martes, abril 30, 2013

Idilio con perro ahogándose, Michael Köhlmeier

Rayo Verde, Barcelona, 2012. 96 pp. 12,95 €

Arcadio García

Esta novela constituye la confesión pública de un dolor espantoso: la muerte prematura de una hija, y el esfuerzo de unos padres por racionalizar, en la medida de lo posible, el sufrimiento que provoca semejante tragedia. Narrada en primera persona por el propio Michael Köhlmeier, autor austriaco cuya hija, Paula, perdió la vida con 21 años de edad, en 2003, durante un paseo por la montaña. La historia tienen lugar tres años después del accidente, durante el desapacible invierno de 2006. El editor de Köhlmeier, el Dr. Beer, decide trasladarse inopinadamente desde Fráncfort al domicilio de Köhlmeier, en la pequeña ciudad austriaca de Hohenems, con objeto de trabajar, junto al escritor, en la última obra inédita del autor. Durante los tres días en que se prolonga la estancia del Dr. Beer, Köhelmeier y su esposa Monika, también escritora, comparten su vida con este singular personaje, un editor excéntrico, asocial, maniático, experto en la fenomenología de Husserl y amante de Joseph Conrad.
Mientras leía Idilio con perro ahogándose me ha asaltado el recuerdo de unas palabras que le leí una vez a Ricardo Piglia: «Las escenas de los libros leídos vuelven como recuerdos privados». Y es que el narrador revela que desde la muerte de su hija ha dejado de soñar con ella, y se diría que confía en la habilidad fascinante de la literatura para volver a hacerlo, echando mano de la capacidad que posee la literatura de incorporar a nuestro inconsciente historias que no han ocurrido nunca como si fueran episodios privados de nuestra propia experiencia vital, y, en consecuencia, la de incorporar a nuestra nómina de amistades y parientes personajes de ficción, y hacerlo como si se tratara de cualquiera de los seres reales con las que convivimos a diario. A partir de esa certidumbre, esta novela también constituye una búsqueda contumaz del autor —y padre— para tratar de recuperar el recuerdo de su hija, para tratar de volverla a soñar con la ayuda de la literatura y el lenguaje, de prolongar su vida mucho más allá de las circunstancias abruptas en las que se vio interrumpida y hacerlo con la misma intensidad con la que a menudo persiste en nuestro inconsciente el personaje de ficción.
Hay pasajes de esta breve novela que son realmente conmovedores. El narrador, mediante la ironía y el humor, lleva a cabo un esfuerzo apreciable y exitoso para evitar que prevalezca lo sensiblero, a pesar del cual el lector advierte la presencia permanente de un dolor inconsolable, por más esfuerzos que haga el autor para no expresar ese dolor de forma explícita, para evitar caer en lo lacrimógeno, para que la narración no acabe siendo, en suma, «una mierda rimbaudiana», expresión que empleaba la propia Paula para describir los textos excesivamente sentimentales. Se trata, pues, de un relato autobiográfico en el que posiblemente haya importantes elementos de ficción, aunque no sabemos en qué medida. No sabemos —yo no sé— si el Dr. Beer es un personaje real, y no sabemos —yo no sé— si el episodio final con el perro tuvo lugar en realidad o constituye un recurso metafórico mediante el que poner fin al duelo.

lunes, abril 29, 2013

Vida y opiniones del perro Maf y de su amiga Marilyn Monroe, Andrew O'Hagan

Trad. Pilar Vázquez. Alba, Barcelona, 2012. 309 pp. 22 €

María Dolores García Pastor

Maf es un perro de alta cuna, descenciente de los nobles canes de la mismísima María Antonieta y ha sido criado en la casa de Vanessa Bell, la pintora británica hermana de Virginia Woolf. Con esos antecedentes, como no podía ser de otra manera, tenía que estar predestinado a ser alguien en el mundo canino. Así que por esas cosas achacables al destino o al azar este pequeño terrier abandona su hogar en la campiña inglesa para viajar hasta los Estados Unidos. Lo llevará hasta allí la madre de la actriz Natalie Wood que a su vez se lo venderá a Frank Sinatra que lo comprará para regalárselo a la mismísima Marilyn Monroe, ahí es nada. Y como el que no quiere la cosa el pequeño Maf, diminutivo de Mafia Honey, se convierte en el ser más cercano a la mítica actriz durante los dos últimos años de su vida.
No es esta la primera vez que un escritor convierte a un perro en el protagonista de su historia, en la voz que la narra. Algunos hasta les han dado una personalidad bastante humana. El primero que me viene a la cabeza es Mister Boones, el perro vagabundo del Tombuctú de Paul Auster en el que vivimos en primera persona el día a día de los sin hogar, la dureza de la calle. O Stella, la protagonista de Te daba por muerto de Pet Nelson, uno de los ejemplos más recientes, auque en esta ocasión ella más que un perro pensante es la conciencia de su humano. Tampoco es la primera vez que un autor hace hablar a perros, moscas, hormigas y otros seres vivos en un universo paralelo que transcurre en la misma dimensión que la vida humana pero en una frecuencia acústica diferente: los animales se comunican entre ellos pero el oído humano no es capaz de entender lo que dicen.
Pero, aunque no es el primero, el perro de Marilyn es diferente a todos ellos. Maf es un perro muy pero que muy cultivado, con grandes conocimientos sobre arte, literatura, filosofía y demás parcelas del saber humano. Tiene una personalidad fuerte y arrebatadora, un verbo prodigioso, un excelente sentido del humor y un encanto físico que enamora. Pero no es eso lo que lo hace tan especial, en realidad su mayor encanto es ser el acompañante de una de las mujeres más hermosas, sexys y misteriosas del siglo XX. Y es que todo lo que tenga que ver con la Monroe nos resulta extremadamente atractivo a muchos. Eso y la inmersión del can en el faranduleo hollywoodiense de la época que nos lleva a conocer desde su prespectiva a famosos actores y directores de cine y hasta a algún que otro escritor, como la controvertida Carson McCullers.
La voz canina sirve al autor para reflexionar sobre temas tan trascendentes como la condición humana o la soledad, casi siempre con humor no exento de una profundidad que hace pensar. Maf se entrega a largas e interesantes disquisiciones que a veces son tan largas que acaban dejando de ser interesantes. Este es un libro entretenido, con un ritmo bastante ágil, pero que en ocasiones se atasca porque descoloca un poco que el perro Maf suelte sus discursos sobre Freud o Nietzche sin ton ni son, en medio de una reunión informal de actores antes o después de haber mordido a uno de los invitados, por poner un ejemplo. Las notas a pie de página, del propio perro, resultan un poco incómodas aunque también es cierto que nos hacen ver con claridad que Maf es un poco repelente.
Me llama la atención la frase de John Banville que aparece en la contraportada comparando este libro con grandes obras maestras como Lolita o El gran Gatsby porque, según dice, la “novela es un canto a la inocencia” como estas otras dos. Como que no. El libro está bien pero tampoco hay que pasarse. Para los que busquen saber algo más sobre la vida de la Monroe en este libro, desengáñense, ella es sólo un señuelo, el verdadero y único protagonista es el perro.

sábado, abril 27, 2013

La muerte de Iván Ilich, Lev Tolstói

Trad. Víctor Gallego. Ilust. Agustín Comotto. Nórdica, Madrid, 2013. 160 pp. 18 €

Fernando Sánchez Calvo

Iván Ilich, alto funcionario de la administración zarista, está a punto de morir. Como el resto de su vida, la causa de su inminente fallecimiento es triste, anodina y ridícula de pura cotidiana que es. No menos triste y anodina que su velatorio, con el cual da comienzo esta pieza breve de uno de los grandes que Nórdica, una vez más, acierta a rescatar e ilustrar con la mano de Agustín Comotto.
Iván Ilich, como ya hemos dicho, está a punto de morir, y no lo sabe. Estudia, asciende, prospera, se casa, tiene hijos, se convierte en un tipo respetable y disfruta en ocasiones sabiéndose una buena persona que, sin embargo, cuando quisiera, podría ser temido por cualquier ciudadano que tuviera un problema con la justicia. Eso le hace sentirse bien, sentirse pleno, aunque sus compañeros de trabajo (envidiosos por naturaleza) y su mujer (egoísta por burguesa) no aporten gran cosa a dicha plenitud.
Iván Ilich está a punto de morir y de repente sí lo sabe. Ese hecho, como era de esperar, provoca que el protagonista se replantee algunas cuestiones que hasta entonces no se había replanteado. A saber:
-que la muerte es individual e intransferible y el dolor que siente uno por sí mismo no lo puede sentir nadie más por mucho que te quieran;
-que la muerte de uno puede convertirse en una oportunidad para otros y si en algún momento de tu vida sientes que empiezas a sobrar, a lo mejor es porque sobras;
-que el cariño es la única manera de vencer al dolor de la muerte pero esto sólo lo aprendemos justo cuando nos estamos muriendo.
Lev Tolstói escribió esta novela con cincuenta años. Al igual que otros compañeros de generación o incluso al igual que toda persona que entre en la última etapa de su vida (compárese por ejemplo con el Galdós de Misericordia), el interés por retratar de manera realista las miserias e injusticias de la sociedad fue desplazado por una de esas crisis espirituales que te llevan a preguntarte cosas como “para qué tanto esfuerzo” o “después de esto, qué” en lugar de preguntarte “qué hay de comer para hoy” o “cuándo morirá mi superior para que yo pueda ocupar su puesto”. Ni exagero ni personalizo: lo he aprendido de manera natural, cruda y realista al leer los pensamientos, los temores y las certezas de Iván Ilich
Nabokov dijo en su día que esta novela era la mejor novela de la literatura rusa. Mahatma Gandhi lo repitió. Parece demasiado aventurado afirmar esto incluso si fuiste o eres una gran personalidad teniendo en cuenta otros títulos gigantes de gigantes rusos del siglo XIX que por gigantes no hace falta ni mencionar, pero sí se debe reconocer aquí que las escasas ciento cincuenta páginas que componen esta historia podrán ser leídas hoy, mañana y dentro de cien años en Rusia, en Asia o en futuras civilizaciones. Hablan de manera sincera de la obsesión más vieja del hombre: desaparecer. Supongo que eso, entre otros ingredientes, convirtieron a esta pequeña joya en un clásico.

viernes, abril 26, 2013

Los bigotes de la Gioconda, Blas Matamoro

Tres rosas amarillas, Madrid, 2012. 176 pp. 15 €

Óscar Esquivias

Sherlock Holmes y Watson apuntan sus sueños en sendos cuadernos y luego se los leen el uno al otro. Sin embargo, pueden pasar semanas enteras en las que no intercambian sus fantasías oníricas. Pese a su larga amistad, han llegado al acuerdo tácito de no confiarse los sueños eróticos o escabrosos. De este modo, el silencio los delata: lo que se calla acaba siendo tan significativo –o más– que lo que se cuenta. El secreto da alas a la imaginación y, por ello, puede ser muy perturbador.
Esto sucede en uno de los cuentos de Los bigotes de la Gioconda de Blas Matamoro, un autor con una larga carrera literaria a quien, sin embargo, yo hasta ahora sólo conocía por sus ensayos y sus numerosos artículos sobre música clásica. Esta condición de melómano se refleja en las páginas del libro: los personajes escuchan (o tocan) obras de Sibelius, Bach, Mendelssohn, Haydn o Nielsen; además, Matamoro tiene una prosa muy musical que fluye con naturalidad, sin ninguna afectación (y, por supuesto, también sin sonsonete ni ritmos cantarines, que es lo que otros entienden por «musicalidad» en la literatura). Su excelente oído para el idioma se refleja en el estilo y hasta en el argumento de los relatos: casi todos los personajes son muy conscientes de las palabras que emplean, alguno intenta averiguar la procedencia de otras personas a través de su acento y otros señalan los españolismos o argentinismos que se cuelan en su conversación. La arquitectura de sus relatos es muy variada y original. Muchos de ellos parecen construidos con sucesivas oleadas de energía, como las que escuchamos en la Fantasía de Schumann o en ciertos pasajes de Wagner o Mahler (además, el estilo de Matamoro tiene una sensualidad y una suntuosidad casi orquestales). El propio autor nos declara su poética en una breve nota final: «El cuento es como una cadencia musical, tiene una tensión y una resolución. No importa su tamaño sino su estructura».
El oficio de este escritor es extraordinario. Destaca especialmente en el uso de la elipsis y tiene la sabiduría de los narradores que saben elegir sus materiales literarios y los exponen de la manera más elocuente y expresiva. A mí, personalmente, me gusta mucho su capacidad para crear atmósferas mórbidas, a veces casi irrespirables, en consonancia con la psicología de los personajes (el autor tiene querencia por los estados de perturbación mental y a menudo nos describe la irrupción de la locura –o de lo inexplicable, lo extraño, lo mágico– en la vida cotidiana). Matamoro aborda con naturalidad relaciones personales muy complicadas: no sólo las de pareja o las paternofiliales, sino también las incestuosas, los tríos sentimentales y hasta los quintetos (que ambientan sus orgías –quién lo hubiera esperado– con música de Brahms).
De todos los cuentos incluidos en el libro, mis favoritos son el citado «Querido Watson», «Una carta peligrosa» (una potentísima historia de misterio, fantasmas y locura), «Rapsodia del viudo» (que trata sobre la relación entre una secretaria y su nuevo jefe) y «La batalla del Brénnero» (un divertido laberinto erudito al modo de Borges o Buzzati).
Me asombra que los relatos hayan permanecido totalmente inéditos hasta hoy. ¿Cómo es posible? Según se nos informa en el propio libro, los cuentos fueron escritos entre 1985 y 1995, y corregidos en 2003. Los ha seleccionado y editado José Luis Pereira, que también es el propietario de «Tres rosas amarillas», la única librería de España dedicada en exclusiva al cuento. Supongo que cuando Pereira conoció estos relatos sintió una emoción parecida a la del arqueólogo que descubre una magnífica escultura antigua y la saca a la luz. Más que la Gioconda, este libro es (por no salir del Louvre) una Victoria de Samotracia, una imagen alada, llena de misterio, bellísima.

jueves, abril 25, 2013

Algún día este dolor te será útil, Peter Cameron

Trad. Jordi Fibla. Libros del Asteroide, Barcelona, 2012. 246 pp. 18,95 €

Guillermo Ruiz Villagordo

«Relacionarme con los demás no es algo natural para mí sino que me tensa y me exige un esfuerzo y, como no lo vivo de una manera natural, como hago ese esfuerzo no tengo la sensación de ser yo mismo.»
Ésta es una de las impresiones que comparte con nosotros James, un chaval de dieciocho años encantadoramente marisabidillo que detesta a los chicos de su edad y prefiere confraternizar con los adultos que forman parte de su pequeño mundo, integrado por una madre sentimentalmente inestable que pasa por su tercer divorcio, el incompetente jefe de la galería de arte propiedad de ésta, un altivo padre ejecutivo lleno de prejuicios, una hermana mayor de espíritu rebelde y una abuela autosuficiente que representa su único refugio en medio de la confusión que le rodea. Ninguno de ellos constituye un verdadero ejemplo, no comparte sus gustos ni empatiza con su forma de ser, y todos pueden considerarse fracasados en algún sentido, pero para James ejercen una extraña fascinación que le permite que pase más rápido el tiempo mientras espera que se cumpla su sueño de comprar una casa en el campo y leer montañas de libros en la soledad y tranquilidad más absoluta, renunciando a Nueva York y al futuro universitario que se cierne sobre él. Pero tras protagonizar un episodio preocupante en una excursión de su instituto, deberá asistir a terapia en la consulta de la doctora Adler, que poco a poco y a regañadientes logrará acceder a ciertas zonas privadas de su existencia, incluyendo alguna relacionada tangencialmente con el 11 de setiembre, aunque tenga que ser él mismo quien descubra con sus propios actos hacia dónde quiere dirigir su vida y si todo lo que cree tiene verdadero fundamento. La novela de Peter Cameron se inspira claramente en el clásico El guardián entre el centeno, de la que supone una actualización fresca y estimulante (sin que esto implique dejar de reconocer que la novela de Salinger sigue siendo plenamente actual), y de hecho hay ciertas situaciones paralelas en los dos libros, como la interacción con el adulto homosexual (tema gay recurrente y principal, por otra parte, en otras de sus obras como Año bisiesto, Un fin de semana y algunos relatos de De un modo u otro), que se resuelven de distinta manera. Pero aunque se realiza una sátira feroz de ciertos asuntos como la impostura del arte moderno o las relaciones sociales a través de internet, el tono general de las confidencias que James nos dirige en primera persona es, a diferencia de las vitriólicas y directísimas observaciones de Holden Caulfield, de una certera ironía fina y amable que junto a la recreación de unos diálogos ágiles y vibrantes nos implican aún más en su deriva existencial postadolescente y nos hacen reírnos, sorprendernos y emocionarnos a la vez que él. Porque el mejor resumen de este libro se encuentra en su propio título, que como la magnífica y entrañable novela de iniciación que es nos recuerda que crecer significa asumir las dosis de sufrimiento que se nos van presentando, y que las dificultades bien enfocadas ensanchan nuestro universo particular y aumentan nuestra sensibilidad y sabiduría.

miércoles, abril 24, 2013

Casi tan salvaje, Isabel González

Páginas de Espuma, Madrid, 2012. 152 pp. 14 €

Marta Fernández-Caparrós

Casi tan salvaje como la pintura negra de Goya o el cine de Todd Solondz. Así son los cuentos con los que Isabel González (1972) debuta en la escritura: grotescos, exagerados, asombrosos e hirientes. Salvajes, como el acertado título de la obra pone en preaviso al lector. Y su salvajismo se acentúa porque no encontramos en ellos guerras, hambrunas, dictadores, políticos corruptos, armas de destrucción masiva o tsunamis. Salvaje es una madre que, pese a su pésima voz, se empeña en cantar y registra doscientos casetes y esconde su mediocre legado en una caja de cartón del desván de su casa; salvaje es una mujer enferma de cáncer que se apunta a un grotesco curso de maquillaje para ocultar los estragos de la enfermedad, salvaje es un padre deambulando por un poblado de chabolas en el empeño de comprar a un donante de órganos para su hijo o una esposa que por complacer a su marido ha dejado de distinguir entre la verdad y la mentira. Eso sí, no hay atisbo de conmiseración, ni de ternura al contar estos pequeños dramas: si salvaje es el mundo narrado, también es la manera de contarlo. Y ese es el eje que vertebra la propuesta de González: el equilibrio y el juego continuo, tanto en la forma como en el contenido, entre lo corriente y lo bizarro, lo anodino y lo salvaje.
Corriente y anodino es el mundo narrado. Por el libro desfila, como decíamos, un buen puñado de tipos enfrentados a problemas que en algunos casos ponen en juego la enfermedad, el incesto y la muerte, pero que en otras ocasiones son simples anécdotas del día a día. Sin embargo, bajo el prisma de González, esta galería de gente común intentando sobrevivir resulta tan familiar como el vecino del quinto piso, y al mismo tiempo, auténticos marcianos de otro planeta. Para ello González se sirve de una técnica de distanciamiento que consiste en que, o bien ella como narradora, o bien sus criaturas en primera persona, van contando sus sinsabores con humor ácido y muy muy negro, o simplemente con la frialdad con la que lo haría el presentador de un noticiero televisado. “Compré todo lo necesario para amarte. Una pelota hinchable y siete alcayatas”, confiesa la protagonista de Cuna. Igualmente sorprendente es la manera en la que la narradora relata el drama de unos padres en la lucha por salvar a su hijo en Trasplante: “Tenían que buscar donantes. Pegarían octavillas a la salida de los colegios: “Cruzad las calles sin mirar”. En los columpios: “Más divertido sin manos”. En las pastelerías: “El veneno de los ratones sabe a fresa”. Se le ocurrían infinidad de ideas con que obtener repuestos: un corazón, dos riñones, un hígado”. González incluso se atreve con los temas políticamente correctos y les da un giro mordaz, como en el relato Una dirección: “La octava vez que mi marido me hizo daño, lo denuncié. Mi autoestima era tan baja que llamé a la asociación protectora de animales”.
Corriente es también el estilo con el que se narra ese mundo. González huye de la floritura, del estilo premeditadamente literario, prescinde de toda descripción que pueda resultar superflua y sus relatos se resuelven en tres, cuatro páginas. Pero ese estilo sencillo en apariencia, es sumamente complejo en su desnudez. Un pueblo, un barrio de la periferia, un hospital, nombrados de esta manera genérica, son algunos de los escenarios de estos cuentos, los paisajes minimalistas en los que los protagonistas esperan que les reformen el salón, que llegue un amante, que el jefe les llame a su despecho, si bien pareciera que estuviesen esperando a Godot. Tampoco hay rasgos físicos y morales para describir a unos personajes que se sitúan en un eterno presente, pero sin ninguna referencia temporal. Pocos detalles, y cuando los hay, suministrados a través adjetivos punzantes para describir un entorno grotesco y hostil y unas acciones sorprendentes. González corta sus historias con un cuchillo bien afilado en frases escuetas y potentes, y se diría que su estilo resulta poético por su concisión y por la cuidada elección de cada palabra en su preciso lugar.
Decía Julio Cortázar que en la novela el escritor debe ganar asalto tras asalto, mientras que en el relato corto la victoria debe ser conquistada por K.O. Isabel González se ha tomado muy en serio la máxima y efectivamente sus relatos narrados a quemarropa y en un abrir y cerrar de ojos dejan sin aliento. Su arriesgada propuesta, en la mayoría de los casos consigue atrapar en su tela de araña, pero en otras ocasiones cunde el desánimo. Como lectora acepto el juego que González propone, y desde el segundo relato abandono la idea de puerer “entenderlo” todo, o de captar la intención de la autora. Pero a veces, la imposibilidad de seguir el hilo, la obligación de tener que releer un párrafo tres veces y aun así haber perdido de vista los asideros a los que todo lector se agarra en el curso de la lectura (quién está hablando, dónde se encuentra, en qué tiempo), me sacan fuera de la narración. No es un libro de fácil lectura, y aunque Isabel González dice que sus relatos son buenos para leer en los trayectos, resulta inimaginable encontrar la concentración que exige su escritura en un autobús o en un vagón de metro. Sin embargo es un libro aconsejable para aquellos que no quieran matar el tiempo entre viaje y viaje, sino esforzarse por viajar a otro lugar, por ver la realidad cotidiana de una manera insólita. En mitad del libro, este microrrelato titulado “Lo normal” pone de manifiesto la pirueta a la que nos invita Isabel González: “Porque lo normal es perder un guante, fue encontrar tres en mi bolso y volvérseme el mundo una incógnita, un planeta sin leyes, un abismo sin baranda hasta que hallé a la mujer de tres manos y se los regalé”. Absténganse los lectores amantes de las mujeres con dos manos.

martes, abril 23, 2013

Después del terremoto, Haruki Murakami

Trad. Lourdes Porta. Tusquets, Barcelona, 2013. 192 pp. 17 €

David Vicente

Cuando le preguntaron a Bob Dylan en una entrevista por la extrañeza de haber hecho comulgar con sus composiciones tanto a los críticos como al público en general, por toda respuesta ofreció un lacónico: “Sí, me he debido de equivocar en algo”.
Algo parecido ha debido sucederle a Haruki Murakami en su carrera literaria. Murakami es un autor traducido a numerosos idiomas, publicado en multitud de países, que goza de ventas millonarias y que, sin embargo (o más bien a pesar de todo esto), no es defenestrado por la crítica. Incluso llegó a liderar las apuestas para la concesión del premio Nobel de 2012 en la casa británica Ladbrokes. Un premio que a buen seguro llegará más tarde o más temprano. Y si no, a quién le importa.
Además, por si fuera poco, haciendo uso de una metáfora suya, es capaz de jugar con igual efectividad de segunda base (autor de relatos) que como bateador de home run (autor de novelas). Algo de lo que no todo el mundo puede presumir, aunque lo intente.
En Después del terremoto ejerce como segunda base (autor de relatos) y lo hace como una maestría al alcance de pocos narradores. Se trata de seis relatos que tienen como nexo común (a veces utilizado como punto de partida, y otras como punto de llegada) el terremoto acaecido en la ciudad japonesa de Kobe (ciudad en la que Murakami pasó la mayor parte de su juventud) en enero de 1995 y que costó la vida a más de seis mil personas.
Pero como tantas otras veces sucede con las colecciones de relatos, este hilo conductor no es más que un envoltorio que sirve de adorno, y si me apuran hasta suprimible, pues todos los cuentos están cosidos entre ellos con hebras bastante más resistentes que las que proporcionan la ubicación geográfica y temporal. En todos ellos podemos encontrar de algún modo cada uno de los temas presenten en las obras del autor de Norwegian Wood (traducido al castellano como Tokio Blues, solo Dios y sus editores saben por qué) y que parecen obsesionarle a lo largo de su dilatada trayectoria. Como por ejemplo: la soledad, el abandono, la desubicación emocional, la huida… Aunque también el humor, la ironía, la difusa línea que separa la realidad de los sueños o del surrealismo…
En definitiva Después del terremoto es otro gran título para seguir disfrutando del autor oriental más occidental de todos. Y para quien no lo haya leído todavía, una buena oportunidad de subsanar un error y dejarse de bestseller insustanciales o “folletines culturetas” pretenciosos. No siempre ocurre que dos genios como Bob Dylan o Haruki Murakami se equivocan, así que no desperdiciemos la oportunidad de disfrutar de ellos.

lunes, abril 22, 2013

Las ventajas de ser un marginado, Stephen Chbosky

Trad. Vanessa Pérez-Sauquillo. Alfaguara, Madrid, 2012. 264 pp. 14,50 €

Santiago Pajares

Llegué a este libro a través de la película. La vi y al descubrir que estaba basada en una novela intuí que en sus páginas habría más cosas de las que había visto en imágenes. Y tenía razón. Creo que la película es una muy buena adaptación del libro, y es que está escrita y dirigida por el propio autor, que tuvo diez años entre la publicación del libro y el estreno para pensar qué hacer, cómo convertir líneas de texto en fotogramas. El libro contiene las cartas que Charlie escribe a un amigo imaginario narrando el que será su primer año de instituto. Todos los miedos que conlleva ir a un nuevo colegio, hacer nuevos amigos y enfrentarse a nuevos retos. Y es que Charlie, de 15 años, es un chico especial provisto de una extraordinaria sensibilidad y una portentosa inteligencia. Uno de esos chicos que piensan demasiado, que le dan vueltas a las cosas hasta que todo acaba haciéndose un barullo en su cabeza. Además de esto tiene que sobrellevar la convivencia con su familia y el recuerdo de su tía Helen, la única que supo darle cariño cuando era un niño y que murió hace años en un accidente de tráfico, lo que obligó a Charlie a reposar en un hospital psiquiátrico para detener la maquinaria de su cabeza. En sus primeros días de instituto conoce a Sam y Charlie, dos hermanastros también socialmente marginados pero que han llegado a aglutinar a su alrededor a un buen grupo de otros chicos raros. Aunque son dos años mayores que Charlie le acogen en su grupo y le incitan y apoyan con sus primeros escarceos con el sexo opuesto y las drogas. Por fin Charlie se siente parte de algo, ha encontrado una nueva familia. Uno podría pensar que ha visto muchas historias de este estilo, chico marginado se junta con otros chicos marginados, pero hay algo hermoso y delicado en la manera en que Charlie cuenta su propia historia y la de los que le rodean. Su profesor de literatura intuye su potencial y trata de nutrirle con la lectura de buenas novelas, de las que se ve obligado a escribir una redacción. Este profesor es el que suelta para mí la frase del libro, el resumen perfecto de la novela que alumbra todo a su alrededor: «Aceptamos el amor que creemos merecer». Y es que Charlie, enamorado de Sam, no se atreve a reclamar ese amor porque cree no merecerlo. Y en ese acto podemos ver tantas acciones de nuestra propia vida, tantas tardes al lado de un amigo hablando de tonterías, hablando de nuestro futuro y de las cosas que deseamos que nos ocurran. Cuando todo está aún por venir y todavía no existen hechos sino posibilidades. Cuando todavía somos infinitos, como dice el propio protagonista del libro. La novela es de 1999 y nos llega ahora propiciada por el éxito de la película. El autor, guionista y director Stephen Chbosky fue tutelado en su adolescencia literaria por Stewart Stern, guionista de la película Rebelde sin causa. También es creador de la serie de televisión Jerichó, emitida hará un par de años por la cadena Cuatro.
Las ventajas de ser un marginado es una novela llena de sensibilidad que gustará a todos aquellos que recuerdan esos días confusos de instituto regidos por unas normas todavía incomprensibles. Una novela de estilo epistolar en la que un chico encuentra un par de buenos amigos donde apoyarse. Porque todos, en algún momento, necesitamos apoyarnos en algún amigo. Porque todos en algún momento nos hemos sentido un poco marginados, ¿o no?.

sábado, abril 20, 2013

Las Eternas, Victoria Álvarez

Versátil, Barcelona, 2012. 352 pp. 17,90 €

Carmen Fernández Etreros

Una de las novedades que más me han sorprendido de literatura juvenil es la última novela Las Eternas de Victoria Álvarez, que ya me había gustado en Hojas de dedalera. Una novela diferente que sorprende en un universo literario juvenil bajo la moda de las novelas distópicas o la última hornada de novelas románticas. Victoria Álvarez combina con gran habilidad en Las Eternas el amor, la fantasía e incluso el horror con un ritmo peculiar e hipnótico.
Victoria Álvarez nos traslada en esta novela a la decadente Venecia de 1908, con sus canales sucios, sus góndolas negras y sus casas húmedas, a la que un día llegan un misterioso juguetero  llamado Gian Carlo Montalbano y su hija Silvana. Ambos se instalan en una casa en ruinas, que reforman, y abren una juguetería, "La Grotta della Fenice". El problema es que enfrente se encuentra la antigua y emblemática juguetería de los Corsini, de Venecia. En la juguetería de los Montalbano las mariposas vuelan sin hilos ni mecanismos aparentes y las muñecas hablan y se mueven, incluso son tan perfectas que parecen de carne y hueso.
Ante la llegada de este nuevo rival para su negocio Mario Corsini decide a averiguar los secretos del arte de los Montalbano e intenta entablar amistad con el juguetero y su hija, la bella y extraña Silvana. Pero Mario sin querer descubrirá que su secreto y sus cualidades artísticas superan los límites de la ciencia y la realidad y no podrá a escapar al misterio de los Montalbano.
Además de una trama diferente y original, que entronca con la historia de Mary W. Shelley y su Frankestein y quizás también con las aventuras del inolvidable Pinoccio, del también italiano Carlo Collodi, destaca el ágil ritmo con que dota la historia la autora, ya logra mantener al lector pegado a las páginas hasta que termina la novela. También los personajes Mario y su hermano Andrea, los dueños de la juguetería Corsini y la hija de Montalbano, una fémina extraña y complicada para las mujeres y los hombres de la época. Silvana sorprende tanto por su belleza como por su extraña actitud, ya que vive recluida en el taller de su padre trabajando en los innumerables juguetes que ambos crean.
El pilar de la novela es el amor entre Mario y Silvana, una pasión incondicional que está lejos de toda lógica y realidad. Uno de esos sentimientos que traspasan las fronteras de la realidad y por el que ambos personajes luchan durante toda la novela y que surge en contadas ocasiones. En suma Las Eternas es una novela juvenil ágil y dotada con una historia y unos personajes originales que atrapa al lector desde el primer momento y que es uno de los grandes aciertos de esta temporada.


Victoria Álvarez: "Los libros son la máquina del tiempo más poderosa que existe»


Con Hojas de dedalera, su primera novela, Victoria Álvarez sorprendió a un buen puñado de lectores, y no sólo aficionados al género fantástico. Ahora lo hace de nuevo con la segunda, Las eternas, una historia de mujeres artificiales, ambientada en Venecia, en que la búsqueda del amor perfecto mueve a los personajes a aventuras sin fin. En esta entrevista, exclusiva para La tormenta en un vaso, su autora nos desvela los secretos de esta nueva y esperada entrega.

Las eternas nos evoca de inmediato el mundo de Hoffman y sus mujeres artificiales. ¿Forma parte este autor de sus referencias literarias o es mera casualidad?
—La verdad es que fue una casualidad. Cuando estaba acabando de escribir la novela una de las amigas a las que les conté a grandes rasgos en qué consistía la trama me recomendó que leyera El hombre de arena porque creía que me resultaría interesante, y efectivamente me llamó mucho la atención, sobre todo por ciertas similitudes que existen entre Olimpia, la protagonista de Hoffmann, y la que yo había creado para Las eternas. De hecho, después de haber leído aquel relato decidí incluir un pequeño homenaje al comienzo del capítulo VII mencionándolo como uno de los numerosos libros que Silvana Montalbano tiene acumulados en su habitación. Dado que nuestros gustos literarios se parecen mucho estoy segura de que le habría fascinado tanto como a mí.



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viernes, abril 19, 2013

Señoría, Jaume Cabré

Trad. Daniel Royo. Destino, Barcelona, 2013. 480 pp. 19,50 €

Fernando Sánchez Calvo

Hace más de año y medio, concretamente el 17 de noviembre de 2011, descubrí gracias a una reseña de Care Santos a uno de mis escritores preferidos. Fue, y creo que es, una de las reseñas más apasionadas y visitadas que se han escrito en este blog sobre un libro. Entonces, la obra llevada a examen y crítica fue la monumental Yo confieso, también publicada en Destino. A partir de ahí, tanto Care Santos como todos aquéllos que descubrimos a Cabré ese 17 de noviembre empezamos a devorar otros títulos del autor como Las voces del Pamano, Viatge d`hivern o Señoría. Ni siquiera sabíamos entonces que ya había sido traducido en más de quince países.
No sé qué ocurre ni qué me ocurre con Cabré y no me importa que se deba a una moda de ésas que corre de boca en boca y que muchas veces inflan el prestigio de los escritores desconocidos gracias a certeras estrategias editoriales. Lo único que sé o creo que sé es que dicho prestigio no se va a desinflar en mucho tiempo. Psicología del personaje y estructura, suspense y reflexión, crítica social e intimismo, ambición formal y un “hablar llano” que tanto defendió en su día Cervantes: todo o todo lo que yo acierto a ver es equilibrio en la última novela publicada del autor catalán, y ya son muchas. Además, con Señoría nos vuelve a regalar una novela histórica de verdad, con su rigor, con su estudio de las costumbres de una época, con su vocabulario; en resumen: con su documentación, parte o paso previo que se le olvida a muchos que incurren en este subgénero narrativo tan de boga hoy en día.
El argumento de Señoría es sencillo: Rafael Massó, regente civil de la Audiencia de la Barcelona del siglo XVIII, contempla preocupado cómo el asesinato de una famosa cantante francesa en sus dominios jurídicos puede acarrear la propia caída de su prestigio y poder. Sin tiempo que perder, se detiene a un joven poeta como chivo expiatorio que además, sin saberlo, porta ocasionalmente unos documentos secretos de los que depende gran parte de la decadente aristocracia borbónica, entre ellos su señoría Rafael Massó.
Todo sale bien para el poderoso y mal para el pobre, tal y como la vida misma, pero la bendita ficción de esta obra quiere que una pasión tan vieja como los hombres, el deseo hacia las mujeres hermosas, pueda servir como última esperanza para hallar al verdadero culpable del asesinato y de esta manera reconciliar al lector con la justicia.
Corrupción + poder + miserias humanas + historia catalana + amor platónico contra el sexo más sucio e interesado. Todo ello aderezado por la melomanía ya conocida del autor. En definitiva, los mismos temas que podíamos encontrar en Yo confieso, Las voces del Pamano y otros títulos. Hay quien dice que cuanto más pequeño es el mundo de un escritor, mejor es el escritor. En ese sentido ése es el acierto de Cabré, quien, escriba una novela ambientada en la Edad Media, en la casi pseudoilustrada España borbónica o en la actualidad, siempre te habla de lo mismo y consigue que tú, como lector, quieras que te hable de lo mismo, pero de distinta manera.

jueves, abril 18, 2013

El paraíso de los gatos y otros cuentos gatunos, VV.AA

Trad. Íñigo Jáuregui. Nórdica. Madrid, 2012. 112 pp. 15 €

Victoria R. Gil

Cuatro escritores: Émile Zola, Mark Twain, Rudyard Kipling y Saki, y cuatro ilustradores: Ana Juan, Elena Ferrándiz, Adolfo Serra y Javier Olivares, son los que ha reunido la Editorial Nórdica en este delicioso libro donde los gatos son protagonistas absolutos de otras tanta narraciones con apariencia de cuento y corazón de fábula. Ignoro si esta hermosa edición responde a la necesidad, cada vez más presente, de que el libro en papel ofrezca algo más que un atrayente contenido que marque distancias con el ebook o se debe sólo al buen gusto de sus responsables, pero El paraíso de los gatos y otros cuentos gatunos se disfruta tanto por su lectura como por su cuidada presentación, hermosas ilustraciones, acogedora tipografía y cómodo formato.
Si el exterior resulta exquisito, el interior no lo es menos, y no únicamente para esos apasionados de los felinos, entre los que me incluyo, que los creen poseedores de juicio y belleza en la misma proporción, sino para cualquier lector dispuesto a conocer su naturaleza, nunca del todo domesticada. Y permite descubrir, de paso, algunos textos menos conocidos de sus muy conocidos autores.
Desde su portada, El paraíso de los gatos… lanza un guiño al lector atento con la absorta figura que, rabo en alto y sentada sobre un cojín, lee El gato negro, de Edgar Allan Poe, quizás, junto con el de Cheshire, el felino más famoso de la literatura. El ilustrador Juan Olivares nos presenta así a Tobermory, ese gato pajizo de gustos sibaritas y humanas habilidades, al que el autor británico Héctor Hugh Munro, Saki, convierte en azote de la hipocresía social.
«—¿Qué opinas de la inteligencia humana?—preguntó sin convicción Mavis Pellington.
—¿La de quién en particular? —dijo fríamente Tobermory.
—Pues… la mía, por ejemplo— dijo Mavis soltando una risita.
—Me pone usted en una situación embarazosa —dijo Tobermory, cuyo tono y actitud ciertamente no sugerían el menor embarazo—. Cuando se habló de invitarla a esta reunión, sir Wilfried dijo que es usted la mujer más estúpida que ha conocido, y que hay una gran diferencia entre la hospitalidad y la atención a los deficientes».
Si “Tobermory” pasea su dignidad felina por los salones victorianos, “El gato que andaba solo”, de Kipling, nos traslada a las cavernas y a un tiempo en que todos los animales vivían salvajes y el hombre aún no había aprendido a utilizarlos. Con un estilo que evoca antiguas leyendas de tradición oral, descubriremos el modo en que nuestros antepasados domesticaron al perro o al caballo, y el pacto al que tuvieron que llegar con los gatos, motivo por el que aún conservan su independencia, sin sentirse nunca propiedad de quienes se creen sus dueños.
Esta sabiduría, siempre pragmática, la vamos a encontrar también “El paraíso de los gatos”, de Zola, cuento que abre el volumen y donde un más que orondo gato de angora se enfrentará a una disyuntiva tan vigente en nuestro mundo de hoy como es la de elegir entre seguridad y libertad. ¿Su conclusión? «La verdadera felicidad, el paraíso, mi querido amo, consiste en ser encerrado y golpeado en una habitación donde haya carne». Zola sólo habla de los gatos, claro.
En “El gato de Dick Baker”, por último, vamos a conocer a dos duros mineros, buscadores de oro y de lo que haga falta: Dick Baker y su gato, en el que no falta, como es habitual en Mark Twain, un punto de humor para aliviar la esforzada labor que ambos realizan. Y peligrosa, como descubrirá Tom Cuarzo (el felino protagonista del relato), tras sobrevivir a un inesperado accidente y terminar con «una oreja en el cogote, la cola en punta, las pestañas chamuscadas, negro de pólvora y humo, y cubierto de cieno y barro».
Un espléndido trabajo el de Nórdica que nos hace lamentar, únicamente, su brevedad, y una lectura que no siendo propiamente infantil, hará disfrutar a cualquier niño, además de acercarlo a los grandes nombres de la literatura universal.

miércoles, abril 17, 2013

Como amigo, Forrest Gander

Trad. Pura López-Colomé. Sexto Piso, Barcelona, 2013. 135 pp. 16 €

Mario S. Arsenal

Hay veces que la literatura opera negativamente huyendo de la amabilidad que se le supone y actuando de manera opuesta estéticamente a los cánones tradicionales. En cierto modo, así crece la literatura en el tiempo. Este no es ni mucho menos el primer caso, pero Forrest Gander (1956), claro ejemplo de poeta en la sombra en los circuitos europeos y –sin equivocarnos demasiado– desconocido casi por completo en lengua española, se ha ganado los elogios nada desdeñables por parte de sus compañeros de profesión. Amén de encontrarse en el candelero editorial por ser finalista del pasado Premio Pulitzer de 2012, este autor es un perfecto adalid de ese tipo de escritores a los que se les valora por su originalidad (se me vienen a la mente nombres como Faulkner o Pynchon) y entre los que se degusta un amor por la vida literalmente integral. Valgan las palabras que el mismísimo John Ashbery le dedica a propósito de su poemario Libreto para Eros (Amargord, 2010): que es uno de los más fascinantes libros de poesía que había visto en mucho tiempo. Que el autor de Autorretrato en un espejo convexo (Visor, 1990) despliegue estos elogios hacia Gander, un escritor desconocido, debería chocarnos a priori. Claro que nuestra estupefacción se desvanece igualmente nada más adentrarnos en su prosa.
Este peculiar personaje, nacido en el Desierto Mojave, parlante de un español roto del que se congratula y devoto de Antonioni, nos relata una intensa y demoledora historia en Como amigo (Sexto Piso, 2013). Nos sitúa en un marco inusual que arranca con el nacimiento de Les, su peculiar protagonista, a través de un parto difícil y angustioso, a trompicones, teñido por el dolor y el sufrimiento. Partiendo de la crudeza de este momento tan crucial en la vida de cualquier ser humano, Gander tiene la virtud de hilvanar belleza y fealdad a un mismo tiempo, y sin por ello desarmonizar el conjunto. Nuestro protagonista es un niño marcado por lo fenoménico que se vanagloria de eclipsar por entero la vida de sus más allegados, creando así una red emocional de vínculos complejos con los que genera distintas situaciones, en ocasiones violentas y desagradables. La manera de estructurar la narración es un acierto de Gander, el cual nos arroja, a través de las diferentes voces, por recovecos que de otro modo son imposibles de percibir. Llegado a este punto, posiblemente yo no he tenido una sensación tan similarmente desgarradora como cuando leí por primera vez La balada del café triste de Carson McCullers (Anagrama, 2001). En este caso Sexto Piso se atreve a publicar de nuevo, en una genial locura, una obra arriesgada desafiando los cánones establecidos por el gran público: encomiable labor. Porque quizás lo más poderoso de la novela no sea otra cosa que el deliberado afán del autor por sumergirse en las contradicciones de la condición humana, en esas obsesiones que se tragan la realidad para dar esperanza, pero que al final del camino y por su propia naturaleza, al no poder nosotros asimilar la confusión, se convierten en ingredientes amargos y a la vez especiales.
Les posee una cultura elevada, ha leído a los grandes autores, habla con orgullo de sus héroes; menciona a Poussin; cita a François Villon, Gide o Camus con soltura; escucha obsesivamente a Charlie Parker o Miles Davis: se sabe cultivado. Pero de nada le sirven a Gander estos datos como para desarrollar la que sería una novela complaciente, antes bien, ellos son el apunte disuasorio del relato, en ellos coloca el autor la contradicción y acaba de un plumazo con la máxima platónica de la bondad del arte. Aquí está lo magistral: quiebra la tradicional estética positiva para abrigar un nuevo orden de cosas encarnado en el caos. Forrest Gander se ha ganado de este modo un pedestal en la que es la escena experimental norteamericana, equiparándose a nombres tan ignotos como singulares.
Este libro escrito con una inspiración indiscutible, se detiene en la dualidad de la vida como pocos han conseguido hasta el momento, hablando sin cortapisas de los escondrijos más oscuros del alma humana; de la aniquilación devastadora de los tópicos; de las capacidades benefactoras del arte; de nuestra incapacidad por entender el devenir del mundo; de la libertad que sólo las vidas apresadas pueden conocer; del alcance del amor más allá del cuerpo; de cómo el castillo de naipes no debe desmoronarse tras la muerte; de lo fatídico en ocasiones del recuerdo; de los límites de la amistad; del carácter de las ideas; de la magia de la cultura.
Su amante, acaso quizás el personaje que más profundiza en Les, se detiene ante su recuerdo y rememora una cita de Raleigh que dice: “El verdadero amor es un fuego perdurable en el pensamiento”. Este libro habrá de perdurar en la memoria de sus lectores del mismo modo.

martes, abril 16, 2013

El evangelio de las aves, Adam Novy

Trad. Carles Andreu. Seix Barral, Barcelona, 2012. 448 pp. 20 €

Julián Díez

¿Verdad que a veces se lee un libro que no es bueno-bueno, que simplemente está bien aunque repleto de peros, y sin embargo se sienten muchas ganas de recomendarlo? Porque hay otros factores en juego, por ejemplo los que inciden en El evangelio de las aves: la sensación de descubrimiento, pongamos por caso. La de estar ante una obra singular que puede ser la puerta a más. La originalidad de los mejores momentos. La ambición, el impulso, el buen tono global.
La cuestión que no puede ocultarse, por otra parte, es que esa misma ambición ha hecho que tal vez Adam Novy haya intentado en su primera novela dar un bocado más grande del que podría tragar. Y no ha podido escapar en algunas páginas a los mismos defectos que acechan al resto del new weird, el movimiento al que se aproxima este trabajo. En resumen, hay páginas en las que lo extraño de lo que ocurre resulta un punto caprichoso, definitivamente ajeno, y el lector siente cierta fatiga por la incesante —y a veces, ay, incoherente— creatividad del autor. Sin mencionar la certeza, ya asumida en este tipo de fantasía contemporánea, de que no habrá una explicación, una conclusión lógica, una concesión a la narrativa tradicional como cierre.
Dicho esto, ole por Novy.
El evangelio de la aves se desarrolla en un escenario catastrofista, cuyo origen no se determina en toda la novela. Está contado desde el punto de vista de un narrador posterior a los hechos, que se intuye que los recopila como si pretendiera crear un texto sagrado; sin embargo, el tono bíblico no es sino ocasional y no estorba especialmente el relato, sino que sirve para ocasionales subrayados solemnes. Según el propio autor en una entrevista, quería “sonar como Gandalf si Gandalf estuviera lleno de mierda, como un genocida que se compadeciera de sí mismo, pero siguiera siendo Gandalf con toda su mística y demás”.
El escenario no es un mundo reconocible postatómico a la manera de La carretera de McCarthy, la novela con la que se la ha comparado -y a la que sólo alcanza en sus mejores momentos-. Es un lugar en el que Oklahoma y Hungría son lugares fronterizos enzarzados en guerras endémicas, los gitanos forman una especie de sociedad alternativa y los pájaros han decidido atacar a la humanidad. Entre otras —muchas— cosas.
La ciudad sin nombre donde se desarrolla la acción está bajo el tiránico control de un juez al que Zvonimir, un hombre capaz de controlar a los pájaros, rinde interesada fidelidad. Sin embargo, su hijo Morgan, que multiplica sus habilidades, termina por rebelarse; pronto sabremos que es el nuevo Mesías que anuncia este evangelio, aunque en su historia haya también amor, brutalidad y remolinos shakespearianos.
La novela funciona como fábula oscura, como retorcida parábola de algunos aspectos de nuestro tiempo, aunque menos frecuentemente como ficción. Resulta sorprendente que su modesto éxito en el circuito indie estadounidense le haya conseguido una traducción al castellano, si bien uno no puede sino envidiar la edición original que Seix Barral, que ha hecho una impecable pero convencional, no ha querido imitar: dos tomos pequeños en papel biblia, de cantos redondeados, a la manera de los evangelios tradicionales.
Pese a todo lo dicho, lo cierto es que el veredicto sobre El evangelio de las aves va a seguir pendiente por un tiempo. Es posible que se quede en una rareza singular, una explosión de raro colorido. Pero también es el tipo de libro —esta es mi apuesta— al que una segunda obra más redonda por parte de su autor, que parece al alcance de Novy, convertirá en un clásico menor de culto.

lunes, abril 15, 2013

La Historia del Mundo en 100 objetos, Neil MacGregor

Trad. Francisco J. Ramos Mena. Debate, Barcelona, 2012. 796 pp. 43,90 €

Ángeles Prieto Barba

Un lastre formativo de nuestro país es la cantidad considerable de ciudadanos que siguen identificando cultura con pedantería y aburrimiento. Y quizás no se trate sólo de un problema educativo, es que tal vez deberíamos tener en cuenta que impregnamos de una constatable gravedad buena parte de los actos culturales que creamos, o a los que acudimos. Documentales históricos de lectura monocorde, múltiples paneles informativos en cada exposición (no hay que leerlos todos), silencio de capuchinos visitando los museos, que sólo se rompe cuando alguien engola la voz para otorgar su sentencia, que no añadir información útil o mostrar entusiasmo, ante la pieza que esté contemplando. Es por eso que este libro maravilloso se hace imprescindible para cualquier amante de la historia y de la cultura no grave ni pedante, sino apasionado, desprejuiciado y deseoso de aprender, en definitiva. Un libro que deberíamos tener en nuestra casa, a disposición de nuestra familia.
La historia del mundo en 100 objetos responde a una concepción muy sencilla: elegir cien piezas expuestas en el museo más famoso del Mundo, el British Museum de Londres, y explicarlas acto seguido con ese entusiasmo necesario que en modo alguno se contradice con el rigor. Primero en un libro y luego en una serie de la BBC que consiguió una audiencia significativa, y de la que deberían tomar nota nuestras edificantes cadenas televisivas. Por ello, también nos encontramos aquí con un libro familiar o colectivo, no para disfrutarlo en lectura privada, sino para enseñar las fotos del objeto elegido a nuestros seres cercanos y comentar lo que vemos todos juntos.
La elección de las piezas no ha podido ser más acertada. Pues pese a cumplir la condición sine qua non de encontrarse expuestas en el Museo Británico, son representativas no sólo de las distintas épocas históricas, sino también de las diferentes civilizaciones del mundo, repartidas por los cinco Continentes, haciendo que este libro nos reporte un paseo cultural formativo, muy ameno y completo.
Por una parte, el libro recoge las grandes piezas de arte que conforman nuestra herencia cultural como la Piedra Rosetta, el estandarte de Ur, una momia egipcia o una escultura del Partenón griego, pero por otra, nos muestra además objetos de uso común y cotidiano, a los que no prestaríamos atención en el caso de visitar como turistas el British: una pipa norteamericana, monedas y billetes, espejos, platos, jarrones, tejas y relicarios. Asimismo, algunos objetos son lujosos, propios de las clases dirigentes como la maqueta dorada de un galeón mecánico, pero otros pertenecieron sin dudarlo a gente común y corriente como un juego de té victoriano, un tambor sudanés o un pimentero. Ideológicamente además, la cultura material, al contrario que la escrita mucho más selectiva, recoge no sólo los testimonios de los vencedores, sino también de los vencidos como los taínos de Caribe, los incas o los aborígenes australianos e incluso de minorías relegadas a lo largo de la Historia como las mujeres (sencillo penique sufragista) o los homosexuales (impresionante copa Warren).
Un libro como éste, extenso, intenso y erudito, viene acompañado de fotos e ilustraciones verdaderamente excepcionales, acordes con un texto en el que no dejan de incluirse comentarios de personalidades y expertos en la época o materia a tratar que matizan, profundizan y nos ilustran mucho más la pieza elegida. Es el caso por ejemplo del gran hispanista John Elliott que aparece aquí explicándonos un astrolabio judío con caracteres hebraicos, árabes e hispánicos medievales todos juntos. O Felipe Fernández-Armesto comentando el famoso grabado del imposible rinoceronte de Durero.
La experiencia no sólo de haber leído, sino de tener para consulta y siempre a mano un libro como éste es provechosa para el lector y todos sus allegados que concluirán, tras un mínimo de interés que le presten, que la cultura bien explicada y entendida lo abarca todo, todo, salvo el aburrimiento.

sábado, abril 13, 2013

Orgullo y prejuicio, Jane Austen

Trad. Marta Salís. Alba Editorial, Barcelona, 2012. 424 pp. 12 €

Ángeles Escudero

Este año se cumplen 200 años de la primera publicación de la novela de Jane Austen. La joven autora cambió First Impression por Orgullo y prejuicio, tras el rechazo inicial de su manuscrito. Aunque ambos títulos hacen referencia al mismo equívoco tan presente aún en nuestra cultura. Juzgar a primera vista, o emitir una valoración sobre alguien sin profundizar en su personalidad. El orgullo queda elegantemente representado por el altivo Señor Darcy, y a la impulsiva e inteligente Elizabeth Benet, le corresponde el prejuicio. Aunque no es difícil darse cuenta de que los roles que interpretan podrían ser intercambiables sin dificultad. La historia de amor-odio entre ambos constituye el tema central de la obra más popular de la autora británica. Pero quizás el encanto de la novela reside en que todo lo que contextualiza o enmarca esta relación nos hace entender los resortes (ya sean emocionales o económicos) que mueven la sociedad que dibuja. Por tanto para muchos es un error encasillarla en el género romántico, porque es mucho más. C.S Lewis sugiere que está más cerca del estilo realista inspirado por Fanny Burney, diciendo de ella que era sucesora literaria de Samuel Johnson. Harol Bloom, va más allá y considera que las heroínas de Austen, descienden directamente de William Shakespeare.
La novela gira en torno a la familia Bennet, un matrimonio de clase media que tiene cinco hijas. La señora Bennet está literalmente desesperada por encontrar un buen partido para las jóvenes sabiendo que, de no casarlas, a la muerte de su marido todas ellas perderán su casa y todos sus bienes ya que no han tenido ningún hijo varón. Quizás es su manera de rebelarse ante lo inevitable y lo terriblemente injusto de su sociedad, aunque su posición en la novela nos la presente como alguien interesada y a ratos odiosa, aunque con un peculiar sentido del humor.
En Orgullo y prejuicio, Austen retrata con precisión e ironía las costumbres de una época, la hipocresía imperante y la necesidad de conservar un determinado status quo. Sería un esbozo miniaturista y preciso, de las relaciones cotidianas que surgen en el entorno rural en el que viven los Bennet.
La cuidada edición de la novela que nos presenta Alba Editorial, así como su impecable traducción a cargo de Marta Salís, es una excusa de peso para su relectura. Es de justicia hacer referencia a las preciosas ilustraciones que se incluyen. Éstas, junto con las capitulares pertenecen a Hugh Thomson y están tomadas de la edición de Chiswick Press (Londres 1894).
Los diálogos de la novela son una emocionante e inteligente verbalización de las ideas, los sentimientos y las inquietudes de los protagonistas. En este sentido, es importante señalar que el gran éxito de Jane Austen se debe principalmente a la detallada caracterización psicológica de sus personajes. Las diferentes personalidades son las que otorgan sentido a su obra que, además, no pierde relevancia cuando se abandona la narración y la descripción y se centra en el terreno de lo coloquial. La autora crea la trama argumental valiéndose de eventos cotidianos, lo cual por otra parte le dan a la novela verosimilitud.
Es una novela muy visual, de ahí que haya sido llevada al cine en diferentes ocasiones. Aunque este año de su aniversario parece que nos deparará alguna sorpresa en forma de una peculiar versión de estilo “Indie”, o la excentricidad de una versión “gore” de temática zombie. En un sentido más clásico, destacaría la interpretación de Keira Knightley en la versión de Joe Wright, realmente fiel en lo referente a los diálogos, ya que reproduce literalmente gran parte de ellos. O la miniserie de la BBC donde Colin Firth se consagró como actor. De ambas es destacable la exquisita ambientación. En estas versiones de la pequeña o de la gran pantalla, le ponemos cara a los rostros de los personajes de la novela. Personajes variados y llenos de matices. Como por ejemplo los padres de las cinco hermanas Bennet. El señor y la señora Bennet, sin duda unos padres peculiares que por la relajación en sus costumbres y normas de urbanidad, probablemente fuesen una excepción en los estrictos y encorsetados convencionalismos de la época.
Elisabeth Bennet, la protagonista, refleja las contradicciones de todo ser humano. Es una mujer fuerte, valiente, amante de los paseos al aire libre y de lectura, y con unas opiniones que defiende con vehemencia. No asume el papel que como mujer le corresponde, se rebela ante la imposición del matrimonio, y no consiente doblegar su voluntad por los convencionalismos. No es exactamente libre, pero quiere serlo. El amor, será aquí un importante hándicap en sus legítimas aspiraciones, aunque rechaza el matrimonio concertado por su madre con el familiar que ha de heredar todo cuanto poseen al no haber tenido hijos varones. Sus palabras son relevantes y sus sentencias contundentes, se vale de la oratoria para ganar batallas, algunas incluso perdidas de antemano. Los debates dialécticos con el Señor Darcy, tienen mucha fuerza y rezuman emoción. Ambos reconocen en el otro, el propio orgullo que, en ocasiones, disfrazan los sentimientos. Sentimientos rotundos y demoledores cuando no se reconocen o cuando se confunden. Entonces llega la incomprensión, el alejamiento y el drama de no ser feliz lejos de lo que creías que era el problema, lejos de lo que te causa daño si está, y cuya ausencia es aun más dolorosa. Aunque tiene también gran importancia en el rechazo y alejamiento, el convencimiento de que el hombre que ella podría llegar a amar (o ya ama) ha causado un daño injusto e innecesario a su hermana. Eso sin olvidar la torpe declaración de amor. En ese momento, humilla a toda su familia por la falta de distinción aunque liberándola a ella de todos estos “males” que achaca a la familia Bennet.
No obstante, Elisabeth, no es un personaje plano. Su debilidad reside en lo emocional, a lo que se entrega con la misma fuerza que a todo aquello que merece la pena. Su contrapunto como mujer, como mujer feminista me atrevería a decir, viene de la mano de su amiga Charlotte y de su hermana Jane Bennet. Ella las quiere a ambas, pero no puede evitar juzgarlas porque representan, en parte y de diferente manera, lo que ella no quiere ser. Aquí habría que señalar la intensidad de las relaciones entre las mujeres de la novela y, principalmente, en ese triángulo que señalábamos. La amistad con Charlotte, y el amor por su hermana Jane, la hacen llevar la protección a un exceso de celo, y su implicación raya, sin lugar a dudas, el intervencionismo. Ser la salvadora que no puede salvarse a sí misma, parece ser su destino. Pero Jane Austen nos regala un final que no decepciona pues, lo que podríamos suponer una concesión en los rígidos principios de Elizabeth, queda resarcido por la sinceridad de sus sentimientos. Su padre, sorprendido e incluso escandalizado, sí parece resistirse, hasta límites carentes de sentido común, a una unión tan ventajosa. Pero sus escrúpulos no son sino una manifestación de la veneración por su hija, a la que desea que pueda respetar al que será su compañero. Sólo cede cuando sabe dos cosas: que ninguna imposición divina o humana la llevan a tomar dicha decisión y que su matrimonio será por amor.
Final feliz. Por una vez, perdonaremos esta debilidad.

viernes, abril 12, 2013

El viaje del rector Florian Fälbel. Vida del risueño maestrillo Maria Wutz, Jean Paul

Trad. Isabel Hernández. Nórdica, Madrid, 2013. 137 pp. 15 €

José Miguel López-Astilleros

Jean Paul (1763-1825) es uno de los autores alemanes menos traducidos en España. Hay que felicitar a la editorial Nórdica Libros por poner a nuestra disposición dos de sus mejores nouvelles, con motivo del 250 aniversario de su nacimiento. No obstante, desde el año 2010 se han venido publicando algunas de sus obras, entre las que destaca Elogio de la estupidez (2012), en las editoriales Ediciones Sequitur y Cómplices Editorial; mientras que La edad del pavo, editada en 1981 por Alianza Editorial, permanece agotada. Esperemos que los editores españoles no tarden en poner en circulación otros títulos, como Titan.
Su verdadero nombre era Johann Paul Friedrich Richter, pero adoptó el pseudónimo de Jean Paul en homenaje a su admirado Jean-Jacques Rousseau. Fue un hombre controvertido y marginado dentro de los ambientes literarios de su época, junto con Heinrich von Kleist y Hölderlin. Jean Paul era de origen humilde, su infancia y juventud estuvieron determinadas por una educación muy estricta y por el hambre, algo que tendría una influencia decisiva tanto en su personalidad como en su obra. Comenzó estudios de teología, que abandonó en desacuerdo con todo el entramado universitario imperante. Tras alcanzar el éxito con su novela Hesperus, fue invitado por Schiller y Goethe a Wiemar, pero pronto surgieron las desavenencias entre ellos; del segundo llegó a decir “El carácter de Goethe es horrible: el genio sin la virtud es perecedero”. Su obra gozó de gran popularidad (llegó a contar con 300.000 lectores, una cifra enorme teniendo en cuenta que sólo el 15 por ciento de la población sabía leer). Swift, Sterne, Richardson y Rousseau fueron sus modelos y lecturas favoritas. Ha influido a su vez en escritores como Arno Schmidt y Günter de Bruyn, ya en el siglo XX.
Hay una literatura que sólo pretende entretener, pero hay otra que además de esto aspira a enseñar, a analizar la sociedad de un modo crítico y a mostrar las profundidades del ser humano, todo ello sin renunciar a una cuidada propuesta estética. A esta última pertenece la literatura de Jean Paul. En El viaje del rector Florian Fälbel se nos cuenta un viaje escolar de unos alumnos tutelados por el rector Fälbel, un personaje cómico, ridículo a veces. A través de él se critica los programas educativos de los liceos y sus métodos basados en la memorización, los viajes escolares tan de moda entonces o la falta de una formación sólida del mismo Fälbel, así como la pedantería y la utilización excesiva de las citas eruditas, muy presentes en esta obra, pero que gracias a las notas de Isabel Hernández nos facilitan la comprensión del texto y la interpretación satírica de las mismas.
En el protagonista de Vida del risueño maestrillo Maria Wutz se pueden distinguir dos dimensiones: la social y la intelectual. En la primera, Wutz es un maestro con una formación deficiente, condenado a ejercer su profesión en un pueblo con un sueldo mísero, a esto se une el no poder aspirar a un puesto mejor, porque el noble del lugar designa a su arbitrio quienes los deben ocupar, siendo normalmente desempeñados por gente incapaz y sin preparación alguna. Por otra parte, intelectualmente tampoco podrá progresar debido a sus carencias formativas. A pesar de todo ello, Wutz no deja de ser feliz en todo momento, y este hecho es el que dota a la obra de una ácida crítica, debido a la diferencia que hay entre su concepción subjetiva de la vida y la realidad exterior. Hay que hacer notar que algunas de las situaciones a las que se enfrenta el maestro son autobiográficas, no en vano Jean Paul también ejerció como tal, aunque el autor se encarga de que no lo identifiquemos con su personaje, del que lo separa su actitud vital. Y finalmente, la narración de la muerte de Wutz está llena de un sentido lirismo conmovedor, que nos hace reflexionar sobre la naturaleza de la muerte y la felicidad.
El humor, la sátira, la parodia y la ironía son procedimientos muy habituales y estimados por Fälbel para ejercer la crítica ingeniosa y mordaz de su tiempo. Estas dos singulares nouvelles son un buen ejemplo, y harán las delicias de quien sienta curiosidad intelectual. El libro concluye con la inclusión de un magnífico epílogo de Isabel Hernández.

jueves, abril 11, 2013

Flores tardías y otros relatos, Antón P. Chéjov

Trad. Fernando Otero Macías. Alba clásica, Barcelona, 2012. 260 pp. 18 €

María Dolores García Pastor

Mi primera vez con Chéjov fue en el instituto. Cursaba yo primero de B.U.P. y nos llevaron al teatro, menuda aventura. Al principio todos manifestamos fastidio, cómo no, pero es que siendo adolescentes no se esperaba otra cosa de nosotros. Aún recuerdo que lo que vi aquel día me encantó: el escenario, el ambiente, la puesta en escena, los diálogos... Pero en mi caso no era extraño, porque yo siempre he sido la “rara” que ha leído el libro cuando los demás hablan de que acaba de estrenarse la película. Lo curioso es que le gustó a casi toda la clase. Las primeras risitas burlonas cuando se alzó el telón fueron dando paso a un silencio atento. Quedamos impresionados por esa atmósfera tan especial que se crea en los teatros, la escenografía sobria representando una estancia del siglo XIX, las luces y las sombras. Esta vez fue el teatro el que tuvo la capacidad de amansar a aquellas fieras que entonces éramos.
Pensando ahora en lo que hizo que aquella obra del escritor ruso atrapara a una clase entera de adolescentes ochenteros y que hasta los hiciera reír, esa es la esencia de los clásicos, que sigan provocando sensaciones muchos años después y él es, sin lugar a dudas, un clásico imperecedero. Se pueden decir cientos de cosas sobre este autor al hacer una reseña de cualquiera de sus obras pero una teme que ya esté todo dicho. Junto a grandes nombres como Tolstoy, Dostoyevsky, Gogol, Korolenko o Turgueniev, Chéjov escribió su nombre con tinta de oro en una de las etapas más esplendorosas de la narrativa rusa, la de la época anterior a la revolución de Octubre. En su época fue muy conocido como autor de teatro aunque, curiosamente, haya pasado a la posteridad como uno de los grandes maestros del cuento, uno de sus más prestigiosos representantes cuya influencia sigue vigente en nuestros días. Autor eterno que sigue dejando poso y al que no pocos autores le han rendido homenaje, como lo hizo Raymond Carver en el maravilloso Tres rosas amarillas.
Los cuatro títulos reunidos en este volumen Mercancía viva, Flores tardías, Mi mujer, el más “chejoviano” de ellos, y Un asesinato, aparecieron publicados por primera vez en revistas, algo bastante usual por aquel entonces. Algunos de ellos vieron la luz firmados por A. Chejonte, uno de los habituales pseudónimos del autor. En ellos, como en otros muchos, Chéjov hace crítica de la sociedad en la que le ha tocado vivir. Su profesión de médico le permitió estar cerca de las capas sociales más bajas y vivir muy de cerca la realidad de la Rusia zarista. En una de sus cartas, haciendo referencia a esto, decía: «La medicina es mi esposa legal; la literatura sólo mi amante». Pero su obra nos muestra que, realmente, vivió un verdadero “triángulo amoroso” en el que su obra literaria se nutrió de sus experiencias en este sentido. Tanto que, junto a su propia enfermedad le fueron llevando hacia el excepticismo y la tristeza. Pero también nos ha dejado su gran ironía, que hace más ligera y amena la narración, como puede verse en los dos primeros relatos que forman parte de este volúmen.
La lectura fluye cuando uno tiene entre manos una obra de Chéjov. Ello puede ser debido, entre muchas otras cosas, a la aparente sencillez de sus textos. Los elementos, en apariencia banales, suelen estar cargados de significados subliminales que dan profundidad y llenan de sentido los relatos de este autor. El marco en el que sitúa a sus personajes es el de la vida cotidiana y sus historias también son pasajes del día a día, junto con sus personajes. Estos últimos están caracterizados con especial meticulosidad, algo no demasiado usual en la narración breve sino más propio de la novela. Las piezas que se reúnen en el libro apenas han sido antologadas con anterioridad. Flores tardías y otros relatos es una excelente oportunidad para iniciarse en el conocimiento del clásico, para quien aún no haya osado, y un genial motivo para reencontrarse con él.

miércoles, abril 10, 2013

Ayer no más, Andrés Trapiello

Destino, Barcelona, 2012. 312 pp. 20 €

José Morella

«Lo que yo cuente es la verdad. Pepe no estuvo allí. Yo sí. Punto». Cuando tenemos la necesidad de hacer explícito un final o un cierre, de decir en voz alta la palabra “punto”, estamos certificando precisamente el hecho de que ese cierre no ha llegado aún. Ese punto insiste en ponerlo Germán Canseco, octogenario y franquista, con quien un día coinciden en plena calle su propio hijo, el historiador José Pestaña, y otro hombre, Graciano Custodio. Ese otro hombre era un niño cuando vio morir a su padre a manos de los nacionales. En el grupo de los agresores estaba un joven Germán Canseco, al que reconoce a pesar de los años transcurridos. Pestaña tendrá muy difícil hacer su trabajo (es decir, insistir en no ponerle punto a nada precipitadamente: justo lo contrario que desea su padre) y mantener en la ecuación las consecuencias que eso tiene para su propia familia. ¿Cómo convencer a quien vivió algo de que vivencia y verdad no son equivalentes? ¿Y cómo hacerlo cuando quien tiene la vivencia es el padre de uno? Germán Canseco, que estuvo "ahí", está convencido de su versión de las cosas. No ve que su seguridad es una coraza sobrepuesta para protegerse de la culpa y la amenaza de la acusación colectiva. No se da cuenta (o no quiere, o no puede darse cuenta) de lo complejo que es todo, de los miles de detalles y microscópicas aristas que hay en la panza de la verdad, eso que la hace ser difícil de ver, amorfa, una narración cruzada de narraciones, un bicho sin estructura, hecho de voces que conciertan mal, al que le crecen con el tiempo raíces raras sin aparente simetría.
El alivio de leer a Trapiello está en que su novela nos ensancha el espacio para que podamos no engañarnos tanto a nosotros mismos. Nosotros: cualquier hijo de vecino que no es historiador ni maneja datos que no provengan de los suplementos dominicales de los periódicos. Trapiello nos recuerda que «...durante la guerra por cada bandera republicana había veinte de la Cnt, de la Fai, del Poum, del Pce, de la Ugt, de cualquier partido menos de la República.» No todos los vencidos eran víctimas inocentes. Los había que se morían de ganas de una guerra y que hacían mucho por provocarla. No todos merecen los mismos homenajes. Unos merecen el recuerdo y otros el olvido. José Pestaña representa la España de Madariaga, Sánchez Albornoz o Xavier Zubiri. Esa tercera España que ilustra muy bien el cura rojo que interpretaba el gran Agustín González en la película Belle Époque, que esperaba siempre a leer la opinión de Unamuno antes de pronunciarse por ningún tema. Ese cura ocupa el lugar más incómodo posible. Pestaña también resulta incómodo para casi todos. Pocos quieren escuchar voces honestas y minuciosas, porque reflejan lo poco minuciosas que son las propias.
He ido en mi vida a muchas manifestaciones, y durante años no le puse reparos al hecho de que hubiera allí banderas republicanas. Pero algo cambió cuando leí el libro de Paul Preston Las tres españas del 36. Mi izquierdismo se hizo mayor, o como mínimo empezó a salir de su penosa adolescencia treintañera, tan típica de ahora. La República —esto es obvio— no es una ideología. Es un sistema político. Si la izquierda se apropia de ese símbolo en un pedazo de tela, será muy difícil que la derecha pueda desear apropiárselo, y así es imposible que una República vuelva. Se boicotea eso mismo que se pide, porque un sistema parlamentario sólo puede existir —otra perogrullada— cuando es deseado por la mayoría. Un psicoanalista diría que cierta izquierda quiere inconscientemente que no vuelva ninguna República. Si volviera, correríamos el riesgo de perder ese papel de héroes de la justicia que tanto nos gusta representar de vez en cuando. El ego de los progresistas es tan grande como el de cualquiera: a veces es más importante que te den la razón hoy que conseguir el objetivo del mañana. Alguien podría decirme con razón que un facha como Germán Canseco, que seguramente no tenga ni idea de lo que es el psicoanálisis, me miraría con cara de asco y repetiría lo que le dice a su hijo: «siempre has sido un acomplejado y un pedante». Si bien una parte de la izquierda es algo neurótica, la derecha extrema (y a veces la no tan extrema) a la que adhiere Germán está totalmente desquiciada y disfraza de normalidad la psicopatología propia. Cada uno cuenta su historia sin ver que está contando sus prejuicios, sus emociones, su vida. Tambíen José Pestaña, hasta que toma conciencia de que su neurosis heredada -incluso el negocio familiar es fruto del expolio a los vencidos- es justamente lo que le ha hecho ser historiador. Cuando ese conocimiento madura, Pestaña se pasa a la novela. Esa maduración es lo que marca su superioridad en el asunto. El psicoanalista diría que ya no es esclavo de su ego. Acepta ser como aquel cura rojo: acepta que su versión no guste a la mayoría, con tal de que sea rigurosa y honesta. Lleva años enemistado con los vencedores de la guerra y ahora se enemista también con los trepas de la facultad y con los de la Memoria Histórica. Y, qué cosa curiosa, escribe una novela. Ya lo decía Michel Foucault: los hechos son ficción. Muchos se enfadaron con él pensando que menospreciaba los hechos y la historia. En realidad los estaba dignificando.
Por momentos Pestaña se siente culpable: «he provocado un incendio devastador en la familia. Un sainete, si no les hubiese causado tanto dolor». Lo difícil para él es digerir el hecho de que el incendio lo provocara su padre, como tantos otros padres en la guerra. Canseco le traspasa los complejos que se oculta a sí mismo, y consigue que su hijo tenga a veces la percepción errónea de que es él el pirómano, cuando en realidad está dedicándole su vida al esfuerzo de ser un buen bombero. La inteligencia emocional no siempre concuerda con la cartesiana, y menos en el territorio de la familia.
Hay que agradecerle a Trapiello que nos alcance la idea y la ilusión de una reconciliación real, no maniquea. Algo más complicado y trabajoso que lo que tenemos, más a largo plazo. Pero más auténtico.

martes, abril 09, 2013

Las vidas que inventamos, Fernando J. López

Espasa, Madrid, 2013. 282 pp. 19,90 €

Juan Pablo Heras

Para un reseñista, es muy tentador describir un libro con una afirmación impactante, una de esas que dicen muchas cosas en pocas palabras y suscitan al lector la sensación de saber exactamente lo que le cabe esperar. En este caso, me viene algo así: “Las vidas que inventamos empareja a Raskólnikov y Emma Bovary, los mete en un cañón de partículas de posmodernidad y les aplica las últimas actualizaciones disponibles en la nube”.
De acuerdo, como texto de faja editorial no vale. Primero, porque no vende mencionar de refilón a Dostoyevski en un país que, para promocionar libros de Dickens, recurre al criterio de autoridad de los personajes de Ruiz Zafón. Y segundo, porque estaríamos reduciendo el brebaje mágico que nos ha preparado Fernando J. López a lo más inane de su espuma. La novela nos presenta las confesiones alternadas de los dos miembros de un matrimonio en decadencia. Son tan atractivos como los que aparecen retratados en la cubierta, pero bastante más taraceados por el paso del tiempo. Leo (él) ha atropellado accidentalmente a una chica y no se ha parado a socorrerla. Gaby (ella) tontea con hombres por internet y está a punto de consumar el adulterio. De fondo, un hijo que estalla de adolescencia, una madre castradora y un hermano agresivamente incoherente. Con la complicidad inconsciente de estos y otros personajes, Leo y Gaby van tejiendo sus respectivas redes de mentiras, y, como no podía ser menos, acaban envueltos en ellas hasta la asfixia. El acierto de Fernando J. López radica en la magistral fluidez con la que sus dos pequeñas arañas segregan los hilos que sostienen la novela. Respecto a obras anteriores, Las vidas que inventamos gana por su impecable precisión en el uso de la palabra, de la combinación exacta entre introspección psicológica y latigazos de acción y, sobre todo, en el perfilado de sus personajes mayores.
Fernando J. López ha creado voces tan genuinas que han adquirido vida propia. Gaby, mordaz, cínica y atribulada exploradora de chats de ligoteo, resulta tan excitante que puede sostener por sí misma un estupendo blog apócrifo: soygabydraper.blogspot.com.es. Amén de original herramienta de publicidad del libro, este tipo de spin-off literarios en la red aventuran apasionantes posibilidades para la creación literaria.
Las vidas que inventamos está construida para atrapar al lector y dejarle los dedos pegados a las páginas hasta la mismísima cubierta trasera. No evita los recursos clásicos de la novela policíaca, y tampoco los reflejos cómicos que surgen de manera natural de los enredos provocados por tanta vida inventada. Sin embargo, no tiene vocación de melodrama de fácil olvido. Pretende, sin caer en lo pretencioso, indagar en los mecanismos que dificultan la longevidad de las relaciones de pareja; desengañar a los que piensan que es posible vivir sin mancharse, sin tatuarse la piel con arañazos que dejan feas cicatrices; mostrar que es fácil ser moralista cuando no es uno mismo el que comete errores morales de consecuencias difícilmente calculables. Esta novela se lee deprisa pero deja poso. Y, pasado el tiempo, sus personajes siguen viviendo entre nosotros.