viernes, noviembre 28, 2008

Entre mujeres solas, Cesare Pavese

Trad. Esther Benítez. Lumen, Barcelona, 2008. 172 pp, 17.90 €.

Ignacio Sanz

En 2008 se cumplen los 100 años del nacimiento del gran escritor italiano. Cesare Pavese se suicidó en un hotel de Turín el 27 de agosto de 1950. El dato no resulta baladí en relación con esta novela. Estaba a punto de cumplir los 42 años y era un escritor que ya había cosechado todos los reconocimientos que se pueden cosechar a una edad en la que todavía queda media vida por delante. Vista ahora en la distancia su obra resulta apabullante. Y, su influencia, decisiva. Pienso, sobre todo, en la primera etapa de Italo Calvino, otro de los grandes y compañero de trabajo en la editorial Einaudi. Pero también en el cine neorrealista que parece calco de su obra, escrita con tanta naturalidad y tanta crudeza.
Entre mujeres solas fue publicada en 1949. Clelia, la narradora, es una mujer nacida y crecida en Turín, procedente de la clase baja que emigró joven a Roma donde se abrió paso en el mundo de la moda. Ahora su jefa le envía a Turín para abrir una tienda. Clelia se debe ocupar de que todo esté listo; se hospeda en un hotel y se rodea de mujeres ociosas y desencantadas. De entre todas estas mujeres jóvenes, guapas y frívolas llama la atención Roseta, la más desvalida y desorientada. Estas mujeres viven ajenas a los avatares trágicos y dolorosos de un pueblo que acaba de salir de una guerra. De hecho, la alusiones a la guerra son escasas y de pasada.
Lo que queda claro es que estas mujeres no acaban de encontrarse a sí mismas:
“Mamá rezongaba siempre que un hombre, un marido era un mal negocio, que los machos no son malos, sino necios. Hasta mi ambición, mi manía de arreglármelas sola, de bastarme, ¿no venía de ella?”
“Alguien exponía cuadros, pero no había necesidad de mirarlos. Nos quedamos sentadas debajo de ellos, las tres, dejando que a nuestro alrededor la gente fuera y viniera. Aquellas caras me parecía conocerlas todas; eran las mismas de los hoteles, de los desfiles de modelos. A nadie le importaban nada los cuadros”
“—¿Usted cree en eso de los bajos fondos?
—Son cosas que una hace por ver —dijo Roseta. Es una vida, es una miseria que a nosotras se nos escapa.”

Estos tres fragmentos espigados de la novela dan una idea del ese trasfondo de despreocupación e insolidaridad en el que se mueven los personajes. También del desparpajo con el que escribe Pavese. Una vez más nos conduce, poco a poco, hacia un drama que el lector comienza a adivinar a la mitad de esta novela escrita con pasmosa vivacidad y en la que aparentemente no pasa nada. Esas mujeres frívolas no hacen más que entrar y salir de las fiestas. Apenas hay hombres y los que hay no pertenecen a su clase social o son viejos o llenos de flaquezas que los hacen descartables. Algunas mujeres mantienen relaciones lésbiscas como consecuencia de la carencia de hombres. ¿Sólo como consecuencia de la falta de hombres?
El lector que llegue al final de esta novela amarga en medio de tanta frivolidad, se va a encontrar con ese drama que late a lo largo de estas páginas vivaces en las que parece que lo dominante son las exposiciones, las modas y las salidas nocturnas de una clase que vive de espaldas al las tensiones de su época.
Pero, acaso, lo más sorprendente, es que el lector se va a encontrar con un desenlace que, de algún modo, le resulta conocido, terrible y premonitorio. Podría decirse que en esta novela Pavese nos anuncia su propio final.

jueves, noviembre 27, 2008

Mariposas para los muertos, Diane Wei Liang

Trad. Lola Díez Pastor. Siruela, Madrid, 2008. 228 pp. 18,90 €

Carmen Fernández Etreros

Mariposas para los muertos es el título de la nueva novela negra de Diane Wei Liang en el que cuenta un nuevo caso de la detective china Mei Wang, tras el éxito de El ojo de jade. Una novela que supera con creces sin duda en complejidad argumental y pasión a la primera. La autora en esta ocasión vuelve a poner a la protagonista, la detective Mei, en peligro para investigar la verdad en una sociedad que tiene día a día que convivir con los secretos del pasado.
La escritora se enfrenta en Mariposas para los muertos a ese silencio tácito, no en vano sus libros están censurados en China, y relata una historia del pasado reciente del país: la masacre de Tian’anmen. ¿Qué fue de los chicos que participaron en esa revuelta? ¿Dónde están casi veinte años después? La escritora se enfrenta al silencio oficial, a esa plaza vacía que se cierra siempre cuando se cumple un año más de la masacre y que ella misma no puede pisar. Muchos huyeron al extranjero y otros fueron encarcelados. La propia autora Diane Wei Liang, (Pekín, 1966) se encuentra entre los que tuvieron que huir, en su caso a Estados Unidos, ya que participó en las protestas estudiantiles de la plaza de Tian’anmen en 1989. La escritora conoció en persona el infierno que supuso aquella noche y con este libro parece que quiere contar la historia de aquellos que fueron encarcelados y como se rompieron todas las esperanzas que tenían esos jóvenes que participaron.
Mariposas de papel comienza con la puesta en libertad en un pueblo remoto de China de Lin, un activista político encarcelado nueve largos años tras la masacre de Tian’anmen. Lin ahora es un hombre avejentado, triste y sin ilusiones, que se dirige a la capital del país, donde espera encontrar de nuevo a los suyos y quizás rehacer su vida. Pero han pasado nueve años y a veces la vida cambia para siempre en la tristeza de una noche...

Sin descanso he viajado
buscando por todas partes;
y lo que no he encontrado
es mi corazón de antes
(pág.93)

Lin busca el pasado que tuvo que abandonar abruptamente hace nueve años, pero ya él no es el mismo, ni los familiares que dejó, ni sus amigos, ni su barrio,... Un vida rota en el silencio de una noche.
Mientras tanto la detective Mei Wang acepta investigar la desaparición de una fulgurante estrella del pop, Kaili, joven, hermosa y brillante. Una joven que sin embargo desaparece sin explicaciones en un pasado turbio que debe descubrir Mei. La detective volverá a encontrarse con el glamour de las clases altas del Pekín moderno, la droga y el lujo de los garitos nocturnos de la capital. Pero al mismo tiempo este mundo le llevará a los viejos, sucios y desvencijados “hutongs” de la periferia de Pekín donde se sigue viviendo de manera silenciosa, donde se sigue tirando a la calle el agua sucia. La pista de una delicada mariposa de papel que Mei encuentra en el apartamento de Kaili, descubrirá toda una trama de traición y secretos guardados durante años.
La protagonista, la detective Mei, no participó, muy a su pesar, en la revuelta de Tian’anmen, oyó los disparos y se escondió entre sólidas paredes. Mei siente esa falta de actividad como una deuda ante los que participaron y pusieron en peligro sus vidas y así lo va reflejando a lo largo de la historia. Un peso que lleva arrastrando estos nueve años y que le acerca a la desgraciada vida de Lin y su entorno.
La escritora gana en esta novela en ritmo, en complejidad de la intriga, en profundidad, en construcción de los personajes y logra crear esa atmósfera de silencio sobre el pasado que domina toda la novela. Las cartas de Lin a su amada dan un toque maestro a toda la novela y nos acerca a los sentimientos de este joven. En suma una novela sobre traiciones y sobre desengaños, que pretende recordar la historia de los olvidados de Tian’anmen y recuperarlos del silencio dejando en la puerta de sus casas mariposas de papel.

miércoles, noviembre 26, 2008

Doble mirada: Todo un placer. Antología de relatos eróticos femeninos, VV.AA.

Selección y prólogo de Elena Medel. Berenice / Books4pocket, Córdoba, 2008. 192 pp. 7 €

1. Ignacio Sanz

El libro que ahora reseño lleva ya tres años largos en el mercado, pero me ocupo de él porque Berenice lo ha publicado en su colección de bolsillo, dándole nuevo aliento y poniéndolo a disposición de nuevos lectores.
Se trata de un libro exclusivamente femenino; tanto la introducción como la selección han corrido a cargo de la poeta Elena Medel. Resulta sorprendente el rastreo minucioso que despliega Medel por el mundo narrativo femenino. Como si no hubiera escritora por remota que fuera que escapara a su control; se encarga Medel de poner las cartas boca arriba y de reivindicar un espacio para la mujer que, pese a ciertas campañas, no deja de ser la parte más invisible del mundo literario.
El libro resulta interesante porque ofrece una panorámica de la narrativa femenina que nos permite catar el estilo de diez escritoras variopintas nacidas entre 1962 y 1976, si descontamos a la propia antóloga, una muchacha precoz que vino al mundo en 1985.
Las escritoras invitadas a participar con un relato son Pilar Adón, Cristina Cerrada, Espido Freire, Esther García Llovet, Paula Izquierdo, Ana Prieto Nadal, Eugenia Rico, Cristina Sánchez Andrade, Care Santos y Marta Sanz.
La bibliografía, los premios y el reconocimiento alcanzado por algunas de estas autoras, pienso sobre todo en Freire, Izquierdo, Rico, Santos o Sanz, desmienten, al menos de manera parcial, algunos de los argumentos que Medel desliza en la introducción.
Pero vayamos con los relatos. El hilo conductor de todos es la pasión y la sensualidad. A veces esa pasión viene sofrenada por las buenas formas, mientras que en ocasiones se desata y nos lleva por el erotismo más explícito. Caramba con las mujeres, cómo se las gastan. Es verdad que Almudena Grandes o Mercedes Abad ya lo habían abordado el género con verdadera maestría. Este lector gusta más de aquellos en los que el erotismo no sólo se insinúa, sino que aparece de manera descarnada, aquellos que incitan a la lectura con una sola mano como dijera Baudelaire. El libro tiene, por tanto, cierto peligro para ser leído en una playa, al menos por el género opuesto porque deja al descubierto ciertas respuestas en la anatomía.
En todos los casos resulta una lectura placentera en el doble sentido de la palabra, una lectura que nos permite acercarnos al universo femenino y comprobar cómo encontramos en él tantos estilos y sensibilidades como personas. En definitiva, que no estamos ante un mundo unívoco. Un aserto por otro lado muy repetido.
Me han impresionado de manera especial los relatos de Paula Izquierdo, por su contundencia, su brevedad y lo bien que resuelve con una mirada cinematográfica su historia. El de Care Santos está escrito desde el fetichismo sexual, tomando como objeto una muñeca. El más complejo y ambicioso acaso sea el de Marta Sanz. El de Ana Prieto Nadal destaca por la intensidad lírica del lenguaje.
Pero es la variedad, este conjunto de voces y de registros narrativos, lo que aporta riqueza y hace interesante el libro. Por lo demás es un gusto que sean ellas, siguiendo el rastro de otras grandes agitadoras, las que se sumen a la tarea de alborotar nuestras cabezas.

2. Fernando Sánchez Calvo

Excitación sin catástrofes. Eso es Todo un placer. O lo que es lo mismo: eso es cada uno de los diez relatos eróticos escritos por mujeres que componen la recopilación prologada y seleccionada por Elena Medel y publicada por Editorial Berenice. Autoras tan diversas como Esther García Llovet, Cristina Sánchez Andrade, Espido Freire, Care Santos o Pilar Adón (de cuyo relato, La influencia de Marte, hemos adoptado la definición del placer) copan estas páginas con mayor o menor intimismo, pero con una intención común: el hecho de que el erotismo o el despertar sexual trae amargura, pesadumbre, ansiedad, frustración, “incluso” sufrimiento, pero también trae aprendizaje.
Aprender sufriendo, pero sin catástrofes. Saber que el amor, saber que el placer, deriva casi siempre en un drama; pocas veces en tragedia. No vamos a descubrir a día de hoy la revolución femenina en las letras (aunque, como bien apunta Elena Medel, aún apenas representa un cuarto de la producción escrita en España). Tampoco se trata de exhibir el erotismo como arma de reivindicación de la libertad para la mujer. Atrás quedaron los años en los que autoras como Carson McCullers en Estados Unidos o Marguerite Duras en Francia aprovecharon la literatura para descubrirse delante de la sociedad. Atrás quedaron los años también en los que Almudena Grandes y Las edades de Lulú arrancaron a gran parte de los españoles (más que a españolas) ciertos comentarios o asombros. En Todo un placer dicha revelación sobra, no hace falta, es un paso que ya se ha dado. No se trata de provocar (el sexo, en ese sentido, quedó agotado y sobreagotado con Bukowski). De lo que se trata ahora es de explotar las distintas vías formales por las que hemos de llegar a comprender que erotismo (pocas veces pornografía) y aprendizaje van de la mano.
Los estilos de los cuentos son diversos. El lector se podrá encontrar con una vertiente más o menos realista (Véase Playa Monza de Esther García Llovet), otra más o menos lírica (69, Amor de Cristina Sánchez Andrade) e, incluso, una línea vanguardista (Variaciones sobre el montaje de una mujer articulada, de Care Santos) donde el Yo femenino, en la mayoría de las ocasiones protagonista de estos relatos, gana una nueva identidad gracias a la emotiva artificialidad de las muñecas. De todos modos, y por lo menos en un par de relatos de la antología, el hombre se apodera de la voz narrativa, lo cual supone todo un ejercicio de distanciamiento que en la literatura femenina poco se había visto hasta ahora. Hombres en ocasiones perturbados, a veces enfermizos, pero que al igual que sus compañeras adquieren una pátina de sacrificio, de ingenuo mártir que admite el sufrimiento como etapa indispensable para llegar al amor o, en su virtud, al placer.
Objeto o sujeto, quien entra en el juego sabe a lo que se atiene. La literatura, como el sexo, duele, “ma non troppo”. Excitación sin catástrofes.

martes, noviembre 25, 2008

Todo lleva carne. Peio H. Riaño

Caballo de Troya, Madrid, 2008. 149 pp. 12.90 €

Marta Sanz

Cristales rotos. Cortes. Furia y cansancio. Dolor físico y moral. Dolor ideológico. Y el leitmotiv de que el deseo siempre acaba desembocando en angustia; la expectativa, en frustración. En el centro y en los bordes de un mundo donde no todos navegamos en el mismo barco por mucho que se empeñen en decirnos que sí: hay burros de primera y de segunda en esta arca de Noé. Las cifras cantan en la vida cotidiana y en la escritura de Peio H. Riaño que, defenestrándose desde lo alto de la torre de marfil de un supuesto experimentalismo metaliterario, baja, se coloca sobre las aceras, se lo llevan un poco los demonios y se muestra sanamente maleducado al hablar de dinero, evidenciando lo que, aunque no suela importar en la literatura, de verdad es importante: “Una chabola no es gratis, cuesta cerca de trescientas mil pesetas”. O las veces que se va a Zara en un año. El reverso convencional de la poesía –la zafiedad de los números, el álgebra, los años de cotización, las úlceras de estómago y una tristeza que se sabe muy bien de dónde viene- es la propia poesía. Y digo esto de la poesía, porque yo leo este libro como un poema en el que, sobre todo, se agradece que algunos escritores metan la nariz donde no les mandan: en las páginas de economía de los periódicos, en los entresijos del cuarto mundo, acá y allá, en la somatización de una miseria globalizada que nos convierte en la carne de cañón (todo lleva carne, pero habría que preguntarse ¿la carne de quién?) de las tumbonas de los psicoanalistas, de las esterillas de las lecciones de yoga, de las respiraciones profundas de los gurús de la meditación...
Cristales rotos que se clavan en las partes blandas y también, sin la delicadeza quirúrgica del perro andaluz de Buñuel, en la pupila y en el blanco del ojo de una voz poliédrica y múltiple, acaso convenientemente esquizoide, que comienza hablando en voz baja –“Yo era un modesto empresario que se arruinó. Un niño disléxico..."- para ir subiendo el tono hasta alcanzar la desvergüenza, la incorrección, el alarde de vulnerabilidad que implica cada grito: “Ahora que no existo para nadie desapareceré por dentro. Adiós.” La elocución del libro me recuerda a esa canción del grupo argentino Bersuit en la que su cantante calvo comienza cantando entre dientes, con una sonrisa, y acaba vociferando, aullando... “¡En la selva se escuchan tiros!” Creo que se titula Sr. Cobranza. El autor de Todo lleva carne golpea al lector justo en el plexo solar: lo hace con un brazo fatigado, pero a la vez lleno de una pasión y racionalidad reconciliadas a lo largo de estas páginas. Por debajo de todas las palabras hay pulso que late muy deprisa y la propuesta de lectura es, consecuentemente, vertiginosa; la palabra te conduce al vórtice del sumidero a través de distintos géneros textuales: los listados, los diálogos onanistas –que no son de besugos, porque, insisto, aquí todo lleva carne-; los jpg que cuestionan la tesis de que el pensamiento crítico es incompatible con la brevedad y la fugacidad de los textos telemáticos; poemas y versos que son como canciones; historias sin continuidad, historias que no lo son y que cobran sentido desde la simultaneidad que construye nuestro tiempo. No hay apología de la fragmentariedad posmoderna sino constatación del desconcierto y del dolor ante el desorden, ante la sinrazón impostada de las piezas del puzzle.
A Peio H. Riaño parece que le importa muy poco escribir una novela o no. Quiere contar algo que no es necesariamente una historia. No se empeña en conseguir que el lector pase las páginas para morder el queso de una aventura. De una historieta. De una luz que de pronto se enciende en el torreón de una casa sumergida en la bruma y la luz lunar. No se explota el subterfugio de las decoraciones ni de la elipsis. A veces ni siquiera el personaje convencional nos ayuda mantener nuestro pacto con su propuesta; sin embargo, nos quedamos a su lado porque sabemos que este escritor, esta voz que a veces es una y a veces múltiple, que a veces se imposta y a veces suena sospechosamente a autobiografía (¿hay algún problema con este tipo de discurso? Espero que no...), en definitiva, este autor sabe que a menudo se usa “la ficción como licencia para mentir”. Así que él se coloca en otro lugar: en el de un discurso apasionado y anti-irónico, próximo al de la poesía, un discurso tan alucinado y visionario como racional, quizá un discurso de revelación que no tiene miedo y a la vez manifiesta su propia incertidumbre, su debilidad, su incapacidad para el dogmatismo y para no caer en contradicciones. Será por la angustia. Una desoladora idea de futuro se atenúa – o tal vez se intensifica- con la llegada de un hijo al que se atiende sin profesionalidad, con la misma actitud un poco desprolija con la que el autor o la voz del texto se trata a sí misma: la personalidad, la identidad, no importan... sin embargo, nos pasamos todo el día dándoles vueltas hasta el punto de que incluso seguimos perpetuándonos –en los libros, en los hijos, en los árboles...- en las peores condiciones. Un libro incómodo: es decir, muy recomendable.

lunes, noviembre 24, 2008

Pequeñas cosas, Jeffrey Brown

Trad. Montserrat Terrones. La Cúpula, Barcelona, 2008. 356 pp. 15 €

Guillermo Ruiz Villagordo

Hace un año y pico, mientras trabajaba en una tienda de cómics, cayó en mis manos una de las obras de Jeffrey Brown, Inverosímil. No me gustó. Por medio de un dibujo feísta, como pergeñado de forma apresurada, mostraba una larga serie de escenas independientes de una relación sentimental desde su inicio hasta su final. Estas escenas eran muy cortas, de una o dos páginas por lo que recuerdo, y en general ninguna de ellas “contaba” nada, en el sentido popular del término. Eran sólo momentos, pequeños detalles, trozos de vida (slice of life los llaman), aquéllos en los que no ocurre nada en la superficie pero por debajo desfilan mil y un sentimientos. Pero el caso es que yo no sentí empatía con el personaje, lo que atribuí a la incapacidad de un autor sobrevalorado (es de destacar que nada menos que Chris Ware lo convirtió en su protegido, lo que no es moco de pavo) y no a un defecto de mi gusto, que me resultaba bastante improbable dado que tengo especial predilección por la temática realista, particularmente la autobiográfica, y este volumen, que forma parte de una “trilogía de las novias”, se presentaba, como todos los suyos, como un fragmento de la memoria auténtica del autor.
No hubiera leído nada más de Jeffrey Brown si La Cúpula no me hubiera mandado por sorpresa un ejemplar de Pequeñas cosas. Bueno, me dije, ya que me lo mandan le daré otra oportunidad. Y no sé si se debe a que en este volumen se recopilan historias de diversa extensión en las que el amor deja de ser el tema exclusivo para convertirse en un elemento más de su día a día junto con la familia, los amigos, el trabajo o la creación artística; a que he acabado acostumbrándome a su dibujo, tan poco apto para ojos acostumbrados a un dibujo “clásico proporcional” (aunque los míos son muy “abiertos”); o a que mi sensibilidad ha evolucionado un tanto o está más libre de lo que estaba en aquel tiempo, pero ahora ha conseguido mi atención y sí, me gusta.
Al terminar de leer un libro como éste descubres que ese dibujo deslavazado era capaz de comunicar cualquier estado de ánimo mejor que cualquier detallado estudio del cuerpo humano. Y de repente te encuentras en la piel de Brown cuando admira el impresionante paisaje del parque natural de Stehekin, que destaca mediante viñetas a toda página mientras va dando cuenta de cada pormenor del par de semanas que pasa allí con un amigo y su ambigua compañera, en los que le vemos observar y escuchar todo lo que ocurre a su alrededor, pero también dormir, pasear y comer. También cuando pasa por una situación ridícula y estresante en París en el transcurso de un ajetreado viaje en coche con una amiga. Ah, y si no tienes gato en casa, será como si lo tuvieras, porque aparece como secundario en varias historias (y es que es una de las pasiones de Brown, hasta el punto de dedicarle todo un volumen, de próxima publicación por La Cúpula, Cat Getting Out Of A Bag).
El mejor resumen, concreto y sencillo como no podía ser menos, de la actitud creativa de Brown, particularmente en este libro, son estas palabras: “No sé si [las pequeñas cosas] son las cosas más importantes, pero le dan forma a nuestras vidas y por tanto creo que son realmente importantes. Para mí, tienen tanto significado estos momentos como las grandes cosas que nos puedan ocurrir en la vida.” (El resto de esta interesante entrevista puede leerse aquí: www.13millonesdenaves.com/especiales.php?idespecial=42 )
Ni que decir tiene que estoy deseando leer el resto de sus obras y, por supuesto, redimirme ante Inverosímil.

viernes, noviembre 21, 2008

Vacío perfecto, Stanislaw Lem

Trad. Jadwiga Mauricio. Introd. Andrés Ibáñez. Impedimenta, Madrid, 2008. 328 pp. 21.95 €.

Luis Manuel Ruiz

Hace unos años, con menos convicción que ganas de distraerme, emprendí la colección de las obras de Stanislaw Lem en castellano. Reuní los volúmenes sobrevivientes del antiguo catálogo del Libro de Bolsillo de Alianza, Edén, Congreso de futurología, me hice con los relatos del piloto Pirx en una edición saldada en un hipermercado, encargué por Internet ejemplares fuera de circuito como Memorias encontradas en una bañera. Pero uno de los títulos siempre escapaba a mis pesquisas y se mostraba inasequible a los fondos de los traperos y los portales de segunda mano: en las reseñas, se hablaba con un aura de estupor y reverencia de Vacío perfecto, una antología de críticas apócrifas publicada por Ediciones B en 1988 que, sorprendentemente, no había vuelto a ver la luz en nuestro idioma. Ahora que Impedimenta se ha lanzado a la tarea de remediar esa omisión con un tomito delicioso, que invitará a los bibliófilos al onanismo, comprendo por qué. Habituado a los viajes interestelares, las fábulas sobre inteligencia artificial y los escarceos con las contradicciones del método científico, el lector medio de Lem se habría encontrado con una criatura difícil de clasificar, exigente, inconformista, que a todos esos lugares comunes añade otros de altura metafísica y narrativa que, quizá, el paladar de un degustador común de la ciencia ficción no encuentre del todo de su gusto. Y sin embargo, es necesario señalar que sólo aquí da Lem toda la altura de su genialidad y convierte la ciencia ficción en una cosa inmensa, lo que tal vez debería ser, lo que la entronca con la literatura de especulación del pasado y se centra no en bichos con tentáculos ni platillos voladores, sino en las paradojas de la condición humana enfrentada a la tecnología y la incapacidad de nuestra mente a la hora de comprender cabalmente ese acertijo descomunal que llamamos realidad.
Borges, a quien estas páginas remiten una vez y otra sin remedio, avanzó que redactar una novela es tarea tediosa y de largo aliento, cuyas molestias pueden evitarse dando por sentado que dicha novela ya fue escrita y dedicándole una recensión. Es el método que Lem elige, igual que Swift o Carlyle, para presentarnos una selección de lo más granado de sus derroteros intelectuales y de su maestría como fabulador: se aproxima así a presuntos artefactos cuyo protagonista es el propio lector, quien elabora la obra mientras la recorre, o a ensayos sesudos sobre la creación continua del universo por parte de unos extraterrestres que no podemos percibir y que son quienes regulan las leyes de la física cuántica y limitan la velocidad de la luz. Según el mismo autor reconoce en la pieza que sirve de introducción (llamada, verbigracia, Vacío perfecto: el primer libro inexistente que se analiza es el propio libro que tenemos en las manos, un libro falso, que se nutre de cosas falsas, un vacío con guardas e índice), los textos reunidos pueden dividirse en varias categorías dependiendo de la intención que los alienta. En primer lugar se hallan los burlescos, los que persiguen desacreditar cierto tipo de literatura cuyo gigantismo o amor por la forma conduce a un irremediable raquitismo de sentido, o que denuncian esa variante de crítica llevada al absurdo por el psicoanálisis y la sociología: Gigamesh, de Patrick Hannahan, es una novela que se puede interpretar de infinitas formas, un Finnegans Wake hinchado e inabarcable donde cada episodio, cada frase, la sílaba de cada término esconde una miríada de sentidos disfrazados; Rien du tout, ou la conséquence, de Solange Marriot, elige por tema la nada, el puro no-ser, y va desintegrando sucesivamente la figura del autor, la del lector y la de la trama hasta que, comprendiendo que también el lenguaje debe ser aniquilado, concluye con una serie de balbuceos sin ilación; Toi, de Raymond Seurat, pretende ser el anti-libro, el abanderado de un nuevo género no supeditado al lector, y se demora en una infinita sarta de obscenidades e insultos contra ese personaje acomodaticio que sólo solicita que le instruyan o diviertan. En la segunda categoría de piezas, más personales, reconocemos ya al Lem que tienden a retratar sus trabajos mejor conocidos. Se trata de esbozos, o ideas germinales que probablemente habrían desembocado en una obra si el escritor hubiera vencido su desconfianza o su pereza: Idiota, de Gian Carlo Spallanzani, describe la relación de un matrimonio de sexagenarios con su hijo subnormal, para quien deciden crear un mundo a medida donde sus deficiencias pasen por norma; Gruppenführer Louis XVI, de Alfred Zellermann, es la crónica de un reino vesánico fundado por prófugos de las SS en el corazón de Sudamérica en imitación de la Francia prerrevolucionaria, que concluye con el inevitable baño de sangre. Todos estos textos, desde el sarcasmo a la anécdota, dan suficiente testimonio de la posición de Lem como autor de primera fila y no permiten abrigar dudas sobre su capacidad de enhebrar historias o afilar la ironía, pero no son lo mejor del volumen: eso, como en los banquetes de boda, se ha reservado para el final. En las tres últimas reseñas, las más extensas, asistimos a una endiablada combinación de sabiduría en la narración, humor ácido y filosofía de altos vuelos, todo ello aliñado con esa ciencia ficción de corte especulativo marca de la casa y que conduce al gourmet de la lectura al paroxismo del placer.
De Impossibilitate Vitae; De Impossibilitate Prognoscendi, de Cesar Kouska, se sirve de principios empleados en termodinámica y de la teoría de probabilidades para demostrar que la vida de cualquier individuo, la de un camarero y la de un presidente del gobierno, la tuya, la mía, la de Stanislaw Lem, constituye un acontecimiento imposible desde el punto de vista estadístico. En Física se considera imposible aquel suceso cuya tendencia a realizarse se aproxima infinitesimalmente a cero, como el hecho de que el agua se enfríe al contacto con el fuego o los vasos se recompongan después de partirse en mil pedazos; que una persona, cualquier persona, una entidad concreta con nombre y apellidos, llegue a ser exige una sucesión de condiciones, de requisitos, de coincidencias previas mucho mayores que esos ejemplos al uso y que la convierten prácticamente en una imposibilidad ontológica (así, el propio autor, Cesar Kouska, nos revela que él mismo es un milagro: no habría existido de no ser porque su padre y su madre se conocieron al equivocarse de habitación en un hospital, porque su padre fue destinado a provincias durante la Gran Guerra, porque su madre desestimó a otros pretendientes uno de los cuales pereció en un campo de prisioneros, porque el archiduque Francisco Fernando recibió un disparo en Sarajevo…) Non Serviam, de Arthur Dobb, da cuenta de un perverso experimento en que cierto científico, mediante el recurso a computadoras, es capaz de generar una realidad paralela dotada de seres conscientes que sin cesar se preguntan sobre la existencia y las intenciones de su Creador; fabricados como inteligencias puras, estos personoides arriban a la conclusión de que, de haber un Dios, debe carecer de omnipotencia o de bondad; los argumentos para el ateísmo de estos párrafos, auxiliados por un impecable aparato lógico, dejan en paños menores a las mejores disquisiciones de Bertrand Russell. Y la verdadera pièce de resistance del libro (la expresión corresponde al propio Lem) es La Nueva Cosmogonía, la traca final, que a lo largo de cuarenta páginas reproduce “un discurso imaginario de un premio Nobel, donde se nos propone una imagen revolucionaria del universo, un chiste para unos treinta iniciados, físicos y relativistas del mundo entero, un concepto que deslumbró al autor y que le asustó”. En ella, el físico Alfredo Testa, sobre los trabajos del filósofo maldito Arístides Acheropoulos, postula que las leyes naturales y los principios directores de la realidad son el resultado de un juego entre inteligencias sobrehumanas, alejadas inmensamente de nuestro planeta en el espacio y el tiempo, y que esas leyes, sin concluir todavía, van enmendándose de manera continua y cambiando la faz del mundo que nos rodea: el principio de indeterminación de Heisenberg o la constante de Boltzmann son absolutos sólo transitorios que cualquier día saltarán por los aires, ofreciéndonos un cosmos de aspecto totalmente insólito y quizá desapacible.
Un último logro de la obra de Lem. Por lo general, el libro precede a su crítica; en este caso, inspirado por una sinopsis, un autor necesitado de estímulo (por ejemplo, yo) podría terminar por escribir el libro que no existe pero que merece existir, para que no quede en el vacío por muy perfecto que sea.

jueves, noviembre 20, 2008

Solo con invitación: El país del miedo, Isaac Rosa

Seix Barral, Barcelona, 2008. 320 pp. 19,50 €

Mercedes Cebrián

Si existiera un medidor de contemporaneidad para textos literarios, El país del miedo obtendría el resultado más alto, al estar presentes en él, y en dosis fortísimas, gran parte de las preocupaciones que asaltan a más de una clase social en las ciudades y pueblos de Occidente donde nos ha tocado vivir.
En la primera reseña que leo (publicada en el Cultura/s de La Vanguardia el 10 de septiembre) sobre esta novela de Isaac Rosa, el crítico emplea con frecuencia la palabra “tratado” para referirse al texto. Yo pensaba emplear catálogo, que es algo similar, ya que ambos —tratado y catálogo— clasifican, detallan y ordenan una realidad en apariencia caótica pero siempre muy variada. Tan variados son los miedos contemporáneos, por más que muchos tengan raíces largas, que abordarlos de modo cuasi ensayístico aún en una novela, dedicando páginas enteras a su clasificación y descripción, resulta una fórmula no sólo acertada sino, me atrevería a decir, necesaria.
Pero no olvidemos que estamos hablando de una obra de ficción, no de un ensayo, así es que en ella, según las convenciones del género, encontramos unos personajes, unas acciones y una ubicación espacio-temporal. Su principal protagonista, Carlos —padre de clase media-alta de Pablo, el niño que sufre bullying en el instituto, y marido de Sara— puede ser un espejo en el que nos reflejemos en mayor o menor medida, pero nunca nos parecerá un paranóico atormentado por sus miedos. Si empatizamos tanto con él es por la lucha interna que sostiene entre sus miedos descabellados y sus intentos vanos de racionalizarlos: el conflicto de Carlos es, en la mayoría de las situaciones, nuestro conflicto en relación a la sensación de protección y/o desprotección que experimentamos con frecuencia en nuestra cotidianidad, aunque sólo sea por lo que oimos que a otros les sucede.
El insistir en la contemporaneidad de este texto puede hacer pensar a algunos que se trata de una obra oportunista, pues toca un tema que nos atañe ahora, y quizá sólo ahora, por influencia de la prensa y demás medios —como ocurre también con la pederastia—, pero que pronto pasará de moda mediática y quedará relegado a columnillas cortas y sin apenas interés. Nada más lejos de lo que sucede con El país del miedo, que, estoy segura, envejecerá con dignidad y no dejará de ser leído con la atención que merece.

Isaac Rosa: «Mi pensamiento tiene base narrativa. Pienso en términos de relato»
-Cuéntanos algo sobre el proceso de escritura de El país del miedo: ¿el detonante fue tu interés por explorar los miedos contemporáneos y la historia y los personajes surgieron a posteriori, o fue otra la situación que desencadenó la escritura de esta novela?
-El punto de partida es la reflexión sobre el miedo ambiental: dónde nacen esos miedos, cómo actúan, como se difunden, qué consecuencias tienen. Pero ese pensamiento inicial es, digamos, narrativo. Al preguntarme sobre cómo el miedo condiciona nuestras decisiones, lo hago a partir de un planteamiento narrativo: imaginar cómo reaccionaría alguien a una situación como la planteada. La historia que cuento en la novela es un vehículo para desarrollar una idea, pero no parto de una idea en el vacío y a partir de ella buscar personajes y situaciones, sino que el pensamiento inicial, la pregunta de partida, va madurando con bases narrativas. De cualquier modo, el proceso de reflexión sobre el que crece la novela trabaja a la manera de ondas concéntricas que van ampliando el campo: parto de mi propio miedo, desde él observo el de quienes me rodean, y acabo por ampliar el campo de visión a mi entorno, mi ciudad, mi tiempo.
Lee la entrevista completa AQUI

miércoles, noviembre 19, 2008

Doble mirada: La palabra quebrada, Martín Cerda

Veintisiete Letras, Madrid, 2008. 180 pp. 12.95 €.

1. Recaredo Veredas

Las circunstancias personales de Martín Cerda (1930-1991) sólo podían originar una obra tan fragmentaria, tan perfecta pese a su aparente descuido, como La palabra quebrada: Cerda escribió cuatro mil artículos, era considerado el maestro del ensayo en su Chile natal, pero sólo publicó dos libros, antes de que su biblioteca y toda su obra inédita murieran pasto de las llamas: La palabra quebrada es una obra fragmentaria, como fragmentario es el punto de vista que sobre el mundo posee Cerda. Es la suya una perspectiva radicalmente moderna.
La palabra quebrada es un libro voluntariamente amputado, vocacionalmente incompleto, que habla con fervor de temas muy diversos, vinculados en su parte inicial e intermedia con las motivaciones que conducen a un autor a utilizar la escritura para mostrar su mirada sobre el mundo. En la zona final aborda las consecuencias –con frecuencia desastrosas- que la perseverancia en la mirada tiene para los literatos y ensayistas más valerosos. Uno de los móviles que motivaron la creación de este libro es la consideración de Ortega, por su desinterés por la narrativa, como autor incompleto, lo que a Cerda le indigna, le extraña y le obliga a reivindicar la brillantez y validez por sí misma de la escritura ensayística. Y no sólo del ensayo, sino del boceto, de ese apunte que inevitablemente provoca la incursión del lector en un tema que sólo va a conocer levemente pero suscita su intento, irremediablemente fallido, de preguntar, buscar, interrogar… La deriva temática de Cerda no es caótica, es similar a la que ocurre en una conversación sosegada, en la que los temas lentamente crecen, evolucionan y mutan, llevados por una lógica no demasiado evidente pero sí perceptible, que termina generando una totalidad, que si bien no acepta fácilmente una definición, sí es plausible y enlaza con la tesis central de su autor, definida por la necesidad de una indagación continua, casi perpetua.
Sus reflexiones sobre la autoría resultan especialmente interesantes, ya que para Cerda cualquier disociación entre autor y obra es absurda. No en vano, uno de los grandes móviles de su obra es la máxima de Montaigne: “soy yo mismo la materia de mi libro”. Su punto de partida es un momento fundamental de la historia de la indagación del hecho literario: cuando, en palabras de Benjamin, el autor ya no solicita la protección de un príncipe sino la conquista de un mercado. Muestra sin ambages la compleja, contradictoria y muchas veces vergonzante relación del autor con el capital. La postura de Cerda es interesante y desengañada, tal vez un tanto simplista, pero irremediablemente provocadora: “En toda sociedad economicista, el autor no tiene, en verdad, otra imagen de sí mismo que la planilla de liquidación de derechos que cada cierto tiempo le presenta su editor”.
La fragmentación provoca que, dentro de una obra dedicada en principio a la génesis del ensayo, a la creación de una modesta poética del género, aparezcan pequeños y reveladores microensayos, construidos como inicios truncados, que muestran, por ejemplo, cómo el desencanto del discurso revolucionario francés fue el germen que originó el pesimismo y el nihilismo que, según sus palabras, definen toda la palabra escrita durante el Siglo XIX. También resultan apasionantes sus reflexiones sobre la destrucción del hogar por el sistema capitalista, sobre la degradación que la omnipresencia del trabajo ha causado en la utopía de vida privada. Especial interés posee su mirada sobre la literatura testimonial, considerada como un medio para proteger la subjetividad en un momento urgente, una manera de guardar lo que Blanchot denominaba “la preocupación de los días”. Estas reflexiones son vinculadas con un ejemplo concreto: la barricada que supuso la perseverancia de Kafka en la creación de su diario, una obra que significa, en palabras de Cerda “…la búsqueda de un puente entre la singularidad de su existencia y la vida diaria de los demás hombres.
No es una obra especialmente fácil pero el esfuerzo merece la pena. Los temas que trata son complejos pero la nitidez de la prosa de Cerda, su capacidad para exponer su pensamiento de forma ordenada, sin caer en perversiones lingüísticas -sumamente frecuentes en el lenguaje académico- salva el abismo. Es una obra plagada de referencias que posibilitan, casi obligan, nuevas lecturas. Una obra que ofrece luz en un mundo lector plagado, como bien expresa su autor, de “nombres, títulos, trozos y frases que se entrecruzan, superponen y confunden en un interminable juego diabólico”.

2. José Luis Gómez Toré

El hecho de que un autor como el chileno
Martín Cerda (1930-1991) sea apenas conocido en este lado del Atlántico es una muestra más de esa persistente anomalía de nuestras letras, por la que las literaturas en español no acaban nunca de forjar un diálogo sostenido y fluido entre sí. Por otra parte, el hecho de que la poesía sea, en la literatura chilena, el género que más difusión ha tenido fuera de sus fronteras así como la corta obra de Martín Cerda (gran parte de su escritura inédita desapareció en un incendio) no han favorecido su conocimiento por parte del lector español. Por ello, se agradece especialmente esta edición de Andrés Fisher en una editorial que está apostando fuerte por la difusión de las literaturas hispanoamericanas. El libro, publicado en Chile por primera vez en 1982, recibió ese mismo año el premio Gabriela Municipal y el Municipal de Santiago y, un año más tarde, el de la Academia Chilena de la Lengua. Más de veinte años ha tardado en aparecer en nuestro país y, a pesar del retraso, los lectores españoles estamos hoy de enhorabuena.
El juego metaliterario de la segunda parte del título (
Ensayo sobre el ensayo) no podría resultar más acertado, ya que el chileno no sólo escribe un valioso estudio sobre ese género literario que desafía toda limitación genérica (incluso, la de su adscripción a la literatura si entendemos ésta como una institución cultural cerrada y no como una matriz de formas, que se inventa a sí misma en cada época y en cada escritor de valía). Su libro hace lo que dice. En sí mismo, el libro es un ensayo ejemplar, en el que se funden la pasión por el hecho mismo de la escritura y la reflexión no sólo literaria, sino también social, histórica, política.
Como en todo buen ensayo, aquí el abundante recurso a la digresión no es una torpeza sino un arte.
Martín Cerda salta, sin perder nunca el rumbo, de un tema a otro pero es su personal mirada la que da unidad al texto.. El género ensayístico sirve como lente de aumento para ilustrar de forma ejemplar esa conciencia fragmentaria que impregna nuestra sensibilidad actual y que se percibe asimismo en buena parte de la narrativa y la poesía del siglo XX (incluso del teatro contemporáneo, en el que son tan frecuentes los diálogos rotos, los monólogos quebrados en una voz incapaz de sostener su propia coherencia). El ensayo, forma abierta por antonomasia, denuncia la imposibilidad de la obra total. El ensayista, sea cual sea su ideología o su estética, tiene que reconocer que no hay un Libro, sino muchos libros, todos incompletos, todos fragmentos de algo: "Desde Montaigne, en verdad, el ensayista no ha hecho otra cosa que (re)comenzar un libro imposible, donde lo esencial es siempre la pregunta, el gesto interrogante, la búsqueda, la brazada del náufrago". Y como en los restos de un naufragio, la mirada de Martín Cerda bucea en la cultura europea para rastrear los pecios (Benjamin, Jünger, Blanchot, Lukács, Barthes...) de una mirada perpleja y dolorida sobre la historia contemporánea. Llama la atención el hecho de que el autor preste escasísima atención al ensayo escrito en lengua española (prácticamente, con la excepción de su admirado Ortega y Gasset) y que se centre sobre todo en escritores francófonos y de lengua alemana. Dicha ausencia se debe, no por supuesto a un desconocimiento, sino a una elección personal. A pesar de la pulcritud de sus análisis y sus penetrantes reflexiones, la escritura ensayística de Martín Cerda no deja de ser (algo también característico del ensayo) también, y de forma muy sutil, casi invisible, una escritura del yo (aunque de un yo camuflado, irónico si se quiere). Los nombres que surgen al hilo de la escritura son los que más le importan, los que han ido sosteniendo una voz que se sabe siempre a punto de quebrarse.


martes, noviembre 18, 2008

El rey rata, China Mieville

Trad. María Xoubanova Vázquez. La Factoría de Ideas, Madrid, 2008. 311 pp. 19.95 €.

Sofía Rhei

La fascinación por el mundo animal es una de las características más remarcables de la potentísima narrativa de Mieville, que es inglés. En su obra, los animales, por repugnantes que puedan llegar a ser (y créanme, lo son), poseen una entidad de nobleza y de sabiduría ancestral, una dignidad derivada de la limpieza del instinto, que siempre termina por salvarlos. Por otra parte, narrativamente, funcionan como emblemas de determinadas cualidades inequívocamente humanas, como es el caso del rey Rata.
Rastrero, egoísta, malhumorado, liante, soberbio, mentiroso, prepotente, egocéntrico y nada digno de confianza, el rey de las ratas es un personaje memorable. En su construcción hay parte de hombre lobo, parte de superhéroe de los bajos fondos, y una parte importante del marqués de Carabás de Neverwhere, serie televisiva de Neil Gaiman (1996) y posteriormente libro con la que El rey rata (1998) tiene mucho en común. La versión del Londres subterráneo de la serie es más compleja y mágica, y describe un "London below" más rico y matizado, pero ambos submundos son igualmente oscuros, plausibles y fascinantes. La ventaja de este rey rata es la de estar maravillosamente escrito: la intensidad visual y dinámica de sus descripciones iguala la experiencia lectora a una de las películas más potentes que recordemos haber visto. El tema de un Londres paralelo también ha sido tratado por Mieville en UnLunDun, su novela juvenil, de manera algo más fantasiosa y mucho menos sangrienta.
Las tácticas narrativas de este señor son muy eficaces, lo que se manifiesta en su dominio teatral de las estructuras. A menudo doblar una página es doblar una esquina, abrir una ventana, asomarse a un tejado o a una alcantarilla. Las tres tramas se interconectan en puntos a menudo inesperados, sin que jamás se repita un ápice de información, y la duda respecto a los numerosos "quien lo hizo" se mantiene hábilmente hasta bien entrada la segunda mitad del libro.
Sin embargo, lo verdaderamente inaudito es su manera de manejar cada párrafo, cada página. A menudo se queda en el borde del abuso, de la sobreactuación, de la pirotecnia, y sin embargo nunca lo traspasa. La descripción de los olores y lo que estos significan, la facilidad para crear empatía con personajes que sólo han aparecido hace dos páginas, el don de la "cámara subjetiva", y la imbricación entre inusuales paisajes urbanos y el estado de ánimo de sus habitantes son algunos de los mejores recursos del libro.
Maestro del gore escrito, Mieville se delecta en peleas tan gráficas e inesperadas que hasta la gente que habitualmente se las salta (as myself) se queda hipnotizada por la intensidad de esa escritura, distraída por las deslumbrantes figuras retóricas que se saca de la manga. A algunas de ellas costaría ponerles nombre.
El autor se confiesa seguidor de Ian M. Banks, e incluye en su extensa biografía una lista de los escritores a los que admira. Entre ellos no se encuentran Theodore Sturgeon, Stephen King o el propio Gaiman, a quienes me parece difícil que este hombre no haya leído con mucha atención. Pero eso es lo que tienen las listas: que para ser exhaustivas tendrían que ser larguísimas.
Obsesionado por la investigación artística (Natasha, la única mujer viva del relato, recuerda mucho a la avispa escultora que protagoniza La estación de Perdido Street: se trata de dos mujeres tan fascinadas y absorbidas por la práctica de sus respectivas artes (en este caso, la música), que llegan a perder, por este orden, su socialización, su integridad, su sentido moral, e incluso la vida consciente), el autor busca una prosa que funcione al nivel cerebral de una droga, y que resulte tan hipnótica como las melodías del mismísimo flautista de hamelín.

lunes, noviembre 17, 2008

Luz sobre un friso, Julia Uceda

Menoscuarto, Palencia, 2008. 152 pp. 13€.

Alba González Sanz

Si hay libros que tienen el extraño don de ser a la vez en sí mismos y como hitos diferenciados en la bibliografía de sus autores, este Luz sobre un friso de Julia Uceda cuenta con ambos privilegios: por lo que tiene que ver con el libro, de lo que en el fondo trata esta reseña; y por lo que supone ser el primer y único libro de cuentos publicado por una poeta de larga y reconocida trayectoria que nació en Sevilla en 1925 que fue Premio Nacional de Poesía en 2003 con En el viento, hacia el mar.
Su última publicación es pues un conjunto de cinco relatos sin aparente relación, unidos sin embargo estrechamente por un tono íntimo, traducido en una prosa poética en la que no faltan descripciones amplísimas, una adjetivación profusa y una tendencia a la elisión y al hecho sugerido. Se ambientan todos en un tiempo no concretado por fechas pero oprimido en sus políticas: una posguerra más o menos inmediata en la que la autora retrata desde la óptica de vencidos (como en Un documento) o de vencedores (como en Luz sobre un friso) una serie de vidas más o menos anodinas en cuyas acciones y omisiones se intuye un conflicto las más de las veces interior. El último relato, Blanco sobre verde se sitúa en la Irlanda que acogió a la autora durante un período de su vida y donde, según el cierre del libro, comenzó a escribir unos relatos que llevan por conclusión la ciudad de Ferrol, esto es, varias décadas de escritura hasta su actual publicación.
En un tiempo de relato moderno, el lector se va a dar de bruces con otra cosa al encarar Luz sobre un friso. No tendría por qué ser este un aspecto netamente malo, sino la constatación de otra trayectoria vital y literaria y su forma de plasmarse en la escritura. Así, hay momentos verdaderamente brillantes en la creación de ambientes por parte de Julia Uceda. El relato que da título al conjunto describe una casa sevillana donde tres solteronas, tres señoritas, viven sus costumbres arcaicas, reciben las visitas del cura y se acuerdan, en ocasiones, de aquella hermana a la que impusieron la vida monacal para impedirle una relación con un bolchevique… El desasosiego creado en el texto es espeso y real y no falla en verosimilitud aunque en sus pasajes más oníricos, cuando una de las hermanas sueña con una rosa fresca y exuberante al hilo del recuerdo de la que falta.
Blanco sobre verde, el relato final, parece un relato oracular: la narradora nos habla de su vida en Irlanda (podemos presumir que la autora nos deja entrever un tanto la realidad de esa vida allí) y de un gatito blanco que entró de golpe en ella y por las mismas salió… pero que se convierte en una especie de ser protector de la innominada protagonista, quien se encuentra —todo esto según el texto— en el último tramo de su vida y necesita sentir de alguna manera la cercanía del animal/tótem ante el inminente vértigo.
El problema de estos cuentos, salvo tal vez del último, es que contravienen en sí mismos el hecho del cuento: la acción no se desarrolla satisfactoriamente y uno puede encontrarse en algunos casos con lo que podríamos llamar ocasiones perdidas o finales no demasiado justificados salvo si se quiere pensar que Julia Uceda quiere envolver al lector pero no moverlo, no conducirlo a algún lugar concreto en el transcurso de la historia, deduciendo así que la peripecia es menos importante. Así, el relato Luz sobre un friso genera un ambiente refiriéndose a la historia de la hermana que no está presente y su pretendiente trabajador y de izquierdas, pero tal asunto queda sin expresar, voluntariamente es cierto, pero dada su importancia en el relato podría pensarse que no habría estado de más dejarlo mejor atado. No es esta una defensa de la acción por la acción pero sí de atar más en corto las fábulas y tener la sensación, aún desde la indeterminación, de que lo leído es un todo sin fisuras más allá de las que puedan significar algo. Aún así, la autora demuestra sobre todo oficio de escribir y su prosa no desdeña su altura poética, razón por la cual puede, creo, justificarse este libro.

viernes, noviembre 14, 2008

Las Noches del Cangrejo. Antología de Poetas en Platea, Nuria Mezquita y Antonio García Villarán (edición y prólogo)

Cangrejo Pistolero Ediciones, Sevilla, 2008. 266 pp. 20 €

Elena Medel

«Acostumbrados a que los poetas de la edad de, por ejemplo, Gil de Biedma, se sentaran tras una mesa y un vaso de agua y nos regalaran con sus versos, cuando Ginsberg llegó al escenario vacío con un armonio y unos palitos el público rugió de desconcierto. Pero era de prever. Porque precisamente su poética concedía a la música y al ritmo, a la oralidad en suma, un papel predominante. Sus maestros, desde ese Aullido germinal que leyó por vez primera en la Galería Six de San Francisco en 1955, habían sido en ese aspecto Walt Whitman y William Carlos Williams. Del primero adoptó el verso amplio como un salmo, pero modelado conforme a su propio aliento. El segundo le animó a atreverse a utilizar un lenguaje poético coloquial, vivo y espontáneo. El otro ingrediente de sus versos fue el éxtasis y el arrebato visionario, que asimiló de William Blake. El mismo término beat alude al ritmo entrecortado del jazz, un fenómeno que los poetas de aquellos años apreciaban sobremanera. En el San Francisco de mediados de los años cincuenta, ciudad a la que llegó Ginsberg en busca de un ambiente propicio para albergar su heterodoxa personalidad, poetas como Ferlinghetti o Patchen leían sus poemas en público acompañados por músicos de jazz. Y el primero de ellos componía lo que denominaba “Mensajes Orales Espontáneos”, registros de la dicción del habla coloquial concebidos para ser escuchados. Todos ellos trataban, en definitiva, de arrancar al poema del reducto convencional de lo “literario” y del anquilosamiento de la palabra escrita. Se trataba de insuflar más vida al poema, de abrirlo al lenguaje común y de convertir cada una de sus emisiones en una experiencia». Lo escribía José María Parreño —armónico entre la historiografía y la pasión— en el prólogo al delicioso Madrid 1993, un libro-cd que recoge el primer y único recital de Allen Ginsberg en la capital de España. El volumen, un gusto para los amantes de la buena literatura y los libros hermosos, de mimada edición, supone una bofetada a los prejuicios: Ginsberg es un poeta espectacular, sí, y alcanza el calificativo de sobrenatural cuando abre la boca y sube a un escenario. Para quienes consideran el mundo del verso un coto vetado a aquellos que lo acercan al público en lugar de elevarlo a los altares, para quienes ponen sus ojos en blanco antes que abrir los del lector u oyente, proyectos ambiciosos y de éxito como los de Cangrejo Pistolero Ediciones no deben sentar nada bien.
La poesía es un género minoritario. Un recital con diez asistentes equivale a un éxito; aún más si dos o tres sillas las ocupan desconocidos del poeta. Una editorial que se centre en la poesía es deficitaria; seguro que la mantiene la colección de narrativa, o un empresario que blanquee dinero, o una inteligente estrategia en la petición de subvenciones. Un catálogo de tópicos, lugares comunes e imágenes repetidas pero falsas que desmontan, como digo, iniciativas como las del Cangrejo Pistolero y sus secuaces. Para muestra, un botón: el Festival de Perfopoesía “La Revuelta Sureña”, que el próximo mes de febrero celebrará su segunda edición, dedicada a La India y cada vez más atenta a los sellos independientes. Su labor editorial, que incluye propuestas como las tres ediciones —coleccionista, de arte y convencional— de Arrojada, de Carmen Camacho, o el divertidérrimo Tengo un amigo que no tiene amigos, de Pepe Quero. La tienda on line Comadreja Libros, para facilitar el rastreo y saciar la curiosidad de los lectores más exquisitos. O el ciclo poético “Las Noches del Cangrejo”, que desde el 23 de noviembre de 2006 —casi dos años— zarandea Sevilla y reúne cada noche del jueves a un público encendido, devoto al nivel de un capillita que desgrana vivas y guapas a la virgen de sus entretelas.
Con motivo de su segundo aniversario, “Las Noches del Cangrejo” cambia de escenario —la cita es ahora en El Perro Andaluz (c/Bustos Tavera, 11)—, abandona las comillas inglesas y se vuelve libro y cursiva. El volumen se titula Las Noches del Cangrejo. Antología de Poetas en Platea, y recoge textos de todos los participantes en estos dos años del poesía. El criterio es generoso; el resultado, apabullante y editado con el mimo al que acostumbran Antonio García Villarán, Nuria Mezquita y Jesús Vega: una combinación de tintas negra y dorada, fondos ahora blancos y ahora luto, igual que telones para poetas que toman el escenario como estrellas del rock.
«Han pasado por Platea todo tipo de poetas, la mayoría noveles, los cuales han mostrado su manera de entender la poesía sobre el escenario», explican en el prólogo Antonio García Villarán (Cangrejo Pistolero) y Nuria Mezquita (Dalton Trompet). Precisamente, de la antología —y, por tanto, de la selección de participantes en “Las Noches del Cangrejo”— me llama la atención la amplitud de miras de sus coordinadores, capaces de incluir en la misma programación a veteranos francotiradores como Rodolfo Franco, David González o Uberto Stabile, autores jóvenes pero con trayectoria y publicaciones relevantes —fueron Poetas en Platea María Eloy-García, José Daniel García o Alejandra Vanessa—, y poetas recién llegados. Estos autores son —justo por desconocidos— los más interesantes, las presencias que como lectora más agradezco: versos como los de Borja de Diego, con sus poemas breves, certeros, dardos de intimidad desde la conciencia; Javier Gato, entre la mística y la carne, que apunta maneras de Pablo García Baena tras un fin de semana de rave; Siracusa Indigesta, unas veces ingenua y otras heterónima, siempre madura; Elisa Llorca, empeñada en descifrar los secretos del cuerpo; Lluís Pons Mora, realista unas veces hímnico, latinoamericano las más; o Laura Rosal, aún en crecimiento, pero con un potencial sorprendente para fotografiar con palabras su interior. Y diversidad no sólo en la amplitud de la nota biobibliográfica, sino también en lo estilístico: Las Noches del Cangrejo abarcan desde el clasicismo en poetas como Antonio Barquero, Eduardo Chivite Tortosa o Diego Vaya —colaborador de La tormenta en un vaso—, a la experimentación de Gonzalo Escarpa, David Moreno y Peru Saizprez, entre otros. Más botones: la inclusión de Poliposeídas, que acaban de ganar el Premio Simulacro 2008, un concurso de nuevas tendencias… Teatrales.
Por otra parte, también es de resaltar que, en un mundo de egos como el de la poesía, muchos de los participantes se despojen de su identidad y escojan un sobrenombre más cercano al espectáculo que a los clásicos seudónimos literarios. A ejemplos como los del propio Cangrejo Pistolero y su Carolain Band (los poetas Dalton Trompet y Yellow Ping, y los músicos Fernando Bazán “Vicio”, Rafa Maíz “Charco” y Manuel Relinque “Niño Atún”), o los ya citados Javier Gato y Siracusa Indigesta, se unen los de otros Poetas en Platea que renuncian a su carnet de identidad: Juan Arcas firma como Giovanicabra, Gabriel Delgado es El Hombre Adiabático, Guillermo Megías firma como Inestable, y el nombre de Pablo Bouzada quizá nos resulta desconocido, pero los amantes de la poesía más experimental, esa que se escucha y no se lee, conocerán de sobra a MC El Niño Carajaula. Rizan el rizo los Poetas Pluscuamperfectos, que se clasifican por número —Poeta Pluscuamperfecto Nº 5, X, Nº 32, Nº 4— y esconden sus rostros tras máscaras de lucha libre mexicana.
Porque en “Las Noches del Cangrejo” importan los poemas, no los poetas. Y porque importa la literatura, buscan y saben cómo aproximarla a quienes quizá no lean, pero sí coincidan en el bar tomando una copa, disfruten con lo que ven, regresen a la semana siguiente, en un mes se conviertan en otro lector más que nivele las estadísticas. Recuerdo: «se trataba de insuflar más vida al poema, de abrirlo al lenguaje común y de convertir cada una de sus emisiones en una experiencia». Larga vida a todas —la Antología de Poetas en Platea incluye, ojo, a muchos más— estas vidas: que no cese el espectáculo.







Para más información (además de todos los enlaces incluidos en el texto):
- web de Cangrejo Pistolero Ediciones;
- blog de Cangrejo Pistolero Ediciones;
- blog de “Las Noches del Cangrejo”;
- blog del Festival de Perfopoesía de Sevilla “La Revuelta Sureña”;
- blog del Cangrejo Pistolero;
- blog de Dalton Trompet;
- blog de Yellow Ping;
- canal en YouTube de Dalton Trompet;
- canal en YouTube de Yellow Ping.

jueves, noviembre 13, 2008

Soy una caja, Natalia Carrero

Caballo de Troya, Barcelona, 2008. 174 pp. 12.50 €.

Mercedes Cebrián

Me gustan los libros a los que se les ven las costuras, es decir, me gusta la metaficción, los textos que hablan del proceso de producción de sí mismos, de las vicisitudes de la escritura y la lectura y los que reflexionan sobre el lenguaje, su versatilidad y sus limitaciones. Soy una caja, además de ser una novela de aprendizaje en toda regla, contiene todo esto que señalo más arriba y posee también mucho de work in progress, de mirilla por la que el lector puede escudriñar el proceso de formación de una escritora.
Nadila, la narradora de Soy una caja es una letraherida: idealiza la creación literaria y a sus artífices, los encumbradísimos escritores, y sueña con ser uno de ellos. Esto muy bien podría quitarnos las ganas de leer esta Bildungsroman ambientada en una Barcelona nada Vicky-Cristina sino más bien anodina y rancia (y eso, en los tiempos megacool que corren, hasta se agradece), pero el tono y buen hacer de Nadila nos impiden cerrar el libro. Ella misma no teme ser cursi, y cuando lo es, incluso lo reconoce (“yo también era llorona, lo que en catalán se dice una bleda.”), y cuando parece que se le ha ido la mano con algún exceso de introspección y solemnidad, enseguida nos viene a salvar con algún comentario de tono irónico.
Ya estoy tardando en introducir en esta reseña un elemento esencial, que es el verdadero eje de la novela: la presencia, a lo largo de todas sus páginas, de Clarice Lispector, de su literatura y de su biografía. Nadila es una verdadera groupie de Lispector: la toma como maestra, la lee hasta la extenuación e idealiza tanto su vida como su obra, pero en un cierto momento de Soy una caja nos damos cuenta de que Nadila nos está engañando con mucha inteligencia: si bien a lo largo de todo el texto nos quiere hacer creer que ella sólo es capaz de emitir meros balbuceos literarios y que nunca alcanzará el dominio de la “gran literatura” que su maestra practicó, nos iremos dando cuenta de que su manera de relacionarse con Lispector es la misma que la de un ventrílocuo con su muñeco: las charlas ficticias que mantiene con ella, en las que Nadila pone voz a la escritora brasileña, son buena (e hilarante) prueba de ello.
En definitiva, Soy una caja es un libro especialmente ad hoc para aquellos que se vean con frecuencia pensando sobre los avatares de la creación, del cacareado “talento” y de la aparente necesidad contemporánea de convertirse en artista a toda costa. Y además, genera muchas ganas de leer a Clarice Lispector.

miércoles, noviembre 12, 2008

Al–Rihla, Luis Luna

Amargord, Madrid, 2008, 108 pp. 9 €.

Eduardo Fariña Poveda

Al–Rihla (El viaje), es el primer poemario íntegro en castellano de Luis Luna (Madrid, 1975). Su trayectoria se ha desarrollado tanto en castellano como en gallego, publicó una plaqueta Cuaderno del guardabosque (Amargord, 2007) y junto a Óscar Curieses los poemarios Hidroemas e Ignicións, ambos por la editorial Acef. Ha figurado en diversas antologías, entre las que destacan Lévedos. Antoloxia de poesía galega en Madrid y Todo es poesía menos la poesía, 22 poetas desde Madrid. Además ha incursionado en las más diversas instalaciones artísticas y proyectos interdisciplinares, junto a otros creadores como Aleksandra Mir y Carlos de Gredos, espectáculos escénicos junto a diversos colectivos como máquina de Coser y nosomoscomodos producciones. Ha sido invitado a la I bienal de arte contemporáneo Cabo de Gata-níjar (Almería).
Al–Rihla es una propuesta, un proyecto que asume el viaje como una manifestación total del espíritu, capaz de alcanzar un lugar esencial para que todos los conceptos filosóficos, religiosos o políticos se puedan tomar a examen y trazar las claves de la observación, toda comunicación auténtica resiste al tiempo si se indaga la estructura espiritual inmanente que posee cualquier credo religioso. El libro está dividido en 3 partes ( Extramuros, Mensajes en el muro e Intramuros). Con citas de Avempace e Ibn Harabi, Luna nos invita a la mística, al reino de los Sufíes. Este viaje comienza en Siria, y la cita de Avempace nos recuerda que los sufíes designan a los solitarios como extranjeros, aunque residan en sus países, son y serán extranjeros en sus ideas. En todos los textos del libro (70) podemos hacernos eco de este pensamiento. Pensar es viajar y en los encuentros posibles que tengamos en ese trayecto lo importante residirá en la contemplación, como se nos revela en el poema 5: “Me encuentras/ como una piedra/ en tu camino/ No te inquieta mi calma/ te contempla”.
Extramuros
es la parte más grande del libro. En la subsección Zoco toman protagonismo los elementos como el agua y la arena, así la palabra se enfrenta a uno de los retos más cruciales, leemos en el poema 7: “ La palabra esperada/ derrota/ la experiencia/ perfila los matices/ delimita sus sombras". En Mensajes en el muro se centra el dilema existencial mayor, el que se vincula a tener un estado donde la experiencia del viaje quede de alguna forma materializada y pueda abrir un dialogo posterior. El poeta árabe Adonis en su célebre poema El tiempo nos hablaba de un camino que huye por todos los caminos y en donde se pudiera abrazar a la espiga del tiempo. Luna realiza una operación similar, cuando en los muros quien viaja observa su propio comienzo, un muro interior donde será posible el rezo necesario para la trascendencia de un lenguaje poético capaz de abrir camino en todos los caminos, sin necesidad de abrir los ojos. Leemos en el poema 50: “Desde esta perspectiva/ el muro/ no es el lugar/ sino un estado/ nacido en la ceguera". Finalmente en Intramuros, el poeta se reconoce en la memoria, la animalidad posible y necesaria que lo habita y la candidatura que su propio secreto busca. En su propio interior la búsqueda empieza y termina porque es el círculo lo que signa la plenitud de toda la experiencia humana. Y para eso requerimos por antonomasia al lenguaje, lo que el texto 69 nos dice: “Entonces el lenguaje/ las sílabas de la calcinación".
Economizando elementos descriptivos, Al—Rihla de Luis Luna aparece como un poemario interesantísimo dentro del panorama de la poesía joven española. En sus poemas hay posibilidad de narración, pero es la que tiene que ver con los fragmentos, con la posibilidad armónica de construir un discurso, una historia que nos habla de fusionar lo trascendental con la infinita posibilidad del lenguaje y la gramática. Podemos leerlo también como relatos breves en donde se nos cuenta la posible unión de dos eternidades (espíritu y lenguaje) a través de un viaje. Con un estilo depurado, conciso, de enorme competencia reflexiva, Luna no sólo da factura de un trabajo de ser observado con atención. Es probablemente uno de los pocos autores jóvenes en lengua española que asimila con gran destreza y preocupación la poesía en lengua árabe (varios de sus poemas han sido traducidos a esta lengua) sino que además ofrece poemas que son voces posibles en la inmensidad del desierto, voces que no temen a lo que cambia todo para siempre. En una cita de Hofmannstal que viene en el libro, se nos revela muy bien lo anterior: “Quien conoce la fuerza del círculo, ya no teme a la muerte”.

martes, noviembre 11, 2008

Después de Praga nada fue igual, Pedro M. Domene

Algaida, Sevilla, 2008. 176 pp. 9 €.

Carmen Fernández Etreros

La novela de Pedro M. Domene es un canto a la amistad juvenil, al amor incondicional a los más cercanos, los padres y los hermanos, y a la vida en general. Después de Praga nada fue igual se inscribe en esa novela juvenil realista y de denuncia cuya acción y espacio se mueven en el entorno más cercano de los jóvenes, su familia, sus amigos o sus compañeros del colegio, y en la que han destacado autores como Jordi Sierra i Fabra o Alfredo Gómez Cerdá. En este caso la protagonista de la novela Marta, una adolescente, sale con sus padres de su ambiente habitual y se marcha con ellos a Praga, una ciudad que cambiará su actitud de eterna adolescente en lucha con los demás, y en la que descubrirá valores como la amistad, la lealtad y el sacrificio.
En Después de Praga nada fue igual de Pedro M. Domene su protagonista Marta, es obligada por sus padres a realizar en principio un “aburrido” viaje familiar a Praga. La joven no tiene ganas de pasar esos días cargando con su pesada hermana pequeña, durmiendo con ella en la misma habitación del hotel y pateando las calles de la ciudad europea siguiendo las indicaciones de su “repetitivo” padre. Sin embargo Marta está a punto de descubrir que un planeado viaje familiar puede convertirse en una aventura inolvidable, en la que conocerá amigos de otras culturas con problemas muy diferentes a su cómoda vida. Marta vivirá una situación límite que nunca habría pensado soportar ella sola, y además, por primera vez en su vida, descubrirá en sus propias carnes el miedo y la soledad lejos de la protección de los suyos. La amistad entre padres e hijos adolescentes o la difícil relación con los hermanos pequeños son algunos de los temas que dibuja con sensibilidad el escritor en cada una de las páginas de la novela. Además la obra ofrece una descripción minuciosa de las callejuelas, los monumentos, la gastronomía y las costumbres de Praga, contagiando al lector del encanto de esta mágica ciudad europea.
Después de Praga nada fue igual consiguió el segundo premio del certamen de Narrativa Joven de Los Pedroches, convocado por la Mancomunidad de Municipios de Los Pedroches y Algaida Editores. Su autor Pedro M. Domene, es profesor de literatura en un Instituto en Almería y además de crítico literario en el suplemento cultural Cuadernos del Sur de Diario de Córdoba.
El lector vivirá con interés las difíciles situaciones por las que tiene que pasar Marta y como la ayudarán a encontrarse a sí misma. Además Marta madurará y se reconciliará con la vida, con sus ilusiones y consigo misma, además de cambiar su visión hacia su padre y su hermana y valorar la relación con ambos. En suma una novela juvenil ágil, entretenida y que hará a los lectores, padres y jóvenes, reflexionar sobre las relaciones familiares y la importancia de valorar las “pequeñas cosas” de la vida.

lunes, noviembre 10, 2008

El deseo de ser alguien en la vida, Fernando Cañero

Premio Ramón J. Sender de Narrativa 2007. Editorial Complutense, Madrid, 2008. 117 pp. 12 €

Juan Pablo Heras

En los anaqueles de las librerías —y de las bibliotecas— esperan pacientemente cientos de libros escritos por ilustres desconocidos de nuestro tiempo. En cambio, ¿por qué a la hora de elegir nuestras lecturas optamos tantas veces por los clásicos, o, —si la palabra queda grande—, por aquellos a quienes ya conocemos? Es evidente que la experiencia, tanto la nuestra como la de los otros, minimiza el riesgo de tropezar con un mal libro. Pero también es cierto que leer autores conocidos añade al placer solitario de la lectura el colectivo de la tertulia. Ya se sabe que al leer a los clásicos dialogamos con todos nuestros antepasados lectores. Y está muy bien. Hablemos de Shakespeare, hablemos de Flaubert, hablemos de Unamuno, de Borges o incluso de Houellebecq. Pero, ¿a qué viene esta larga digresión? Se trata de una invitación a leer a los desconocidos. A leerlos y a hablar de ellos. Por ejemplo, del primer libro de relatos de Fernando Cañero.
Al leer El deseo de ser alguien en la vida sentí algo parecido a lo que viví con El malestar al alcance de todos de Mercedes Cebrián o Muertes de andar por casa de Fernando Sánchez Calvo: la sensación de que todavía quedan cuentistas con voz propia, voces con personalidad en las que una mirada afilada e implacable se une a una capacidad admirable para destripar los mecanismos ocultos del lenguaje, aquellos en los que se esconden los trapos sucios de la buena gente. Existen buenos cuentistas, sí, y están entre nosotros.
Fernando Cañero dispone los elementos del relato como un ajedrecista que reinventara el juego en cada partida. Por medio de una retórica de la precisión y de la exactitud nos va aportando la información justa en cada momento, generando un desconcierto inicial que sólo se deshace momentáneamente para abrirse a otro mayor. Cañero parece heredar de Kafka el gusto por situar a sus personajes en situaciones tan fácilmente imaginables como imposibles de explicar. El deseo de ser alguien en la vida alterna pequeños dramas cotidianos como los que suceden cada minuto en los autobuses municipales con la insólita rutina de unos cowboys de celuloide; el temblor oscuro de lo fantástico en situaciones reconocibles con la presencia asumida de lo sobrenatural. En dos cuentos tan breves como excelentes, La alegría más alta y La armonía, el lenguaje se revela inesperadamente como un formidable cepo para osos. Otras veces asistimos a conflictos llevados al límite que con frecuencia desembocan en una extraña actitud contemplativa, y es ahí donde únicamente puede encontrarse un pero a los relatos de este libro: los finales parecen a veces fortuitos o postizos, y decepcionan las altas expectativas creadas por la tensión inicial del cuento. Aunque, quién sabe, quizá ese final gris e indefinido es lo que le espera a todo aquel que desea “ser alguien en la vida”.
Este libro tan altamente recomendable ha ganado el último Premio Ramón J. Sender de Narrativa de la Universidad Complutense, que se ha encargado de editarlo; y lo ha hecho muy bien, por cierto. Ya se ha dicho en este blog, respecto a Inane de Isabel Navarro, lo difícil que es conseguir las publicaciones complutenses fuera de su propia librería. Pero, a la espera de que los próximos libros de Cañero alcancen más difusión con otros editores, les aseguro que encontrar y disfrutar de El deseo de ser alguien en la vida merece la pena.