Wim Wenders, en su filmografía, que suene Ry Cooder, en compañía de mujeres y hombres abrumados por su presente, presos de su pasado y angustiados por su futuro. Parejas que fracasan, familias que se desmiembran como una muñeca rota, hijos que reniegan de sus padres y padres que no tienen respuestas que ofrecer. El relato de un país sumido por los efectos de una guerra en el corazón del odio y de las tinieblas, la corrupción estructural de su clase político y una economía que azota a la clase media.
Descarnado, vibrante, desnudo, certero, preciso, comedido en las descripciones, versátil con los silencios, despojado de cualquier calificación, Doctorow nos muestra una sociedad que se hunde en el pasado y que no atisba una luz en el final del túnel, bien porque nadie se la muestra o bien porque, sencillamente, no existe. O porque nadie la busca. Una sociedad en la indefinición.
Doctorow traslada a sus relatos el latido de su tiempo, lo que llega a provocar en el lector un estado que me atrevería a calificar como de desasosiego, ya que es tal la nitidez, la realidad, de las situaciones y de los personajes que nos muestra, que es prácticamente imposible mantenerse al margen. En la piel de estos Cuentos completos podemos encontrar nuestra propia piel, con sus cicatrices sin curar, con sus quemaduras provocadas por el paso del tiempo. Una descarnada y honesta, y por tanto real, lección de Literatura.

miércoles, febrero 24, 2016

La brújula del universo, Mario de los Santos


Pregunta Ediciones, Zaragoza, 2015. 234 pp. 13,50 €

Miguel Carcasona

Zaragoza. Año 2058. Se celebran los 50 años de la Expo del agua y los 250 de Los Sitios. Alzamora, un antropólogo de segunda, con ayuda de su becario Pierre, encuentra la única jota escrita en francés que se conoce, compuesta durante la Guerra de la Independencia. La presenta en sociedad de un modo efectista: una amiga de Pierre, cantante en un grupo post-punk, completamente ebria, la interpreta ante los congregados en un congreso científico. Sin querer, han dado con la brújula del universo, lo que desencadenará un hecho insólito: al cantar la jota se convoca a la Zaragoza del segundo Sitio, que se superpondrá a la del presente. Como si fuesen espectadores de una película tridimensional, los habitantes del siglo XXI pueden ver y escuchar con nitidez los sucesos del XIX, pero no al revés. Los universos son paralelos, en principio; nada de lo que sucede en uno puede afectar al otro. En principio.
Basándose en la Teoría de los universos múltiples de Everett, Mario de los Santos plantea una novela multidisciplinar: novela de intriga, con la pesquisas para intentar descifrar la letra de la Jota; novela histórica, al narrarse con esmero diversos acontecimientos de Los Sitios, y novela de ciencia ficción, en la línea de Stanislav Lem, con una mezcla de auténtica ciencia, planteamientos sociales, económicos y filosóficos. Todo ello trufado con un constante humor socarrón —a ratos, ácido— que lo mismo alcanza a situaciones cotidianas como a lo social y político, con especial mención para el mundo universitario. Debe destacarse —incluso sorprende— el papel de la Jota y el afán por rescatarla como canto popular, liberándola de corsés un tanto rancios.
De los Santos, doctor en Química, novelista de amplio bagaje cuya trayectoria ha sido reconocida con varios premios, productor de cortometrajes y editor durante una década de Tropo Editores, demuestra dominar los niveles en los que indaga y apuesta sin ambages por el apoyo al débil y la valoración del esfuerzo colectivo, anónimo a menudo, frente a los grandes nombres y hazañas. «Hemos nacido en una época afortunada: la época de la anestesia» dice un personaje, y el autor lucha por despertar al lector de esa anestesia. A la novela le viene como anillo al dedo esta reflexión de Karl Marx, escrita en El 18 brumario de Luis Bonaparte: «Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado.»
Los protagonistas se agrupan en tres parejas que simbolizan otros tantos estados vitales: la juventud impetuosa, el matrimonio estable y la desesperanza que halla consuelo en un amor maduro. Destaca la joven intérprete de la jota: física brillante y cantante en un grupo punk, su iconoclasia puede servir como retrato de la generación a la que pertenece el autor. Desde un comienzo caricaturesco, va creciendo hasta el reconocimiento y la admiración. Quienes hayan visto La gran belleza, de Sorrentino, tal vez hallen un paralelismo con el personaje de La Santa. Junto a ellos se despliega un abanico no muy amplio de personajes secundarios, a través de los cuales se satiriza o enaltece a tipos perfectamente replicables en la sociedad de cualquier época.
De los Santos, en definitiva, plantea que de dos distopías, confluentes en el tiempo y en el espacio, puede nacer una utopía. Aunque la utopía tampoco sea paradisíaca. Y lo hace a través de una novela que conjuga entretenimiento y profundidad. Una novela que, en su momento, mereció el II Premio de Novela Corta Fundación Dosmilnueve.

lunes, febrero 22, 2016

Yoro, Marina Perezagua


Los libros del Lince, Barcelona, 2015. 320 pp. 19,90 €

Miguel Sanfeliu

Yoro, misterioso título el de la primera novela de Marina Perezagua, tras los muy recomendables libros de relatos Criaturas abisales y Leche. ¿Qué o quién es Yoro? Yoro es el nombre de una niña, una niña que no es la protagonista de la historia, pero que canaliza todo lo que aquí se cuenta. La narradora es una mujer identificada como H, que va desgranando una historia terrible ante los ojos del lector con frialdad y precisión. Marina Perezagua, hay que advertirlo, no es una escritora amable, de tramas ligeras o intrascendentes. Uno debe estar preparado para enfrentarse a una prosa dura, a unas situaciones que duelen. Aquí vendría a cuento reírnos un poco del típico debate que enfrenta una supuesta literatura femenina y otra masculina, pero lo dejaremos para otra ocasión.
H es una mujer que ha sobrevivido a la explosión atómica que asoló Hiroshima, una mujer compleja, atormentada, que en las primeras páginas se dirige a alguien a quien identifica simplemente como "Señor", alguien que parece ha de juzgarla por un crimen. A partir de aquí, la historia comienza con un incendio en un campo de refugiados en el que H está con Yoro, un incendio que es, nos dice, el final de una búsqueda que ha durado cincuenta y cinco años. Y entonces sí, un tercer salto atrás para contarnos la historia de esa búsqueda, su amor por un americano llamado Jim que fue prisionero de los japoneses, su sexualidad traumática, su amistad con S, el transcurso, en fin, de un periplo incierto que sirve para repasar un periodo lleno de crueldad y sordidez.
Marina Perezagua se ha embarcado en un proyecto de gran ambición, una novela de más de trescientas páginas, con aspiración totalizadora en cuanto a las inquietudes e intereses de la autora. Ha urdido una trama desde la que poder hablar de los horrores de la guerra, de la crueldad del ser humano, pero también de la esperanza de la redención, del amor incondicional como motor de heroicidades.
Su estilo resulta fluido y muy eficaz, al servicio de una descripción aséptica y, por tanto, cargada de fuerza. Una muestra de la precisión de la autora a la hora de enfrentarse a imágenes atroces la encontramos en el siguiente párrafo: «La presencia de tantos hombres amontonados hizo que las maderas del barco comenzaran a absorber la humedad, rezumando gotas compuestas por el sudor de los prisioneros. La sed empezó a ser tan insoportable que los hombres comenzaron a lamer en las maderas esas perlas de agua hechas del sudor colectivo».
Se suceden las escenas con un aire casi onírico, imágenes perturbadoras por las que transcurre esta sucesión de horrores, de rabia, de denuncia. Un periplo que tiene su inicio en la explosión de la bomba atómica sobre Hiroshima y llega hasta las minas africanas donde se extrae el uranio, el principal componente de aquella bomba. Un catálogo de situaciones espeluznantes que dejan claro que a la autora no le interesan las tramas amables sino los gritos que surgen de la indignación ante la sinrazón de la crueldad.
Yoro es un libro interesante y, sobre todo, la prueba de que Marina Perezagua es una escritora que va a seguir dando que hablar y de la que se pueden esperar aún obras de gran calado.

viernes, febrero 19, 2016

La camisa del marido, Nélida Piñón


Trad. Roser Villagrasa. Alfaguara, Madrid, 2015. 162 pp. 16,90 €

Ignacio Sanz

Nunca había leído a Nélida Piñón, popular escritora brasileña de origen español, concretamente gallego, que ha recibido todo tipo de premios y reconocimientos; además de escritora ha desempeñado tareas de responsabilidad en instituciones culturales, academias y universitarias. Por todo ello sí había leído alguna entrevista en la que opinaba sobre diversos aspectos relacionados con la escritura y el periodismo. Recuerdo en concreto una respuesta que me impactó. Decía que no salimos de casa cada mañana a nuestro trabajo únicamente para traer el pan, el queso o el vino y compartirlo luego con los nuestros en la mesa. También salimos para recabar las historias que nos cuentan en el camino y compartirlas junto con los alimentos con los miembros de la familia. Porque esas historias acabarán orientándonos y dando sentido a nuestra vida.
Nélida Piñón reúne nueve cuentos en este volumen que comienza por el que da título al libro. En todos presenta un trasfondo complejo a partir de una situación particular. Podría decirse que se trata de cuentos que tienen como nexo la pasión, la sensualidad o la añoranza. También la soledad. Pero no hay un fondo doctrinario, eso se percibe con claridad. Quiero decir que los personajes resultan contradictorios, que a veces cojean, que el lector quisiera verlos más rebeldes o menos pusilánimes. Pero son así, posiblemente como correlato de los personajes reales en los que pudo inspirarse la autora. Mujeres colgadas de amoríos imposibles, mujeres apasionadas hasta el delirio, mujeres dominantas e irracionales, mujeres celosas, estúpidas y traidoras. El elenco de mujeres es variado. Como el de hombres, algunos machistas y castradores; otros tiernos, dejándose arrastrar por pasiones irracionales. Y, al fondo, la geografía exuberante de Brasil. Pero también bebe de la propia literatura. De ahí que la planicie manchega tenga protagonismo a través de don Quijote, Sancho, Dulcinea y Maritormes, personajes que juegan en un salón con espejos deformes que los reflejan. El emperador Carlos V es el personaje central de otro de los relatos. Y Camoens, autor de Os Luisiadas protagoniza el último, “La desdicha de la lira”, un relato de corte poético, precioso, en el que vemos al gran poeta portugués sobreviviendo en una Lisboa miserable que lo ignora acompañando por el mendigo indio que se arrastra a su lado. El poeta, creador de la grandeza de un pueblo, es ahora ignorado por todas esas familias nobles a las que ha dado, como Homero en la Odisea, un aliento definitivo.
En general me quedaría con los relatos escritos en primera persona, aquellos relatos en los que la subjetividad se acentúa. Lo digo porque algunos de los escritos en tercera resultan más distantes. Pero, en cualquier caso, qué gusto leer a una escritora culta que utiliza las pasiones, la propia literatura y la historia de cómo fuente de inspiración.

miércoles, febrero 17, 2016

Diarios 1956-1985, Jaime Gil de Biedma


Ed. Andreu Jaume. Lumen, Barcelona, 2015. 672 pp. 24,90 €

Bruno Marcos Carcedo

La poesía de Jaime Gil de Biedma cada vez se sitúa en una mejor posición dentro de la historia de nuestras letras y, ya superados los últimos escollos de las dominancias poéticas y agotadas las sangrías epigonales, se le percibe distinto a todos. A medida que pasan los años se entiende mejor su lugar dentro de la literatura y se le ve no como una anomalía sino como un producto singular, fruto de enlazar determinadas ascendencias poco habituales entre nosotros como la del romanticismo o la del modernismo inglés.
El resultado de su labor poética es una obra muy breve, muy decantada, muy atada a la vida, con una gran intensidad que alberga el canto a la plenitud al mismo tiempo que la elegía sin solución. Su tema principal es la juventud, encarnada en el erotismo, con las fascinaciones, urgencias e inquietudes que se tienen a los veinte años y con el lastre de la angustiosa amenaza de su fin. Gil de Biedma añadió a su experiencia vital su propia genealogía literaria y tomó de la época que vivió, tan marcada por el realismo social, y también de su tradición familiar un total coloquialismo que vuelve sus poemas prácticamente oralidad, textos para ser dichos, aspecto clave de su éxito comunicativo y hasta de su popularidad creciente.
De lo que ofrece esta edición de sus diarios lo mejor no es nuevo. Sin duda para este lector el preferido sigue siendo el primero, que ya se pudo leer hace años. Este contiene el relato de su primer viaje a Filipinas y plasma la algidez de su juventud, la libertad que encuentra en aquella antigua colonia, las descripciones de lo exótico de las islas, la vida de la alta burguesía colonial y empresarial en contraste con su actividad noctámbula, sus encuentros sexuales, la miseria que los rodea, la sordidez prostibularia, así como el final enredo con sus “novios filipinos”.
Es también interesante el diario posterior que recoge su convalecencia en un pueblo de Segovia para curar la tuberculosis. En esta parte vemos al poeta liberado de su vida urbanita y su trabajo de ejecutivo, entregado a la lectura y a la reflexión, a la creación literaria y al reposo contemplativo. Un periodo de tres meses que le marcó y que añora al comienzo del diario del año 1978, en el que cree falsamente haber recaído en la tuberculosis y experimenta un extraño sentimiento de ilusión por poder vivir otro tiempo como aquel de 1956 enfermo. Seguramente veía en esa etapa el ensayo de lo que habría sido su vida como poeta exclusivamente, aislado de la obligación laboral, las pasiones amorosas o las urgencias sexuales.
En los siguientes, coincidentes con la elaboración de su libro Moralidades se suceden sobre todo apuntes de utilidad para el estudioso de su obra, bien acompañados por las notas del cuidador de la edición, que ha tenido el buen tino de añadir cartas y fragmentos de entrevistas o artículos que ubican cada asunto de los que Biedma habla.
Es revelador el arranque del diario correspondiente a 1978 que ocurre durante una estancia en su casa de la costa, en el pueblo de Ultramort. Ahí hace una doble afirmación bastante dramática. En la primera reconoce que aunque es feliz ya no desea vivir mucho más y en la segunda asegura que, como escritor, no tiene ya nada que decir, ni a los demás ni a sí mismo. No en vano había ya escrito el poema “Después de la muerte de Jaime Gil de Biedma”.
Finaliza este volumen el inicio del diario correspondiente al año 1985 que describe los primeros momentos del tratamiento médico poco después de ser diagnosticado de sida, enfermedad que le causaría la muerte cinco años después.
Los Diarios de Gil de Biedma constituyen una lectura fascinante en asociación a su obra poética pero, no obstante, dejan una sensación extraña. Aunque el lector tiene una gran impresión de ser confidente del autor percibe algo raro, probablemente, la sustitución de la sinceridad por el exhibicionismo en demasiadas ocasiones, operación que produce un juego de superposición de máscaras cuyo fin es la automitificación. El caso es que esta automitificación se convierte en la herramienta clave para lograr el objetivo de su obra, salvaguardar lo que perece por el paso del tiempo en el seno de la literatura. El problema es que este mecanismo hace perder, en pago, parte de la verdad con lo cual se extiende, tanto sobre sus diarios como sobre sus poemas, cierto velo de falsificación.

lunes, febrero 15, 2016

Barbarie, Andrés García Cerdán


XIX Premio Alegría de Poesía del Ayuntamiento de Santander. Rialp, Madrid, 2015. 65 pp. 9,50 €

Ariadna G. García

Sorprende y emociona ver la evolución de un poeta desde sus primeros libros al último, desde sus primeros bandazos en el aire al dominio absoluto de la técnicas de vuelo, de las corrientes de viento y de su musculatura. Es el caso de Andrés García Cerdán. Una amiga común (Laura Nocciòli, estudiante Erasmus en el Albacete de finales de los 90 y de doctorado en la Complutense del 2001) me regaló su segundo poemario Los buenos tiempos (Premio del Ayuntamiento de Ciudad Real) allá por 2002. Obra tierna y gamberra, habla del (des)amor, la memoria, el sexo y el rock and roll con un estilo irónico que rinde homenaje a sus maestros (César Vallejo, José Martí, Nicanor Parra, Leopoldo María Panero, Charles Bukowski o Bob Dylan). Ya en estas páginas Andrés apunta al blanco de su más reciente publicación, Barbarie, en versos cargados de intención política como este: «No hay patria que no sea caminar sobre golpes». El libro por el que ha merecido el Premio Alegría 2015 supone la consagración de su autor. Su visión del mundo oscila entre dos platillos: por un lado, considera inaceptable el Estado Islámico y el terrorismo yihadista (léanse los poemas “Los bárbaros” y un texto de antología: “Fresas”); y por otro vascula hacia el lado contrario: el canto hímnico de la plenitud (“Arroyos”, “La muerte del derviche”). Denuncia y mística; violencia y panteísmo; la noche y el día que se funden en un libro maduro, reflexivo, de ritmo impecable e imágenes hermosas: «a tu alrededor/como grandes cerezas silenciosas/giran y giran los planetas. Dentro de ti se mueve una corriente/de cenizas antiguas.» (pág. 56). Jorge Riechmann apela a que el compromiso primero de un poeta es con la poesía y después con su tiempo. Andrés García Cerdán es un apóstol de este credo literario. Defiende la causa de la libertad criticando el odio del ISIS, pero también la hipocresía occidental («¿A qué precio se vende el mármol mítico/en los mercados europeos?» pág. 21); sin descuidar por ello la belleza estética. Valga por ejemplo el poema Ludus Magnus, donde el ritmo cadencioso del endecasílabo y los encabalgamientos suaves sirven para introducir y desarrollar el tema del paso del tiempo, los heptasílabos focalizan imágenes y los encabalgamientos abruptos nos llaman la atención sobre conceptos («qué es/vivir»). A los motivos consagrados por la tradición, como el de las ruinas romanas (que leemos en autores como Rodrigo Caro) suma Andrés la amenaza yihadista y la relevancia de la Realidad 2.0 para la propagación de videos virales. Andrés ha sometido su poética a un proceso de destilación, de refinación. Y como resultado, Barbarie es sin duda uno de los poemarios más interesantes que nos dejado la cosecha del 2015.

viernes, febrero 12, 2016

1927: Un verano que cambió el Mundo, Bill Bryson


Trad. Ana Mata Buil. RBA, Barcelona, 2015. 624 pp. 20 €

Ángeles Prieto Barba

Los lectores aficionados a la Historia estamos acostumbrados a analizar los hechos históricos de modo diacrónico y así se refleja en tantos volúmenes que eligen un tema concreto y determinado para estudiar su evolución a lo largo del tiempo. Quizá por ello nos resultan emocionantes, y enormemente adictivos, aquellos otros que, por el contrario, abordan los acontecimientos de forma sincrónica. Es decir, los que recogen todo lo que ocurre en un determinado espacio de tiempo. Pues gracias a ellos podemos entender mejor la confluencia de causas que intervienen en un hecho histórico determinado.
Por eso, al igual que ocurriera con 1913, un año hace cien años de Florian Illies, que podéis ver reseñado en nuestra Tormenta, me permito recomendar este libro sincrónico y enormemente instructivo. Ya que ambos son imprescindibles para entender lo que sobrevendrá a posteriori. Si el primero sirve para comprender la Primera Guerra Mundial, este otro nos proporciona pistas seguras sobre el crack de 1929, la más devastadora caída de la bolsa estadounidense que dio lugar a la Gran Depresión. Ambos sucesos fueron trascendentales en la historia del siglo veinte, pero quizá el que este libro aborda pueda resultar más interesante aún para nosotros, sumidos como estamos todavía en una larga crisis económica.
Que todo aquel esplendor, reflejado en el suceso que vertebra esta crónica: la gesta de Charles Lindberg al atravesar por vez primera el Atlántico en solitario y sin escalas, se viniera luego fatalmente abajo, es tema que ocasiona perplejidad. Y para acabar con dicho estupor se ha elaborado este estudio trepidante y divertido, tremendamente adictivo, de esos que una vez empezado, no puedes dejar de leer hasta acabarlo. Algo que debemos a su autor, Bill Bryson, cuyo éxito en libros de divulgación sobre viajes, literatura inglesa o historia de la ciencia fue tal que lo llevó a abandonar su prometedora carrera como periodista para seguir escribiéndolos. También debemos resaltar los méritos de su traductora al español, Ana Mata, quien se ha esforzado en que no perdamos los numerosos y constantes guiños humorísticos del autor en un libro difícil por abordar solo historia norteamericana, esa gran desconocida.
Y tanto. Gracias a él descubriremos las andanzas de las estrellas yanquis del momento, héroes en el béisbol y en el boxeo, como Lou Gehring, Babe Ruth o Jack Dempsey, auténticas leyendas deportivas en su época; las grandes migraciones del campo a la ciudad, contemplaremos el auge del jazz en Harlem y la proliferación de enormes salas de cine en las que se conocería el sonido. Pero esa sociedad de culto al ocio en constante movimiento, un tanto frívola y alocada, representada por la “chica it” de Brooklyn, Clara Bow, no oculta tampoco su cara más oscura: el auge de la mafia en Chicago propiciado por la Ley Seca, la corrupción innegable del gobierno republicano con Warren G. Harding, el caso Snyder-Grey (El cartero siempre llama dos veces), la afición por las compras a crédito, el aplauso general a la eutanasia, el odio racial, los atentados con bomba, la gran inundación del Misisipi, la electrocución de Sacco y Vanzetti o el robo sin penalidad alguna de inventos tan originales y lucrativos como la televisión, temas muy bien desarrollados en el libro y que, sin lugar a dudas, explican la tremenda crisis que vendrá después.
Echar la vista atrás siempre es instructivo, ya que nos informamos al mismo tiempo que reflexionamos sobre lo que estamos viviendo: «De aquellos polvos, vienen estos lodos» como indica sabiamente el refrán. Y por esta razón importante, además del entretenimiento y diversión asegurada con este libro ágil y bullicioso, motivan que lo recomiende con el entusiasmo de quien sabe que en modo alguno lo vais a dejar de lado.

miércoles, febrero 10, 2016

El comensal, Gabriela Ybarra


Caballo de Troya, Barcelona, 2015. 176 pp. 15,90 €

Cecilia Frías

Mostrar la muerte y el duelo sin enfangarse en el drama no es asunto sencillo. Máxime cuando el que escribe ha sido a su vez protagonista de los hechos −y lo hemos visto en novelas recientes como El jardín de la memoria de Lea Vélez o La hora violeta de Sergio del Molino. En esta misma tendencia podríamos enmarcar la ópera prima de Gabriela Ybarra (Bilbao, 1983), un libro que se ha ganado el reconocimiento de crítica y público al hermanar dos acontecimientos que marcaron su historia familiar: el asesinato de su abuelo, el empresario vasco Javier de Ybarra, a manos de ETA en 1977 y la muerte temprana de su madre por causa del cáncer. Del suceso histórico a la experiencia de lo íntimo. De la pérdida conocida a través de terceros a la vivida en primera persona.
La joven autora arranca con fuerza al recrear la mañana del secuestro en la casa familiar a partir de los testimonios de su padre, imágenes de Google y recortes de periódicos que va filtrando para que el lector tome conciencia de la honestidad de sus fuentes. Se generan de esta manera, dos niveles de discurso que atrapan por igual nuestro interés al relatar tanto la irrupción de los terroristas en aquel espacio doméstico de Neguri, como el propio itinerario de escritura. Tanto el hecho real novelado como un texto algo más cercano a la crónica. Pero en ambos registros asombra la sencillez de la prosa –sencillez que le fue inculcada desde bien pequeña−, como si Ybarra necesitara alejar el punto de vista para tomar distancia de los acontecimientos y poder así comprenderlos. Descubrir que los silencios familiares no han sido más que una forma de neutralizar las situaciones dolorosas.
Buscar en internet las fotos de los etarras y aceptar que pueden ser tan humanos como cualquiera. Sin embargo, el enfoque se acerca durante la segunda parte de la obra –la que tiene mayor desarrollo− al ocuparse de asuntos que tocan bien de cerca a la escritora. «El tedio de la enfermedad llamó al tedio de la espera del secuestro» explica al ahondar sobre los porqués que enlazaron estas dos pérdidas. Un tedio contado con hondura, sin estridencias. Retratado de manera intermitente, avanzando y retrocediendo según lo va dictando la memoria. Así pues, veremos a la autora viajar de los meses más lejanos en Nueva York mientras su madre recibía tratamiento, a un presente narrativo en el que debe lidiar con la ausencia, con los aniversarios en los que repite ritualmente caminos ya recorridos para recuperarla de algún modo. Recuerdos, sueños que le devuelven la imagen materna, escenas de hospital en las que se llama a la muerte por su nombre, o se aprecia sin veladuras el rápido deterioro del cuerpo. Momentos de dolor en los que la emoción parece bloqueada para irrumpir poco después, cuando ya no te la esperas.
Probablemente no haya nada más natural que la muerte y filtrarla a través de la escritura puede ser en algún modo terapéutico. Pues no se trata solamente de asumir el vacío, sino de ver las huellas que esas ausencias han dejado en la propia narradora, de constatar la presencia de ese comensal que en cada comida familiar «proyecta su sombra sobre la mesa y borra a alguno de los presentes».

lunes, febrero 08, 2016

El ojo oye, Paul Claudel


Trad. Juan Ramón Ortega Ugena. Vaso Roto, Madrid, 2015. 256 pp. 15 €

Fermín Herrero

Los interiores de la pintura holandesa, esas estancias de recogimiento, de quietud, esas escenas íntimas donde anidan lo durativo y el silencio, el alma según Paul Claudel, congregan en sus matices de luz, de claroscuros, un algo profundo, decisivo a mi juicio en la configuración de la estética occidental que más admiro, la que eleva el instante, además cotidiano, a una categoría trascendente que nos excede. De hecho, algunos cuadros de Vermeer y Pieter de Hooch, sobre todo, pero también de Viel, Maes y tantos otros, diríase que habitan verdaderamente dentro de nosotros, de nuestro espíritu, tan amenazado en el tiempo a este respecto inclemente, sin abrigo, que nos ha tocado vivir.
Para quienes amen la gracia secreta de la pintura flamenca, su delicado candor, y hayan pasado, en consecuencia, demoradas horas de contemplación extasiada, preferentemente en el Rijksmuseum de Amsterdam, aunque también en el Prado o en el Louvre, los ensayos pictóricos, más bien disertaciones, reunidos originalmente por P. Claudel en 1946 y que ahora presenta Vaso Roto en nuestro idioma, en una de sus acostumbradas ediciones, limpia y cuidada en extremo, con ilustraciones a color en el quicio del texto, bajo el sinestésico título El ojo oye, son una gozada en todos los órdenes. El más largo, el inicial, precisamente “Introducción a la pintura holandesa” es una inmersión en lo que denomina “conjunto encantado” gracias a “la magia bátava”, recorre todas las manifestaciones pictóricas de este estilo y lo coteja con la escuela italiana hasta desembocar en los bodegones o naturalezas muertas y en el soberbio cuadro Ronda de noche de Rembrandt.
El diplomático Claudel, cuya «capacidad intelectual se vertió en el ensalzamiento religioso, con un toque finisecular», tal y como sintetiza el traductor y prologuista Juan Ramón Ortega Ugena que, por cierto, cita acertadamente a Sthendal: «La pintura no es más que la moral en forma plástica», definición que serviría como lema guía al volumen en su totalidad, es dueño de una prosa desasosegante, pero muy atractiva por lo desusado, propensa al meandro de pensamiento y al matiz, siempre con pujos poéticos que le proporcionan tersura y ductilidad. Para quienes como a mí les seduzca su dicción sinuosa, digresiva, trufada de lo reflexivo y lo espiritual, el libro es un festín.
Los ensayos, escritos a partir de los sesenta y cinco años del autor, lo que es garantía añadida de conocimiento bien asentado, se ordenan cronológicamente y van desgranando sus impresiones al examinar telas, pero también catedrales como la de Estrasburgo, obras musicales –divagaciones dedicadas a Arthur Honegger-, objetos artísticos, etc, en relación con pensamientos propios, reflejos literarios, acontecimientos históricos o vivencias de viajero, vertidos en exposiciones minuciosas que, desde lo espacial, consiguen una lectura durativa, tanto mejor cuanto más se sale de lo meramente descriptivo, del “ut pictura poesis”, para ir más allá.
A quien esto firma le ha interesado especialmente su detallado análisis de la pintura flamenca, en particular de los paisajes, en los que Claudel ve, con acierto, creo, “temas de contemplación” y “fuentes de silencio”, pero el lector atento tiene mucho donde elegir. A seguido, en el otro estudio largo, se acerca a nuestra pintura a raíz de una exposición de fondos, salvados de la amenaza de la Guerra Civil, en el Museo de Arte e Historia de Ginebra. Un gozoso paseo por Velázquez, Goya o el Greco, con especial atención a los retratos y a los enormes tapices marianos que Carlos V se llevó a su retiro en Yuste.
Y, luego, un surtido de lo más sabroso: las vidrieras de las catedrales francesas de la Alta Edad Media, de cuando las cruzadas; el motivo artístico del camino; las piedras preciosas, en especial la perla; el Museo de Anatomía Comparada; los jarrones chinos; exégesis, podríamos decir lecturas, de la composición y el sentido en pinturas de Jordaens, Fragonard, Watteau, Steen o Rubens… Para Claudel «la pintura detiene al sol». De cuando en cuando le atiza duro a buena parte del arte contemporáneo, «que no tiene nada que decir». Y, como en muchas otras apreciaciones, con razón.

viernes, febrero 05, 2016

La bendición de la tierra, Knut Hamsun


Trad. Kristi Baggethun y Asunción Lorenzo. Nórdica, Madrid, 2015. 368 pp. 21,50 €

Santiago Pajares

La bendición de la tierra es sin duda una de las obras cumbres de Knut Hamsun, tanto que tras su publicación recibió el premio Nobel en 1920. Famoso mundialmente desde su primera novela Hambre, que escribió recién llegado de su periplo de seis años por Estados Unidos, siempre renegó de las grandes ciudades, viviendo gran parte de su vida en una cabaña en el bosque en Noerholm, en su Noruga natal. Y de eso trata La bendición de la tierra, de la vida en el bosque, concretamente en los páramos de Noruega donde los colonos comenzaron a establecer granjas y a trabajar la tierra con sus manos. La obra de Knut Hamsun es considerada una de las más influyentes del siglo XX, inspirando a autores como Thomas Mann, Franz Kafka, Herman Hesse o Charles Bukowski, quien incluso le citó en su famoso poema “Cómo ser un gran escritor”.
En esta novela nos centraremos en la figura de Isak, un colono que tras varios días de estudio del terreno, decide asentarse en una meseta, construir una cabaña y empezar a arar la tierra por sus propios medios para tratar de sobrevivir. Trabajando de sol a sol logra subsistir, tanto que llegado un momento necesita ayuda para las tareas cotidianas, por lo que pide en el pueblo a alguna mujer que suba al páramo a echarle una mano con los animales que comienzan a parir. Aparece entonces Inger, una campesina poco agraciada con un labio leporino, que se remanga y comienza a trabajar las largas jornadas con Isak, creándose entre los dos un vínculo, una sociedad de supervivencia que acaba en una relación amorosa. La relación que puede surgir cuando dos personas están solas en una isla desierta, que es lo que representa aquel páramo olvidado casi hasta por el propio gobierno. Sin embargo este, el gobierno, se acercará a pedir tributo a quien está trabajando las tierras del estado, instándole a regularizar su situación. Entonces Isak, el trabajador granjero, deberá pedir la ayuda de Geissler, un funcionario que no sólo le ayuda, sino que usa la cabeza como otros las manos para rescatar la riqueza de la tierra. Así comienza La bendición de la tierra, una novela en la que veremos a Isak ampliar su hacienda, sus cosechas, su ganadería y su propia familia, hasta convertirse en un hombre rico, el marqués del Páramo. Una historia rural que página a página nos emocionará con sus vicisitudes y sus problemas: Las envidias, las penurias, los amores y desamores, la riqueza, la miseria y el odio, dejándonos la historia de un hombre que llegó a Noruega con nada y a fuerza de trabajo y esfuerzo lo acabó consiguiendo todo. Uno no puede dejar de imaginar así los principios del propio Knut Hamsun tras su vuelta de América, las carencias que tuvo que pasar para recién llegado escribir su obra más famosa, Hambre, de la que aquí quedan claros rescoldos. Todos los personajes tienen algo del autor, y tras leer La bendición de la tierra, creo que podremos conocer un poco más no al colono Isak, sino a Knut Hamsun, que no sembrando sino recogiendo palabras de la propia tierra, supo crear su personal riqueza.

miércoles, febrero 03, 2016

Vida de un hombre (Poesía completa), Giuseppe Ungaretti


Trad (italiano). Carlos Vitale. Trad (francés). Rosa Lentini, Ricardo Cano Gaviria
Igitur, Reus, 2015. 360 pp. 22 €

José Luis Gómez Toré

Las etiquetas siempre resultan engañosas, y más cuando pretenden reducir la trayectoria de un escritor a unos pocos rasgos de manual. La recepción en nuestro país de poetas como Montale, Ungaretti y Quasimodo bajo el fácil rótulo de herméticos ha desdibujado en ocasiones las diferencias entre estos grandes nombres de la poesía italiana y ha dificultado, por tanto, una lectura atenta a la singularidad de cada uno. Sería de desear que la publicación de la poesía reunida de Ungaretti contribuya a deshacer prejuicios y generalizaciones empobrecedoras.
El propio sintagma, Vida de un hombre, da cuenta de la complejidad de esta aventura estética, si bien es cierto que se trata de un título tan iluminador como engañoso. Engañoso si esperamos una poesía autobiográfica al uso (al menos, como se ha practicado a menudo en la lírica española del pasado siglo). Esclarecedor, sin embargo, si nos ayuda a percibir que Ungaretti es, ante todo, un poeta de la memoria, esto es, del olvido, de lo que queda del recuerdo cuando lo filtra el olvido y se hace lenguaje. La paradoja de la poesía del italiano (que recuerda, en esto, a la peculiar tensión que hallamos en poetas como Celan, Gamoneda o Valente) es que lo que permanece, y se recupera como una iluminación súbita, es la decantación de la vida, su poso de alegría y dolor, su “resto cantable” para decirlo con Celan. Así, el propio escritor señala en una de las valiosas notas que incluye este volumen: «No se puede captar nada, más que bajo la forma de recuerdo poético, como si solo la muerte fuera capaz de dar forma y sentido a lo que fue vivido. La duración interna está compuesta de tiempo y de espacio, fuera del tiempo cronológico; el universo interno es un mundo donde la reversibilidad es la regla». Quizá sea este el sentido profundo de esa “estética del fragmento” de la que habla Haroldo de Campos en el prólogo que aquí sirve de pórtico a libros como La tierra prometida o Sentimiento del tiempo. Poesía que, para salvar la vida, interroga sin tregua a la muerte (y a los muertos, entre ellos, al hijo del poeta que falleció con tan solo nueve años y cuya desaparición constituye el telón de fondo de uno de sus libros más conmovedores, El dolor).
De todas formas, si algo nos deja claro esta recopilación es que no hay un solo Ungaretti. Por ello, no resulta improcedente la inclusión de textos dispersos e inéditos, que permiten perfilar la imagen, o más bien las imágenes, plurales, del poeta. Aquí se aprecia al lírico de breves epifanías que los lectores solemos asociar a su nombre («Entre una flor tomada y otra ofrecida/ la inexpresable nada»; «Ahora estoy borracho/ de universo»), pero también al escritor de un tono más meditativo en poemas de cierta extensión, al hombre de profunda conciencia religiosa, al autor, tan de su tierra como cosmopolita – como corresponde a un italiano nacido en Alejandría— que dialogó a fondo con las vanguardias (entre los poemas en francés aquí recogidos, encontramos un poema dedicado a André Breton, a quien Ungaretti conoció personalmente, al igual que a otros miembros del grupo surrealista, como Louis Aragon). Pero esa diversidad señala, por supuesto, hacia una profunda unidad, la de quien sabe que solo hay experiencia profunda en el seno del lenguaje, en la alquimia de un verbo que no da la espalda al mundo, sino que trata de extraer la sustancia última de la memoria. El poeta salva los pecios de lo vivido, los restos de la existencia y, por ello, su escritura alcanza, en el gesto imposible que une celebración y elegía, esa “alegría de los naufragios” que expresa inmejorablemente la impresión que produce la lectura de sus versos.

lunes, febrero 01, 2016

Cómo abrió don Nicanor el gran circo volador, Mar Benegas y Ximo Abadía


TresTristes Tigres, Sevilla, 2015. 60 pp. 14,50 €

María Dolores García Pastor

Don Nicanor es un señor que tiene un gran bigote, pero aún es más grande su corazón. Por eso se dedica a recorrer el mundo rescatando a un puñado de animales que encuentrará a su paso: un tigre-vaca, un pingüino que sabe chino, un burro forzudo, una monita, un gato, una perdiz... Esta es la historia que nos cuenta Mar Benegas y dibuja Ximo Abadía. También hay valores y al final del libro podemos disfrutar de la adaptación teatral que hace Sefa Bernet, por si los lectores se animan con la dramatización.
El texto en verso da ritmo y añade magia a la narración. Mar Benegas lleva años dedicada a acercar la poesía a los más pequeños, todo un mérito teniendo en cuenta que la poesía es la Cenicienta de la literatura y siendo para niños doble complicación. Mar es autora de un buen puñado de libros para niños y algunos para adultos, además de animar a la lectura, en escuelas y bibliotecas, y a la creatividad en sus talleres. Su amor por las palabras se deja ver en cada estrofa de sus libros, las mima, las acaricia y se las entrega a los lectores para que puedan jugar con ellas. Sus versos infantiles nos hacen pensar en la cubana Yanitzia Canetti o en la mismísima Gloria Fuertes. Es Ximo Abadía el que pone la nota de color dando un aspecto tierno y muy moderno a los personajes gracias a su técnica con el grafito, las ceras y los lápices. El resultado no puede ser mejor.
Este sería el punto de vista de un adulto, ¿y los niños?, porque al fin y al cabo este libro está destinado al público infantil. Pues la lectora que tengo en casa, Lluna de ocho años, se ha mostrado encantada leyendo la aventura de Don Nicanor. Le gusta que Mar Benegas escriba el libro “en poesía”, le chiflan los dibujos de Ximo Abadía y se queda con ganas de escenificar la versión teatral de Sefa Bernet.