jueves, junio 30, 2011

La piedra lunar, Wilkie Collins

Trad. Catalina Martínez Muñoz. Alba, Barcelona, 2010. 528 páginas. 31 €

Care Santos

Comencé a leer a Wilkie Collins a los doce años y hoy le sigo considerado uno de mis autores favoritos. Creo haber leído casi todas sus obras representativas y aun alguna de las menos conocidas, como Antonina o la caída de Roma, su primera novela, que editorial Montesinos publicó hace unos años. Sin embargo, no había leído La piedra lunar, la que se considera, en liza con La dama de blanco, su mejor novela. Podríamos decir, simplificando un poco, que no lo había hecho por falta de ánimos.
No me veía con ánimo de sumergirme en las ediciones que podían encontrarse en las librerías. Casi todas compartían el defecto de poseer más de 600 páginas de finísimo y transparente papel, atiborradas de una letra minúscula. Algunas envejecían fatal. La de Ediciones B, demasiado estrecha y en tapa blanda, era casi imposible de manejar. La más reciente de Belacqua, no mejoraba casi nada de lo dicho. No hablemos de la de Debolsillo o de su hermana casi gemela, en Plaza & Janés. Esta es una novela, hay que decirlo, que no debería aparecer en colecciones de bolsillo y que, sin embargo, se me antoja muy apropiada para libros electrónicos (el bibliófilo Wilkie me perdone). En fin, que llevaba con este problema sin solución unos veinticinco años, y ya me había resignado. Sí, lo sé, podría haber leído La piedra lunar en inglés, pero me asustaba el esfuerzo. Preferí, pues, esperar. Y hete aquí que hace unos meses, Alba premió mi paciencia de lustros con una edición ma-ra-vi-llo-sa de la  novela pendiente. Una edición en tapa dura, que puede abrirse por cualquier página sin disgusto, con el prólogo del autor a las dos ediciones que conoció en vida, y sobrecubierta. Un deleite para los collinsadictos. Me lancé sobre ella sin dudarlo.
Para quien no conozca a Wilkie Collins, sólo se me ocurre decir: Leedle sin perder tiempo.
Para quien ya lo conozca, hay que advertir que en esta obra está lo mejor de él. Su genio novelístico, sus maravillosos personajes, sus historias que nunca pueden encasillarse en un solo género, sus escenarios decorados con mano experta y hábil (una mano que nunca olvida nada que pueda necesitar), sus guiños al lector, su generosidad, su británico y socarrón sentido del humor, su sabiduría al contemplar el mundo... Collins es un escritor gigante, atendiendo a la compleja definición de John Gardner en Para ser novelista: es un conocedor profundo del alma humana, sabe lo bastante del mundo como para hablar de él con autoridad, está preocupado por menudencias que sabe mostrarnos, no practica la demagogia ni el moralismo (aunque algunos de sus personajes son moralistas y demagogos), es quisquilloso, tiene personalidad, jamás arroja sobre nada una mirada convencional y, en definitiva, pone ese sinfín de recursos al servicio de lo que tiene entre manos. En este caso, una historia que podría ser frívola, incluso insustancial, pero que termina por ser compleja y maravillosa.
Esa es la razón, sospecho, por la que sigo leyendo a Wilkie Colins. Si soy sincera, no puedo decir que me interese mucho la trama policial que se desarrolla en este libro. Para resumirla en breves líneas: el nombre alude a un diamante robado en India por un inglés sin escrúpulos,. A la piedra acompaña una maldición brahmánica y juntos, joya y maldición, llegan a la deliciosa Inglaterra victoriana para posarse en el escote de una desfallecida señorita de buena familia, de cuyo secreter serán robadas esa misma noche. Un policía parodicamente british tratará de esclarecer en qué circunstancias ha ocurrido la desgracia, pero su trabajo se verá entorpecido por diversas vicisitudes, la mayor de las cuales, terminará por creer el lector, es el mismo destino. 
En estas páginas, Collins recurre, otra vez, a uno de sus recursos clásicos, en el que es un verdadero maestro: las distintas voces narrativas. Igual que en otras de sus novelas -la más conocida, sin duda, es La dama de blanco-, son sus diversos personajes quienes reconstruyen por partes la historia de modo que el lector recibe el espejismo de ser el único que de verdad sabe qué ocurrió. En estas voces recae el peso de la intriga, dosificada con precisión matemática -la novela se publicó por primera vez por entregas en la revista de Dickens All The Year Round (en 1868).
La trama es notable, precisa, y está llena de sorpresas, pero lo que me interesa de verdad de este libro es la gran habilidad del autor para retratar un mundo en el que las convenciones antaño inamovibles comenzaban a tambalearse, a pesar de que en la Inglaterra del momento no se notara mucho. También su portentosa mano para crear personajes inolvidables, comenzando por el mayordomo Betteredge, socarrón, victoriano hasta la médula, xenófobo, reaccionario, adicto a Robinson Crusoe y divertidísimo; o la sorprendente señorita Rachel, heredera de la joya; o el sargento Cuff, de quien desde su descripción lo esperamos todo, ya que podía ser tomado "por un párroco, un empresario de pompas fúnebres o cualquier otra cosa, menos por lo que realmente era". Los estrafalarios métodos de investigación del sargento le singularizan entre sus colegas, los detectives de novela negra. Lo cual, si tenemos en cuenta que estamos ante una novela fundacional del género policiaco, tiene más mérito aún. La piedra lunar es un clásico, sí, pero se lee como una vuelta de tuerca modernísima a una temática de plena actualidad.
Un detalle curioso, que ningún lector dejará de advertir, es que Collins parece dirigirse todo el tiempo a un interlocutor exclusivamente masculino, con quien se atreve a chismorrear sobre los hábitos de las mujeres o la insignificancia del tabaco de pipa con la complicidad de un amigo íntimo. Imagino que las mujeres victorianas, como las de hoy, no conformaban el público mayoritario de la denominada novela negra.
Y aún a sabiendas de que no he dicho todo lo que podría y que me dejo mucho en el tintero, concluyo con una exclamativa y muy decimonónica aseveración: ¡Lean a Collins, damas y caballeros, y serán ustedes más felices que antes!

miércoles, junio 29, 2011

Una ola con sabor a pez, Nuria Riera Carrillo

Bartleby, Madrid, 2011. 164 pp. 16 €

Fernando Sánchez Calvo

Nuria Riera es una periodista con evidente querencia a la narrativa breve, directa, fresca. No voy a cumplir con el tópico de asegurar que la palabra concisa y exacta que le exige su oficio habitual haya influido en su vocación literaria, entre otras cosas porque es la primera novela de la autora y porque hasta la fecha el que escribe no había leído ningún cuento, ningún microrrelato, ninguna crónica suya. Lo que sí puedo afirmar es que todas las características y virtudes citadas anteriormente las siento como tales, hasta el punto de que leídas las diez primeras páginas, no fui consciente de que ya había empezado la historia por el simple motivo de que el torrente de emociones, reflexiones, pensamientos e imágenes derrochados por la protagonista me habían impedido seguir el hilo argumental. Ése es pues el principal problema de la novela: el difícil juego y combinación entre trama, pensamiento y poesía por el que Nuria Riera ha apostado.
Respecto al argumento, nada nuevo. Mamen, humana, mujer de mediana edad, no pasa por el mejor momento de su vida y decide tirarse al mar, o decide caerse al mar, o decide ir al acantilado para que luego el mar decida por ella. Dentro de él o en las inmediaciones (la novela carece adrede de unas coordenadas espaciales precisas) descubre un mundo habitado por un par de crías gemelas, su tío y su padre y, allí, estos la ayudarán o no (depende de lo quiera Mamen en cada momento) a salir de ese bache, a volver a la felicidad con las herramientas básicas, las de toda la vida: el amor, la comprensión, la paciencia. Esto en cuanto al argumento.
Respecto al tono o actitud, por el contrario, muchas cosas nuevas. Con el suicidio ya mencionado como telón de fondo, no parece sin embargo y no somos conscientes del estado de Mamen hasta que se producen las primeras conversaciones con Isla, una de las gemelas. Es precisamente aquí, en los diálogos, donde se manifiesta todo el pensamiento y la frescura de la narrativa de Nuria Riera. Lo curioso y lo grande lo encontramos en la naturalidad y humanidad con la que la protagonista habla con una niña de suicidios, fracasos sentimentales y otras tragedias. Este binomio, adulto-niño, lo hemos visto triunfar muchas veces en cine, literatura y, por qué no decirlo, en programas de televisión que nos entretienen por la noche, pero sería injusto comparar Una ola con sabor a pez con estos últimos, en primer lugar porque a diferencia de aquéllos, ésta no cae en el chiste y gracia fácil, y en segundo lugar porque dichos diálogos, además de ser portadores del pensamiento de la narradora y protagonista, sirven además para que el lector recupere datos sobre la trama, perdida algunas veces en la propia narración por casi ausencia de ésta.
Por tanto, y a pesar de que el esqueleto narrativo se tambalea en ocasiones y no está suficientemente bien engranado, dicha carencia se suple con la verosimilitud de esta novela irrealista. Nuria Riera ha creado una historia surrealista para una mujer de mediana edad y su crisis existencial, pero ha jugado limpio. Por eso, cuando están hablando de los pulpos que habitan debajo del mar y Mamen pregunta a Isla si ella o su tío Abel hablan con ellos, ésta le contesta indignada que no, que cómo quiere que hablen con ellos si están muertos. Eso en literatura es verosimilitud: la respuesta, irónica e inteligente, tiene sentido dentro de una conversación disparatada.
Para abrir al lector el apetito sobre la posible y plausible lectura de la novela, a continuación cito literalmente (o casi) algunas de las perlas con las que nos sorprende la autora. No importa quién las dice sino el nivel de profundidad al que se llega:
1. Cuando alcanzas el horizonte es que tu vida se está acabando. Entonces, si sufres miopía supongo que debes pensar que eres inmortal.
2. ¿Cuánta gente quiere saber de mí? Pero lo más importante: ¿de cuánta gente quiero yo saber?
3. Espero que seas adoptada. Ser adoptada significa que había una lista larguísima de gente que te quería incluso antes de que nacieras.
4.—Cuesta mucho contradecir a todo el mundo.
—¿Aunque tengas razón?
—Sobre todo si tienes razón
Frescas, profundas y llenas de amor dentro de la triste historia de una mujer, Mamen, que un buen día se tiró al mar porque las tenía todas consigo en este mundo y tuvo la suerte de encontrar a otros personas que le ayudaron a solucionar o no, de manera ilógica, la absurda y cruel vida que le tocó vivir.

martes, junio 28, 2011

Un día me esperaba a mí mismo, Miguel Ángel Ortiz Albero

Jekyll & Jill editores, Zaragoza, 2011. 128 pp. 18 €

Juan Marqués

“Un día me esperaba a mí mismo / Me decía Guillaume ya es tiempo de que vengas / Para que sepa al fin quién soy / Yo que conozco a los demás / Los conozco por los cinco sentidos y algunos otros”, se lee en el poema “Cortejo”, de Apollinaire (publicado en Alcoholes y recogido, por ejemplo, en Zona. Antología poética, Barcelona, Tusquets, 1980, pp. 71-73). Alcools. Poèmes 1898-1913 se publicó por primera vez en abril de 1913, año y medio año antes de que su autor fuese movilizado por petición propia, y destinado al 38 Regimiento de Artillería, con base en Nîmes, para luchar contra el avance de los alemanes. Desde entonces, y hasta su muerte el 9 de noviembre de 1918, Apollinaire ya apenas conocería ni la paz en Europa ni el sosiego en su propio cuerpo, agitado siempre por un exceso de sensibilidad, talento y pasiones por el que a menudo se sentía aplastado. Demasiado que hacer y que decir en muy poco tiempo. Demasiado que vivir y que amar en un mundo roto.
Centrándose en esos últimos años de vida, el poeta zaragozano Miguel Ángel Ortiz Albero narra en el primer título de la editorial Jekyll & Jill las peripecias, movimientos y delirios de Apollinaire, y lo hace desde dentro, no sólo por el recurso ocasional a la primera persona sino por la reproducción y reivindicación de la vida interior, por la prioridad que se da al pensamiento sobre la anécdota, a la imaginación sobre la cotidianeidad, a la poesía sobre la prosa. Levantando a veces un disimulado collage de citas (no sólo del poeta romano), es éste un libro de amor y de guerra, de trenes hacia el mar y de trincheras, de cartas encendidas y de casas incendiadas. La pasión hacia Madeleine, la amistad hacia Berthier, el apetito de vida y de arte, el excedente de creatividad (que, como conmovedor ejemplo, lleva a Apollinaire a fabricar anillos con piezas de aviones derribados), la reivindicación de la belleza de todo lo existente y la exaltación y urgencia del tiempo presente (pues en la narración no existe el futuro y nadie se remonta apenas a un pasado mínimamente remoto)..., van vertebrando un relato por el que desfilan personajes, como la señora Bragelogne, que merecerían algún día su propia novela.
La edición de Jekyll & Jill es tan impecable que no hace falta añadir nada sobre ello, y con este lanzamiento se amplía la obra del inquieto y fecundo Ortiz Albero, escritor de varios registros y activo artista todoterreno que siempre desafía a quien lee u observa sus obras. Una buena actitud y un impulso necesario para una voz muy poderosa.

lunes, junio 27, 2011

Lecturas y lugares, José Luis García Martín

Traspiés, Granada, 2011. 64 pp. 10 €

Ángeles Prieto

Quizá porque la mismísima vida puede reducirse a un constante “ir a” o “venir de”, el lector debería acoger esta intensa, deliciosa y fulgurante joyita con filosofía y cariño. Pues alberga catorce destellos literarios, fulgores de nuestra propia memoria viajera, y también sedentaria, a través de distintas ciudades universales, con sus poetas, palabras y semblanzas. Es decir, nos encontramos con un libro íntimo que nos habla de lo que somos, de nosotros mismos. O más atinadamente, de lo que sabiamente alcanzamos a ser a partir de cierta edad, en la que ya sólo nos redimen los viajes y el recuerdo de los amores perdidos.
Y así, desfilan por sus páginas y fotografías, siempre hermosas y románticas, Venecia, Nueva York, Roma, Coimbra, Nápoles, Ginebra, Lisboa, Livorno o Santander junto con historias, poco conocidas, de aquellos personajes que las habitaron y las dotaron de sentido: Leopardi, Henry James, Shelley, Eça de Queirós, Nietzsche, Axel Munthe, Pessoa o Thomas Mann, en un festín de la palabra y de la memoria contra el olvido y la muerte. Dama a la que no se excluye del libro y que pasea subrepticia por algunas de sus páginas, montada en otra barca.
Porque mantener el corazón sano, fuerte y alegre, secreto para la felicidad que este libro guarda, exige cumplir con algunos requisitos de disciplina y frugalidad, esos que nos enseñan a vivir muy lejos de vanidades y ambiciones, disfrutando de los pequeños placeres que, al fin y a la postre, son los que dotan de sentido verdadero y explicación, a la existencia. Así, Axel Munthe paseando por el hermoso jardín del Cementerio Acatólico, Luis Moure-Mariño ante el roble grande de Basán o Nietzsche llorando de emoción al escuchar música sobre el puente de Rialto, logran encontrarse a sí mismos.
Todo ello (y si no lo digo, reviento), expresado mediante una prosa elegante, culta, fluida y espléndida, con frases largas o cortas pero siempre libre de ripios, exabruptos, salidas de banco, ínfulas, pedanterías, metáforas comunes y errores sintácticos o gramaticales, que incluso sorprenderá al lector más exigente porque bien complicado resulta encontrar ahora una calidad literaria como la que luce esta pequeña obra, en una mesa repleta de novedades: con verdadero equilibrio y profundidad entre fondo y forma.
Un libro provechoso, extraordinariamente intenso pese a la brevedad de sus evocaciones, y con notable capacidad de síntesis, que ni mucho menos puede leerse tan sólo una vez por su contenido, ni tampoco dejar olvidado en el asiento de un autobús por su belleza, quizá porque el Ulises que García Martín en esta obra representa somos todos: “Me gustaría vivir en el mar, estar siempre de paso. Tocar puerto al amanecer, partir a la puesta de sol. Que la mayor parte de mis días transcurran lejos de todo, en medio del océano, a merced del viento, los caprichos del motor, el temporal imprevisto…. Me gustaría vivir en el mar, estar siempre de paso. Pero de sobra sé que no hace falta vivir en el mar para estar siempre de paso”, nos señala con orden y precisión el narrador, viajero y sobre todo, poeta.
Y como todo gran poeta, cerrará gloriosamente su canto con el regreso a Ítaca, su lugar de origen representado en un sólido arco de cuatro pilares que, desde tiempos romanos, acompaña al río Ambroz, el de su propia infancia en Aldeanueva del Camino, Cáceres, convirtiéndolo así en ciudadano romano, en ciudadano del mundo. En el viajero infatigable que hoy es y que sabe que Ítaca es el punto de partida y de llegada, mientras la vida se nos descubre y se nos escurre en el camino.

viernes, junio 24, 2011

Solar, Ian McEwan

Trad. Jaime Zulaika. Anagrama, Barcelona, 2011. 360 pp. 19,50 €

Fernando Sánchez Calvo

Después de dos novelas de transición como Sábado y Chesil Beach, las dos publicadas en España, como toda la obra del autor, también por la editorial Anagrama, el nuevo trabajo de Ian McEwan ha llegado para que el lector y él mismo se reencuentren de nuevo con un producto de una gran madurez estructural. Porque sobre todo, McEwan es eso, un autor que llega a las emociones a través de y gracias a un dominio de la forma y de las vértebras narrativas que, como vasos comunicantes, acaban todas perfectamente unidas al final de lo que se viene denominando como el esqueleto de una novela.
Michael Beard, físico y Premio Nobel más que sospechoso por un descubrimiento que hace años triunfó como la combinación Beard-Einstein, es el protagonista de esta historia. En los mejores años de su carrera profesional, con gran proyección en el extranjero y solicitado por todos los organismos y países, no pasa sin embargo sentimentalmente por su mejor etapa. Divorciado por enésima vez, con su último matrimonio mantenido por un adulterio recíproco que, a sabiendas del otro, cultivan tanto él como su actual mujer, la vida de Beard da un giro radical cuando Tom Aldous, un becario que idolatra a Beard y que ha llegado al mundo de la ciencia como todos los becarios, con ganas de trabajar y de cambiar el planeta, entra en la casa y en las vidas del físico y de su esposa Patrice. A partir de ahí nada que se pueda contar al avezado lector que busque engancharse con una reseña que sin embargo no resuelva desenlaces.
Sí que merece la pena, no obstante, hablar del tono objetivo y la distancia que adopta el narrador respecto a la hipocresía y cinismo en el que muchas veces se desenvuelven las altas esferas y las instituciones. “La física estaba exenta de contaminación humana”, afirma el mismo narrador en un indirecto libre en boca del protagonista con gran ironía para, como hace tantas veces McEwan desde Expiación, desacreditar con la cadena de hechos que vendrán a posteriori las palabras que dan comienzo a esta historia. Y una vez más, y como también pasa con el clásico que se llevó al cine, un hecho concreto, una mentira, y más que una mentira una omisión de datos, justifica el resto de la evolución de la trama a cambio del silencio de muchos actantes. Ya en Expiación un amor acababa roto y con uno de los miembros alistado en la guerra por culpa de la mentira de una pequeña que, mediante la invención, hizo creer al resto del mundo o de la sociedad lo que todo el mundo debe creer, por sentido común, a un personaje inocente. Lo mismo ocurre en Solar, pero como ya hemos dichos antes, en lugar de mentira ahora hay omisión y la niña ya no es una niña sino un físico de renombre y la edad ya no son diez años sino cercana a los sesenta. Un momento concreto, una decisión o antojo puntual por parte de uno de los protagonistas, desencadena una serie de hechos que en principio quedan ocultos, pero que finalmente, como si de una tragedia griega se tratase, se resuelven y desmantelan en una suerte de justicia social que castiga con severidad argumental a los que decidieron mentir o callarse. La mima ironía podemos apreciar en otros personajes como Turpin, primer amante de la última mujer de Beard y quien fluctúa entre los niveles más bajos de dignidad y el orgullo de quien se sabe necesario para enemigos cercanos al Premio Nobel. Cada uno de los secundarios que rodean al protagonista son, en ese sentido, menos contingentes que nunca, pues McEwan considera el universo de la novela como un puzle donde una pieza no destaca mucho si está pero es capaz de echar a perder una historia si desaparece. Por eso todos los personajes importantes de este libro aparecen, se van y vuelven a aparecer para recuperar un pasado ya casi olvidado que, sin embargo, explica silenciosamente muchas cosas del presente. El mismo epílogo que cierra el libro confirma lo dicho: “La mejor y más dulce armonía no se produce cuando cada parte de un instrumento se oye por sí misma, sino cuando hay una combinación de todas ellas.”: McEwan toma nota y lo practica, y además lo hace bien.

jueves, junio 23, 2011

Manifiesto, David Mamet

Trad. Ramón Buenaventura. Seix Barral, Barcelona, 2011. 174 páginas. 17 €

Care Santos

La lectura de David Mamet siempre me provoca dos estupendos efectos secundarios. Por un lado, corro a conocer las obras, sean textos teatrales o películas, que él cita como imprescindibles y que aún no he visto. Por otro, necesito -sin exagerar: necesito- volver a ver sus películas. Después de muchos años de fidelidad a este estadounidense listo y díscolo, sé muy bien que su cine -como su teatro- siempre me sorprende. Y sé también que siguiendo sus consejos he conocido algunos textos teatrales y algunas películas portentosos, de los que te cambian para siempre.
David Mamet no falla nunca. Su talento se desborda incluso cuando echa mano de conceptos de su biblia personal, tan trillados y archisabidos para él como para sus seguidores. Con la única excepción de su labor como novelista, que me parece menos destacable, este hombre es un portento en todo lo que aborda. Desde luego, lo es en la escritura dramática, terreno en el que es un nombre de referencia mundial. Para aquellos que aún no le conozcan, es el autor del guión de El cartero siempre llama dos veces (en su remake de 1981) o de Los Intocables, así como el autor de maravillas como La trama, El caso Winslow o State and Main, acaso la comedia más divertida que he visto jamás de "cine dentro del cine" (bueno, salvando Cantando bajo la lluvia, pero sólo por romanticismo). Y por lo que respecta a su obra dramática, sólo hay que nombrar títulos como American Buffalo, Glenngarry Glen Rose o Edmond para tener claro de qué división estamos hablando.
Pues bien. Además de todo esto, Mamet es un excelente teórico de la ficción. No importa que se trate de cine, narrativa o teatro, porque su punto de vista siempre es fascinante. No sólo para los creadores, pienso, pero sobre todo para los creadores. Su obra es ya ta extensa como imprescindible, desde sus libros más o menos misceláneos, como Escrito en restaurantes (Versal, 1991) hasta sus incursiones más directas en el género teatral, como el excelente Los tres usos del cuchillo. Sobre la naturaleza y la función del drama, (Alba, 2001) o sus reflexiones más autobiográficas, al hilo de su relación con el estado de New Hampshire, en Al Sur del Edén (RBA, 2002) o su imprescindible Bambi contra Godzilla (Alba, 2008). En la misma línea de este último debe inscribirse este Manifiesto. Se trata de un Mamet maduro, con poco -o nada- que perder, que se atreve a descabezar mitos y a poner puntos sobre las íes. Se adivina, además, que su poder es tal dentro del propio stablishment teatral que ya puede permitirse ejercer la crítica despiadada desde la misma entraña del monstruo. A pesar de eso, y de la gracia que pueda tener ver a uno de los nombres más conocidos de la escena estadounidense cargando contra instituciones como Broadway, los espectadores de abono o el método Stanislavski, mucho más interesante aún es él mismo: su solidez como creador, la inteligencia de sus contundentes afirmaciones.
Quiero puntualizar que, a pesar del grandilocuente nombre de esta edición española, en inglés el libro se titula, simplemente Theatre, Teatro. En él, Mamet repasa todos los aspectos del género dramático, desde el papel del dramaturgo al del actor, la perniciosa influencia que las subvenciones ejercen sobre cualquier montaje, los métodos de trabajo -es divertidísima su arremetida contra todos los sacrosantos varones del método, desde Stanislavski a Brecht pasando por Artaud-, la desaparición de la figura del director en beneficio de la aparición del gerente o el auge y caída de los proyectos independientes. Así, el lector conocedor de la teoría de la actuación no podrá evitar soltar una carcajada nerviosa al leer que los libros de Stanislavski -tres, canónicos entre la gente del oficio durante generaciones- no son más que "un revuelto de vómitos inútiles" (p. 159). Carga también contra lo que él llama "la depredación directorial" y cita a Stanislavski, precisamente, para criticar a los directores que se las dan de grandes creadores a costa de alterar y sacrificar los textos: "El director que tiene que hacer algo interesante con el texto es que no lo ha entendido", dice.
También da un buen puñado de excelentes consejos para los dramaturgos incipientes. Hay que escuchar al público -ese "maestro silencioso"- observarle, tratar de entenderle, ser humilde, huir de la intelectualización excesiva (que él asimila, con cierto, a los prejuicios) y, sobre todo, aprender a construir un argumento poderoso, capaz de lograr que el espectador se pregunte, en todo momento, qué ocurrirá después. En palabras de Mamet: "¿Qué debe hacer el escritor teatral contemporáneo? Aprender a escribir una trama. ¿Cómo se hace? Escribiendo, corrigiendo, escenificando, corrigiendo y volviendo a empezar. Buena suerte".

miércoles, junio 22, 2011

El torturador arrepentido, Carlos Salem

Editorial Talentura, Madrid, 2011. 136 pp. 3 €

Miguel Baquero

En medio de una exitosa carrera como novelista de género negro —aunque, eso sí, entendido el género de una manera peculiar, donde el humor y la transgresión tienen un papel clave—, Carlos Salem hace un pequeño alto para entregar a la imprenta El torturador arrepentido, una obra de teatro que ya fue representada con éxito en Barcelona por la Compañía Brétema Teatro y que ahora tiene su edición en papel a cargo de la Editorial Talentura.
En El torturador arrepentido, el ágil, cáustico, iconoclasta autor de novelas como Matar y guardar la ropa o Pero sigo siendo el rey, deja a un lado el juego narrativo para encarar, mediante la acción teatral, el tema de la dictadura argentina y la feroz represión que se llevó a cabo durante aquel triste y cruel periodo. Con dicho tema como fondo, Salem, sin embargo, buscar ir más allá, hacia el fondo humano del problema, para plantear la cuestión no sólo de si el torturador puede llegar a tener remordimientos morales, sino si la condición de verdugo, de represor, está implícita en la naturaleza de las personas o si se llega a ella forzado por las circunstancias. O lo que es lo mismo: si cualquiera de nosotros, forzado por la situación, podría llegan a situarse a ese otro lado de la picana. Si, a cambio de seguridad y poder, podríamos mimetizarnos con el ambiente opresivo.
Ese posibilista que se adapta a cualquier situación… «es, quizás, el combustible de los nazismos que han sido y serán, el que no pregunta porque no le interesa preguntar, y que, paradójicamente, plantea la pregunta más difícil de responder: Si pudieras elegir entre ser torturador y torturado, ¿qué elegirías?», pregunta el autor en las Notas Finales a la obra.
Lejos del maniqueísmo seguramente oportunista al que conduciría una obra que parte de la situación citada, es muy de agradecer que El torturador arrepentido, en lugar de refugiarse en lo fácil, se atreve a plantearse preguntas profundas. Se atreva a rescatar esas cuestiones atemporales que siempre han constituido la base del hombre y que tendemos a ocultar, por su incomodidad, bajo un montón de lemas amables y consignas simpáticas y agradables de oír. Es tarea de los escritores de verdad sacudir toda esa hojarasca de palabras y volver a plantear, negro sobre blanco (y en este caso también, encima de unas tablas), las preguntas en su verdadera esencia.
Eso, quiero decir: la profundidad, es lo que hace de un libro o de una obra de teatro un texto realmente bueno, poderoso y recomendable de leer.

martes, junio 21, 2011

Página en construcción, Luis Bagué Quílez

XXV Premio Unicaja de Poesía. Visor, Madrid, 2011. 64 pp. 10 €

José Gutiérrez Román

Todo está por construir. Pero no en el mañana, sino en el hoy. Aquí y ahora forman las coordenadas espacio-temporales que los versos de Luis Bagué Quílez han acotado para edificar este libro. En él nos entrega una voz poética personal, cuajada con lucidez e ironía, y donde lo que se dice funciona como un tamiz de todo lo que entra por los ojos («Mi oficio es la mirada,/ pasar a limpio el mundo/ y ordenar los fragmentos del paisaje»).
El poemario está dividido en cinco partes: «Historias», «Metarreletos», «Hipótesis», «Ensayos» y «Monólogos». En el tramo inicial se nos recuerda que «todos somos extranjeros aquí», y también que «El cielo finge/ que este suelo ya no le pertenece». Todo, pues, está por ver, todo parece provisional mientras se va forjando esa página de nuestra realidad que llamamos mundo. Destaca en este primer asalto el poema «Magia negra», que ejerce su poder de nigromante con la contundencia de unos versos esclarecedores: «Hoy vienes a contarme el porvenir./ Yo puedo adivinar/ la huella de tu paso, tu pasado».
La música hace su aparición en la segunda parte con las citas que acompañan a cada poema, pertenecientes en su mayoría a canciones emblemáticas de la historia del pop y el rock. Quizá por eso nos golpean con más dureza algunos compases de «La vida te hará trizas» o «Los amantes del siglo XXI», que se cierra con una brillante paradoja: «dime si es verdad/ que el futuro no tiene porvenir». Estos dos apartados iniciales funcionan a modo de aldabonazos con los que el poeta nos despierta de nosotros mismos. A partir de entonces nos sumergimos de lleno en el proceso de construcción de esta página (ahora ya nuestra) a través de la expresión limpia y certera de Bagué Quílez, cuyo contenido se forja en el compromiso con uno mismo y con lo que nos rodea. El poema titulado «Herencia» tal vez sea el mejor ejemplo de este diálogo con todo lo que se ofrece ante nosotros y que de algún modo «tendremos que aprender a merecerlo». Ese camino hacia el merecimiento hemos de realizarlo desde ese aquí y ahora permanentes, parece decirnos su autor, consciente de los símbolos que se mueven detrás de un «lavado rápido» o de las preguntas que nos pueden surgir entre la maraña de lo cotidiano («Ahora tienes las manos en la duda./ Empieza a traducir»).
Es este un libro hijo de nuestro tiempo, pero elaborado con un material poético imperecedero, cuyos referentes van desde los clásicos (léase El sueño de Ulises o El síndrome de Casandra) hasta las imágenes más actuales. La voz de Luis Bagué Quílez tiene el don de atravesar lo íntimo y lo que nos circunda con una claridad reveladora. Y en este libro esa voz adquiere si cabe un matiz más vivo. Sus poemas nos ayudan a mirarnos en la distancia y a reconocernos en lo cercano. Al final del libro se nos avisa de que «corren/ malos tiempos para la épica». Y quizá sea ahí donde mejor se refleja el proceso de construcción en que se encuentra inmersa nuestra página. Aquí. Ahora.

lunes, junio 20, 2011

Dentro de la tierra, Paco Bezerra

Quatenus, Madrid, 2011. 103 pp. 10 €

Juan Pablo Heras

Cuando Paco Bezerra (Almería, 1978) ganó el Premio Nacional de Literatura Dramática de 2009, apenas superaba los 30 años y era casi inédito en los escenarios. Para los que no lo conozcan, el Nacional es un premio otorgado a la mejor obra publicada o estrenada en el año en curso, pero que en la práctica sirve para celebrar extensas trayectorias de autores consolidados. Por eso, todo indicaba que debía haber algo extraordinario en Dentro de la tierra, y por eso, apenas cuatro años después de que una primera edición, ministerial y por lo tanto escondida, se haya vuelto totalmente inaccesible, la nueva editorial Quatenus apuesta por este título para lanzar una de sus colecciones de textos dramáticos. La sola idea de apostar por una editorial dedicada al teatro ya merece un aplauso, pero si la selección de textos es además tan exquisita, optamos por la ovación.
Dentro de la tierra se podría agrupar a primera vista en una serie de textos dramáticos que sitúan su acción en lo más profundo de la España rural. Situar la acción hoy en el campo no tiene el mismo significado que en tiempos de Benavente, Machado o Lorca, y no es, ni de lejos, tan frecuente. Hablar del agro español hoy es acercarse a la despoblación, la soledad, el pasado enmudecido o el encuentro descarnado con el inmigrante jornalero. Y así lo hicieron José Ramón Fernández con La tierra, Alberto Conejero con Húngaros o José Manuel Mora con Mi alma en otra parte, tres textos que están entre lo mejor de la literatura dramática española de las últimas dos décadas.
Dentro de la tierra se sitúa en un lugar tan familiar como insólito: el mar de invernaderos de Almería, la “Huerta de Europa”, esto es, su corazón escondido, un espacio irreal por su aspecto que oculta a miles de almas apátridas que se dejan la piel en nuestros tomates. A la cabeza del reparto los tres hijos de un propietario, que esconden sensibilidades inconfesables en un país en el que lo diferente es sospechoso.
El valor fundamental de la obra de Paco Bezerra está en su capacidad de acercarse a la realidad con una mirada casi documental —en alguna medida, autobiográfica— y extraer de ella, mediante una fina depuración de elementos, y sin recurrir a una estilización excesivamente artificiosa, una serie de imágenes absolutamente explosivas, sugerentes y luminosas, que convierten este extraño lugar en un espacio arquetípico donde se enfrentan, desnudos, el bien y el mal, la verdad y la mentira.
En la reseña biográfica que acompaña el libro, Bezerra da cuenta de sus orígenes humildes y del ambiente supersticioso que le rodeaba. Desvela así que algunas de las imágenes más alucinantes de la obra, como la curandera que recorre el pueblo para sacar a los chicos raros el sol de la cabeza, tienen su origen en una experiencia real. Y sin embargo, eso no desdice el valor de su imaginación, y mucho menos de su capacidad como dramaturgo. Porque consigue que un material que podría haberse quedado en una grotesca acumulación de escenas estrafalarias se articule en una sutil red de situaciones e imágenes que no se engolfan en lo extraño, sino que tan sólo lo apuntan con la suficiente delicadeza como para mantener un afilado valor dramático. Sorprende también su atención a la perspectiva, un elemento siempre cuestionado en el género teatral: en calculada ambigüedad, el hermano menor, Indalecio, es un escritor que nunca escribe y a la vez un demiurgo que organiza el mundo en el que se mueven los demás personajes.
A lo largo de la obra, Bezerra abre la puerta a la duda respecto a todo lo que sucede. En las acotaciones iniciales del texto, indica que “el tiempo en el que transcurre es parecido al del sueño”. El efecto está logrado: a pesar de que la mayor parte del diálogo sea casi naturalista, las afirmaciones de todos los personajes que entran en el conflicto cuestionan la realidad de sus respectivas visiones del mundo (un poco como La habitación del niño, de Benet i Jornet, pero sin su fría precisión matemática), hasta el punto de que el lector, gozosamente desconcertado, se ve arrastrado a completar los huecos con sus propias entrañas. Con nuestras propias entrañas.

viernes, junio 17, 2011

El hombre del corazón negro, Ángela Vallvey

Destino, Barcelona, 2011. 541 pp. 20,50 €

Amadeo Cobas

Esta novela policíaca coral desenmascara los sucios negocios de las mafias de la antigua URSS.
Tiene una presentación larga y decorada para dar a conocer a cada uno de los participantes en la narración. Tiene demoradas las descripciones durante el nudo, y tiene un desenlace sin resquicio dejado al albur, sino con sellado firme de este cierre, sorpresa incluida, todos los protagonistas ubicados correctamente en el final de la obra.
Contiene un estudio muy importante de este mundillo opaco, en el que se principia a delinquir como método de supervivencia hasta metamorfosearse en un modo de vida imposible de abandonar. Al fin, dicen que para un mafioso de éstos es una deshonra trabajar…
Las distintas acciones de este libro transcurren en planos opuestos, con personajes diversos que trazan su vida sin saberse entrelazados a posteriori con los otros intervinientes en la obra. Por poner un ejemplo, una dura escena: cuando la indefensa joven llamada Polina se reencuentra con el bruto Kakus… y muchas páginas más allá lo que ocurre, para solaz y tristeza, según a cuál de ellos preguntásemos…
Destaca el detallismo paisajístico así exterior como interior. El primero porque la autora es exhaustiva en lo más grande al plantear las situaciones con enriquecedora información sobre países como Rusia, Moldavia, Polonia, Ucrania, Rumanía…; ídem en la descripción pequeña, donde desempeña una esmerada prolijidad para acercar, por ejemplo, las situaciones crudas, crudísimas por las que deambulan las pobres muchachas que huyen de la miseria de sus pueblos, en el Este, y vienen a la Europa pudiente para trabajar de niñeras o en la hostelería… ¡Incautas! Acaban convirtiéndose a su llegada en prostitutas hacinadas en cuartuchos, maltratadas por sus captores, endeudadas frente a sus extorsionadores hasta el fin de sus días, sin esperanza de salvación. Y aquí entra la segunda parte del detallismo: las introspecciones que realiza cada uno de los coprotagonistas en esta novela aportan una luz cenital que les hace respirar, con lo que el lector se siente implicado en su desgraciado sobrevivir. Y no sólo de la infausta suerte de las chicas eslavas, sino de la agente de policía, Sigrid Azadoras, que vertebra la estructura de la obra desde su génesis, anunciando una participación determinante en el devenir de los acontecimientos como así es, aunque su brillo no eclipsa ni merma la muy convincente intervención del resto del elenco.
Pormenoriza un tema muy de actualidad después de la catástrofe sucedida en Fukushima: la cercanía vívida de quien sufrió el desastre nuclear en primera persona (de hecho la novela es «En memoria de los liquidadores de Chernóbil»): «Cuando el reactor 4 de Chernóbil explotó, no supieron cómo volver a tapar la puerta que comunicaba con el infierno. Gorbachov no sabía qué hacer. Nadie tenía ni idea. Algo así jamás había ocurrido en el mundo. Nunca. Jamás. El infierno se abría paso a toda velocidad hacia la tierra, ¿quién podía detenerlo?»
Ángela Vallvey, que esgrime entre su mérito curricular ser ganadora del Premio Nadal y finalista del Premio Planeta, entre otros, posee una intensidad en la forma de narrar que tiene su culmen en el sabio pliegue de algunos capítulos, llamando al lector a proseguir, pleno de intriga, mordido por esa víbora llamada incertidumbre: ¿qué va a pasar ahora? Además, lo normal es que el capítulo consecutivo salte a otros protagonistas, a una acción distinta para colorear, para mejor engalanar de diversificación lo relatado ofreciendo puntos de vista variopintos destinados a converger para cimentar sólidamente el armazón literario. Siempre es un placer leer a esta escritora por su buen hacer en este oficio, por su meticulosidad y detallismo, por esa carpintería literaria tan bien provista, por su ingenio y su capacidad para imprimir vida a las escenas que describe, por sus delicados dejes poéticos (es una delicia la poesía destilada por su pluma, la ternura emanada de sus versos, se la recomiendo… disculpen esta dispersión, vuelvo a centrarme), por su lenguaje rico sin sobrecargar, escogida cada palabra en sazón para formular frases intemporales que no se mustien con el decurso del tiempo, desechada la vacuidad de relleno, aplicada la musicalidad del ritmo propicio: el frenesí de una acción vertiginosa concatenado con la calma subsiguiente vestida de una paz muy plástica; apoyados, cómo no, en la sabia conjunción de los períodos expositivos, un movimiento largo jamás asfixiante y otro corto que da nombre a la concreción y mitiga lo superfluo.
Se dice en la novela que «…el dinero es la luz del mundo, su antorcha». Sin ánimo de ser irreverente, convendrán conmigo que, en el mundo actual, no se espera la llegada de un mesías que ilumine nuestro camino con su prédica desde una perspectiva espiritual. Se aguarda el maná actualizado: el dinero. Ya sea con la forma de una quiniela o lotería primitiva premiadas, una sustanciosa herencia inesperada… o el acceso al capital ganado por medios ilícitos, uno de ellos explicado en esta novela (aunque todos sabemos que hay más).
A lo mejor estoy equivocado. Ojalá.
Siempre queda esperanza mientras existan personas que osen enfrentarse a lo establecido aplicando el diálogo y la razón…

jueves, junio 16, 2011

Fábula del archidiablo Belfagor, Nicolás Maquiavelo

Traducción y edición: José Abad. Traspiés, Granada, 2011. 81 pp. 10 €

Ángeles Prieto

Hete aquí que hoy, en un ejercicio de evidente masoquismo, me apetece elogiaros un texto impresentable, políticamente incorrecto, aquejado de marcada misoginia. Una anomalía absurda que además no tiene razón de ser, al provenir de uno de los filósofos más inteligentes de todas las épocas, el sagaz florentino Nicolás Maquiavelo, el mismo que soltó aquello de: “pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos”, estableciendo así el verdadero motivo de lo que sería el modus vivendi ideal de la Edad Moderna (siglos XVI al XVIII) y buena parte de la Contemporánea. Pero por supuesto, hablamos de unas ansias de figurar que caracterizan tanto a mujeres, como a hombres. Por lo que la maquiavélica identificación del afán ostentoso de éstas con el origen de todos los males, además supone una acusación bastante injusta.
Pero sucede también que amo los relatos breves, ligeros, escritos con desparpajo y desenvoltura, con total libertad, sin moralinas ni autocensuras, que además no cierran por completo el paso a la fantasía. Y me he topado aquí con uno de estos ejemplos interesantes y originales, en buena parte rompedores y adelantados a su tiempo, que rara vez jalonan la historia de la literatura haciéndola avanzar alejada de rígidos y eclesiásticos vericuetos, siempre impuestos.
Porque si partimos de la Metamorfosis de Ovidio y continuamos con el Asno de Oro de Apuleyo, llegaremos al crucial siglo XIII con dos figuras geniales y emblemáticas, afines a Maquiavelo, de las que cuales bebió este con fruición a fin de redactar esta original exempla o fábula archidiabólica. Me refiero por supuesto a Dante, con su Divina Comedia y su detallada descripción del burocrático infierno, que quedaría como modelo para toda la eternidad, y como no podía ser menos, también a Giovanni Bocaccio, en ese Decamerón donde hombres y mujeres celebran su canto a la vida, y contra la muerte, viéndose envueltos en notables enfrentamientos, bromas, burlas y enredos.
Tras ellos, encuadraríamos este cuento de Maquiavelo como un hito más dentro de una larga tradición, pues tendría continuidad temática en posteriores e importantes obras dramáticas. Primero, en comedias o tragicomedias que desarrollarán bien el tema de la uxorginia (horror a tomar esposa o aversión al casamiento), como en La fierecilla domada de Shakespeare o bien, siguiendo el no menos interesante asunto de los diablos mezclados en tratos humanos, encontraríamos El diablo cojuelo de Vélez de Guevara o El mágico prodigioso de Calderón. Y por supuesto, también en lo que consideraríamos tiempo después, novela. Empezando por El diablo enamorado del ilustrado Jacques Cazotte, pasando por el impresionante Fausto de Goethe y terminando con El maestro y Margarita de Bulgakov.
Y como no pienso revelar el argumento de tan interesante y original relato del florentino, ya sólo me quedaría la opción de recomendar su lectura no sólo a los alegres divorciados, libres ya del despotismo matrimonial, sino también a todo estudioso, amante de la literatura, que tomará así buena nota de que la historia de la literatura no es más que una continuada carrera de relevos. En cuanto a nosotras, pobres y vilipendiadas mujeres, nos quedará siempre el reconocimiento, aunque también la opción, de seguir otra máxima de Maquiavelo: Los hombres ofenden al que aman, nunca al que temen. Así que señoras, aplicaos el consejo.

miércoles, junio 15, 2011

Fiesta en una botella, John Collier

Trad. Daniel Gascón. Contraseña, Zaragoza, 2011. 193 páginas.

Care Santos

Cualquier lector puede pensar, viendo el nombre de John Collier en la cubierta de esta edición preciosa -como todas las del sello independiente aragonés Contraseña- que se trata de un autor que no conoce de nada. Error. La obra de John Collier (1901-1980) nos resulta mucho más familiar de lo que creemos. Es el autor del cuento en que se basó la película de Roger Corman The Little Shop of Horrors (traducida como La tienda de los horrores), de 1960, revisitada por Franz Oz en 1984. También es el autor de los guiones, y de los relatos en que se inspiraron, de un buen puñado de capítulos de dos de las series más míticas de la historia del terror y la ciencia ficción audiovisual: The Twiling Zone (La dimensión desconocida) y Alfred Hitchcock presents. Collier pertenece a esa generación de escritores de género que se dio a conocer a un amplísimo público a través de las revistas estadounidenses especializadas. En España se le ha traducido poco o casi nada, y aún se le considera un autor de segunda división, pero en Estados Unidos pertenece a una raigambre de escritores forjados en el mimo a un público que les pagó con una enorme devoción. Misma estirpe, por cierto, de la que salieron Richard Matheson o Fredrick Brown, por citar dos de los que comienzan a ser más conocidos para los lectores en castellano.
Fiesta en un botella nos ofrece ahora la oportunidad de solventar este desconocimiento. Para los amantes de las series antes mencionadas, debería ser una lectura obligatoria. No sólo por el aire de familiar ambientación que reconocerán en relatos como Volver por Navidad o De mortuis -dos de los cuentos que fueron adaptados a la pequeña pantalla- sino también por algunos hallazgos del género de terror al más puro estilo de los grandes, como el cuento Onagra, tal vez el mejor de la colección. En él, las familias más poderosas de una fantasmal Nueva York, venidas a menos tras el crack del 29, se han refiugiado en los grandes almacenes de la ciudad, para descubrir que allí impera un mundo feroz liderado por sus propias criaturas sombrías. El relato, así planteado, se convierte no sólo en una épica lucha por la supervivencia, también en una crítica a la sociedad contemporánea del autor, que tantos rasgos en común presenta con la nuestra, al más puro estilo Ray Bradbury o Philip K. Dick.
Estupendos son también los relatos Fiesta en una botella, que abre y da título al volumen, y El aperitivo. Ambos participan de una tenmática y una ambientación similares: el clásico almacén de las maravillas, donde un viejo con algo de brujo ofrece una mercancía maravillosa a sus visitantes -temática deudora, como señala bien Fernando Iwasaki en el prólogo- de Las mil y una noches, y ambos comparten también su mirada despiadada sobre el hombre moderno, demasiado ambicioso o demasiado cándido para entender lo que está ocurriendo a su alrededor.
Me gusta algo menos el Collier sarcástico. Sus relatos sobre venganzas familiares, tahúres profesionales o parejas de enamorados vencidos por la codicia hasta el asesinato me parecen menos eficaces, pero hay que reconocer que incluso en ellos, el autor no olvida jamás su papel de encantador de serpientes, y sabe servir a su público algunas pinceladas inolvidables, ya sea en forma de diálogos o de arranques sorprendentes. Contentar al público, entretener, ofrecer espectáculo... es algo que los autores estadounidenses de género siempre han tenido muy claro. Es el equivalente literario al axioma "el cliente siempre tiene la razón". Y a nadie le amarga que le mimen de vez en cuando.

* * *

Fernando Iwasaki llama la atención en el prólogo acerca de las versiones televisivas de pequeño formato que de los cuentos de Collier -y de otros muchos- realizó el actor argentino Alberto Laiseca. He aquí una de ellas, correspondiente al relato The Chaser (El perseguidor), traducido como El cazador en las ediciones argentinas -seguro que para evitar la coincidencia con el título cortazariano- y como El aperitivo (¿por qué?) en la española de Contraseña. Un modo adictivo de entrar en la literatura de un autor adictivo.


martes, junio 14, 2011

Destierro en Manhattan: Refugiados españoles en Norteamérica, Antonio Ruiz Vilaplana

Zimerman Ediciones, Granada, 2010. 221 pp. 14,96 €

José Gutiérrez Román

Hace poco tiempo nos hacíamos eco (y nos alegrábamos) de la reedición del mítico libro Doy fe de Antonio Ruiz Vilaplana. Esa alegría se ha multiplicado al conocer que por las mismas fechas había aparecido otro título suyo, hasta ahora inédito en España: Destierro en Manhattan, publicado en 1945 en México, y que hasta hoy no había vuelto a imprimirse. Hay que agradecer y felicitar a Zimerman Ediciones por recuperar obras tan valiosas como ésta dentro de su colección “Exiliados”.
Vilaplana, como muchos otros, se vio abocado al exilio tras finalizar la Guerra Civil. La escritura de Destierro en Manhattan comienza en 1945, justo cuando Vilaplana se dispone a dejar Estados Unidos y sus recuerdos aún están recientes. Es ese el momento elegido para hacer balance de lo que ha ganado y perdido durante ese lustro que ha pasado en Nueva York y para dar fe una vez más de los acontecimientos y personas que le han rodeado. Y siempre a través de una prosa eficaz y elegante, en la que confluyen la autobiografía novelada y el relato periodístico, ese género que de algún modo le empareja con Manuel Chaves Nogales, como se apunta en el prólogo.
En la primera parte del libro Vilaplana da cuenta de su trabajo como reportero para una importante agencia de noticias estadounidense. He aquí una radiografía de aquella sociedad y de su periodismo, por los que manifiesta admiración en ciertos aspectos e incomprensión en otros. Resulta especialmente interesante su análisis de la mujer norteamericana, el aislamiento social dentro de la gran urbe o ese modus vivendi mediatizado por la impronta del cine. En este sentido afirma: «Mi experiencia reporteril me ha convencido de que en Norteamérica no existen bien definidas y delimitadas las fronteras entre lo real y lo ficticio o perteneciente al séptimo arte». La magnificencia de la avanzada sociedad estadounidense no logra, sin embargo, borrar la añoranza que el autor siente por esos modos de vida patrios más imperfectos y con menos comodidades, pero mucho más humanos.
El resto del libro se detiene en las dramáticas historias personales de los expatriados (españoles principalmente) que va conociendo en Nueva York. Vilaplana pone la lupa de su escritura al servicio de aquellos menos afortunados, cuyas vidas transcurren entre la penuria y el abandono. Son los «sin papeles» de su tiempo. Esa lupa se centra de un modo particular en tres personajes: Alberto, un joven sensible y desorientado que no consigue abrirse paso en la gran urbe; Anselmo, humilde trabajador, con una hija a su cargo, que ejemplifica la bondad y el sacrificio; y por último, la figura más interesante, y a la que Vilaplana dedica más atención: Manuel Orozco, un hombre mayor, culto e inteligente, defensor de las ideas liberales, que no quiere renunciar a las prebendas de su pasada vida burguesa. Es él un personaje literario redondo: educado, cínico, atractivo y digno de compasión a un tiempo, y de cuya voz provienen algunas de las reflexiones más interesantes del libro. En una de ellas define así su condición de expatriados: «Eso es lo que nosotros todos somos: fuegos fatuos. Nadie sabe por qué existen, pero existen, aparecen y desaparecen. La gente los ve, pero huyen de ellos, no quieren su proximidad. Saben que hay tales fuegos fatuos, pero es algo dramático y misterioso que existe solamente en las noches, en las lejanías de los pueblos; no tienen existencia real, sino una vida de reflejo y alucinante. Esos somos los expatriados, fuegos fatuos». Sin duda, este fragmento es el que mejor resume la esencia del libro.
La figura de Antonio Ruiz Vilaplana sigue ejerciendo un poderoso y doble atractivo: por un lado está su gran talento como escritor, esa pericia para indagar en el momento histórico, los ambientes, las ciudades y en las personas que se mueven por ellas. Y por otra parte tenemos la fascinación que produce su propia vida, como si fuera el protagonista de una novela que permanece con nosotros una vez se ha cerrado el libro. Vilaplana se ha convertido en uno de esos fascinantes autores-personaje cuyo atractivo reside precisamente en esa unión indisociable de vida y obra. A fecha de edición del libro seguía sin saberse a ciencia cierta en qué otros países vivió después de su periplo norteamericano o dónde había muerto. Toda esta información se nos desveló por fortuna hace pocos días en la prensa, donde se recogía la visita a Burgos de sus dos hijos nacidos en Suiza. Ahora conocemos por fin algunos de estos datos biográficos antes velados, e incluso que hay un tercer libro de Vilaplana inédito. Estamos, pues, de enhorabuena. Todo ello debería servir para rehabilitar y reconocer la figura y la obra de Antonio Ruiz Vilaplana. Su vida y su brillante escritura, sin duda, lo merecen.

lunes, junio 13, 2011

Los fantasmas del Retiro, José Vicente Pascual

Paréntesis, Sevilla, 2011. pp. 532 pp. 17 €

Ángeles Prieto

En una visión de conjunto sobre la narrativa española actual, el lector bien informado mediante la red y los suplementos culturales, puede observar perfectamente como ésta parece avanzar mediante pelotones de ciclistas de manera compacta. O al menos es así cómo los autores son promocionados por unas leyes de mercado que impone colocar importantes figuras en primera línea, difícilmente sustituibles, seguido de un grueso conformado por los artífices esforzados del libro anual, muchos de los cuales más que avanzar, a veces retroceden. Y una cola trasera a la que suelen incorporarse figuras mediáticas populares, de corta vida literaria, aunque también pueden ascender al primer pelotón alguna pluma esforzada de otros grupos quejosos de no recibir la atención que merecen, como los especialistas del relato corto o algún poeta. Todo esto expuesto en líneas generales, pues en ocasiones nos sorprenden además algunos escapados, generalmente por la vía del humor o la confesión íntima, que generan asombro, diversión y el general aplauso. Pero la normalidad, lo previsible, la ayuda y el respeto mutuo entre los escritores españoles suele ser la tónica, lo que nos muestran. Al contrario de lo que ocurre en ese pelotón trasero de los cuentistas, mucho más bronco al sentirse menos mimados por el mercado, donde actualmente las antologías saturan los estantes y provocan diferencias entre ellos, con el efecto de desorientar muchísimo al lector sobre quiénes deben ser, o no, leídos.
Pero lejos de este panorama que conforman los agentes y las grandes editoriales, donde a pesar de las fanfarrias pocos son los que logran vender de manera masiva y mucho menos exportar, nos encontramos con algunas figuras literarias que a mí me producen cierto interés admirativo. Me refiero a los que generalmente no parecen utilizar las bicicletas promocionales de los agentes, ni pertenecen a ningún equipo en competición, los corredores de fondo que han logrado permanecer durante años en las pistas con una narrativa sólida, de estilo único, ajena a modas, y cuya principal representante quizá sea esa Ana María Matute genial que sólo al final ha logrado su gin tonic mayor del merecido reconocimiento. Aunque también podemos ver correr por ahí a algunos varones de respiración apasionada de los que sólo citaré, más que nada por falta de memoria, a tres: don Mauricio Wiesenthal, José Manuel Benítez Ariza y José Vicente Pascual.
Estos dos últimos autores han publicado recientemente en Paréntesis, una editorial andaluza en alza dispuesta a darnos a conocer voces nuevas y rescatar del olvido mediático a otras tantas. Y como en las librerías andaluzas, los libros siempre se ordenan y localizan por editoriales, observaremos que esta novela que nos ocupa, Los fantasmas del Retiro de José Vicente Pascual, es la que ostenta el lomo más grueso de todas ellas. Una larga novela de suspense sólida, de argumento verdadero pero inverosímil, que intenta acercarnos a la postguerra madrileña en los años cincuenta, con el aliciente literario de presentárnosla de manera mucho más original y disparatada de lo que hemos venido leyendo hasta ahora.
Porque en ella, un personaje político anacrónico de la Transición, Silvano Cervera, nos rememora su juventud estudiantil en ese Madrid de antaño al que le costaba tanto levantar cabeza, con aquella Brigada político social controlándolo todo. O casi todo. Y es a partir de este casi, donde arranca la astronómica historia de Silvano y la trama singular y compleja de esta novela, que mucho nos guardaríamos de desvelar en esta reseña.
Una buena opción para acercarnos a la obra de José Vicente Pascual, que supone darnos de bruces con un autor prolífico y constante, un auténtico corredor de fondo literario, caracterizado por sus metáforas siempre originales, tantas veces castizas, donde prima el buen humor, un seguro optimismo hacia la vida y una mirada bastante aguda. Y una oportunidad para no quedarse ahí y conocer después su considerable obra narrativa, porque en ella no hay que perderse, so pena de perder momentos gloriosos de lectura, la exitosa novela histórica Juan Latino (1998), otra reflexión sobre la postguerra muy diferente a ésta y muy aplaudida por la crítica, El país de Abel (2002) y el homenaje al tango que efectúa en la conmovedora Palermo del cuchillo (1995). Sólo así comprenderemos porqué merece la pena editar siempre y cuidar con mimo, a los que avanzan aparte, a los auténticos y esforzados rara avis de nuestra farándula literaria.

viernes, junio 10, 2011

Verdadero y falso, David Mamet

Trad. Josep Costa. Alba, Barcelona, 2011. 126 pp. 18 €

Juan Pablo Heras

Cuando apareció por primera vez en 1998, este libro detonó como una bomba en el sosegado templo de la pedagogía actoral. Años de experiencia directa en las tablas, en la lucha por conquistar al público desde la verdad insobornable del que tiene algo que contar, habían convencido a David Mamet de que algo olía a podrido en los dominios de los apóstoles de los apóstoles del Método (en el nombre de Stanislavski, Strasberg y Marlon Brando, amén). Como quiera que, llegados a este punto, no bastaba con la sugerencia razonable para combatir lo que sólo se sustenta en la fe y en la mortificación de la culpa, decidió provocar al autocomplaciente mundillo teatral con un libelo al que subtituló “Herejía y sentido común para el actor”, y que casi desde el inicio contiene afirmaciones como ésta: “El Método de Stanislavski y las escuelas derivadas de él son absurdos. No es una técnica con la que practicando se pueda desarrollar un oficio, es un culto”.
Mamet sostiene tamañas afirmaciones contra el Método desde la constancia de su inutilidad: para él, los grandes actores que han surgido de tales escuelas estaban tan dotados que hubieran triunfado de todos modos; en cuanto a los mediocres, tal pérdida de tiempo y dinero sólo les ha servido para crearles traumas que desconocían y que para colmo son incomunicables. Cuando llega el momento de aportar ese “sentido común” que debería sustituir a los mandamientos de los vendedores de humo, Mamet renuncia a ofrecer un sistema alternativo y recurre a su larga experiencia enfrentándose a actores desde su acreditado oficio como autor teatral, guionista de cine y director, y en su conocimiento compartido de la escena underground de la costa este y de los grandes estudios de Hollywood. En ese sentido, Verdadero y falso viene a ser una recopilación de anotaciones dispersas dirigidas al actor, a la vez fruto de la intuición del que ha vivido mucho y de la racionalidad del que no se deja engañar. En su ausencia de método –en todos los sentidos- recuerda un poco al entrañable Écoute, mon ami de Louis Jouvet.
Aunque quepan mil reservas ante la agresiva actitud de Mamet, lo cierto es que resulta tan persuasivo que uno siente la tentación de convertirse en discípulo, asumir sus afirmaciones como si se tratara de una nueva verdad revelada, y acatar lealmente sus enseñanzas. Es decir, justo lo contrario de lo que pretende, que es invitar al actor a desconfiar de las certezas y el confort, y a encontrar en el miedo, la incertidumbre y lo desconocido el motor y la gasolina de una interpretación verdaderamente emocionante. Un mensaje que no es fácil de asumir y que excluye a todo aquel que prefiere “ser actor” a “actuar”. Por lo tanto, para ser actor sólo serían necesarias ciertas aptitudes físicas ligadas a la voz y al cuerpo, una vocación a prueba de bombas y de meses de desempleo y, sobre todo, el valor de enfrentarse a lo incierto, porque nada que pueda ser controlado tiene interés para el público: “cuando aceptáis no saber lo que hacéis, os ponéis en el mismo estado que el protagonista de la obra. (…) Como el protagonista, estáis confusos, asustados, ansiosos”. Porque al fin y al cabo el público va al teatro para “enfrentarse a su anomia, ansiedad, culpabilidad, incertidumbre e incoherencia”.
Si abrimos la mirada más allá del rutilante pero minúsculo mundo de la interpretación, encontramos que Verdadero y falso se inscribe en una larga tradición ensayística ligada al más sano escepticismo y a la reivindicación del empirismo más riguroso. Mamet, como hicieron tantos otros, denuncia a los falsos profetas que venden a precio de oro verdades exquisitamente diseñadas, cómodas y tranquilizadoras, y en cambio nos anima a enfrentarnos a nuestra ignorancia y a aceptar la oscuridad, porque sólo en esta incertidumbre se encuentra la materia del arte. Como dice una curiosa cita del pediatra D. W. Winicott con la que Mamet inicia su libro, “la aproximación científica del fenómeno de la naturaleza humana nos permite ser ignorantes sin tener miedo, y sin, por lo tanto, tener que inventar todo tipo de teorías extrañas para explicar nuestras lagunas de conocimientos”.

jueves, junio 09, 2011

Wakefield, Nathaniel Hawthorne

Trad. María José Chuliá. Nórdica, Madrid, 2011. 80 pp. 15 €

David Vicente

La editorial Nórdica celebra sus cinco años de vida, lo que, en un mercado (el del libro) a veces selvático y quizá sobre saturado en relación con el número de lectores existentes, ya es todo un mérito en sí mismo. Aunque no el único, desde luego.
Junto con otras, no muchas, Nórdica se ha convertido en una editorial de referencia en lo que a libros ilustrados para adultos se refiere. Se agradece que en un negocio donde parece que el debate se ha desviado en torno a si es mejor leer en papel o mejor leer en “tableta”, obviando cuestiones de mayor envergadura y transcendencia para el convento, alguien apueste por deliciosas ediciones casi de coleccionista.
Para celebrar este lustro sus editores rescatan Wakefield de Nathaniel Hawthorne, ilustrado para la ocasión por Ana Juan, Premio Nacional de Ilustración 2010.
Para quien no conozca el relato (imprescindible para cualquier lector con un mínimo de interés más allá del bestseller de turno), Wakefield es un inquietante cuento sobre un marido que en el Londres victoriano decide tomar una decisión extravagante e incomprensible: abandonar su hogar y a su esposa e instalarse en la casa de enfrente, pasando completamente desapercibido, con el único objetivo de observarla sin que ella sea consciente de ello y apartarse del mundo.
El tiempo va pasando y ambos se van haciendo más viejos en soledad, pero apenas distanciados por unos cuantos metros. Wakefield será testigo de cómo la pena de su esposa por su desaparición se va amortiguando con el paso del tiempo, mientras su desasosiego va en aumento.
Tras veinte años y, gracias a una tormenta que le coge justo enfrente de la que fue su casa, Wakefield decide entrar de nuevo en ella buscando refugio, como si nada hubiese pasado, para así reencontrarse tras dos largas décadas con su esposa.
Un breve relato que tiene la virtud, como los grandes textos, de prolongarse más allá de sus páginas durante mucho tiempo en la cabeza de sus lectores, obligando a cada uno de ellos a sacar sus propias conclusiones. Esta, sin duda, podría ser una de ellas:
[En medio de la aparente confusión de nuestro misterioso mundo, las personas están tan pulcramente adaptadas a un sistema, y los sistemas engarzados entre sí y a un todo, que si una persona se ausenta por un momento, se expone al aterrador riesgo de perder su puesto por siempre, pudiendo llegar a convertirse, como le sucedió a Wakefield, en el Desterrado del Universo.]
Nórdica recupera a un autor, Nathaniel Hawthorne, de una prosa ágil y elegante, que construye una literatura, más que actual, atemporal, que ha superado con creces el tamiz del paso de los años.
Pero sería injusto poner aquí el punto y final, sin destacar el otro 50% de esta edición: las ilustraciones de la valenciana Ana Juan. La prestigiosa ilustradora y autora de cuentos infantiles que ha colaborado con publicaciones de la talla de Time o New Yorker, ha creado para la ocasión unas láminas que retratan a la perfección los dos mundos paralelos y completamente diferenciados de los que consta el relato: el del Sr. Wakefield y el de su esposa, la Sra. Wakefield. Uno, sombrío y turbador, el otro, aunque sosegado, cargado de una resignada melancolía.
Según Borges, uno de los mejores cuentos de la historia de la literatura. Lo que ya es motivo suficiente, máxime si tenemos en cuenta que él no pudo disfrutar de los maravillosos dibujos de Ana Juan cuando lo leyó.

miércoles, junio 08, 2011

Vidas elevadas, Miguel Baquero

Editorial Talentura, Madrid, 2011. 134 pp. 12,50 €

Abel Posse
firma invitada*

Después de un libro de relatos, como Diez cuentos mal contados, y de la curiosa y fresca miscelánea que constituyó A esto llevan los excesos, Miguel Baquero (Madrid, 1966) vuelve al terreno de la novela con Vidas elevadas, publicada por la reciente y prometedora editorial Talentura (antigua Policarbonados). En Vidas elevadas, su nueva novela, Baquero mantiene ese tono humorístico, ese registro de sorna, gamberro en muchas ocasiones, al que nos tiene acostumbrados y que en el fondo, tras todo el aparato de las sonrisas y en ocasiones (bastantes) de la risa franca y sonora, encierra una crítica, en forma de caricatura, contra nuestra actualidad.
En esta ocasión, el objeto de la sátira es el mundo de la literatura, o más en concreto el mundo de la poesía, personificado en tres protagonistas, poetas todos ellos de mayor o menor prestigio y en general escaso arte, que vienen a coincidir en el espacio de un pequeño pueblo. Lastrados todos ellos por la inevitable pose, la mentira, el truco que parece ser consustancial a la expresión artística actual, se irán viendo desarbolados y descubiertos por la sencilla vida cotidiana, o lo que es lo mismo: por la vida verdadera. Burla de toda esa… digámoslo: tontería que en muchos casos rodea al mundo de las Letras, los protagonistas de Vidas elevadas irán exponiendo ante el risueño lector todos sus tics de “gente literaria”.
He oído decir a Baquero en una entrevista que él mismo se incluye en la caricatura de Vidas elevadas, que muchos de las ridiculeces que pone al descubierto él mismo las ha practicado, a lo mejor inconscientemente, y seguramente las volverá a practicar. No observa el autor su cuadro desde una posición superior y mayestática, sino que busca tan solo registrar lo que ocurre a su alrededor, en medio del fregado, lo que él también aporta a toda esa feria de vanidades. Debido a ello, la risa que busca Baquero en el lector, y que doy fe que en numerosas ocasiones consigue, tiene mucho de catártica, de reírnos de nosotros mismos, de dejar a un lado nuestra solemnidad como medio último de ver el alcance de nuestros errores. Verlos claramente y —¿a quién le cabe duda?— volver a cometerlos.
Desde la solapa —¡al menos no se pierdan esto!— hasta la conclusión, pasando por el mismo argumento, donde el suceso principal y determinante de todo nunca acaba de describirse, todo en esta pequeña novela, Vidas elevadas tiene un sentido humorístico o, mejor dicho, bienhumorado. El lector, sin duda, acertará a identificar a varios de los protagonistas y muchos de los latiguillos de los que se hace mofa en el texto le sonarán bien cercanos y quién sabe si familiares. Pero detrás de todo ello no hay un dedo acusador, una voz tronante que denuncie y amenace con la excomunión; en su lugar, hay un escritor que ha aceptado el juego pero que sabe que está jugando. Y esta propuesta lúdica que se desprende de toda la novela, el divertimiento bien entendido —es decir, sin perder de vista la realidad—junto con la limpieza y calidad del estilo a que el autor nos tiene acostumbrados, es uno de los mejores activos de esta novela con la que Baquero vuelve para alegría de sus seguidores.

*Abel Posse (Sevilla, 1970) es licenciado en Filología y aficionado a la literatura. Como tal, ha sido finalista de diversos concursos locales de cuentos y microrrelatos y ha colaborado como reseñista en revistas culturales digitales, como Digitalone, Caleidoscopio, Literaturas.com, La vieja factoría y otras. Actualmente está ultimando la publicación de su primera novela, Memorial de envidias. Es autor asimismo de poemas y escritura creativa.

martes, junio 07, 2011

5 de junio, 20:30 horas, librería La Buena vida: entrega de los V Premios Tormenta


El Lector Tormentoso, estatuillas de Ignacio Sanz,
listas para ser entregadas

Elena Medel presentó los premios junto a Care Santos


Elvira Navarro, ganadora del año pasado, presentó el
Premio Autor Revelación


Daniel Sánchez Pardos agradeciendo su premio


Eduardo Riestra obtuvo el I Premio Editor Tormentoso,
por haber publicado a dos de los tres ganadores

Marta Sanz presentó y recogió el Premio Tormenta
al mejor libro del año en lengua extranjera,
que obtuvo Alice Munro

ÓscarEsquivias, ganador del Premio Tormenta
al mejor libro del año 2010, recoge su galardón

Lola Sanabria, ganadora del I Premio de Microrrelatos
Tormenta en un Vaso, durante su discurso de agradecimiento

Foto de familia de los ganadores y los maestros de ceremonias.
De izquierda a derecha, atrás: Eduardo Riestra, Daniel Sánchez Pardos,
Care Santos, David Vicente, Óscar Esquivias, Elvira Navarro,
Elena Medel. Delante: Andrés Neuman, Lola Sanabria.



Silvia Querini, editora de Lumen, agradeció el premio a Alice Munro de esta forma.

lunes, junio 06, 2011

Premios Tormenta 2010: ganadores

Premio Tormenta al mejor nuevo autor en castellano:
El cuarteto de Whitechapel, de Daniel Sánchez Pardos

El cuarteto de Whitechapel, Daniel Sánchez Pardos.
Ediciones del Viento, A Coruña, 2010.
389 pp. 20 €

«Escrita con una prosa ágil, salpicada de ironía, y con unos personajes perfectamente definidos, El cuarteto de Whitechapel pertenece a ese tipo de novelas que nos atrapan sin remedio. En su elaboración se aprecia la pericia de un relojero que logra que cada pieza ajuste con precisión en el engranaje final de la obra. Especial mención merecen sus últimas cien páginas, muy sorprendentes, y que se leen a un ritmo vertiginoso. Se me ocurren muchas razones para recomendar El cuarteto de Whitechapel: es turbadora, divertida a veces, vibrante, demoledora y lúcida. Pero sobre todas estas razones se impone otra de más peso: es una NOVELA (con mayúsculas).»

(de la reseña de José Gutiérrez Román)


Daniel Sánchez Pardos nació en Barcelona en 1979. Es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona. Sus narraciones han sido premiadas en concursos como el NH de Relatos o el Joven & Brillante de Novela Corta, y han aparecido en diversas revistas y antologías. Ha publicado las novelas El cuarteto de Whitechapel (Ediciones del Viento, 2010) y El jardín de los curiosos(Bohodón, 2010) .
Desde La tormenta en un vaso creamos hace dos ediciones esta nueva categoría, con el objetivo de resaltar la obra de un autor o autora, con un máximo de dos libros publicados, y que suponga ya una apuesta no de futuro, sino de presente. Elcuarteto de Whitechapel ha sido el título que, cumpliendo estos requisitos, ha obtenido más votos entre nuestros colaboradores.



Premio Tormenta al mejor libro traducido al castellano en 2010:
Demasiada felicidad, de Alice Munro

Demasiada felicidad, Alice Munro.
Traducción de Flora Casas.
Lumen, Barcelona, 2010.
339 pp. 22,90 €

«La prosa de Alice Munro es elegante, natural, de una técnica refinada y versátil que a la vez es precisa, afilada y pulcra, de una sobriedad y delicadeza en la que lo sereno se vuelve de repente punzante. En la misma página podemos sentir cómo se nos raja la cara de un navajazo y palpar simultáneamente la posibilidad de su cura. Porque en eso reside quizás la grandeza de Alice Munro, en su riqueza emocional, en la manera que tiene de dotar a la vida de sentido aunque sea narrando sus pequeños, inexplicables y numerosos sinsentidos. Cada escena cotidiana tiene la justa dosis de ambigüedad para entender el misterio que la habita. Leemos con placidez y armonía estos relatos que, sin embargo, encierran lo terrible, insoportable y tremendo como si nos adentráramos lentamente, sin estridencias ni artificios, en las aguas de una laguna llamada realidad. De ahí que Alice Munro sea una de las más grandes escritoras vivas, si no la que más: porque sabe conjugar complejidad y sencillez con la misma maestría con la que hace visible la maldad junto a la redención, la penumbra y lo epifánico, y las heridas con la bonheur de vivre. Leer a esta mujer que desprende sabiduría, comprensión y piedad es encontrarle sentido a la vida. Desde su hondura irónica, tibia y feroz, Alice Munro nos invita a amar la buena literatura o, lo que es lo mismo, a compartir con ella instantes de verdadera dicha.»

(de la reseña de Coradino Vega)


Alice Munro nació en Wingham (Ontario, Canadá) en 1931. Antigua librera, escritora-residente en la Universidad de Western Ontario, sus relatos breves analizan la vida cotidiana de manera cercana, sobria y realista: no en vano la llaman la Chéjov canadiense, y su nombre resulta habitual en las quinielas de grandes reconocimientos como el Nobel. Ha ganado en tres ocasiones el principal galardón canadiense a la creación literaria, y ha recibido los premios National Book Critics Circle (1998) y Reino de Redonda (2005). Traducida a trece lenguas, el lector en castellano puede disfrutar de sus más significativos libros de relatos: Las lunas de Júpiter(1982), El progreso del amor (1986), Amistad de juventud(1990), Secretos a voces (1994), El amor de una mujer generosa (1998), Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio (2001), Escapada (2004), La vista desde Castle Rock (2006) y este Demasiada felicidad, editado en Canadá y Estados Unidos en 2009, traducido al castellano en 2010, premiado en 2011 por La tormenta en un vaso.



Premio Tormenta al mejor libro publicado en castellano en 2010:
Pampanitos verdes, de Óscar Esquivias

Pampanitos verdes, Óscar Esquivias.
Ediciones del Viento, A Coruña, 2010.
160 pp. 16 €

«¿Qué música late en estos cuentos para que nos atrapen como nos atrapan hasta convertirnos en lectores rendidos y encandilados? Quizá sea la naturalidad, la fluidez narrativa, esa manera de contar como si estuviera meando, que diría Delibes. Lo cierto es que Óscar Esquivias despliega en estas historias un poder de seducción que nos arrebata. Y no es que se ponga estupendo estilísticamente hablando, no, qué va, son sus personajes desvalidos y atormentados, con sus pequeñas neuras, con sus flaquezas, sometidos a situaciones extremas en su cotidianeidad, los que misteriosamente nos atrapan.»

(de la reseña de Ignacio Sanz)


Óscar Esquivias nació en Burgos en 1972. Es licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Burgos. Dirigió “Calamar, revista de creación” (1999-2002). Ha colaborado con sus poemas, artículos y relatos en revistas y antologías de España e Hispanoamérica. Ha publicado las novelas El suelo bendito (Premio Ateneo Joven de Sevilla; Algaida, 2000), Inquietud en el Paraíso (Premio de la Crítica de Castilla y León; Ediciones del Viento, 2005), La ciudad del Gran Rey (Ediciones del Viento, 2006) y Viene la noche (Ediciones del Viento, 2007); los libros de cuentos La marca de Creta (Premio Setenil; Ediciones del Viento, 2008) y Pampanitos verdes (Premio Tormenta al mejor libro publicado en castellano en 2010; Ediciones del Viento, 2010); las novelas juveniles Huye de mí, rubio (Edelvives, 2002), Mi hermano Étienne (Edelvives, 2007) y Étienne el Traidor (Edelvives, 2008); y La ciudad de plata (El pasaje de las letras, 2008), una evocación literaria de su ciudad natal.